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En la calle del Duque de Medinaceli números 2 al 8 se encuentra un edificio singular con mucha historia, el Antiguo Palacio de Hielo y del Automóvil, construido según anteproyecto del arquitecto belga Edmon De Lune. En 1920 fue convocado el concurso para su edificación, según planos del citado arquitecto, por una sociedad anónima constituida en Bélgica por el financiero George Marquet, fundador entre otras cosas del cercano Hotel Palace.
La idea era, emulando a los palacios europeos, le Palais de la Glace de París, el Cristal Palace de Berlín… , ofrecer a las clases altas un lugar donde pudieran dedicarse a actividades de recreo como el patinaje, el baile… y contemplar exposiciones, entre ellas una permanente de automóviles, entonces al alcance de muy pocos.
Según los pliegos del concurso las cimentaciones serían de hormigón en masa, y los pisos y esqueleto del edificio de hormigón armado, una novedad en la arquitectura madrileña. Las fachadas, de piedra artificial, excepto los zócalos que se construirían en sillería. Entre 1920 y 1922 tuvieron lugar las obras dirigidas por los arquitectos Gabriel Abreu Barreda y Fernando García Mercadal.
El Palacio de Hielo abrió sus puertas al público el 30 de septiembre de 1922, la prensa hablaba del magnífico edificio y sus 85 metros de fachada de estilo renacimiento francés con admiración. Poco después fue inaugurado oficialmente, con la presencia del rey Alfonso XIII. Tres puertas con bellas marquesinas de hierro y cristal sobre tres cuerpos más elevados que los dos cuerpos intermedios daban acceso al gran vestíbulo.
En el piso bajo se hallaba la pista de patinaje, de 55 x 27 metros, alrededor de la cual había una galería con mesas desde las que se podía contemplar a los patinadores.
Elegante salón de fiestas, restaurante, sala de fumar al estilo inglés, salón escritorio y lectura, guardarropa, tocador para las señoras patinadoras y otras lujosas dependencias. La planta superior se destinó a Exposición de Automóviles, que subían en un montacargas especial al que se accedía por la calle de San Agustín.
Solo seis años después, en 1928 el inmueble fue adquirido por el Estado para convertirlo en Centro de Estudios Históricos siendo acometida al año siguiente una gran reforma a cargo de Pedro Muguruza. Desaparecieron las marquesinas y muchos detalles decorativos, el bar americano, el buffet…, y la pista de hielo fue convertida en despachos.
En 1940 tras la fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el edificio fue destinado a acoger los Centros o Institutos de Humanidades que se fueron incorporando (más adelante, en 1951, lo haría el Instituto de Estudios Madrileños), por lo que sufrió la segunda gran reforma y ampliación, por los arquitectos Ricardo Fernández Vallespín y Miguel Guillermo Sánchez. A partir de entonces el edificio sufrió aún varias modificaciones.
En 1948 se encargó a Miguel Fisac la construcción de una Librería destinada a vender las publicaciones del propio CSIC.
Fisac ya había construido algunos edificios para este organismo, entre ellos su sede central en la calle de Serrano, junto con Vallespín en cuyo estudio había comenzado a trabajar siendo aún un joven estudiante de Arquitectura. En todos los casos también diseñó sus espacios interiores y mobiliario. Su filosofía, influenciado por la arquitectura nórdica, que acababa de conocer, era global, se trataba de diseñar hasta el más mínimo detalle, desde la iluminación a los picaportes.
En la Librería tanto para los muebles como las molduras de las puertas y ventanas, interiores y exteriores, y otros elementos utilizó madera de pino desalburizada, según él mismo explicó, tratada con cal para resaltar la veta natural y luego rascada para eliminarla.
En diciembre de 1978 el antiguo Palacio de Hielo sufrió un gravísimo incendio, aunque hay que decir que no el edificio original sino la parte reformada en 1940, que había introducido materiales combustibles, básicamente quedó destruida la cuarta planta. Pero el humo y la gran cantidad de agua que fue necesario utilizar afectó al resto de plantas, sobre todo al valioso fondo de libros y a gran cantidad de trabajos de los investigadores, perdidos para siempre.
La prensa recogió la noticia del espectacular incendio con reacciones diversas, algún titular afirmaba que ¡por fortuna, solo se quemaron libros!. El humor de Antonio Mingote no fue ajeno al suceso.
La última reforma tuvo lugar en los años 80 del pasado siglo XX llevada a cabo por Guillermo Sánchez Gil.
El que fuera Centro de Humanidades del CSIC fue cerrado en 2007. A finales de 2011 la prensa anunció la rehabilitación del edificio y la reducción en su nivel de protección con el fin de permitir su reforma integral. Las obras no llegaron a acometerse. Hoy día el edificio sigue casi vacío, las antiguas puertas cegadas.
Ahora, en algún momento entre el Lunes y el Jueves Santo este mes de marzo de 2013 han sido instalados unos andamios.
A pesar de todo, felizmente en la planta baja continúa abierta la extraordinaria Librería Científica del CSIC.
Su ambiente es muy cálido y acogedor, con sus estanterías llenas de sugerentes libros, y las mesas y las sillas diseñadas por Miguel Fisac, que ocupan los estudiosos o personas que acuden a las tertulias que allí tienen lugar de vez en cuando.
Merece la pena visitarla. Es, como ellos mismos afirman en su web, un lugar delicioso para la lectura de buenos libros.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Nuevo Mundo, 10 nov. 1922
La Construcción Moderna, 15 dic. 1922.
CSIC. Una tragedia cultural. 1 dic. 1978.
M.P. Aguiló. Espacios interiores y mobiliario de Miguel Fisac para el CSIC. Informes de la Construcción 2006.
madridiario. 2 dic. 2011
La Ermita, la Fuente de San Isidro y sus alrededores, y por supuesto la Colegiata en la calle de Toledo, son sin duda los lugares donde la presencia del Patrón de Madrid es más importante, pero no los únicos.
La escultura quizá más antigua del Santo está situada junto a la de su esposa Santa María de la Cabeza en el Puente de Toledo. Ambas son obra de Juan Alonso Villabrille quien las proyectó en 1722 por encargo del arquitecto Pedro de Ribera para adornar el puente. Las figuras son de piedra caliza, miden 1,60 m. y están instaladas en dos bellos templetes barrocos. La figura de San Isidro representa la tradicional escena del milagro del pozo cuando el santo salvó a su hijo Illán de morir ahogado.
Las estatuas, al aire libre desde hace casi tres siglos, han sufrido el efecto del paso del tiempo y la erosión. Han sido objeto de varias restauraciones, en 1998 se realizaron moldes así como algunas reproducciones.
En el Museo de los Orígenes, Casa de San Isidro, hay una de ellas. Como vimos, en un principio estuvo situada en el Patio porticado renacentista, bajo el ala oeste.
Tras las reformas en las que el ala oeste en su segundo piso fue cerrada, y el patio cubierto, las estatuas de los santos fueron situadas en el ala norte del segundo piso, más alejadas de la vista de los visitantes.
Había otra réplica en el Museo de la Ciudad, hasta el pasado verano en que éste fue cerrado.
Fuera del recinto urbano, en la Venta del Batán en la Casa de Campo, inaugurada en 1950, hay una copia al parecer bastante aproximada, algo más pequeña que la original del Puente de Toledo.
Existe otra bonita figura del Santo, obra de Santiago Costa i Vaqué. Se trata de uno de los cuatro grupos escultóricos que adornaban la Fuente dedicada a Juan de Villanueva, proyectada en 1943 por el arquitecto Víctor D’Ors, e instalada en la glorieta de San Vicente en 1952.
Cuando en 1994 se construyó la réplica de la Puerta de San Vicente, la monumental fuente fue trasladada al Paseo de Camoens, en el Parque del Oeste, donde continúa, aunque sin las esculturas, que se encontraban en muy mal estado. La que representaba a San Isidro fue restaurada y emplazada en el Jardín de la Dalieda, inaugurado en 2007 sobre los terrenos del antiguo Convento de San Francisco, junto a la Real Basílica, desde donde podemos contemplar unas espléndidas vistas de Madrid.
Realizado en piedra caliza el conjunto está formado por un ángel alado con forma femenina, y la figura sedente de San Isidro dormido. Representa otra de las famosas escenas atribuidas a la vida del Patrón, según la cual mientras él dormía los ángeles araban la tierra en su lugar.
En el patio del edificio construido en 1956 para Ministerio de la Vivienda en el Paseo de la Castellana 112, se instaló otra imagen de San Isidro. Realizada en granito, es obra del escultor Antonio Cano Correa.
Recientemente el Ayuntamiento ha presentado el Plan Monumenta Madrid 2013, Plan de Monumentos, Arte Público y Colaboración ciudadana, que incluye entre otras actuaciones el históricamente tradicional baile de estatuas al que tan acostumbrados estamos los madrileños, también proyectos positivos, como es la restauración y recuperación de obras en mal estado o por diversos motivos escondidas en los almacenes municipales.
En el marco de este Plan ha sido colocada una de las reproducciones de la escultura de San Isidro en el propio Ayuntamiento, en la entrada a la Galería de Cristales del Palacio de Cibeles de la calle de Alcalá.
Es probable que se trate del ejemplar que se encontraba en el Museo de la Ciudad.
Por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Una vez más, tenemos que agradecer a un lector su colaboración. Hace unos días, José Luis Díaz dejó un comentario en la entrada dedicada a Las Murallas de Madrid y los Altos de Rebeque informando acerca de los restos de un muro ubicado en un solar de la calle Toledo que él pensaba podría tratarse de un trozo de lienzo de la Cerca de Felipe II. Gracias a su admirable empeño y a las fotos que nos ha enviado, hemos podido preparar este artículo.
Si resulta difícil establecer con exactitud los recorridos de las murallas árabe y cristiana, más desconocidos son los límites de las posteriores tapias que se construyeron a medida que Madrid fue creciendo: la Cerca del Arrabal construida en el siglo XV, y la llamada Cerca de Felipe II, levantada hacia 1566, poco después que el rey decidiera asentar la Corte en la Villa de Madrid en 1561.
Ambas, al haber perdido su función defensiva y ser construidas como medio de control fiscal y de protección ante las epidemias, no eran tan fuertes como las antiguas murallas y, ante el rápido crecimiento de la villa, tuvieron una vida relativamente breve y apenas dejaron rastro.
El investigador Miguel Molina Campuzano en su libro Planos de Madrid de los siglos XVII y XVIII estudió el Madrid de antes y después de Felipe II. Pensaba este autor que la nueva cerca construida en 1566 partía de algún punto de la muralla medieval cristiana, probablemente de la manzana 126, es decir, del lienzo ubicado en la calle de Don Pedro, del que se conserva una buena parte como sabemos. Bajaba por la calle de las Aguas, cruzando la Carrera de San Francisco, hacía un quiebro tomando la calle del Águila hasta tomar la dirección que correspondería a la actual calle Calatrava, hacia el este. Luego atravesaba la calle de Toledo.
Probablemente, siempre según Molina Campuzano, la cerca continuaba por la calle de Santa Ana hasta la plaza del Rastro, hoy de Cascorro, donde se encontraba el Matadero… y continúa el autor su descripción hasta llegar al punto hipotético en que se unía nuevamente a la muralla del siglo XII, en algún lugar al noroeste.
Son hipótesis basadas en las Actas del Concejo y otros documentos de la época que hablan de las casas por las que discurría la Cerca, estudiados por Molina y otros autores que éste cita.
Hoy nosotros nos centramos en el tramo próximo a la calle de Toledo, entonces Camino de Toledo.
En 1561 la zona que hoy recorremos eran arrabales, aún sin urbanizar, fuera de las murallas.
Pero antes de continuar volvamos por un momento al siglo XV, cuando la primera puerta de Toledo, la de la Cerca del Arrabal, se encontraba a la altura de la plaza de la Cebada. Sobre ella, cuenta Montero Vallejo que en 1478 existió un portillo sobre el Camino de Toledo, situado algo más al oeste que en la actualidad pues el trazado de la calle es posterior. Quizá este dato sea importante, el trazado de las calles actuales no es exactamente el de hace más de cuatro siglos y medio.
La Puerta fue trasladándose hacia el Sur a medida que Madrid crecía. En el siglo XVI la nueva Puerta de Toledo estaba situada a la altura de la calle del Humilladero, muy cerca de donde nos encontramos.
En el XVII se construyó la última Cerca, llamada de Felipe IV, y la Puerta de Toledo bajó hasta el lugar en que aún hoy existe.
Nuestro muro se encuentra en un solar a la altura del nº 72 de la calle Toledo, entre esta calle y la de Humilladero, más próximo a esta última.
Construido en mampostería, mide unos 4 metros cuadrados, y se encuentra en bastante mal estado.
El solar es extraño, incluso la presencia del muro llama la atención. Hemos podido preguntar a un vecino, pero solo sabe que lleva ahí mucho tiempo, nada más.
Finalmente, nos hemos acercado a contemplar los únicos posibles restos de la Cerca de Felipe II que existen junto al nuevo edificio del Senado, en la calle de Bailén, y nos sorprende que su construcción es muy similar.
El muro de la calle Toledo, ¿podría pertenecer a la Cerca construida en el siglo XVI?
Si así fuera conoceríamos un poquito mejor su recorrido y cómo era aquel Madrid en expansión.
por : Pedro Jareño y Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Miguel Molina Campuzano. Planos de Madrid de los siglos XVII y XVIII. Cajamadrid, Madrid 2002 (Facsimil ed. 1960).
Manuel Montero Vallejo. El Madrid Medieval. Ed. La Librería. Madrid 2003.
Queridos amigos:
He dudado mucho si debía escribir esta entrada, o no. Al final he decidido hacerlo, aunque me resulta muy desagradable, por varios motivos.
Cada día se publican más libros sobre nuestra ciudad, también revistas, y somos más los blogueros que hablamos de Madrid, redes sociales, revistas digitales… lo cual es una gratísima noticia para todos los que nos interesamos por estos temas.
Una de las revistas especializadas, Madrid Histórico, en su nº 41 de septiembre-octubre del pasado año 2012 anunciaba en portada un artículo sobre “El Palacio de los marqueses de Villafranca”. Comencé a leerlo con gran interés, es uno de los edificios con más historia de Madrid, en una de las calles para mí con más encanto, por allí pasaba la muralla…
Ahora ya se pueden ver fotos de su interior en distintos lugares, pero aquel verano de 2010, cuando pude visitarlo y por fin comprobar con mis propios ojos que de verdad allí se encontraba el lienzo más largo y bonito de la muralla cristiana, fue muy emocionante. A los pocos días, el 24 de agosto, publiqué el artículo titulado Real Academia de Ingeniería, pues como quizá sabéis el palacio ahora es la sede de esta institución.
Más de dos años después, el pasado otoño, mientras leía esa revista, el texto comenzó a resultarme vagamente familiar… La gran sorpresa, me parecía increíble la verdad, fue que no una frase ni dos, había varios párrafos copiados literalmente de mi artículo. El trabajo, firmado por María Isabel Mediero Velasco, no solo no entrecomillaba el texto copiado ni citaba su procedencia sino que no citaba ninguna fuente documental ni bibliografía. El texto aparecía como si fuera suyo.
Escribí a la revista, a la atención de su director, solicitando una aclaración por su parte. Debo decir que recibí una rápida contestación, amable y con aparente buena disposición. Me decían que lo leerían atentamente y que si era como les informaba harían “una rectificación visible en el próximo número” y que trasladarían a la autora del artículo el asunto. El tema sería analizado “con toda seriedad, dada la gravedad”.
Un mes y diecinueve días después, “una vez hechas las oportunas comprobaciones” pudieron “reconocer la coincidencia de considerables partes del texto del artículo”. Añadía que le habían trasladado el tema a la autora que publicaría una nota en su revista asumiendo el error y citando la fuente.
En ese número ya no daba tiempo a publicar la nota, aunque sí incluyeron por primera vez una frase indicando que “Las responsabilidades derivadas de texto e imágenes corresponde a los autores de los artículos”.
En fin, que en el siguiente número de enero-febrero publicarían la mencionada nota.
Pero llegó enero y la nota no apareció. Al parecer, el número estaba “prácticamente cerrado”, pero me aseguraron que en el siguiente de marzo-abril la incluirían. Una vez más, el director de la revista lamentaba el retraso.
Estamos en marzo, la revista ya está en los quioscos, y no se ha incluido la dichosa nota. Han pasado seis meses, y ya no se qué pensar ni qué hacer.
Como digo en la portada de la página, los artículos y fotografías que publico están a disposición de todos aquellos a quienes puedan interesar. Pueden ser utilizados, citando su procedencia y a su autor, aunque no deben ser utilizados sin autorización en ninguna publicación con ánimo de lucro. Por eso no acabo de comprender la necesidad de copiar el trabajo ajeno, en este caso realizado por mera afición, y me decido a contar lo sucedido.
Espero que este mal rato sirva al menos para que estas cosas dejen de ocurrir.
Muchas gracias.
Mercedes Gómez
En los inicios del siglo XVII el paseo del Prado Viejo de San Jerónimo era muy diferente al actual Paseo del Prado. Entonces no había calles asfaltadas, ni aceras, ni automóviles. Situado en las afueras de la villa, aún no estaba urbanizado, era un camino de tierra arbolado, surcado por un arroyo, con puentecillos y fuentes. A ambos lados había numerosos solares de pequeño tamaño en su mayor parte ocupados por huertas.
Ya desde el siglo XVI tras la llegada de la Corte a la Villa fue lugar de encuentro y diversión sobre todo para las clases altas madrileñas. Después, en tiempos del rey Felipe IV entre los años 1630-1640 se construyó el Real Sitio del Buen Retiro lo cual provocó que muchos nobles se instalaran en sus proximidades. Uno de los hombres más poderosos que construyó su casa de recreo en las cercanías de la posesión real fue el duque de Lerma, recordemos edificada según proyecto de Juan Gómez de Mora.
Los cortesanos que deseaban vivir cerca del rey fueron convirtiendo las tierras de labor que se encontraban frente al Buen Retiro en los jardines de sus casas.
Según el manuscrito Libro de las casas y calles de Madrid (magníficamente transcrito por el investigador Roberto Castilla, desgraciadamente inédito), hacia 1650 la última edificación de la Carrera de San Jerónimo hasta el Prado era una casa-jardín en esos momentos propiedad del secretario Luis Sánchez García.
Este inmueble, junto con otros cuatro colindantes, formaron el sitio nº 6 de la que sería la manzana nº 273, que hacia 1750 era propiedad de la condesa de Altri, según consta en la Planimetría General. En 1771 su dueño pasó a ser el duque de Villahermosa, quien construyó el edificio actual, remodelado y adaptado por el arquitecto Rafael Moneo para albergar el Museo Thyssen-Bornemisza, inaugurado en 1992.
Entramos en el museo en cuyo vestíbulo hay un cuadro que representa el lugar en que nos encontramos, el ambiente y el aspecto de las calles tal como debían ser en las últimas décadas del siglo XVII, durante el reinado de Carlos II, el último de los Austrias.
Es la Vista de la Carrera de San Jerónimo y el Paseo del Prado con cortejo de carrozas.
Anónimo, atribuido a Jan van Kessel III, pintor nacido en Amberes en 1654 que a finales de la década de los 70 llegó a Madrid y trabajó en la Corte. Óleo sobre lienzo de gran tamaño (164 x 445 cm) pintado hacia 1680, pertenece a la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Se encuentra en depósito en el Museo.
Tampoco se sabe con certeza qué acontecimiento representa pero parece claro que fue pintado con ocasión de la visita de algún alto dignatario a los monarcas, Carlos II y María Luisa de Orleans. Las carrozas se dirigen hacia el Palacio del Buen Retiro y a su alrededor se producen infinidad de escenas en las que los protagonistas son los madrileños de la época.
Todo tipo de personajes, nobles y pobres, hidalgos, curas y monjas, encapuchados, damas con abanicos, mujeres vestidas muy modestamente con su hijo en brazos, niños descalzos, perros jugando, un mozalbete bebiendo de la fuente, varias personas sentados en el borde del pilón o de pie, conversando… Los vecinos se asoman a ver pasar la comitiva…
La pintura también nos proporciona una preciosa información acerca del caserío y las calles. A la izquierda se aprecia un trozo del muro o tapia de la casa del Duque de Lerma, y una de las Fuentes del Prado.
El Prado fue el primer lugar en que se empezaron a construir fuentes con un objetivo meramente ornamental, aspecto que cobró importancia con la llegada de la Corte a Madrid. A partir de ese momento, las fuentes siempre tuvieron protagonismo en los proyectos urbanísticos de la zona. La sencillez fue su principal característica. Por una parte, las fuentes-taza, puramente ornamentales, y por otra las pilas con uno o dos pedestales de granito, coronados con las tradicionales bolas graníticas herrerianas, dotados con surtidores que vertían a un pilón. Ambas aparecen representadas en el magnífico cuadro.
En la Carrera de San Jerónimo adivinamos el Convento del Espíritu Santo, sin terminar pues aún no aparecen las torres de la iglesia cuyas obras finalizaron alrededor de 1684, únicamente se ve una cruz coronando el tejado.
A la derecha, el Paseo del Prado, con su frondoso arbolado. Al fondo, la Huerta de Juan Fernández, lugar de recreo inmortalizado por Tirso de Molina.
Frente a la esquina donde hoy se encuentra el Museo Thyssen, aunque no se ve, en lo que hoy es la Plaza de la Lealtad estaba la Torrecilla de Música, sencilla casita donde se colocaban unos músicos que alegraban el paseo, y que también servía como alojería, o quiosco de bebidas.
Infinidad de detalles y pequeñas historias que poco a poco vamos contemplando con admiración en esta maravillosa Vista de la Carrera de San Jerónimo y el Paseo del Prado gracias a la cual, una vez más, paseamos por el Madrid del siglo XVII.
Por Mercedes Gómez
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Museo Thyssen-Bornemisza
Vestíbulo Palacio de Villahermosa,
Paseo del Prado 8.
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