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La entrada de hoy la firma Fernando, a quien ya conocemos por un artículo que nos envió hace algún tiempo, De Madrid al cielo. En esta ocasión nos recomienda un paseo precioso, por un lugar cercano a Madrid, pero quizá no demasiado conocido.
Espero que os guste.
Mercedes
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Don Alonso Manrique de Lara, Duque del Arco, ejerció diversos cometidos en la Corte de Felipe V lo que al parecer le permitió traspasar la relación de servidor a amigo. Además de cortesano el Duque fue político y ocupó numerosos cargos como virrey de Méjico y Alcaide de El Pardo.
Revisando el desarrollo de alguna de las grandes fincas, incluso Reales Sitios, se puede comprobar que abundan los casos en que el origen de los mismos es un palacio o palacete ajardinado, con carácter lúdico, que posteriormente se va ampliando con la instalación de extensas zonas de producción agrícola, ganadera y forestal.
Siguiendo esta tendencia el Duque del Arco adquirió una casa de labor llamada Quinta de Valderodrigo y encargó la ejecución de una residencia que se semejara al Palacio de la Zarzuela. Cuando el Duque falleció en 1745 su viuda donó la finca al rey Felipe V, quien la incorporó al Real Sitio de El Pardo.
Actualmente la Quinta pertenece a Patrimonio Nacional, y nos ofrece un hermoso y acogedor jardín de distintas alturas, cuidado con esmero, con bonitas fuentes, y gran cantidad de árboles y viñedos.
En días laborables que el lugar es frecuentado por poco público resulta un bello y tranquilo rincón que nos invita a pasar una jornada placentera inolvidable, con el inestimable aliciente de que para conocerlo no hace falta coger trenes, barcos o aviones, se puede llegar en unos minutos desde Madrid tomando sencillamente en Moncloa el autobús 601, que va a El Pardo.
Texto y fotografías por: Fernando Gómez
Se acerca el 4 de abril, fecha en la que en 1910 dieron comienzo oficialmente las obras de construcción de la Gran Vía madrileña, con la presencia de todas las autoridades, el Alcalde, José Francos Rodríguez, el presidente del Gobierno José Canalejas, y el Rey Alfonso XIII, quien de forma simbólica inició la demolición de la llamada Casa del Cura, junto a la Iglesia de San José, golpeando la pared con una piqueta de plata.
Este año 2010 se cumplen cien años de aquel acontecimiento y Madrid lo va a celebrar con exposiciones, cine, paseos, y todo tipo de actividades.
El Instituto de Estudios Madrileños participa organizando el Ciclo de Conferencias «Centenario de la apertura de la Gran Vía».
El Instituto de Estudios Madrileños, quizá no demasiado conocido por la mayoría, fue fundado en 1951, y desde entonces sus miembros se han dedicado a la promoción, estudio y difusión de la cultura de Madrid y de la Comunidad, mediante publicaciones, como los Anales del IEM, y conferencias.
Serán trece charlas sobre todos los temas que hacen referencia a esta gran obra: su arquitectura, sus esculturas en fachadas e interiores, los cambios que supuso para Madrid, su conversión en la “calle del cine”, sus vecinos ilustres, su teoría y práctica urbanística, etc.
Las conferencias tendrán lugar los martes, a las 7 de la tarde, en uno de los edificios emblemáticos de esta vía, el Centro Cultural de los Ejércitos, conocido como el Casino Militar, en la Gran Vía nº 13. Serán impartidas por prestigiosos especialistas en la Historia de Madrid, todos ellos miembros del Instituto, desde el 2 de marzo hasta el 1 de junio.
El ciclo se inaugura el próximo martes 2 de marzo con el tema “El centro de Madrid antes del trazado de la Gran Vía” a cargo de Alberto Sánchez Álvarez-Insúa.
Aquí tenéis el programa completo: Ciclo Centenario Gran Via.
Mercedes
Las Vías Pecuarias eran una red de caminos por las que transcurría el paso del ganado, caminos que albergaron la trashumancia castellana que se desarrolló a lo largo de la Edad Media. Aún existen muchos de esos caminos en nuestra Comunidad, y todavía todos los años se celebra en Madrid la bonita Fiesta de la Trashumancia, a la que acuden los pastores con sus ovejas rememorando por unas horas la ruta que en otro tiempo atravesaran de forma natural.
Las Cañadas son las vías pecuarias más anchas, con 75 m. de anchura, pero hay otro tipo de rutas: los Cordeles, de 37,5 m., las Veredas, 20 m., y las Coladas, 10 m.
También existen los Descansaderos, que eran los lugares donde el ganado y los pastores paraban a descansar, y los Abrevaderos, consistentes en pilones o arroyos que apagaban la sed de ambos.
La red de la Comunidad de Madrid tiene una longitud de 4.200 Km., siendo una de las comunidades autónomas con mayor densidad de vías pecuarias, en total 1.796 vías.
Aunque hoy día estos caminos estén más relacionados con el ocio y el disfrute de la naturaleza que con el tránsito ganadero no cabe duda de que forman parte de nuestro patrimonio histórico y debemos protegerlo.
Es la Consejería de Economía de la Comunidad de Madrid quien se ocupa de ellas. Además de una Ley Estatal existe una Ley local para la Conservación y Defensa de las Vías Pecuarias. Su Artículo 10 dice que: «Corresponde a la Comunidad de Madrid, en uso de las potestades y prerrogativas que le conceden las leyes, la recuperación, ampliación, conservación, mejora, administración, tutela y defensa de las vías pecuarias cuyo itinerario discurre por su ámbito territorial.»
Del total de vías madrileñas 232 están amojonadas, o sea, señalizadas mediante la colocación de mojones institucionales en los puntos de delimitación definidos en el deslinde. El deslinde define los límites de la vía con los terrenos colindantes.
En la calle de Alcalá perviven algunos de estos antiguos mojones de piedra como testigos de aquellos pasos de ganado que atravesaban Madrid. Hasta hace poco, en la Plaza de la Independencia había dos. Y otro en la calle de Alcalá a la altura de la calle Ayala, poco antes de llegar a la plaza de Manuel Becerra. Desconozco si existe alguno más.
Allí sigue el de la calle Ayala.
Como sabemos, la Plaza de la Independencia está nuevamente en obras, que aún no han llegado a la Puerta del Retiro, frente a la cual continúa tranquilo otro de los mojones, rodeado de césped.
En el lado contrario, hasta hace muy poco se encontraba el otro, junto a un árbol y una pequeña zona ajardinada.
Desde hace unas semanas las aceras de este lado de la plaza están siendo pavimentadas con las losetas de granito de las que tanto hemos hablado y que poco a poco van cubriendo Madrid.
Está claro que el césped y el seto verde no van a volver, al menos de momento, pero ¿qué va a ocurrir con el histórico mojón? ¿volverá a su lugar?. A lo mejor está por allí, en algún lugar que no alcancé a ver, o se lo han llevado para protegerlo de las obras durante un tiempo…
Comprendo que el invierno deja los árboles desnudos, y que en primavera todo parecerá más vivo, pero estos días, el paisaje frente a nuestra querida Puerta de Alcalá, ¿no es desolador?.
Hasta me cuesta trabajo encontrar el árbol junto al cual estaba el viejo mojón. Y es que creo que tampoco está.
Texto y fotografías: Mercedes Gómez
El edificio que acoge el Centro Cultural Conde Duque es uno de los más grandes de la capital, y también uno de los más antiguos. Aunque a veces se ha interpretado que debía su nombre al Conde Duque de Olivares, famoso valido de Felipe IV, en realidad se debe al conde de Lemos y III duque de Berwick y Liria, que vivió en el siglo XVIII, época de su construcción, y que se casó con una hija del duque de Alba, familia que era la propietaria de estos terrenos. De hecho, así se llamaba la plaza que existía junto al cuartel.
Se trata de un singular ejemplo de arquitectura militar construido por orden de Felipe V para alojar su guardia personal.
El primer rey Borbón encargó construir el Cuartel de los Reales Guardias de Corps al entonces Corregidor del Ayuntamiento de Madrid, el Marqués de Vadillo, quien a su vez en 1717 encargó el proyecto a Pedro de Ribera, maestro de obras y alarife de la Villa. El rey ordenó que contribuyesen los lugares distanciados hasta diez leguas fuera de los contornos de la villa. Y que la contribución ciudadana se realizase sin distinción de clases, según la hacienda, bienes o rentas de cada cual.
Así, los madrileños tuvieron que costear la construcción del cuartel.
El edificio debería ser grandioso pues estaba destinado a albergar seiscientos guardias y cuatrocientos caballos. Siguiendo el modelo de la arquitectura militar francesa, significó una innovación en su momento. Concebido como gran fortaleza, su distribución geométrica alrededor de tres patios abiertos, así como la gran portada labrada en piedra, obra de Ribera, convierten al edificio en un monumento del último barroco madrileño.
La primera fase, en la que también intervino José Benito de Churriguera, se desarrolló entre 1717 y 1720, fecha que quedó grabada en un lateral de la monumental puerta de entrada.
La segunda fase transcurrió entre 1721 y 1736 y la capilla, situada en el patio central, no fue construida hasta 1754. Las obras duraron cerca de cuarenta años debido a los graves problemas económicos que sufría el Concejo madrileño.
Tras la desaparición del Cuerpo de Guardias de Corps, desde mediados del siglo XIX el edificio tuvo otros usos militares. En 1869 sufrió un grave incendio, que afectó a todas las cubiertas y a la parte superior de la Capilla.
Desde entonces su estado fue empeorando, y en los años 50 del siglo XX estuvo a punto de ser derribado. Pero, después de mucho tiempo de abandono, en 1969 fue adquirido por el Ayuntamiento de Madrid, con la condición de que se destinara a fines culturales.
En 1976 obtuvo la calificación de Monumento Nacional que la Academia de Bellas Artes había solicitado tres años antes, y a partir de este momento el Ayuntamiento comenzó a estudiar el futuro del edificio.
Se encargó a Julio Cano Lasso el proyecto de restauración y rehabilitación para instalar un gran centro cultural municipal que incluyera Biblioteca, Hemeroteca, Archivo de la Villa, y sede de eventos culturales. Dicho proyecto fue elaborado por este arquitecto en 1981.
Nuevamente las obras de acondicionamiento como centro cultural se demoraron varios años. En 1983 se abrieron al público las Salas temporales, y en 1992 la antigua Capilla fue rehabilitada y convertida en Auditorio.
Desde el año 2001 allí se encuentra el Museo municipal de Arte Contemporáneo.
Ahora, gracias al Fondo Estatal para el Empleo del Plan E para 2010, las obras de rehabilitación continúan. Actualmente se encuentran en obras la fachada y el patio Sur.
Los muros cubiertos por falsos sillares pintados, poco fieles a la construcción primitiva, están siendo eliminados, dejando al descubierto los verdaderos ladrillos originales del viejo cuartel.
También se ha construido una nueva planta en el ala que separa este patio de la plaza central.
Uno de los elementos que perviven de la construcción original, es una bonita puerta de piedra en el patio central.
Siempre me han gustado estos patios hoy solitarios y silenciosos, resulta difícil imaginar como sería la vida en el pasado, cuando los Guardias Reales habitaban el edificio y sus caballos ocupaban las enormes caballerizas bajo las arquerías de ladrillo de la primera planta o bebían en las fuentes instaladas en el centro de los dos patios menores.
Ahora el arte y la cultura llenan estos espacios. Hasta el 28 de marzo se puede visitar la exposición dedicada al grupo catalán Dau al Set, movimiento vanguardista en la España de los años 50. Es una muestra pequeña pero muy interesante con obras de Joan Ponç, Tharrats, Cuixart y Tapies, y la versión digital de todos los ejemplares de la mítica revista del grupo. Recomendable para todos los interesados en la historia del arte del siglo XX y las vanguardias.
También se puede visitar aún el Museo Municipal de Arte Contemporáneo, pero las obras se acercan a sus salas, que en un futuro próximo cerrarán “por lo menos durante un año”, según empleados del museo.
Es curioso, pero a partir de ese momento ya estarán cerrados los tres museos municipales. El Museo de Historia, desde hace varios años, y el de los Orígenes. Y pronto el de Arte Contemporáneo.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Matilde Verdú. «La obra municipal de Pedro de Ribera». Ayuntamiento de Madrid 1988.
José Luis Ibarrondo. «El Cuartel de Reales Guardias de Corps«. Revista Villa de Madrid. nº 22-23. Madrid 1961.
Hoy os propongo que sigamos recorriendo la calle de Alcalá y conociendo su historia. Nuevamente, uno de los cuadros de Antonio Joli nos sirve de ilustración. Recordemos que representa el Madrid de mitad del siglo XVIII:
A la derecha, frente a la Iglesia de San Hermenegildo -actualmente de San José-, podemos ver la fachada del desaparecido Convento de Carmelitas Recoletas, conocido por el nombre de Convento de las Baronesas en alusión a su fundadora, la baronesa doña Beatriz de Silveyra. Las religiosas se instalaron en el edificio el 15 de agosto de 1651, aunque la construcción de la iglesia no fue iniciada hasta 1675. Obra del arquitecto Juan de Lobera, fue acabada por su yerno Juan de Pineda, al cabo de 25 años y habiendo ya muerto la baronesa. Construida al estilo del primer barroco madrileño, debió ser una bonita iglesia. Además había en su interior notables obras de arte, como un Apostolado, del Greco, o un San Rafael de Lucas Jordán.
Junto al convento, en la esquina de la actual calle del Marqués de Cubas -entonces calle del Turco- se encontraba la casa-palacio, que también se aprecia en la pintura de Joli, y que era propiedad del Conde de Miranda desde el año 1757. A comienzos del siglo XIX fue derribada para construir un nuevo palacio, que sería conocido como la Casa de los Alfileres por formar parte de la dote de la duquesa de Abrantes. En esta famosa casa los inquilinos se sucedieron. La marquesa de Ariza; el francés Ouvrad, llegado a Madrid con las tropas de Angoulème; ó Tatische, embajador de Rusia, ya en época de Fernando VII.
Hasta que lo compró el marqués de Casa Riera, que, como cuenta Répide “lo transformó, enriqueció y decoró magníficamente para no visitarlo”, siempre cerrado y triste, dio lugar a una leyenda. El marqués, o un antepasado suyo, no está muy claro quién fue el protagonista, tuvo un gran desengaño amoroso y, en el jardín, un hombre murió atravesado por un estoque, y una bella mujer vestida de blanco también murió junto a él; en ese lugar se plantó un ciprés y se contaba que el marqués había jurado y hecho jurar a sus descendientes que mientras no se secase el árbol, el jardín permanecería abandonado y el palacio deshabitado.
Don Felipe Riera nació en Barcelona el 20 de diciembre de 1790, y obtuvo el titulo de marqués en 1834 por los servicios prestados a la Corona. Riera, que era un hombre muy rico, compró la casa en la década de los 30 a nombre de su esposa Raimunda Gibert, aunque antes de 1840 se fueron a vivir a París, donde murieron.
En 1836 el convento contiguo al palacio fue desamortizado como tantos otros, y demolido, convirtiéndose su solar en jardín del palacio del marqués.
El palacete tenía dos jardines muy extensos, que el plano del General Ibáñez de Ibero representa con detalle.
En 1893 la casa también fue demolida, y su descendiente, su sobrino Alejandro Mora y Riera, alzó otro edificio que tampoco habitó nunca, al igual que su tío vivía más en París que en Madrid de forma que el nuevo palacio también estaba siempre cerrado. Cuando murió en 1915, igualmente en la capital francesa, la prensa de la época reflejó la noticia y recordó la vieja y misteriosa leyenda cuyo escenario fue el Jardín.
La nueva construcción fue obra del arquitecto Rodríguez Avial, en piedra, ladrillo y pizarra en la zona abuhardillada. Este edificio, igual que el anterior, tuvo un jardín, sobre cuyo solar en 1917 se construyó el edificio del Círculo de Bellas Artes, obra de Antonio Palacios, y se abrió la calle del Marqués de Casa Riera, que hoy separa los dos edificios existentes.
El edificio actual situado en el número 44 de la calle de Alcalá se construyó en los años 30.
Terminada la guerra y hasta el mes de abril de 1977 fue la sede de la Secretaría General del Movimiento, con el emblema gigante del yugo y de las flechas que durante tantos años estuvo instalado en la fachada principal. La retirada tuvo lugar al desaparecer dicha Secretaría y todos los órganos políticos dependientes de la misma. El yugo y las flechas, que muchos aún recuerdan, era de madera, pintada de color rojo y ocupaba tres pisos del edificio, unos diez metros aproximadamente.
Y llegamos a los años 90, cuando fue transformado en el edificio de oficinas que hoy conocemos, y el desaparecido jardín fue rehabilitado.
La entrada tiene lugar por la calle del Marqués de Casa Riera número 1, frente al Círculo de Bellas Artes. Tras la tapia de piedra y ladrillo y la verja de hierro, se adivina el jardín. Junto a la puerta un cartel indica que se trata de un recinto privado. Es la puerta de acceso a las oficinas de una empresa de Seguros, pero también a uno de los jardines más singulares y desconocidos de Madrid, el Jardín de Casa Riera.
Lógicamente, la visita solo es posible en contadas ocasiones, como ocurrió en una de las primeras Noche en Blanco cuando el bello Jardín fue abierto al público y se pudo presenciar un espectáculo de luz y sonido.
Nada más traspasar la puerta de hierro el jardín aparece ante nuestros ojos curiosos, pero antes de recorrerlo vamos a detenernos un momento para conocer el interior del edificio totalmente reformado. A la izquierda, la entrada, mediante un bonito pórtico formado por una galería de cuatro columnas formando tres arcadas a la manera clásica.
Ya en su interior, tras un espacioso vestíbulo de paredes lujosamente doradas, lo primero que vemos es una fuente moderna que juega con las formas cuadradas, el acero, la luz y el agua, en el centro de un espectacular patio.
Dos ascensores panorámicos nos llevan hasta la séptima planta donde bajo el techo acristalado podemos ver y sentirnos en el cielo, el cielo de Madrid.
Volvemos a la planta baja y nuevamente en el exterior, frente al pórtico se nos muestra el precioso Jardín.
Las paisajistas Carmen Añón y Myriam Silber idearon un espacio que se adaptara a la forma del terreno y que estuviera acorde con el edificio y el Madrid de principios de siglo. Un nuevo estilo lejos de los jardines tradicionales franceses o ingleses. No olvidemos que en los inicios del siglo XX surgieron nuevas formas artísticas, el cubismo y otras vanguardias que tuvieron su reflejo en los jardines europeos del momento. Formas geométricas, líneas puras, mezcladas con formas asimétricas, colorido, materiales nuevos como el cristal o el cemento junto con el hierro…
Utilizando documentación de la época las autoras crearon un espacio delicado y lleno de detalles encantadores. Frente al pórtico, el suelo decorado con formas cuadradas similares a las del patio interior, desde donde un paseo central con dos parterres con setos de boj que a su vez originan dos paseos laterales, nos conduce a una pérgola rodeando un estanque con un surtidor central, todo el conjunto en forma de hemiciclo en cuyo interior sus bancos de piedra invitan al sosiego.
A ambos lados dos pequeños espacios cuadrados construidos con celosías de hierro como la pérgola, cada una con una fuentecilla redonda de piedra en el suelo.
Continuando con el mismo juego de formas cuadradas una abertura en el techo nos vuelve a mostrar el cielo entre las plantas trepadoras.
La concepción del jardín está emparentada más con la arquitectura que con la jardinería, formas y espacios se complementan. Cristal, y una vez más el hierro, y las figuras geométricas en los faroles del techo de la pérgola y a la entrada de los pequeños y deliciosos pabellones. No hay césped, sino baldosas. Al fondo, los grandes árboles, protectores, como si fueran los únicos testigos de un tiempo anterior, rodean el jardín.
Texto y fotografías por: Mercedes Gómez
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NOTA: Escribí una primera versión de este artículo en la primavera del año 2008. Las fotos las hice también por esas fechas.
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RULL SABATER, A. “El palacio del Marqués de Casa Riera”. Anales Instituto Estudios Madrileños. Tomo XXXVI. Madrid 1996. Pp. 301-318
AVILA, Martín. «El ciprés de Casa Riera». Nuevo Mundo 29 octubre 1915.
Diario El País, 10 de abril 1977
LUENGO AÑÓN, A. “Jardines escondidos”. Ed. Doce Calles/Caja Madrid. Madrid 2001.
No era la primera vez que visitaba la nueva Plaza de Callao, estuve las pasadas Fiestas, pero entre la enorme marea humana que la recorría, el árbol de Navidad y los tenderetes, la verdad es que no pude apreciarla. Hoy he pasado allí un buen rato, de pie, y he podido observarla con comodidad.
Como pequeño espacio urbano su existencia es antigua, pero la ordenación de la plaza se produjo ya en el siglo XX, durante los años 20. Las fotografías muestran que existía una gran farola en el centro, realizada en hierro y granito.
Posteriormente, ha tenido varias reformas. La primera, después de la guerra civil. En los años 70 se colocaron dos fuentes gemelas en sus extremos.
Entre 1990 y 1995, se eliminó una de las fuentes y la otra fue restaurada, sufriendo algún cambio en su decoración y quedó instalada en un pequeño jardín en el centro de la plaza. Hasta hace unos meses, en que fue retirada para la nueva reforma.
Aunque por dentro era circular, el pilón de granito tenía una forma muy original, irregular, recto por un lado y curvo por otro. La taza también era de granito, y en el centro una cesta de frutas en piedra blanca de Colmenar, con el surtidor de hierro. Alrededor de la cesta había otros surtidores.
Estaba un tanto escondida entre autobuses y edificios y mucho trasiego de personas, con lo que quizá pasaba desapercibida y era poco valorada. Pero se trataba de una sencilla y bonita fuente, realizada por los canteros municipales.
La solución ¿era hacerla desaparecer?
El objetivo de la nueva reforma era la recuperación de la plaza para el peatón.
Me parece que el problema estaba en que yo no había comprendido bien lo que eso significaba. Había interpretado que la plaza iba a ser eso, una plaza, un lugar para disfrutar, como tradicionalmente han sido las plazas madrileñas, muchas de ellas con su fuente por cierto.
Pero hoy me he dado cuenta de que yo no había entendido nada, no era eso, efectivamente se trata de una plaza “peatonal”, se ha construido un gran paso de peatones.
Para eso no hacen falta fuentes, ni bancos. Como mucho, por si alguien se cansa y quiere sentarse cinco minutos, algunas sillas. Y mejor que vaya solo, porque son individuales, estos asientos no admiten compañía.
Los autobuses ya no paran aquí, y ahora existe un aparcamiento para bicicletas, una suerte para los que utilizan este medio de transporte, sin duda. Pero echo de menos algo, quizá la fuente y el jardincillo.
por Mercedes Gómez
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