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En Madrid no quedan muchos ejemplos de arquitectura civil del siglo XVII, pero en algunos barrios sí perviven las huellas de lo que fue la vida en aquellos tiempos y el espíritu de sus moradores. Es el caso del barrio de las Letras y del barrio de la Corredera y aledaños. En algunos de sus rincones parece que se ha detenido el tiempo. En el barrio de las Letras se puede respirar el aire que sus antiguos habitantes compartieron. Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora, Quevedo…
Francisco de Quevedo nació en Madrid en septiembre de 1580. Aunque nunca tuvo una vida estable ni domicilio fijo, en Madrid llegó a ser propietario de dos casas, lo cual no era fácil en aquellos tiempos. Ninguna de las dos se conserva.
La primera estaba situada en la calle del Niño, hoy llamada calle de Quevedo, que compró en 1620 en el barrio de los corrales de comedias, poblado por comediantes, escritores, pintores, escultores… un barrio lúdico y animado, con numerosas tabernas, fondas, casas de juego y mancebías que nuestro literato protagonista frecuentaba. Es obligado recordar que en esa casa vivió de alquiler Luis de Góngora varios años. Parece ser que Quevedo nunca la habitó, sin embargo una espléndida lápida le recuerda (no así a Góngora), en la esquina a la calle de Lope de Vega, antes Cantarranas.
La segunda casa estaba en la calle de la Madera que en aquel tiempo estaba dividida en dos tramos, la Madera Baja, que iba desde la calle de la Luna hasta la del Pez. Y la de la Madera Alta, que subía desde Pez hasta Espíritu Santo. En el siglo XX se convirtió en una única vía, aunque se conservan los bonitos letreros antiguos.
Su hermana Margarita, cinco años menor, se casó con Juan de Alderete, caballerizo del rey, y eligieron para vivir un barrio más tranquilo, el barrio de la Corredera, en el que habitaban otros servidores reales, así como tratantes y mercaderes. La casa propiedad de Margarita estaba en la calle de la Madera Alta y allí acudía Quevedo de vez en cuando. Ella murió en 1633.
En diversas fuentes se considera que esta «casa de Quevedo» estuvo situada en el lugar que hoy día corresponde a los números 24-26, una de las construcciones más antiguas del barrio, proyectada en 1792 por Juan Manuel Martín Vidal. Entre 1797 y 1803 allí vivió el músico Luigi Boccherini, tal como indica una placa en la fachada.
Según se ha publicado estos días el edificio es propiedad del Ayuntamiento y está dedicado a vivienda social, sin embargo al parecer está en venta junto a otros de similares características.
Aunque de finales del siglo XVIII estas casas nos recuerdan la arquitectura del siglo XVII, incluso en su interior, pues conserva el patio, bien cuidado, con los restos de una fuente de piedra y algunos arbolitos.
Era la casa nº 22 de la Manzana 459 que empezaba a numerarse por la calle del Escorial, bajaba por la del Molino de Viento, calle del Pez y subía por la de la madera Alta hasta la del Escorial nuevamente.
Según la Planimetría de Madrid se componía de dos sitios o inmuebles colindantes que ni en el siglo XVIII ni anteriormente habían pertenecido a Quevedo ni a ningún miembro de su familia.
Sin embargo, la casa contigua, la casa nº 23 (actual nº 28), una casa más pequeña y modesta, sobre un solar estrecho y alargado que actualmente también conserva sus antiguas dimensiones, nos revela la Planimetría, sí fue de Margarita de Quevedo.
Por tanto la “casa de Quevedo” estuvo en el lugar que hoy ocupa el número 28 de la calle de la Madera.
Probablemente el error tenga su origen en los cambios que ha sufrido la numeración de la calle a lo largo del siglo XX.
Escribió Mesonero Romanos antes de 1861 que “En la calle Alta de la Madera, al número 26 nuevo, existió hasta hace poco, que fue reedificada de planta, una casa que fue propiedad de D. Francisco Quevedo y Villegas, y luego de su descendiente D. José Bustamante y Quevedo… Esta casa ha sido derribada y construida de nuevo.”
En tiempos de Mesonero, y otros cronistas del siglo XIX, la casa de los Quevedo era la nº 26 de la calle, y este dato ha debido ser trasmitido hasta hoy día por diversos autores. Pero desde mediados del siglo XX la antigua casa que fue propiedad de Margarita, luego quizá de Francisco, y finalmente en el siglo XVIII de sus herederos, como nos indica la Planimetría, es la nº 28.
La casa actual fue levantada en el siglo XIX, como también nos cuenta Mesonero, conserva sus bonitas puertas de madera y la escalera de piedra de la entrada.
Continuamos camino por la empinada calle, que guarda muchos detalles evocadores de su pasado. Antiguos oficios, encuadernadores, broncistas… y bellas puertas adinteladas.
Quevedo murió en septiembre de 1645 cuando iba a cumplir 65 años, tras una vida muy agitada y azarosa, pero su recuerdo pervive en estos barrios madrileños por los que transitaba, igual que otros personajes del Siglo de Oro, incluso el mismísimo rey Felipe IV.
Por : Mercedes Gómez
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Fuentes:
Planimetría General de Madrid.
Fundación Francisco de Quevedo
COAM. Guía de Arquitectura de Madrid. 2002.
Ramón de Mesonero Romanos. El antiguo Madrid : paseos históricos-anecdóticos por las calles y casas de esta villa. Tomo segundo. 1861.
Julio López Hernández nació en Madrid en 1930. Su familia era propietaria de una orfebrería, Talleres López, donde trabajaron su abuelo y su padre, de forma que tanto él mismo como su hermano Francisco, nacido dos años después, se inclinaron hacia el mundo del arte y ambos eligieron el oficio de escultor.
Estudiaron en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Allí, desde 1952 formaron parte de un grupo de jóvenes que compartían el gusto por el arte y la literatura, se hicieron amigos, algunos de ellos incluso se enamoraron y se casaron, y entre todos formaron la Escuela del llamado Realismo Madrileño.
Entre ellos, el famoso pintor y escultor Antonio López que aunque nació en Tomelloso, Ciudad Real, en 1949 llegó a Madrid con solo trece años de edad y desde entonces su vida ha estado ligada a nuestra ciudad. Antonio López se casó con la también pintora madrileña María Moreno. El resto del grupo estaba formado por Amalia Avia, casada con el abstracto Lucio Muñoz, que llegaría a ser una de las pintoras realistas más importantes. Su hermano Francisco López Hernández se unió a Isabel Quintanilla. Y el propio Julio López que casó con otra artista del grupo, Esperanza Parada. Esperanza –que había dejado de pintar hace muchos años- y Amalia murieron en los inicios del pasado año 2011.
Julio López Hernández en sus comienzos se dedicó a la escultura religiosa, aunque pronto se especializó en la llamada nueva figuración.
Refiriéndose a aquellos tiempos, él mismo ha contado: «Fue como una toma de conciencia… En un momento dado dejó de interesarme la forma y la búsqueda de soluciones puramente plásticas y decidí, influenciado por la lectura de Baroja y Machado, hacer realismo. Y esa ha sido mi pretensión desde entonces«.
Su obra se encuentra en diferentes museos y colecciones privadas. El Museo Reina Sofía parece ser que posee alguna, pero debe estar en los almacenes.
Hace pocos días pudimos ver la escultura de bronce Jacobo I, primer ejemplar de una edición de cuatro, en un balcón del Museo Lázaro Galdiano, dar la bienvenida a la exposición Coleccionismo al cuadrado. La Colección de Leandro Navarro. La obra, de 1975, procede de la Galería Claude Bernard de París.
Entre otros importantes premios, en 1982 Julio López obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas «por su sentido original de la escultura realista fuera de los cánones académicos y su revitalización del espíritu clasicista».
En 1986 fue nombrado académico de número de la Real Academia de San Fernando de Madrid, ocupando la plaza que el año anterior había dejado vacante el escultor Pablo Serrano.
La relación con su amigo Antonio López ha continuado a lo largo de los años. Juntos han impartido cursos y talleres, y realizado algunas obras, en las que también ha participado su hermano Francisco.
En Madrid podemos contemplar varias obras suyas, esculturas fundidas en bronce. En la plaza de Santa Ana, mirando hacia el Teatro Español, se halla la figura del poeta Federico García Lorca finalizada en 1986, aunque debió esperar diez años en el Cuartel del Conde Duque a que acabaran las obras de la plaza y poder ser instalada. Fue solicitada al Ayuntamiento por el entonces director del Teatro, Miguel Narros, al celebrarse el cincuenta cumpleaños del estreno de Yerma. Se trata de una figura de tamaño natural que representa al poeta de pie, con una alondra en las manos.
Una lápida de piedra caliza muestra la inscripción “Madrid, a Federico García Lorca”, sobre el pedestal de granito.
En 1989 la Fundación Juan March donó al Museo del Prado la obra Un pintor en el Prado, instalada en los jardines al pie de la Iglesia de los Jerónimos. Representa un joven que lleva todos los materiales necesarios para emprender una pintura al aire libre. La obra muestra un gran realismo y detalle.
Frente a ella, en el interior del Museo del Prado, a cuyo Patronato pertenece el artista, se halla un gran medallón fundido en bronce en 1983 del Retrato de Juan de Villanueva pintado por Goya hacia 1800, guardado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Actualmente el medallón se encuentra en la Sala de las Musas, en la pared de estuco rojo pompeyano frente a los mostradores de información, sobre la puerta que comunica con la zona de acceso de la Puerta de Velázquez, puerta central del museo.
Muy cerca, en el Real Jardín Botánico, en una pequeña glorieta dedicada a los Jardines por la Paz existe una estatua realizada en 1991, titulada La niña.
Una de sus dos hijas, Marcela, sirvió de modelo hace más de veinte años. El nombre que dio el escultor a su obra entonces fue Hizo de su amor simetría, ya que la protagonista tiene entre sus manos una dalia, “quizás la flor que mejor representa la proporción áurea, la simetría del arte de la naturaleza”.
En el jardín frente a la Casa de Cantabria, en la calle de Pío Baroja, muy cerca del Retiro, podemos ver la estatua de otro poeta, un busto de bronce “de Madrid a Gerardo Diego» que fue instalado en 2003.
Finalmente, la obra pública más moderna esculpida por Julio López para Madrid es una escultura del año 1999, la figura del rey Juan Carlos I, situada a la entrada del edificio de la Asamblea de Madrid, en Vallecas.
Por Mercedes Gómez
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Fuentes:
monumentamadrid
El País
Colección ICO. Exposición Escultura con Dibujo. Octubre 2010.
Este mediodía he ido al Botánico. Iba a ser un momento, solo quería fotografiar una de sus estatuas. Era la hora de comer, viernes, cielo nublado, parecía que iba a comenzar a llover… el Jardín estaba prácticamente vacío. La entrada invitaba un poco a la melancolía, hasta los fontines, hace unas semanas alegres, hoy mostraban una cierta tristeza en su agua oscura. Había que darse prisa.
Pero he tardado más de lo previsto en llegar a mi destino, todo lo que iba encontrando en el camino me parecía bonito y me obligaba a detenerme y contemplarlo.
Es fácil recomendar la visita al Botánico en primavera, con sus flores de colores vivos y árboles esplendorosos. En pleno mes de noviembre hay que echarle mucho más valor, pero me voy a atrever, también en otoño merece la pena visitar el Real Jardín Botánico.
Las hojas de los árboles de hoja caduca están perdiendo su color verde, adoptando toda la gama de amarillos, ocres, marrones, algunas el bello color rojo.
El majestuoso olmo del Cáucaso, de casi doscientos años, el más alto del Jardín con sus cuarenta metros de altura, hasta hace poco frondoso, pronto quedará desnudo. De momento luce un colorido que domina el recinto.
No me ha extrañado encontrar algunos de los paseos cubiertos por las hojas caídas, a pesar del cuidado continuo y perfecto a que es sometido el querido Jardín. Las alfombras de hojas secas son tan bonitas y evocadoras, tan lógicas, que no he pensado en el porqué, no he pensado nada, simplemente las he admirado y fotografiado.
Solo al llegar a casa y leer el Diario del Jardín Botánico, periódico gratuito que este maravilloso lugar edita y pone a nuestra disposición, me entero de que no es algo casual, ya el año pasado se decidió no barrer algunos caminos para que los visitantes podamos recordar mediante los sentidos del olfato y del oído, además de la vista, los antiguos paseos otoñales entre las hojas no recogidas de los parques. Es placentero pisarlas, y huele muy bien. Es precioso el Botánico, y alegre a su manera, también en otoño.
por Mercedes Gómez
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Real Jardín Botánico de Madrid
Plaza de Murillo nº 2
(Precio: 3 €.)
Una de las exposiciones recientemente inauguradas en el Museo del Prado es una pequeña y original muestra titulada Los trípticos cerrados. De grisalla a color.
En un bello e inesperado lugar, en la Galería norte de la planta baja del Edificio Villanueva iluminada por la luz natural que llega del Paseo del Prado, se han instalado las fotografías de varios trípticos cerrados cuyos originales abiertos se pueden contemplar en su emplazamiento habitual, en las cercanas salas dedicadas a la pintura de la Escuela Flamenca.
Son nueve óleos sobre tabla de los siglos XV y XVI, nueve trípticos de los que normalmente no se pueden ver las imágenes pintadas sobre el reverso de las puertas que los cierran.
En estas puertas los primeros pintores flamencos como Robert Campin comenzaron a utilizar las grisallas o pinturas monocromas que emplean únicamente la gama de los grises, para simular esculturas de piedra ubicadas en marcos arquitectónicos.
Luego algunos pintores introdujeron el color, entre ellos El Bosco, en La Misa de San Gregorio. Puertas exteriores de La adoración de los Magos, de 1505, donde utiliza una semi-grisalla. En esta obra el gran artista también utilizó la técnica del trampantojo, pintando un marco falso junto al verdadero con el fin de atraer más la atención sobre la escena.
Pierre Pourbus el Viejo en su Tríptico de los santos Juanes, pintado en 1549, en el exterior de las puertas nos muestra a San Pedro y San Pablo. En este caso las figuras están situadas sobre el zócalo de una estructura de madera con desperfectos que parece real. Los pies de los apóstoles se salen del cuadro… El pintor recurre al engaño visual para conseguir mejor el efecto de ilusión deseado.
Salimos del museo y paseando por las calles de Madrid comprobamos cómo este recurso tan antiguo, que alcanzó su esplendor en el siglo XVII, continúa siendo utilizado en el siglo XXI con el mismo objetivo de engañar, siempre con buena intención, la de mejorar la imagen ofrecida.
Desde hace unos años los edificios madrileños deben ser revisados cada cierto tiempo y los propietarios están obligados a reparar y reformar todo lo que sea necesario para mantener su buena salud. En algunos casos, los vecinos de las viviendas en lugar de limitarse a limpiar o pintar sus fachadas las adornan con decoraciones realmente bonitas. Uno de los medios utilizados es la pintura al trampantojo.
En la mágica calle del Espejo, una de las más antiguas de la Villa, que fue ronda interior de la muralla medieval, uno de sus edificios ha sido decorado con esmero. Aunque lamentablemente ya muestra las huellas de los que se dedican a ensuciar y pintarrajear las casas ajenas.
Sobre los fuertes sillares de piedra que lo sustentan otros más pequeños componen sus muros, pero resultan ser falsos… aunque son tan perfectos que hay que tocarlos para cerciorarse de que son pintados.
Como los que conforman la esquina del edificio, dibujados fingiendo el sólido granito.
Además, varios balcones imaginarios se abren a la calle del Lazo con sus rejas pintadas que se confunden con las de los balcones auténticos.
Por Mercedes Gómez
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Otros artículos:
Trampantojos en Madrid.
Antonio de Pereda. Bodegón. 1652.
Murillo. Autorretrato. 1670.
Coello y Donoso. Salón Real de la Casa de la Panadería. 1672-74.
El Trampantojo de Juan Muñoz. 1994.
Una de las muchas buenas exposiciones, de todo tipo, que estos días de otoño se pueden visitar en Madrid es El artista en la ciudad, en el Palacio de Cibeles.
En ella, treinta y seis artistas nacidos entre 1945 y 1975, representantes de las últimas décadas del siglo XX y los comienzos del XXI, nos muestran su visión de la ciudad en un escenario perfecto, en la 5ª planta del edificio proyectado por Antonio Palacios, con vistas a la diosa Cibeles, al paseo del Prado, y a la calle de Alcalá. Un lujo.
Las pinturas, que conversan con las esculturas del antiguo Palacio de Correos, provienen de diferentes museos y colecciones particulares, alguna de ellas del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid (ubicado en el Cuartel del Conde Duque) que, igual que el Museo de Historia de la calle de Fuencarral, permanece cerrado y sin fecha prevista de apertura, así que esta es una buena ocasión de poder volver a contemplar al menos algunas de sus espléndidas obras. Cuadros de José Manuel Ballester, Félix de la Concha, etc.
La muestra está dividida en cuatro partes, la ciudad como acontecimiento o lugar en el que ocurren cosas; la ciudad, la Historia y las historias; los bordes de la ciudad, el cielo y el subsuelo; y las ciudades ensoñadas.
La ciudad pintada, obras que proponen miradas realistas, o imaginadas…
… y ofrecen un interesante y bonito panorama de pintura contemporánea española, madrileña en particular. Los personajes del Madrid de los 80 de Ceesepe, el desaparecido Cine Europa de Carlos García Alix, el Puente de Vallecas de Marina Arespacochaga, la Entrada al Botánico de César Luengo, etc. todos son importantes y forman parte de una cuidada selección para disfrute de los aficionados a la pintura.
por Mercedes Gómez
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Palacio de Cibeles
El artista en la ciudad
De 10 a 20 h.
Lunes cerrado
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