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En la Edad Media no debían de ser necesarios los letreros indicando a los vecinos el nombre de las calles, entre otras razones porque casi ninguna –de las pocas existentes entonces– lo tenía. A mediados del siglo XII y durante los siglos XIII y XIV, según consta en los documentos, existían vías regis o calles reales (actuales calle Mayor, Sacramento, San Justo, Segovia…), alguna calle pública, pero pocas tenían un nombre propio. Hacia 1440 las actuales Mesón de Paños, Escalinata, Cava de San Miguel, Cava Baja, plazas de los Carros y Humilladero, Don Pedro, Yeseros, Cuesta de los Ciegos… eran simplemente las cavas.
En los Libros de Acuerdos del Concejo madrileño hasta los últimos años del siglo XV no aparece nombrada ninguna calle. En general se recurría a alguna descripción o característica para referirse a ellas: “… la calle ancha que va a Palacio…”, “la calle que va de Valnadú a Santo Domingo”, las cuestas “de la Vega” o “de Sagra”, eran caminos que llevaban a alguna parte, o próximos a las Puertas… “camino junto a la Puerta de la Vega”… En esa etapa únicamente se menciona la plaza de la iglesia de San Salvador.
Ya alrededor de 1490 se nombra alguna. Además del Camino de Alcalá y la Plaza del Arrabal, aparecen en las Actas, siempre en relación al empedrado, las más antiguas: la calle de los Estelos (actual Señores de Luzón), la de Luzón (que es la misma) y del Pilar. Con esta última denominación existieron hasta tres vías hoy desaparecidas, dos de ellas en la zona de la calle de Segovia y del Rollo, la otra en los Caños del Peral (hoy Plaza de Isabel II), que hacían referencia a los pilares de aguas gordas o fuentes. La calle del Arrabal era la actual de las Fuentes.
En los comienzos del siglo XVI se nombra alguna más, tampoco muchas: de Alonso de Medina, de las Beatas, calle Grande, Herrería, Mancebía Vieja, del Marqués de Moya, del Monasterio de la Concepción, de la Puerta de Guadalajara, de San Francisco y de Toledo. Pero con la llegada de la Corte la Villa experimentó un gran crecimiento y en el siglo XVII las calles comenzaron a tener denominaciones oficiales. Fue por entonces cuando se realizaron las primeras Visitas a las Casas de Madrid, en 1606 y 1626. El resultado de estas Visitas se redujo a un registro alfabético de calles y casas (solo las de incómoda partición, tercia parte o a la malicia), aunque hoy día de gran valor.
Con el fin de tener una información más completa de todos los inmuebles en el siglo XVIII se realizó la Visita General. Tras la publicación en octubre de 1749 de las Ordenanzas para la administración, cobranza y distribución del Aposentamiento de Corte, durante los siguientes veinticinco años se llevó a cabo el catastro urbano más importante hasta esos momentos, la Planimetría General de Madrid.
Se colocaron en la villa las primeras placas cerámicas indicando los números de las 557 Manzanas y las Casas numeradas de cada una, en color azul sobre blanco. Se conservan algunas, aunque desgraciadamente van desapareciendo. Además de proporcionar información valiosa son sin duda elementos de nuestro Patrimonio Histórico y Cultural.
La división en manzanas, realizada por motivos más censales y de recaudación que de otro tipo, en el terreno práctico resultó un lío: repetición de números en una misma calle, dificultad para localizar las casas… En 1833 el Ayuntamiento encargó a Javier de Mariátegui, Arquitecto Mayor, un estudio para establecer la numeración y rotulación de las casas y calles de Madrid.
A partir del 2 de julio de 1834 en que se publicó una Real Orden se acometió la gran reforma, las calles se numerarían cada una independientemente, los pares a la derecha y los impares a la izquierda, partiendo de la Puerta del Sol.
Siendo Alcalde Joaquín Vizcaíno, el Marqués Viudo de Pontejos, se puso en marcha el proyecto. En 1835 se presentó el Cuadro alfabético de los nombres de las calles y plazas de Madrid, que por hallarse repetidos en varios de ellas, han sido sustituidos con una dos o más denominaciones, se les ha fijado una sola en el último arreglo hecho para la nueva rotulación de calles y numeración de casas de esta Villa. El Ayuntamiento encargó la creación de las placas al marmolista del Asilo de San Bernardino. Según cuenta Monlau en su Madrid en la mano publicado en 1850, eran unas lápidas claras con el nombre en letras de plomo que al parecer en seguida se deterioraban y caían.
Poco a poco fueron sustituidas por unas nuevas de cerámica blanca rotuladas en negro. En el Centro aún se conservan algunas de ellas que proporcionan datos interesantes sobre el callejero de finales del siglo XIX aunque también están desapareciendo.
El proceso fue largo. La rotulación de las calles sufrió los grandes vaivenes de la complicada evolución de la toponimia: había que evitar la frecuente repetición de nombres y unificar la nomenclatura (eliminar las calles ancha, angosta, nueva, vieja, alta, baja, subida, bajada, pretil… reminiscencias de la antigua y accidentada topografía madrileña).
Al menos desde los comienzos del siglo XX se colocaron nuevas placas de metal con letras blancas sobre fondo azul. Posteriormente se incluyó el escudo de la ciudad.
En los años 30 en el Centro se instalaron por primera vez unas placas de azulejos cerámicos con imágenes que ilustraban la historia de cada calle o plaza realizadas en la Escuela Oficial de Cerámica de Madrid.
En febrero de 1936 hubo una exposición en el Patio de Cristales de la Casa de la Villa con obras de sus alumnos, entre ellas setenta y dos lápidas destinadas a las calles madrileñas, en sustitución de las “vulgarísimas placas metálicas”, publicaba por entonces el periódico La Libertad.
En los años 60, en tres fases, se colocaron unas nuevas, muchas de las cuales se conservan. Formadas por 16 azulejos, miden 60 x 60 centímetros y fueron también realizadas en la Escuela de Cerámica de la Moncloa para sustituir a las metálicas, que continuaron siendo las placas utilizadas en el resto de distritos.
Desde 1981 los rótulos de las calles tienen dos modelos, uno cerámico para el casco antiguo y, con escasas excepciones, otro metálico para el resto de la ciudad. En estos últimos se observa la evolución en el uso del Escudo de Madrid.
En 1967 cambió el Escudo oficial de la ciudad, y así lo reflejan las placas en las calles madrileñas.
Actualmente se utiliza el logotipo creado a partir del diseño oficial en color blanco.
Finalmente, en los años 90 se comenzaron a instalar en el casco antiguo las cerámicas actuales formadas por nueve azulejos pintados, obra del nieto y continuador del gran artista talaverano Juan Ruiz de Luna, Alfredo Ruiz de Luna, lamentablemente fallecido el pasado mes de mayo a la edad de 64 años.
Solo en algunos casos singulares los rótulos se apartan de los modelos oficiales, como por ejemplo esta bonita lápida dedicada a la Calle de Madrid.
por Mercedes Gómez
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NOTA:
El pasado 24 de abril de 2013 ha sido aprobada, en sustitución de la última normativa de 1981, la nueva Ordenanza Reguladora de la Denominación y Rotulación de Vías y Espacios Urbanos.
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BIBLIOGRAFÍA:
Libros de Acuerdos del Concejo madrileño (1464-1515, cinco vol.). Ayuntamiento de Madrid, 1932-1987.
L.M. Aparisi Laporta. Toponimia madrileña: proceso evolutivo, Madrid, Gerencia Municipal de Urbanismo, 2001.
M. Montero Vallejo. Origen de las calles de Madrid. Ed. Avapiés. Madrid 1995 (3ª ed.)
La Libertad, 6 febrero 1936
ABC, 30 marzo 1961
Hoja del Lunes, 26 feb. 1962
Volvemos a la bellísima Alcalá de Henares, en un ya “clásico” paseo veraniego guiado por mi querida amiga María Rosa, también amiga de este blog y como sabéis, maestra en el arte de viajar tranquilamente. Más adelante espero hablaros de un pintor que descubrimos en el interior de una de las iglesias alcalaínas, desconocido para nosotras. Antes, hoy os invito a visitar un bonito parque creado sobre los terrenos de una antigua fábrica de tejas y ladrillos. Alcalá, que guarda joyas de todas las épocas de su historia, también ha sabido valorar la más reciente.
Al sur del Centro histórico, en el paseo de Pastrana esquina calle de la Ronda Fiscal, en 2005 fue inaugurado el nuevo jardín en torno a las ruinas de la Antigua Fábrica de Cerámica Cermag.
Dedicada sobre todo a la creación de tejas y ladrillos, materiales de construcción típicos de la arquitectura madrileña, fue una de las varias fábricas de este tipo que en la segunda mitad del siglo XX representaron una importante actividad industrial en Alcalá. Cermag, Cuatro Caminos, Estela, Unión Cerámica Española, García Arévalo, Cerámica Pinilla…
En ello tuvieron mucho que ver las aguas del río Henares y la calidad de las arcillas de los cercanos cerros, que facilitaron el establecimiento de las factorías de cerámica que se convirtieron en una de las características de la ciudad, desde época romana y medieval hasta finales del siglo XX. Al principio las tejas y los ladrillos se moldeaban a mano, se secaban al sol y se cocían en pequeños hornos. Después nació la producción industrial, decisiva en la reconstrucción de Madrid y de todo el país después de la guerra, y luego en el desarrollo de las ciudades que tuvo lugar a partir de los años 50.
En los comienzos del siglo XXI de la fábrica Cermag solo quedaban sus ruinas, pero su horno, un Horno Hoffman, uno de los muchos que funcionaron en Alcalá y otros pueblos de la Comunidad hasta los años 70, fue restaurado.
Estos hornos así llamados en honor a su inventor, el ingeniero alemán Friedrich Hoffman, revolucionaron la producción de cerámica. Consistían en una gran galería abovedada dividida en diversas cámaras que permitían una cocción continua, no se apagaban nunca. En cada una de ellas tenía lugar una fase del proceso, mejorando así el resultado y los costes.
Ahora, rodeado de árboles, bancos y un estanque, nos muestra cómo era y la importancia que tuvo en una época de la historia.
Cerca del parque se encuentra el único recuerdo de otra de las fábricas, Cerámica Pinilla: su gran chimenea de ladrillo, magnífica, que sumamos a nuestra “colección” de chimeneas de fábricas antiguas.
La chimenea ya no expulsa los humos generados por el horno, hoy está rodeada de flores y coronada por un nido de cigüeñas.
Entre ambas fábricas no podía faltar la fuente-lavadero.
Ahí está, desde 1895, testigo de la evolución de la actividad fabril de la zona hasta su desaparición y posterior recuperación, formando parte de un buen ejemplo de Arqueología industrial.
Por Mercedes Gómez
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Más información en:
Fabricando Tejas y Ladrillos: la Memoria del Barro en Madrid
Horno Hoffman
Una vez más, volvemos al Madrid más remoto y emocionante, el que nació cerca del agua, en las laderas de los cerros a ambos lados del antiguo Arroyo de las Fuentes de San Pedro, el arroyo-matriz, Matrice, según la teoría de Oliver Asín, como ya hemos comentado en alguna ocasión, que pudo ser el origen del nombre de Madrid. El arroyo que con el tiempo se convirtió en la calle de Segovia.
Recorremos hoy los escarpados terrenos entre la calle del Sacramento y el gran Barranco, surcado por callejuelas y antaño, seguramente, callejones sin salida, conformando uno de los rincones madrileños que mejor conservan el trazado medieval.
Desde la Plaza de San Salvador –hoy de la Villa– dejando atrás el primer tramo de la calle del Cordón caminamos hacia la plaza del mismo nombre y bajamos las escaleras que hoy suavizan el descenso y muestran el enorme desnivel, sin duda más acusado en el pasado. Al parecer por aquí pasaban los presos de la Cárcel de Villa que existió al menos desde finales del siglo XV en la cercana plaza, para recibir su castigo. En el siglo XVIII era conocida como calle de los Azotados.
Las callejas, los solares, los edificios… se fueron adaptando a la forma de los tortuosos caminos de tierra, hoy convertidos en recoletos rincones.
Abandonamos la calle del Cordón que continúa estrecha hacia la de Segovia y tomamos la calle del Conde para dirigirnos a nuestro destino: la plaza de San Javier.
Más que una plaza es un descanso en el camino de la a su vez diminuta calle del Conde, un entrante de la manzana 181 frente a la 179, señalado en la Planimetría en el siglo XVIII ya como Plazuela de San Javier.
Recibe este nombre, cuenta Pedro de Répide, debido a que allí existía una casa propiedad de la Compañía de Jesús que en su fachada tenía una imagen de San Francisco Javier, el jesuita apóstol de las Indias. Pero la plaza es muy antigua pues, aunque sin denominación, aparece en el plano de Texeira.
Es tan pequeña que solo tiene dos números.
El nº 1, no señalado, es la fachada trasera del edificio construido en el lugar donde estuvo el palacio de Revillagigedo, ocupado por dependencias municipales, que tiene su entrada principal por la calle del Sacramento. Una lápida del Ayuntamiento recuerda que allí vivió durante diez años el escritor Eugenio D’Ors.
Los otros dos lados son el nº 2, uno de los edificios de viviendas más antiguos de la villa, con bellos dinteles de piedra y ecos del siglo XVII en sus fachadas.
El inmueble tiene entrada también por la calle del Rollo nº 7 en cuyo umbral figura la inscripción 1724, aunque el origen y algunos elementos son más antiguos. Fue una casa palacio construida entre 1610 y 1625, convertida en casa de corredor un siglo después, cuando se acometió su primera gran reforma, dicho año de 1724.
Corresponde a la Casa nº 2 de la Manzana 181 que, efectivamente como cuentan los cronistas, pertenecía al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús.
La última gran reforma se llevó a cabo entre los años 1991-1995, una de las varias realizadas en esa época en el casco histórico por la Empresa Municipal de la Vivienda de Madrid, a cargo del arquitecto Juan López Jaén.
Según la Guía del Colegio de Arquitectos, el edificio estaba muy deteriorado debido entre otras cosas a la existencia de galerías subterráneas que fueron utilizadas en la Guerra Civil y a las humedades. El espacio interior fue modificado, hoy ocupado por veinticuatro viviendas y tres locales distribuidos en torno a un patio central con corredor. Se respetaron la estructura y los materiales.
Aún más antigua es la historia del solar. Durante las excavaciones arqueológicas correspondientes, nos cuenta Daniel Pérez Vicente, aparecieron restos islámicos en un silo reutilizado como basurero antiguo. El relleno que colmataba el silo se caracterizaba por la presencia de materiales cerámicos y óseos. Se ha conseguido fechar este conjunto por su tipología y se podría encuadrar entre los siglos XI y XII.
Antes de 1990 el profesor Montero Vallejo contaba que había tenido ocasión de ver un murallón que le parecía excesivo para tratarse de una mera cimentación, y se preguntaba si tendría relación con el recinto intermedio, la medinilla, rodeada de una hipotética segunda muralla árabe de la que ya hemos hablado aquí.
La plaza se abre frente al nº 3 de la calle del Conde.
Allí existió un famoso mesón, el Mesón de San Javier, visitado por Luis Candelas, dicen.
El origen de esta casa se remonta al siglo XVI siendo modificada la fachada en los siglos XVII y XVIII. Se cree que aquí vivió el Aposentador de Felipe II, y no sería de extrañar pues este barrio próximo al Alcázar Real desde muy pronto acogió personajes muy cercanos al monarca.
En 1949 el mesón fue reformado por el arquitecto Enrique Luchetti y convertido en restaurante. Algunas pinturas murales recreaban su historia y sus leyendas. Nuevamente según el Profesor Montero Vallejo, que estudió la zona y nos dejó sus hallazgos para siempre, la primera posada fue instalada donde antes estuvo el zaguán.
Otra anécdota mencionada por todos los autores al referirse a esta plazuela es que en ella se desarrollaba parte de la famosa zarzuela Luisa Fernanda.
En los siglos X y XI en aquel Mayrit extramuros los accesos al Barranco no debían ser muchos ni fáciles. La calle del Conde quizá fue abierta en algún momento siguiendo el abrupto terreno, en un intento de llegar al Arroyo de San Pedro.
Desde la plazuela de San Javier hoy continúa su camino ayudada por nuevos tramos de escaleras tras cruzar la enigmática calle del Rollo para llegar a la de Segovia.
En estas callejuelas no busquemos valiosos monumentos ni grandes edificios, pero en sus sencillas construcciones y misteriosos muros guardados en algunas de ellas hallaremos las huellas del Madrid más antiguo.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
M. Montero Vallejo. Madrid musulmán, cristiano y bajo medieval. Ed. Avapiés. Madrid 1990.
Daniel Pérez Vicente. Excavaciones arqueológicas en el Madrid islámico. En Testimonios del Madrid Medieval. El Madrid musulmán. Museo de San Isidro Madrid 2004.
G. Fernández-Shaw. El “mesón de San Javier”. Cortijos y Rascacielos. 1949, nº 53.
La Real Academia Española nació el día 3 de agosto 6 de julio de 1713 en la plaza de las Descalzas, frente al Monasterio Real, en la desaparecida casa-palacio de don Juan Manuel Fernández Pacheco, Marqués de Villena. Allí, frente a los antiquísimos muros de ladrillo y pedernal, ese día se celebró la primera sesión, recogida en el primer libro de actas de la institución, iniciado el 3 de agosto.
Juan Manuel había nacido el año 1650 cerca de Pamplona, ciudad a la que se dirigían sus padres donde el VII Marqués de Villena, su padre, iba a tomar posesión del cargo de Virrey de Navarra. Pero primero su madre, y poco después su padre, murieron siendo él aún muy pequeño así que el niño creció bajo el cuidado de su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca, en cuyo ambiente adquirió el gusto por los libros, la literatura, el aprendizaje de las lenguas clásicas y modernas, y las ciencias. Heredó varios títulos nobiliarios, entre ellos el de marqués de Villena, duque de Escalona y marqués de Moya. En 1674 se casó con doña María Josefa de Benavides Silva y tuvieron tres hijos. Ella murió muy joven, en 1692 a la edad de 30 años.
Él no se volvió a casar y tuvo una vida azarosa, como militar y como político, acaparando cargos, batallas y al final incluso un encarcelamiento. Llegó a ser un personaje importante de la época, Virrey de Navarra, Aragón y Cataluña. Fiel al nuevo rey Felipe V, fue nombrado Virrey de Nápoles. De vuelta a España, en 1711 el rey le nombró Mayordomo Mayor, a la vez que le liberaba del cumplimiento de sus obligaciones con el fin de que pudiera dedicarse a sus estudios y tareas literarias.
Dos años después, a la edad de 63 años, el 6 de julio de 1713 fue nombrado primer Director de la Real Academia. Como decíamos al principio, menos de un mes después se celebró la primera sesión oficial.
Falleció en 1725 y le sucedieron otros tres directores de su misma familia, su hijo Mercurio y sus nietos, hijos de éste, Juan Pablo y Andrés.
Desgraciadamente no he podido encontrar apenas información sobre el Palacio del Marqués de Villena, y la poca localizada me ha resultado confusa. Lo que sigue está basado sobre todo en la Planimetría General de Madrid, cuyos planos fueron realizados en 1750, y un lento y tranquilo paseo alrededor de la plaza y de la manzana 393, que empieza a numerarse por la calle de los Capellanes (hoy Maestro Victoria), baja por la del Arenal, sube por la de Bordadores (actual San Martín), y vuelve por la plaza de las Descalzas.
En la casa nº 7 que había sido de María de Pisa, unida a las Descalzas por un pasadizo volado, ese mismo año de 1713 comenzaron las obras para la instalación del Monte de Piedad que había sido fundado por el Padre Piquer once años antes.
Mediado el siglo XVIII, como nos muestra la Planimetría, el edificio que era propiedad de su Majestad, servía de uso del Monte de Piedad de las Ánimas del Purgatorio, que instituyó don Francisco Piquer, capellán que fue del monasterio. La nº 1 pertenecía al duque de Arcos y Maqueda, y la nº 2 al conde de Torrubia, ambas con fachada a la calle del Arenal. El estrecho sitio nº 6 era propiedad de las Descalzas Reales.
Lindando con todas ellas, en el nº 5 tuvo su Palacio el fundador de la Real Academia, Juan Manuel Fernández Pacheco. En la Planimetría aparece como propietaria la Marquesa de Villena, ¿quizá Mª Ana XI marquesa de Villena que había nacido en 1727 hija de Andrés, nieto de nuestro protagonista?.
En él venía teniendo lugar una de las tertulias que a finales del siglo XVII se habían puesto de moda entre los nobles y que fueron el origen de las Reales Academias, junto a los modelos de otras ya existentes en Francia e Italia. Allí hablaban de Filosofía, Literatura, Medicina… construyendo ese nuevo Madrid ilustrado de la recién instaurada dinastía de los Borbones.
El Marqués de Villena desde sus inicios prestó su casa de la plaza de las Descalzas Reales para sede de la Academia. La casa del marqués debía de tener su entrada por la calle de San Martín, entonces aún llamada calle de Bordadores –la vía cruzaba la del Arenal y subía hasta las Descalzas–, frente al Convento de San Martín, situado en el solar donde hoy se levanta la Casa de las Alhajas, a un paso de la iglesia de San Ginés.

Vista del Convento de las Descalzas Reales desde la calle de Bordadores. Minguet, 1758. Museo de Historia (memoriademadrid.es)
Posteriormente el lugar pasó a ser ocupado por la Caja de Ahorros creada en 1838 y fusionada con el Monte de Piedad en 1869. En el siglo XIX la zona sufrió muchos cambios, y los edificios sucesivas reformas y ampliaciones.
En fotografías de los primeros años del siglo XX podemos contemplar la antigua construcción.
Finalmente, derribados los antiguos inmuebles, en los años 70 del pasado siglo XX se construyó el edificio actual, al menos inapropiado para una plaza histórica como la de las Descalzas. Es la sede central de la que hasta hace poco ha sido la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid la cual conserva escasos recuerdos del pasado.
El más llamativo, aunque no en su lugar original, la puerta de la antigua Capilla del Monte de Piedad, obra de Pedro de Ribera de 1733, según indica una inscripción en la piedra de la propia obra. Fue por entonces cuando se abrió puerta a la calle para dicha capilla hasta entonces privada (la podemos ver un poco más arriba, en el grabado de Marquet), gracias al empeño del Padre Piquer, en la fachada del primer edificio del Monte de Piedad, junto a la puerta principal, hoy perdida.
En la fachada que da a la calle de San Martín hoy hay otra puerta un poco misteriosa con una inscripción en letras doradas y el símbolo de la Virgen de las Ánimas bajo cuya advocación estaba la institución.
Es la entrada a la Capilla de Nuestra Señora de las Ánimas del Monte de Piedad.
Aunque no está ubicada en el mismo lugar que el Oratorio original, o sea en el primer edificio del Monte de Piedad, esta desconocida iglesia que como decíamos el Padre Piquer consiguió fuera de culto público a pesar de la proximidad de San Ginés (que no quería perder las limosnas de los feligreses del barrio), conserva algunos elementos de la primera Capilla de la Casa Real de Nuestra Señora del Sacro Monte de Piedad.
Normalmente casi oculta por los automóviles aparcados y los contenedores de basura, es de uso privado de la Compañía bancaria, aunque alguna Navidad ha abierto sus puertas al público mostrando su bonito Belén.
En el vestíbulo de entrada hay dos lápidas dedicadas a la memoria del Marqués viudo de Pontejos, fundador de la Caja de Ahorros de Madrid, y a la del Padre Piquer, fundador del Monte de Piedad, cuyos restos “fueron trasladados a este lugar en día 4 de mayo de 1971 desde la antigua capilla de la institución”.
A la derecha del altar moderno se guarda la antigua imagen de Nuestra Señora de las Ánimas del Monte de Piedad.
Además de los citados sepulcros y de la delicada imagen de la virgen se conservan diversos objetos litúrgicos de la capilla primitiva, y alguna pintura del siglo XVIII.
Volviendo por un momento al pasado recordemos que en 1754 la Academia aquí cobijada consiguió casa propia, una habitación en la Real Casa del Tesoro cedida por el Rey Fernando VI. En 1793 el rey Carlos IV concedió la casa de la calle de Valverde 22, donde hoy se encuentra la Real Academia de Ciencias Exactas. Allí permaneció hasta que consiguió su propio edificio, el actual de la calle de Felipe IV, que ocupa desde 1894.
Hoy, en la fachada de la plaza de las Descalzas del edificio construido sobre los terrenos antaño ocupados por palacios, luego por el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros, próxima a la esquina de la calle de San Martín, hay una lápida instalada en 1990 por la institución bancaria con la imagen del Marqués de Villena, fundador de la Real Academia Española.
Y una inscripción que nos recuerda que en este lugar se encontraba su Palacio, en el que la Real Academia Española celebró sus primeras reuniones, hace 300 años.
por: Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Mª Teresa Muñoz Serrulla. Francisco Piquer y la creación del Monte de Piedad de Madrid, (1702-1739): moneda, espiritualidad y su proyección en Indias. UCM, Madrid 2004.
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