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Todos los años, cuando se acerca la Navidad, llegan a Madrid dos ferias de arte estupendas, el Supermercado del Arte y la Feria Mercado de los Artistas, dos “mercados” que ofrecen pintura y obra gráfica a los aficionados, a precios para casi todos los bolsillos.
Su objetivo es acercar el arte a un público más amplio que el habitual visitante de las galerías, y fomentar el coleccionismo.
El Supermercado del Arte presenta su edición número 26, con obras de tamaños medio y pequeño que van desde 69 a 299 euros, aunque también hay algunas obras de mayor tamaño. Como novedad, este año hay una sección “outlet” en la que se pueden adquirir obras de años anteriores a un precio máximo de 99 euros.
Algunos artistas hoy reconocidos, que participaron los primeros años, como Montesol, Ceesepe, Mariscal… continúan haciéndolo, tanto con pintura como con litografías o grabados.
La Feria Mercado de los Artistas, en la estación de Atocha, es un poco más joven, cumple 19 años. Bajo el lema Arte para todos, más de 50 artistas ofrecen pintura y gráfica de “todos los estilos y tendencias”. Una de los participantes es nuestra amiga Lucie Geffré, con una obra magnífica.
Esta feria ofrece otros alicientes, como la posibilidad de divertirse participando en la realización de grandes murales.
Doble oportunidad de adquirir por fin ese cuadro deseado, conocer cómo es el arte que se hace hoy día en Madrid y apostar por los jóvenes creadores, o simplemente disfrutar contemplando la pintura más actual.
por Mercedes Gómez
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Claudio Coello, 28
Del 27 de noviembre al 31 de enero 2010
De lunes a sábado de 10 a 21 h. Domingos y festivos de 11 a 21 h.
Estación de Atocha (vestíbulo Cercanías, entrada por la Cúpula)
Del 27 de noviembre al 8 de diciembre.
De 11 a 21 h.
Hace unos días, en la entrada dedicada a la Muralla Cristiana, hubo comentarios y aportaciones muy interesantes por vuestra parte, los amigos lectores del blog, recordando la existencia de otros restos arqueológicos conservados en Madrid, como los restos de una antigua Cerca que se encuentran junto al nuevo edificio del Senado, en la calle de Bailén.

Vista del edificio de ampliación en la calle de Bailén, a espaldas de la sede del Senado en la plaza de la Marina Española. (Folleto. Madrid 1998).
Se trata de un trozo de tapia de aproximadamente tres metros de longitud que apareció durante las obras de ampliación de la sede de la Cámara Alta en el año 1991, muy cerca del Palacio Real.
Se encuentra junto a la garita de entrada al moderno edificio, protegido por una verja, sin indicación alguna sobre qué es o a qué época corresponde. Son los vestigios de alguna de las cercas que rodearon Madrid en el pasado.
A medida que la población aumentaba, los límites de la Villa también crecían. Del primer recinto musulmán del siglo IX (9 hectáreas de terreno, aproximadamente), entre los siglos XII y XIII Madrid pasó a tener una extensión de unas 33 hectáreas, protegidas por la muralla levantada por los cristianos.
En el siglo XV, hacia 1438, se construyó la Cerca del Arrabal, que delimitaba el que se convertiría en el tercer recinto madrileño, que abarcaba los nuevos arrabales (Santo Domingo, San Martín, Santa Cruz, etc.).
Esta cerca ya no debería ser calificada de muralla pues su función principal no era la defensa ante el enemigo, como en el pasado, sino de tipo sanitario –defenderse de las epidemias de peste- y administrativo o de recaudación fiscal; carecía de torres y almenas, que ya no eran necesarias, y su material de construcción no era tan fuerte como el de las recias murallas.
En el siglo XVI, después de que Felipe II trajera la Corte a la Villa, ésta se vio obligada a ampliar su recinto una vez más. En 1566 el rey ordenó la construcción de una nueva tapia que rodeó un Madrid que por entonces había llegado a las 125 hectáreas de extensión.
Y ya en el siglo XVII sería Felipe IV quien construiría la última cerca, la conocida Cerca de Felipe IV, que no fue derribada hasta el año 1868.
En cuanto a los restos de la calle Bailén, en el momento de su descubrimiento existieron discrepancias sobre la fecha de su construcción. ¿Se trataba de la Cerca de Felipe IV?, ¿de la más antigua Cerca del Arrabal?…
Según el historiador y especialista Manuel Montero Vallejo, pertenecen a la Cerca de Felipe II (*).
En cualquier caso, se trate de una construcción del siglo XV o del siglo XVI, es el único resto conservado perteneciente a cualquiera de estos históricos muros, muestra importante del viejo Madrid cercado, testigo de nuestra historia y de la vida de nuestros antepasados, que debemos cuidar y conocer.
Mercedes Gómez
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(*) Diario El País, 10 jun 1991.
Madrid Villa y Corte. Madrid es Corte desde que Felipe II así lo decidiera y una tarde de domingo del año 1561 enviara un correo al galope desde Toledo con una cédula real avisando al Ayuntamiento de su próxima llegada. Este hecho condicionó para siempre el futuro de la villa de Madrid. Pero, ¿desde cuando Madrid es villa?.
Los libros hablan de la «villa» desde el primer momento, parece que Madrid fue villa en cuanto dejó de ser una mera fortaleza militar, el Mayrit musulmán del siglo IX.
Una Villa es una población ya organizada, que no es ciudad porque no tiene sede episcopal (Madrid tardó mucho en tenerla, dependió de Toledo hasta hace relativamente poco tiempo, finales del siglo XIX, a pesar de ser la capital de España hacía más de tres siglos).
Madrid, conquistada por los cristianos, pasó a formar parte del reino de Castilla y muy pronto fue «villa de realengo», o sea, que estaba bajo fuero real, otorgado por Alfonso VII desde el mismo siglo XII.
En el siglo XII la extensión de Madrid era de apenas 33 hectáreas. Para que nos hagamos una idea, El Retiro tiene más de 100. Se trataba de una pequeña villa que había crecido a partir del Alcázar árabe y que los cristianos, tras su conquista, cercaron con el fin de defenderla de los posibles ataques.
Sus límites estaban marcados por el antiguo Alcázar -ubicado en el mismo lugar donde hoy admiramos el Palacio Real-, y las cuatro puertas de la muralla: La Puerta de Valnadú –en la actual Plaza de Isabel II-, la Puerta de Guadalajara –en la calle Mayor, a la altura del Mercado de San Miguel-, Puerta Cerrada y la Puerta de Moros.
El pasado fin de semana disfruté de un paseo en busca de las huellas de la muralla medieval, lleno de alicientes, aunque en esta ocasión no resultó fácil. La mayor parte de la antigua construcción ha desaparecido, y de los escasos vestigios, la mayoría se encuentra en el interior de viviendas, bares o restaurantes. Además, un domingo a las 10,30 de la mañana es difícil encontrar ciertos locales abiertos.
Comenzamos nuestra ruta en la Plaza de Oriente, donde, en algún lugar cercano, procedente del antiguo recinto árabe, nacía el muro construido en mampostería de sílex o caliza por los cristianos. La primera puerta era la Puerta de Valnadú, una placa lo recuerda en la esquina de la calle de La Unión con la de Vergara. Muy cerca, en el nº 3 de la plaza de Isabel II, se hallan los primeros restos conservados que nos disponemos a contemplar. Están en el sótano de un restaurante que aún no ha abierto sus puertas. Podremos visitarlo un poco más tarde.
Tomamos la calle de la Escalinata, antes llamada calle de los Tintes, que, igual que la del Espejo, conserva el trazado medieval.
En el nº 12 de la calle del Espejo un singular edificio fue construido adaptándose a la forma de una torre de la fortaleza defensiva, forma que conserva a pesar de las construcciones sucesivas, y que es perfectamente visible desde la calle de la Escalinata 9.
Seguimos nuestro camino hasta la calle Mayor, cruzamos por el lugar donde se encontraba la Puerta más importante de la Villa, la de Guadalajara, y tomamos la Cava de San Miguel, cuyas casas muestran el camino que seguía el foso que rodeaba el muro hace tantos siglos.
En la plaza de Puerta Cerrada se encuentra uno de los vestigios más importantes de muralla cristiana pues conserva un lienzo completo en altura, a través de los pisos de las viviendas del nº 6 de la plaza. Lamentablemente estos restos no son visitables ya que, como decía, se encuentran en el interior de las casas particulares. Sí es posible, a veces, contemplar los restos del sótano del edificio, dentro del bar La Escondida.
Continuamos por la Cava Baja, en cuyo número 10 se localiza un lienzo de 7 metros de largo por entre 1 y 4 de altura, un precioso ejemplo que permite comprobar cómo las viviendas fueron construidas utilizando la fuerte muralla. Estos restos fueron consolidados y acondicionados para permitir su visita, con un resultado realmente bonito, mediante acristalamiento de los restaurados restos y luces que favorecen su contemplación, tuve la suerte de verlos hace un tiempo. Pero el pasado domingo, poco después del mediodía, los vecinos no atendieron nuestra petición de entrar unos minutos a contemplar los restos junto a los cuales se construyó su casa, no nos abrieron la puerta, se nos dijo que habláramos con la Empresa Municipal de la Vivienda, que nos abran ellos.
En el nº 22 de la Cava Baja (a espaldas de la calle del Almendro) existen unos restos no visitables. La puerta de madera del misterioso solar lleva años cerrada con un candado.
En la acera de los impares, las casas construidas sobre el antiguo foso de la muralla guardan vestigios de antiguas construcciones, en algunos casos perfectamente acondicionados para ser observados como testigos del pasado. Un ejemplo, que nos muestran amablemente, está en la Taberna La Camarilla, en el nº 21. Es curioso observar el enorme desnivel entre la llamada Cava Alta y la Cava Baja. Desde los lavabos de la planta baja se aprecia perfectamente que el nivel corresponde al sótano de la vecina Cava Alta.
En el nº 30 nos sorprenden los restos quizá más espectaculares. Un lienzo de 19 m de largo por 11,5 de alto, al parecer el único de construcción altomedieval, es decir, del siglo XI o XII, pues la mayoría presentan intervenciones de siglos posteriores. Esto significa que, después de la muralla árabe en la Cuesta de la Vega construida en el siglo IX, y la impresionante torre mudéjar de la iglesia de San Nicolás de los Servitas del siglo XII, estamos ante una de las construcciones más antiguas de Madrid.
Hasta ahora hemos caminado extramuros, es decir, por el exterior del viejo Madrid medieval.
Intramuros, en el interior de la villa, tras la verja de un pequeño jardín de la calle del Almendro nº 17, hallamos un lienzo de 16 m de largo, que siempre da la impresión de que necesitaría más cuidados.
Llegamos a la Plaza del Humilladero donde estaba situada la Puerta de Moros. Desde aquí la muralla transcurría entre las actuales calles de Don Pedro y Mancebos.
Volvemos por un momento al exterior del recinto amurallado y en la calle de Don Pedro números 8 a 12, se conserva un lienzo larguísimo, de unos 30 metros, en el sótano del antiguo Palacio del Marqués de Villafranca, que tampoco se puede visitar.
Existen nuevos restos de muralla en un bar que se asoma a la Plaza de los Carros nº 3, antes se llamaba El Tabernáculo, la foto corresponde a esa época, después de mucho tiempo cerrado el local ha reabierto con otro nombre.
Nuevamente intramuros, encontramos la continuación del lienzo anterior que se puede contemplar en la calle de los Mancebos nº 3, tras una verja y en el cual se puede observar con claridad cómo la muralla era utilizada para servir de medianería o soporte de los edificios que se fueron construyendo adosados a ella.
Desde aquí la muralla descendía hacia la calle de Bailén, continuaba paralela a la Cuesta de los Ciegos y después atravesaba el antiguo Arroyo de San Pedro, hoy Calle Segovia, para según se cree llegar hasta la Cuesta de la Vega donde se unía a la muralla construida por los árabes.
Y así llegamos al final del paseo, que mis amigos y yo os recomendamos vivamente. Se trata de un paseo por el Madrid más viejo y, ayudados de la imaginación, un retorno al siglo XII.
Texto y fotografías: Mercedes Gómez
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Todo sobre la Muralla Cristiana en:
VVAA. “Las murallas de Madrid”. Ed. Doce Calles – Comunidad de Madrid. 2003.
La Muralla Cristiana, en la web El Madrid Medieval, de José Manuel Castellanos.
La Plaza de Olavide se encuentra en el barrio de Trafalgar, distrito de Chamberí. Es una plaza especial, con encanto, amplia, redonda y abierta, como Madrid. Espacio abierto a todos, podría representar lo que significa nuestra ciudad. En Olavide confluyen ocho bocacalles, y no únicamente los vecinos gustan de cobijarse en ella, de día o de noche, porque con su ambiente un tanto familiar pero cosmopolita, la plaza, igual que Madrid, te recibe hospitalaria.
No deja de ser una de las muchas plazas madrileñas que se ha visto modificada y condicionada por la construcción de un aparcamiento, pero quizá su historia es singular. A diferencia de otras plazas ajardinadas a lo largo de los siglos XIX y XX creadas sobre los terrenos antaño ocupados por conventos, iglesias o mercados, que en las últimas décadas han cambiado árboles, fuentes o flores por árido cemento, Olavide siempre fue plaza, centro de naciente población.
Hoy lugar de encuentro y esparcimiento, su historia no ha sido sencilla hasta llegar hasta aquí, ha sufrido muchos cambios, desde sus principios, cuando su función era otra muy distinta. En sus orígenes tuvo una fuente, luego albergó un famoso mercado y ahora nuevamente una fuente, aunque muy diferente.
La alegre fuente situada en el centro de la plaza que disfrutan ahora los vecinos es muy joven, fue instalada hace unos siete años y es un mero adorno. Mucho antes, quizá a finales del siglo XVIII, fue instalada otra Fuente de Olavide, en este caso con el fin de proporcionar el agua necesaria a los nuevos habitantes que iban poblando la zona, y también a los animales, pues como tantas en esa época servía como abrevadero.
Olavide, antes que un barrio fue un modesto arrabal nacido a las afueras de la cerca que rodeaba Madrid desde el siglo XVII, construida en tiempos del rey Felipe IV, y que impedía su expansión. Estos terrenos al norte de Madrid se convirtieron en un precedente del futuro Ensanche.
Antes del derribo de la cerca, que no tuvo lugar hasta 1868, se fueron instalando muchas de las personas que llegaban a la capital en busca de trabajo y futuro, y que no hallaban lugar en la villa, fundamentalmente por que no tenían suficiente dinero para ello. Así, de forma espontánea, hacia 1860 se fue formando un núcleo pequeño de población concentrado la mayoría en torno a la futura plaza de Olavide.
Las viviendas primitivas de este arrabal que en un primer momento se llamó de Los Tejares, por los numerosos hornos fabricantes de tejas y ladrillos que existían en los alrededores, entre las calles de Santa Engracia, Luchana y Sagasta, y que después se llamó Chamberí, eran casas bajitas, con piso bajo y principal, y una buhardilla como mucho. En la foto de la primitiva fuente de la plaza de Olavide se aprecian las casas modestas de entonces, que en su mayor parte estaban rodeadas de huertas.
Hacia 1875 únicamente existían en la plaza dos o tres construcciones, pero el barrio continuó creciendo, y a finales del siglo XIX o principios del XX la zona ya estaba urbanizada. A esa época pertenecen la mayor parte de los edificios que actualmente rodean la plaza, junto a algunos más recientes.
Desde muy pronto existió un mercado que surtía al barrio, al aire libre, como en otros lugares madrileños. Fue durante la República cuando por encargo del Ayuntamiento se construyó el bonito edificio con planta octogonal de hierro y hormigón, obra del arquitecto municipal Francisco Javier Ferrero, dentro del Plan General de Mercados. Este arquitecto fue también el autor de los mercados de Frutas y Verduras en Legazpi, o el de Pescados de Puerta de Toledo, así como del edificio de la imprenta municipal en la calle Concepción Jerónima, y del Viaducto de la calle de Bailén.
En medio de una gran polémica que todavía se recuerda, el mercado fue cerrado en agosto de 1974, y volado en el mes de noviembre, también por orden municipal, bajo la promesa de que sería sustituido por zonas verdes para los vecinos, y con el objetivo de la construcción de un aparcamiento bajo la plaza. Las obras se prolongaron durante casi tres años. La inauguración por fin tuvo lugar en el verano de 1977.
La plaza mostraba entonces un paseo recto que dividía el círculo central en dos zonas semicirculares con césped y árboles, bancos y juegos para niños.
En 1998 se acometió otra reforma que levantó muchas protestas. El centro de la plaza estaba ocupado por los accesos de los aparcamientos, un espacio desmesurado dedicado a los perros, y los árboles desaparecieron, resultando inhóspita para la mayoría, no así para los canes que al parecer acudían de todas partes a esparcirse. De forma que a finales de 1999 se decidió una nueva reforma.
Quizá para agradar a los vecinos después de todos los problemas vividos los años anteriores, esta vez la inauguración fue sonada y todos recibieron un obsequio, una vaso conmemorando el evento, lo cuenta una de las vecinas más veteranas, que parece muy contenta con el resultado. Y es que en verdad la plaza resulta acogedora.
Con sus arbolitos, sus bancos, sus tiendas, sus bares, sus terrazas y su fuente, invita a quedarse un rato paseando, sentarse a reposar, o tomar el aperitivo en cualquiera de los sugerentes establecimientos que la rodean, alguno moderno pero otros más antiguos que guardan en su memoria y entre sus paredes toda la historia vivida.
Los jardines han quedado reducidos a una franja ajardinada en la que se han plantado coníferas, cedros, arbustos y algunos setos con flores, pero parece suficiente para sentirse a gusto, continúan las zonas infantiles y los bancos.
La fuente ha regresado a la plaza, aunque en esta ocasión su función es meramente ornamental.
El pilón circular es de granito y está adornado con una albardilla o borde de hojas talladas en el mismo material. Un surtidor central alegra la vista general de la plaza. Y el sonido del agua, inconfundible, nos acompaña.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
PALLOL TRIGUEROS, Rubén. “Chamberí, ¿un nuevo Madrid? El primer desarrollo del Ensanche Norte madrileño, 1860-1880”. Cuadernos de Historia Contemporánea. UCM 2004, nº 24.
DEL HOYO, José María. “Fuentes públicas de Madrid”. Bernardo Fernández, Madrid 1997, facsimil 1ª edición, Madrid 1925.
Una de las exposiciones que se pueden visitar actualmente en el Centro Cultural Conde Duque, quizá una de las menos comentadas, es «Lo exquisito. Artes suntuarias del siglo XVIII del Museo de Historia«.
Fue inaugurada antes del verano, el día 1 de junio, y podremos verla hasta el próximo mes de enero 2010, pero tengo la sensación de que está pasando un poco desapercibida, a pesar de que, haciendo honor a su título, es una delicia.
Se trata de una muestra muy pequeña, una única sala. Sus vitrinas encierran pequeños tesoros, 170 piezas procedentes del antiguo Museo Municipal, hoy Museo de Historia, cerrado por obras desde hace años. Creaciones de las Reales Fábricas de Porcelana, Tapices, Relojes, Tabaco, Platería Martínez, ubicadas en Madrid, y la de Cristales de La Granja en Segovia.
Además de por motivos económicos, las reales fábricas fueron establecidas en Madrid y sus proximidades debido al deseo de la monarquía borbónica, el Rey y su Corte, de decorar sus palacios a su gusto, con el mayor lujo posible.
Junto a las porcelanas creadas en la antigua fábrica, en la exposición se puede admirar una pintura “El Estanque Grande del Retiro” (Anónimo, 1810), donde se aprecia la Fábrica de Porcelana de Buen Retiro, que se encontraba en la zona próxima a la actual plaza del Ángel Caído.
Me llaman la atención los vasos, copas, jarras de cristal delicadamente labrados. En una preciosa copa aparece representada la verja de la Real Fábrica de Cristales de la Granja de San Ildefonso.
La Real Fábrica de Tapices tuvo una gran importancia, que ha llegado a nuestros días.

Lorenzo de Quirós, “Ornatos con motivo de la entrada en Madrid de Carlos III”, h.1760. (Depósito de la Real Academia de San Fernando)
Así como la Fábrica de Relojes tuvo una vida breve, entre otras cosas por problemas económicos, mucho más éxito tuvo la producción de la Real Fábrica de Platería Martínez, no solo entre la realeza sino toda la nobleza, clero, funcionarios… como modo de ostentación y también de inversión. En la exposición se pueden contemplar vajillas y otros objetos, como una elaborada escribanía, antes de uso cotidiano, hoy día son auténticas obras de arte.
También se muestran ejemplos de otras fábricas o industrias, como la de Abanicos, que en aquella época eran indicadores de la distinción o clase social de la mujer, y que luego se convirtieron en medio de expresión, amorosa, e incluso política. Antes de pasar a ser productos de impresión industrial, el marfil o el nácar sustentaban miniaturas pintadas a mano sobre piel o seda.
Barajas españolas de la Real Fábrica de Aguardientes y Naipes. Objetos de la Real Fábrica de Tabacos, como una tabaquera de esmalte, una cajita de rapé (tabaco molido) de porcelana del Buen Retiro, una pitillera de plata…
Piezas nacidas para disfrute de la Casa Real o clases pudientes, reflejan también un período de nuestra historia, la Ilustración, los deseos e intentos de progreso puestos de manifiesto durante el siglo XVIII de diversas maneras, creando las Reales Fábricas, las Reales Academias, y otro tipo de instituciones.
Una exquisitez que nos cuenta muchas cosas.
por Mercedes Gómez
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Lo exquisito. Artes suntuarias del siglo XVIII del Museo de Historia.
Centro Cultural del Conde Duque – Sala Pedro de Ribera
Conde Duque , 9
Hasta enero de 2010
Pocos días después de la publicación del artículo sobre “Alfonso Romero, pintor ceramista” recibí un gratísimo correo. Me escribía Mª Jesús García Romero, nieta del artista.
Me transmitía su alegría al haber encontrado mi escrito sobre su abuelo en internet y me ofrecía su ayuda y la de su familia para ampliar datos sobre su vida y su obra. Por supuesto su ofrecimiento fue para mí una agradable sorpresa y una ilusión. Dentro de unos días haré una nueva entrada sobre el gran ceramista, pero hoy quería que conocierais a su nieta.
Mª Jesús también es artista. Me contaba que desgraciadamente no conoció a su abuelo, pero que “el destino había querido que sus andares comenzando por la escultura hayan seguido por el rumbo de la cerámica artística”. Tal vez el destino… y la herencia que sin duda su abuelo le legó a pesar de no llegar a conocerse.
Nació en Madrid, en la calle del Rollo, allá donde el maestro tuvo su taller. En Madrid cursó sus estudios de escultura, y aquí aún vive parte de su familia. Aunque desde el año 1997 ella vive en El Casar, Guadalajara, donde en 2003 abrió su propio taller.
Realiza obras utilizando la misma técnica que empleaba su abuelo, la técnica de Decoración con Grasas, que consiste en la aplicación de pigmentos colorantes con grasa sobre piezas esmaltadas y horneadas; se llama grasa-miel por su aspecto. Tal como me ha explicado Mª Jesús, se trata de una técnica artesana, delicada, primero hay que realizar el dibujo con lápiz, mezclar los pigmentos y la grasa con precisión, trazar las figuras o formas con el pincel, a veces con un plumín, difuminar con una esponja, limpiar con una espátula pequeñita lo sobrante… Finalizado el dibujo se pasa al proceso de cocción. Creo que hace falta poner mucho cariño además de talento para realizar este tipo de obras.
Esta es la forma tradicional de trabajar la cerámica, la que le gusta a ella, como le gustaba a Alfonso Romero. Hoy día existen técnicas industriales, empresas que se dedican a realizar dibujos en una especie de calcomanías y el “artista” lo único que tiene que hacer es pegarlos y meter los azulejos en el horno. Pero eso puede hacerlo casi cualquiera, una obra de arte, no.
Las esculturas de Mª Jesús pueden ser de arcilla, bronce, mármol o alabastro. Artista artesana, además de sus cerámicas decorativas, realiza otro tipo de objetos, incluso complementos personales (bolsos o collares), mezclando los materiales con creatividad, como la lana con las arcillas.
Podéis conocer mejor su obra visitando su propia web M J Cerámica, merece la pena.
por Mercedes Gómez
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