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En nuestros paseos por el Madrid subterráneo hemos visitado bellas galerías de antiguos viajes de agua, contemplado muros de pedernal escondidos y recorrido mágicos pasadizos, siempre con emoción y alegría. Nos hemos sentido aventureros y felices, imaginando cómo pudo ser la vida en el pasado más remoto, en nuestro querido y misterioso Matrice, en el Mayrit árabe, en ese Madrid medieval de escarpado suelo surcado por arroyos… nuestra fantasía ha volado hacia tiempos difíciles pero sugerentes.
Sin embargo existe un período de nuestra historia demasiado duro, demasiado reciente, que nos cuesta revivir, la guerra que asoló Madrid durante tres años, desde julio de 1936 hasta abril de 1939.
Desde ese primer y caluroso verano del año 36, cuando la vida de la ciudad se vio sorprendida y amenazada por la guerra y las incertidumbres, las calles de Madrid y los madrileños fueron bombardeados sin piedad, sobre todo los barrios más humildes, los barrios donde vivían los obreros. Sobre todo de noche.
Pocos días después del inicio de la guerra comenzaron los bombardeos, de madrugada. Los vecinos se cobijaban donde podían, en los sótanos de las casas, muchos bajaban a los andenes del metro, algunas noches se llevaban un colchón… terribles momentos, esperando el amanecer.
Pocos meses después la República comprendió que era necesario construir refugios que protegieran a la población más débil de los continuos y crueles bombardeos. Se abrieron galerías subterráneas por toda la ciudad.
Ya sabemos que la historia de Madrid se esconde en el subsuelo, también la de la guerra. Esconde restos de la actividad militar, búnkeres, refugios de campaña…. Y restos de los refugios en los que la población civil intentaba ponerse a salvo de las bombas.
Uno de los refugios que se conservan, hoy atravesado por un colector del alcantarillado, es el de Cuatro Caminos, frente al antiguo Hospital de Jornaleros.
El Hospital -actualmente rehabilitado y ocupado por oficinas de la Comunidad de Madrid-, construido por Antonio Palacios entre 1909 y 1916, establecimiento benéfico para obreros, fue incautado por las Milicias Populares y utilizado como hospital de sangre con el nombre de Sanatorio de Milicias Populares. Se cree que entonces se abrió una puerta en el muro norte, que se asoma a la calle de Raimundo Fernández Villaverde, que permitía el acceso más rápido al refugio cercano.
El refugio antiaéreo construido para los habitantes del barrio de Cuatro Caminos y acaso para el Hospital tiene la belleza de la arquitectura sencilla con sus bóvedas de ladrillo, pero también nos transmite la desdicha allí sentida.
Es difícil mirar con frialdad los bancos tan pobres, sentarse en ellos y no pensar en las escenas que debieron ocurrir en aquellos años dramáticos. La espera y la lentitud del paso del tiempo, y la angustia. Familias, sobre todo mujeres y niños que lloran y se abrazan a ellas, también hombres temblorosos que no quieren demostrar su miedo.
El Madrid subterráneo a veces esconde tristeza, pero estas galerías, antiguo refugio de guerra en el barrio de Cuatro Caminos, y ese banco que nos inspira desconsuelo, forman parte de nuestro patrimonio histórico y personal.
Por : Pedro Jareño y Mercedes Gómez
Localización y fotografías : Pedro Jareño
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Continuando con nuestras visitas a las Reales Academias, hoy tengo el placer de invitaros a conocer la sede de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Gracias a la institución y sobre todo a Juan Carlos Caro, de la Secretaría General, quien desde el primer momento se mostró dispuesto a mostrarnos los rincones y obras de arte del edificio y contarnos su historia.
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El origen de la Academia de Ciencias se remonta al siglo XVI, cuando Felipe II creó la primera Academia de Matemáticas, impulsada por Juan de Herrera. El encargado de ponerla en marcha en el año 1582, bajo la dirección de Herrera, fue el profesor Juan Bautista Lavanha, Cartógrafo Mayor de la Corona, a quien conocemos por ser el cartógrafo para quien comenzaron a trabajar Pedro Texeira y su hermano Joao a su llegada a Madrid. En 1591 Lavanha, después de ser nombrado Cosmógrafo y Cronista Mayor de Portugal, abandonó la Academia.
A lo largo del siglo XVII las academias que fueron surgiendo se convirtieron en centro de la actividad científica, consolidándose en el siglo siguiente. Recordemos que en 1734 se fundó la Real Academia de Medicina y Ciencias Naturales.
Por fin, después de varios intentos y dificultades, en 1847 Isabel II fundó la Academia de Ciencias, independiente de las disciplinas médicas. En esta ocasión el promotor fue el Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas don Mariano Roca de Togores, marqués de Molins.
Su objetivo es velar por el estudio y cultivo de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que tan poderosamente influyen en la industria y prosperidad de las naciones, como se afirmaba en las primeras líneas de la exposición del Real Decreto de creación de fecha 25 de febrero.
Hasta llegar a tener su propia sede, amplia y confortable, la historia de esta Academia ha sido bastante azarosa. En un primer momento, se instaló en un local alquilado junto a la plaza del Celenque. Su situación económica no era buena, solo gracias a la cesión por parte del Gobierno en 1849 pudieron mudarse a un local en el antiguo Convento de la Trinidad, donde estuvieron alrededor de cinco años. En 1854 encontraron acomodo en la Biblioteca de la Cátedra de Historia Natural en la Universidad, hasta 1866 en que se fueron a la Torre de los Lujanes.
Por fin en 1893 consiguieron la cesión del local de la calle de Valverde que pronto iba a abandonar la Academia de la Lengua para trasladarse a su nuevo edificio en la calle de Felipe IV.
El edificio clasicista había sido construido en 1794 por el arquitecto Juan Antonio Cuervo para albergar la Real Academia Española. Cien años después, el 30 de marzo de 1894, fue ocupado por la Real Academia de Ciencias, que allí continúa.
En 1920 fue ampliado con la compra de un solar contiguo, el actual nº 24.
Prácticamente destruido durante la guerra civil, en 1942 se inició la reconstrucción que finalizó en 1949 llevada a cabo por el arquitecto Antonio Rubio Marín.
En el vestíbulo hay dos esculturas de mármol que representan a dos de nuestros científicos más sobresalientes. Ambos obtuvieron el Premio Nobel. A la izquierda el busto de don Santiago Ramón y Cajal -Premio en Fisiología y Medicina, en 1906-, obra del escultor Victorio Macho. A la derecha, don José Echegaray -ingeniero y matemático que sin embargo en 1904 obtuvo el Premio de Literatura-, de Federico Coullaut Valera.
Desde el vestíbulo accedemos al Salón de Actos solemnes, presidido por la imagen de la reina Isabel II, representada junto al escudo de la Academia. Se trata de una pintura de José Galofré y Coma, propiedad del Museo del Prado.
A ambos lados del salón hay unas bonitas vidrieras de la Casa Maumejean.
Por la escalera de la izquierda accedemos al Salón de Académicos, o Salón de Pasos, así llamado por ser el lugar que atraviesan para dirigirse al Salón de Actos. En esta estancia se encuentran obras de arte y objetos de mucho valor. Llama la atención la máquina de calcular el logaritmo de una suma desarrollada por Leonardo Torres Quevedo -también llamada husillo sin fin-, de quien también se conserva aquí un busto en bronce. Torres Quevedo fue además de ingeniero y matemático, un gran inventor.
Una vitrina guarda entre otras cosas el Diploma de Premio Nobel de José Echegaray.
Y la pared frente a la puerta de entrada está adornada por tres bellos cartones para tapices igualmente cedidos por el Prado, elaborados por notables artistas del siglo XVIII: Mozas tocando el pandero de Ramón Bayeu, Cazadores merendando de José del Castillo, y Pescador tendiendo redes de Zacarías González Velázquez.
En el pasillo de la planta noble hay también diversas pinturas donadas por académicos o sus familias a lo largo de los años. Entre ellas el retrato de Echegaray, durante un tiempo atribuido a Sorolla, aunque recientemente se ha comprobado que su autor es Antonio Salas. En el despacho del Presidente, otro retrato de Isabel II, obra de Federico Madrazo, etc.
Continuamos en la primera planta cuyas dependencias guardan objetos muy interesantes y bonitos, como el antiguo sello de la Academia.
En fin, en el despacho del Secretario se halla una fotografía de Albert Einstein firmada por él mismo que recuerda la visita del científico a la entidad en 1923.
La antigua Sala de Juntas acogía a los 36 académicos que en sus comienzos formaban parte de la institución. De sus paredes cuelgan los retratos de todos los presidentes de la Academia desde su fundación hasta hoy, algunos de ellos pintados por artistas de renombre. Es curioso comprobar, como nos indica nuestro guía, la evolución de los estilos pictóricos reflejados en las diferentes obras a lo largo de los años.
Esta Sala ya no se utiliza para las reuniones semanales, fue necesario sustituirla por una más grande al aumentar el número de académicos, que ahora asciende a 54. La nueva Sala de Juntas o Salón de Plenos se encuentra igualmente en la primera planta, donde antes se hallaba parte de la Biblioteca; es muy confortable y moderna, de momento sus paredes están a la espera de poder ser decoradas acaso con otras pinturas cedidas por el Museo del Prado.
Volvemos a la planta baja, donde junto a la sala de Conferencias continúa parte de la Biblioteca cuyos armarios guardan los libros más antiguos, los ejemplares de los siglos XV al XVIII. El resto de volúmenes se colocaron en la Sala de Lectura en el sótano.
La Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales es una institución abierta a la sociedad.
Actualmente, hasta el 29 de marzo, en el vestíbulo y la biblioteca de la planta baja se puede visitar una exposición dedicada a Nikola Tesla, importante científico serbio que investigó el mundo de la electricidad, inspirador de libros y personaje de película. Es una gran oportunidad para aproximarse al mundo científico:
El maravilloso mundo de la electricidad de Nikola Tesla
La Academia también ofrece el VIII Ciclo de conferencias de divulgación científica: Ciencia para todos.
Finalmente, si estáis interesados en conocer su sede, la RAC no admite visitas individuales al edificio, pero sí colectivas, para grupos a partir de 10 personas.
Por Mercedes Gómez
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Otras Reales Academias visitadas:
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Real Academia de Farmacia.
Real Academia de Ingeniería.
Real Academia Nacional de Medicina.
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Bibliografía:
Carlos Sánchez del Río. La sede de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. RAC, Madrid 2006.
VVAA. La Real Academia de Ciencias 1582-1995. RAC, Madrid 1995.
En 1931, con la llegada de Indalecio Prieto al Ministerio de Obras Públicas, bajo la Presidencia de Manuel Azaña, se proyectaron diversas obras arquitectónicas y urbanísticas de importancia con el fin de modernizar Madrid. Una de ellas fue la Ordenación para la Prolongación de La Castellana y la construcción de los edificios hoy conocidos como Nuevos Ministerios en el lugar donde entonces se encontraba el Hipódromo.
En el plan se incluía la mejora de la red ferroviaria y la creación de nuevas líneas. Se intentaba entre todos los implicados -Ministerio, Ayuntamiento, Compañías Ferroviarias…- solucionar el problema que suponía la discontinuidad de las líneas que llegaban o partían de Madrid y hacer posible su enlace, siguiendo el eje sur-norte, desde Atocha hasta Chamartín. Era el Plan de Enlaces Ferroviarios.
El arquitecto Secundino Zuazo, junto con el alemán Hermann Jansen, propuso un trazado viario bajo el cual se construiría el enlace ferroviario subterráneo, además del proyecto del edificio ministerial. Se solicitó el derribo del Hipódromo, y se iniciaron las obras de la nueva estación que formaría parte del nuevo eje ferroviario.
Derribado el Hipódromo, el gran solar resultante fue destinado a la construcción de tres edificios que albergarían los Ministerios de Gobernación, Obras Públicas y Agricultura.
El 14 de abril de 1933 se inauguró el primer tramo de la prolongación y se puso la primera piedra de los nuevos edificios que mediante una gran arquería junto al Paseo de la Castellana se ordenarían en torno a una gran plaza pública.
Ambos elementos, los arcos en superficie y las grandes bóvedas de los túneles, diseñadas por el ingeniero Eduardo Torroja, se fueron construyendo a la par.

Plano general del conjunto y del trazado ferroviario del enlace y la estación (Zuazo, nov.1933) (BNE)
Bajo la gran plaza del edificio ministerial se ubicó la estación central del enlace subterráneo que, aprobado finalmente según las directrices de Zuazo y Jansen, enlazaba la estación a construir en terrenos de Chamartín con la de Mediodía en Atocha.
En septiembre de 1933, con el cese de Azaña como Presidente del Gobierno, terminó la etapa de Indalecio Prieto. En los años siguientes el proyecto sufrió numerosos cambios.
Y llegó la guerra. Zuazo se refugió en París y siguió trabajando en el proyecto con la idea de continuar cuando pudiera volver a España… pero finalizada la guerra, a su vuelta fue marginado y apartado de este proyecto y de casi todos. Había trabajado para la República.
Las obras se retomaron bajo el mando de otros arquitectos, y aunque el proyecto sufrió bastantes modificaciones, más acordes con el nuevo régimen, en los años 40 se terminó el edificio. Las estaciones de Nuevos Ministerios y de Chamartín no serían inauguradas hasta 1967.
Junto a los túneles del tren que discurrían bajo la plaza en el interior del complejo ministerial, justo bajo la arquería, había otro túnel menor con una vía de servicio, que se aprecia dibujado en los planos de Zuazo.

Sección de la estación de los Ministerios. Enlace ferroviario sección transversal. (Zuazo, julio 1934) (BNE)
Por algún motivo la vía fue clausurada, y un tramo quedó allí debajo, encerrado y sin uso. No es fácil encontrar datos sobre la historia de esta construcción, un poco misteriosa, hay que recurrir a los recuerdos de las personas mayores. Al parecer, en alguna época, entre la República y el nuevo Régimen, fue utilizada como búnker.
En 1982 una parte de la Arquería, la situada más al norte, fue acristalada y convertida en Sala de Exposiciones dedicada a temas de Arquitectura y Urbanismo.
Debajo permanecía el tramo del antiguo túnel sin uso hasta que en 2003 fue integrado en la Sala de Exposiciones conservando su espectacular bóveda de hormigón.
Una abertura en el muro hacia la mitad del tramo permite comprobar el grosor original, de más de un metro.
Al final de la larga Sala, tras unas puertas acristaladas, el antiguo túnel desaparece, para dejar paso a la nueva Estación de Cercanías de Nuevos Ministerios.
Esta Estación, según la Guía del Colegio de Arquitectos de Madrid, es la estación subterránea abovedada más grande del mundo, con sus dos cañones gemelos de 320 m de longitud por 20 m de luz.
En el año 2001 estos cañones ideados por Torroja fueron seccionados para la instalación de la nueva Estación de Nuevos Ministerios, pero en su inicio, junto a los restos del antiguo túnel de servicio, se conservan dos magníficos arcos de la construcción original.
Por Mercedes Gómez
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Actualmente en la Sala La Arquería, Paseo de la Castellana 67, hay una exposición muy interesante:
Arquitectura española (1975-2010) + 35 años construyendo democracia.
Un recorrido por la arquitectura realizada en España desde 1975 hasta 2010. La muestra recoge más de 200 proyectos, de los que se exponen sesenta maquetas.
Hasta el próximo 7 de mayo.
NOTA: muchas gracias a la persona que atiende en la recepción de la Sala de Exposiciones, interesada como yo en la historia de este túnel, que me contó cosas muy interesantes y me ayudó a desentrañar el «misterio».
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Bibliografía:
Catálogo exposición «Zuazo, arquitecto del Madrid de la Segunda República«. BNE, Madrid 2006.
Del Museo del Prado ya hemos hablado en varias ocasiones, hemos recorrido sus salas en busca de algunas de sus numerosas obras maestras y hemos paseado por su jardín, pero es un lugar que guarda tantos tesoros que de vez en cuando hay que volver. Os propongo que poco a poco vayamos descubriendo juntos sus pinturas y esculturas, también las menos conocidas, y a los artistas que las crearon. Además hay un “Madrid en el Prado” que merece la pena visitar. Para empezar hoy, ¿os apetece un paseo en barco por el estanque del Retiro?.
Entrando por la Puerta de Velázquez, en el Paseo del Prado, la primera sala a la derecha, la sala nº 75, está dedicada a Goya, el Neoclasicismo y los orígenes del Museo del Prado, y su contenido nos traslada a la segunda década del siglo XIX cuando el Museo Nacional de Pintura y Escultura, posteriormente llamado Museo Nacional del Prado, abrió sus puertas. Era el año 1819, aún vivía Francisco de Goya y reinaba Fernando VII con su segunda esposa María Isabel de Braganza, gran aficionada al arte y a la cultura. A ella le debemos en gran medida la creación del Museo.
A la entrada de la sala nos recibe la espléndida estatua de la reina realizada en mármol por José Álvarez Cubero, Escultor de Cámara. A continuación, la gran maqueta en madera del Edificio Villanueva. Por otra parte destacan las obras de Vicente López, primer Pintor de Cámara de Fernando VII y posteriormente de Isabel II, autor entre otros cuadros del magnífico Retrato de Goya, aquí expuesto. También está representado José de Madrazo.
Otro pintor de la época, del que hay un solo cuadro, es José Ribelles, quien nació en Valencia en 1778, fue discípulo del también valenciano Vicente López en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, hasta que con poco más 20 años se trasladó a Madrid. Fue académico de mérito en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y llegó a ser Pintor de Cámara de Fernando VII, como su maestro. Murió en Madrid en 1835, a la edad de 57 años.
El cuadro expuesto en esta sala, procedente de la Colección Real, es precioso, sus bellas tonalidades azules y verdes representan un alegre Embarque real en el estanque grande del Retiro, óleo sobre lienzo (83 cm x 112 cm), pintado por el artista en 1820 al estilo clásico, de moda por entonces en el entorno cortesano.
El cartel junto al cuadro describe la escena y la pintura: “Una bulliciosa muchedumbre contempla el paseo de las falúas Reales donde viajan el rey Fernando VII y su segunda esposa, Isabel de Braganza, en las tranquilas aguas del estanque del Retiro. Es una obra muy significativa del paisaje clasicista de época fernandina, en la línea de las composiciones de destacados vedutistas al servicio de este monarca como Fernando Brambilla”.
El Estanque Grande, uno de los pocos elementos originales que perviven del antiguo Palacio del Buen Retiro, se comenzó a construir en 1632, finalizando las obras al año siguiente. Estaba rodeado por pequeños edificios destinados a los reyes y sus acompañantes, y cuatro norias en cada esquina eran las encargadas de elevar el agua.
En 1817 Isidro González Velázquez, Arquitecto Mayor de Palacio, además de realizar obras de mejora en el estanque inició la construcción de un embarcadero en piedra, ladrillo y madera, cubierta de zinc y plomo, en tres cuerpos y decoración “chinesca”. En su interior diversas estancias acogían a la familia real para que pudieran descansar cuando acudían a los festejos en el Estanque, como el que describe la pintura de Ribelles, realizada solo tres años después.
En ella podemos contemplar con todo detalle el antiguo Embarcadero, la escalera central de entrada al pabellón central coronado por una bonita cúpula, y los pabellones laterales más bajos con sus arcos ojivales y de medio punto… todos los detalles son reflejados, y no solo del edificio sino del Estanque, el ambiente de la fiesta y los trajes de los distintos personajes.
El Embarcadero, que al parecer estaba muy deteriorado, fue derribado en los comienzos del siglo XX para la construcción del Monumento a Alfonso XII.
Por Mercedes Gómez
La historia del barrio de la Alameda de Osuna, en el distrito de Barajas, es milenaria. En un pequeño cerro situado entre las calles de Antonio Sancha y Joaquín Ibarra perviven las huellas de tiempos muy lejanos, cuando la Alameda aún no era un barrio de Madrid, ni siquiera se había convertido todavía en la aldea medieval en cuyas afueras se construiría un castillo a finales del siglo XIV… el Castillo que hoy vamos a visitar… tiempos en los que aquí existió un humilde poblado de cabañas construidas con ramas y barro sobre zócalos de piedra rodeadas de un foso y una cerca de madera, junto a un arroyo, hace más de tres mil quinientos años.
La visita al Castillo de la Alameda supone un verdadero viaje en el tiempo, desde la prehistoria hasta la actualidad.
La tierra era de buena calidad y abundaban los manantiales de aguas delicadas y cristalinas, quizá por ese motivo hace tanto tiempo, en el Calcolítico o Edad del Cobre, en la ladera norte del Arroyo de Rejas, afluente del río Jarama, se estableció un poblado que vivió de la agricultura y la ganadería.
Los fértiles terrenos volvieron a ser habitados durante la Edad del Bronce y del Hierro, y permanecieron ocupados durante la época romana, en el siglo I, como han demostrado los hallazgos arqueológicos.
A partir del siglo IX, durante el asentamiento árabe la población se concentró en las zonas fortificadas, y las zonas rurales entre Mayrit y el río Jarama se fueron quedando vacías, hasta que siglos después, tras la conquista cristiana, fueron naciendo los pueblos que conocemos, Canillas, Hortaleza, Barajas, Rejas… y en el siglo XIII, La Alameda, junto a los numerosos álamos que crecían en las riberas del arroyo.
Llegaron los tiempos en que los reyes, de la dinastía Trastamara, concedían tierras a los nobles, los señoríos, a cambio de obtener su apoyo. Así las familias más acaudaladas eran también las dueñas de las aldeas y tenían representación en el Concejo o ayuntamiento madrileño.
Los vecinos, o pecheros, representantes de una familia, eran los únicos que pagaban tributos. Quedaban exentos nobles, clérigos, militares y pobres de solemnidad.
Uno de ellos fue el Señorío de El Alameda, así aparece nombrada la villa en los Libros de Acuerdos del Concejo en el siglo XV, que había sido otorgado a la poderosísima familia de los Mendoza. Se cree que fue Diego Hurtado de Mendoza quien alrededor del año 1400 mandó edificar el Castillo, en las afueras de la aldea.
El Castillo estaba rodeado por un impresionante foso protector.
Los fuertes muros de sílex, las torres y las almenas escondían el interior propio de un palacio, con estancias distribuidas en dos plantas que daban a un patio interior. Salones decorados con zócalos de cerámica, cocina, dependencias para los guardias… incluso una capilla.
El suelo del patio era de ladrillo y había dos pozos que aseguraban el suministro de agua en caso de necesidad.
En una esquina se levantaba la Torre del Homenaje, símbolo del Señorío, y lugar donde residía el Señor feudal.
Mediado el siglo XVI sus nuevos propietarios, los Zapata, transformaron el castillo defensivo en un palacio renacentista, acorde con los gustos de la época y los nuevos tiempos.
Sobre los restos de la viguería del forjado de lo que fue la planta superior original, en los muros antes cerrados al mundo exterior, se abrieron ventanales.
El foso se convirtió en un bello jardín con sus fuentes y estanques, paseos rodeados de árboles, y parterres. Como buen jardín del Renacimiento, tenía también un huerto, y su “fuente de burlas” con juegos de agua que sorprendían a los visitantes. Con el fin de facilitar el acceso al jardín se construyó un pasadizo que lo comunicaba con el interior del palacio, que también fue reformado.
Las dos plantas del castillo se transformaron en tres, y la entrada medieval de madera fue sustituida por un suntuoso pórtico de granito.
Los Zapata, fieles servidores de la Corona, cedieron su castillo en varios ocasiones, allí se alojó la reina Margarita de Austria en 1599 tras su boda con Felipe III, antes de su entrada en Madrid. También fue utilizado como cárcel de Corte, siendo allí encerrados notables personajes.
El poderío de los Zapata disminuyó durante el siglo XVII, en 1697 el castillo sufrió un terrible incendio, y ya no volvió a ser ocupado. Su piedra fue utilizada para otras construcciones cercanas, como el Capricho, de los Duques de Osuna, y el Panteón de los Fernán Núñez, herederos de los Zapata, y del palacio solo quedaron las ruinas.
En el siglo XVIII, abandonado el Castillo, la zona se convirtió en finca agraria, de la cual se conserva parte de la Casa del Guarda, quizá construida sobre la antigua Casa del Mayordomo, residencia del gobernador de la finca del Señor, ubicada junto al puente de entrada al castillo en la época en que pasó a manos de los Zapata.
En el siglo XIX la recia fortaleza, de gruesos muros de pedernal, luego lujoso palacio, estaba reducida a unas pocas ruinas en lamentable estado.
Durante la guerra civil fue utilizado y también quedan restos, como los huecos abiertos en los muros para disparar desde el interior, y el “nido de ametralladoras” :
Poco a poco Madrid fue creciendo, en 1950 fueron anexionados varios pueblos de esta zona noreste, y la Alameda, antigua aldea medieval construida sobre restos prehistóricos, se convirtió en un barrio residencial para clases acomodadas.
Como en tantas ocasiones, desde que se habló de la restauración del castillo hasta que por fin se llevó a cabo, pasó mucho más tiempo del anunciado, pero esta es una historia con final feliz. Ha sido sin duda una obra compleja, que además de la restauración del castillo incluyó las excavaciones arqueológicas que comenzaron en 1986.
Por las semillas localizadas se supo que en los alrededores había árboles de muchas especies, olivos, nogales, cipreses… y gran variedad de plantas y flores. Bajo el castillo aparecieron restos del poblado prehistórico, sus “despensas” y cerámicas… la vida de los primeros pobladores de la Alameda bajo las ruinas del castillo que esperaban ser restauradas.
En los primeros años del siglo XXI, la fortificación de origen medieval, única en Madrid, se había convertido en un lugar ocupado por el botellón, los grafitis, y la basura.
Pasados varios años, por fin los restos conservados fueron restaurados y otros elementos importantes -los muros del foso, la planta exterior y planta de la torre del homenaje-, fueron restituidos parcialmente, en mayo de 2010 se abrieron las puertas al público de este museo que forma parte del Eje Histórico-Cultural de la Alameda de Osuna y depende del Museo de los Orígenes.
Ya no hay huertos ni álamos, hoy día el antiguo castillo fortificado está rodeado de chalets adosados, los tiempos han cambiado -en general, felizmente-, y da gusto contemplar este museo vivo, acercarse a los restos del Castillo de la Alameda y recordar su historia.
Por: Mercedes Gómez
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Castillo de la Alameda
Entre las calles de Antonio Sancha, Joaquín Ibarra y Manuel Aguilar.
Abierto los fines de semana y festivos.
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