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En la Sala 75 del Museo del Prado hay una novedad inesperada: desde hace pocos días se expone la Vista de la fachada sur del Museo del Prado desde el interior del Jardín Botánico, de José María Avrial, óleo sobre lienzo, 43 x 51 cm., realizada en 1835.
La imagen que mostramos a continuación no hace justicia a la bella pintura, que a pesar de su pequeño tamaño brilla espléndida en la gran sala. Merece la pena acercarse a verla.
Ya conocemos la vida y la obra de José María Avrial, y sus fieles descripciones de los monumentos y lugares madrileños. Pero, como explica el letrero junto al cuadro, este artista no solo aportó su realismo al arte del siglo XIX sino que “el carácter anecdótico y pintoresco de la figuras, y el fuerte contraste entre luces y sombras” muestran una aproximación al Romanticismo.
Como hemos comentado otras veces, cualquier excusa es buena para ir al Museo del Prado, pero estos días, entre otras, se puede visitar la exposición La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny, cita obligada para todos los amantes del arte. Es sencillamente maravillosa.
Son cerca de trescientas obras del propio museo, de pequeño formato, muchas de ellas no expuestas habitualmente, que se van contemplando con admiración y expectación. Colocadas cronológicamente, todos los grandes maestros están representados en un montaje original y divertido que en cierto modo invita a jugar. Una serie de ventanas, alguna de ellas diminuta, comunican las salas y permiten distintos puntos de vista de las obras y la relación entre ellas, incluso algún visitante de repente parece el protagonista viviente de un retrato al otro lado del lugar donde nos encontramos. Parece que Manuela Mena, la Comisaria de la muestra, nos invita además de a mirar las pinturas y esculturas, a movernos y relacionarnos con el espacio y dejarnos asombrar.
No hay letreros junto a ellas, en su lugar se ha editado un pequeño librito en el que se detallan los cuadros y figuras que van desfilando ante nuestra mirada, que se puede consultar por orden, o a nuestro antojo. Otra opción es contemplarlos simplemente, sin leer quién los pintó o esculpió o cuándo, e imaginar, y solo disfrutar.
Desde la pequeña Atenea Partenos, una copia reducida del original de Fidias para el Partenón de Atenas del siglo II que nos recibe, -y podemos sumar a las imágenes de la diosa griega en Madrid-, hasta una curiosa postal, una fototipia de Mona-Lisa de principios del siglo XX que cierra la muestra, lo mejor es dejarse sorprender por las 281 obras que vamos descubriendo en este verdadero recorrido por la Historia del Arte más exquisito.
Si vais a ver la exposición no dejéis de ir a conocer la preciosa pintura de Avrial, o al revés, si vais a ver esta obra, entrad a ver la Belleza encerrada, no os defraudará.
por Mercedes Gómez
Los orígenes de la calle de Santa Isabel se remontan al siglo XVI cuando en esos terrenos que entonces eran solo campo, situados extramuros, el secretario de Felipe II Antonio Pérez construyó su casa de recreo, que él llamaba su Casilla, según cuentan los cronistas muy suntuosa y llena de riquezas y pinturas valiosas. Eran las afueras de la Puerta de Antón Martín, una de las puertas de la Cerca de Felipe II.
Después de que Antonio Pérez huyera su casa pasó a manos de la Corona y Felipe II creó allí un colegio para niños y niñas desatendidos. Más adelante, en los comienzos del siglo XVII Margarita de Austria, esposa de Felipe III, trasladó a la Casilla a las monjas agustinas que en tiempos de Felipe II habían llegado a Madrid procedentes de Ávila y que desde entonces estaban instaladas en la calle del Príncipe. Fue hacia 1610 cuando la Casilla fue acondicionada para Convento y las monjas, por mandato de la reina, debieron hacerse cargo del colegio que hasta ese momento había sido laico. Fue Felipe IV quien las liberó de esa tarea que al parecer no deseaban y desde entonces es otra la orden religiosa la que dirige el Colegio.
A pesar de su azarosa historia y las sucesivas reformas, el conjunto del Real Monasterio de Agustinas Recoletas de la Visitación de Santa Isabel y Colegio de Nuestra Señora de la Asunción se ha conservado hasta nuestros días, siendo una de las joyas del barroco madrileño.
Como hemos comentado en otras ocasiones, en el Madrid del siglo XVII, aparte los conventos (las monjas de Santa Isabel tenían su propia fuente), hospitales y palacios, pocas casas particulares tenían agua, la mayoría debía surtirse de las fuentes públicas.
La Fuente de Santa Isabel, ubicada junto a los muros del Convento, era una de las fuentes abastecidas por el Viaje del Bajo Abroñigal.
Según el Libro de Juntas de Fuentes conservado en los Archivos municipales, su construcción fue acordada en la Junta del 18 de junio de 1621 y encargada a Martín Gortairy o de Gortairi, quien en 1918 había trabajado como maestro de cantería junto al alarife Pedro de Pedrosa en la fuente de la plaza de la Cebada, de Juan Gómez de Mora.
Recordemos que las actividades relacionadas con los Viajes y el Agua estaban a cargo de una Junta de Fuentes, presidida por el Corregidor. El Maestro Mayor de Fuentes era el que se encargaba de las obras, y se trataba de un cargo que solía recaer en el Maestro Mayor de Obras de la Villa, en aquellos momentos reinando Felipe III era Gómez de Mora.
La fuente tenía su importancia, en el manuscrito de la Biblioteca Nacional que recorre las Casas y Calles de Madrid de mediados del siglo XVII, figura la Tercera traviesa que vuelve de la Calle de Atocha a Santa Isabel, hasta la fuente todo derecho. Era la calle de Santa Inés, que hoy como ayer va desde Atocha hasta Santa Isabel, frente al Convento.
Texeira la reflejó en su plano con el nº 56, aunque no la dibujó.
A juzgar por los documentos, debía ser sencilla, con un número de cuerpos impar, quizá tres, y estaba situada sobre unas gradas, el pilón tenía ocho antepechos. El cuerpo central estaba formado por tres piezas en los que aparecían los escudos reales y de la Villa. Tenía cuatro caños por lo que se supone eran cuatro las caras, la última estaba rematada por una cruz de bronce.
No se conoce con certeza su devenir a lo largo de los siglos. En la foto que mostramos a continuación, de comienzos del siglo XX, no hay ninguna fuente junto al Monasterio.

Monasterio de Santa Isabel (Foto: http://www.flickr.com/photos/nicolas1056/6220285001/)
La fuente actual está datada alrededor de 1900.
Las gradas desaparecieron, también el pedestal de piedra que alojaba el sistema de suministro de agua que fue sustituido por otro de metal fundido por Picazo como muestra la inscripción en la base.
El pilón con basa, cuerpo central y cornisa es de granito; tampoco debe ser el original pues este tiene seis antepechos. En el centro, el mástil de metal atornillado a la base sobre una pieza también de piedra separa dos vasos. En el pilón hay unos hierros forjados que debían servir para apoyar los cántaros.
Dicho mástil o columna de planta cuadrada está decorada con dibujos de inspiración modernista, unas franjas vegetales en la basa, una flor en el fuste -donde se encontraban los caños- y unas bolas en el capitel.
El año pasado se realizaron obras de reforma de la calle, incluyendo renovación de calzada y aceras, que fueron ensanchadas.
Demostrando una valoración de la fuente por parte del Ayuntamiento, en el suelo fue colocada una placa que dice que su construcción fue realizada por el maestro cantero Martín de Gortairy entre 1621 y 1622.
También fue retirada la inoportuna señal de tráfico que estaba situada junto al pilón.
Lo cierto es que no se sabe si conserva algún elemento de la fuente primitiva. En cualquier caso, y aunque no se trate de una fuente monumental, es uno de los escasos antiguos caños de vecindad que a duras penas subsisten en Madrid.
Aunque sin agua, clausurados los grifos, y maltratada por algunas personas que la consideran su basurero y la pintarrajean impunemente, tiene su encanto, y sobre todo es uno de esos sencillos elementos urbanos que discretamente también nos cuentan la Historia de Madrid.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
www.monumentamadrid.es
Manuscrito Libro de las casas y calles de Madrid Corte de España. 1658. Transcripción de Roberto Castilla.
Mª del Sol Díaz y Díaz. Fuentes públicas monumentales del Madrid del siglo XVII. Revista Villa de Madrid nº 53. Madrid 1976.
M. Molina Campuzano. Fuentes artísticas madrileñas del siglo XVII. Ayuntamiento de Madrid – IEM 1970.
Después de unas largas obras de restauración y rehabilitación del edificio por fin tenemos la posibilidad y el placer de conocer las Serrerías Belgas desde dentro, convertidas en la flamante sede del centro Medialab Prado que acaba de ser inaugurado y abierto al público.
La hasta hace unos años deteriorada y abandonada fábrica se ha convertido en un lugar bonito, lleno de vida y de proyectos, un lugar en el que aportar y desarrollar ideas.
Tal como el propio equipo de Medialab explica, se trata de un laboratorio ciudadano de producción, investigación y difusión de proyectos culturales que explora las formas de experimentación y aprendizaje colaborativo que han surgido de las redes digitales.
Además de alojarse en un edificio singular situado en unos terrenos con mucha historia, ahora este inquieto laboratorio desarrolla muchas actividades. Talleres, conferencias, conciertos… en sus instalaciones ya se pueden apreciar las huellas de su trabajo. Ellos mismos han querido establecer un interesante paralelismo entre la fábrica productora de objetos, de madera en el pasado, y este laboratorio del siglo XXI productor de otro tipo de materiales, por ejemplo los que se pueden/podremos todos crear algún día gracias a las impresoras 3D, apasionante motivo de uno de sus talleres.
La rehabilitación a cargo de María Langarita y Víctor Navarro ha respetado el carácter industrial de la construcción inicial, adaptando su interior de modo que en un futuro no resultaría difícil desmontarlo y destinarlo a nuevos usos. Como los propios arquitectos afirman, podrá haber cambios y acoger distintas actividades, pero allí seguirá su recio y sobrio esqueleto de hormigón.
Una escalera y una serie de estructuras que ellos llaman La Cosa conforman y unen los diferentes espacios ubicados en las dos naves de la vieja fábrica destinados a talleres o estaciones de trabajo.
Además del diseño y los materiales sencillos -metales, textiles, madera-, el uso del color marca la diferencia entre la alegre construcción actual y la primitiva, de gris, duro y perdurable hormigón.
El patio también tiene su papel, en la mejor tradición madrileña, como lugar de encuentro.
Y, como siempre, allí continúa nuestro árbol, testigo de la historia, y observador del presente y del futuro de la antigua serrería.
Suerte a Medialab en esta nueva andadura -llevan trabajando varios años en los bajos de la Plaza de las Letras, y en Matadero-.
Y muchas gracias a Gabriel por la improvisada visita guiada al edificio que me brindó y todas las cosas interesantes que me contó, pequeña muestra de lo que ofrece este centro-laboratorio cultural que merece la pena conocer.
por Mercedes Gómez
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Medialab Prado
Plaza de las Letras. C/ Alameda, 15.
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