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Las Reales Fábricas se crearon en el siglo XVIII. Además de por motivos económicos, las de productos de lujo fueron establecidas en Madrid y sus proximidades debido al deseo de la monarquía borbónica, el Rey y su Corte, de decorar sus palacios a su gusto, como ya vimos aquí. La Real Fábrica de Tapices, la más antigua; de Paños; las de Porcelana, Naipes, luego de Tabaco; y la de Relojes. La de Cristales se ubicó en La Granja, Segovia. Algunos de sus tesoros ahora podemos verlos en el Museo de Historia, en la calle de Fuencarral 78.
La última fue la Real Fábrica de Papeles Pintados, creada en 1786 por iniciativa privada aunque con el apoyo de la Corona.
Durante la segunda mitad del siglo, bajo el reinado de Carlos III, el papel pintado se había puesto de moda. En España no existía ninguna fábrica de ese tipo y en Madrid solo existían algunos talleres. Hasta ese momento la demanda era cubierta mediante la importación sobre todo de Francia.
Los papeles pintados eran xilografías en color de impresión manual, no era un producto industrial sino artístico. Los dibujos de los motivos eran tallados por los grabadores en planchas de madera de peral. Intervenían pintores, grabadores, químicos, coloristas, impresores…
LA CASA DE LA ENCINA
Como nos cuenta la investigadora Isadora Rose-de Viejo en su magnífico libro que cito al final, la Fábrica de Papeles Pintados fue ubicada en las afueras de Madrid en la llamada Casa de la Enzina, en la plaza de San Juan la Nueva, hoy desaparecidas tanto la casa como la plaza como veremos, cerca de la Puerta del Conde Duque.
El 12 de junio de 1772 allí se instaló una casa para las Arrepentidas o Mujeres que salen de la Galera que ocuparon las Casas nº 5, la más pequeña, casita baja, y la nº 6, la más grande, de la manzana 541, situadas entre el Cuartel de los Reales Guardias de Corps y el Convento de las Comendadoras de Santiago.
La manzana comenzaba en la calle del Limón, continuaba por la calle del Cristo, calle de Amaniel y la plaza de San Juan la Nueva (hoy calle de Montserrat).
La llegada de las mujeres arrepentidas fue motivo de escándalo para las monjas, que con el permiso del rey compraron el edificio. Así consta en la Planimetría General de Madrid, que la casa nº 6 formada por tres solares, pertenecía a las santas Comendadoras de Santiago. La nº 5 pertenecía al Monasterio de monjas de San Pascual.
Después de ser ocupado por distintos inquilinos, Carlos III y sus ministros decidieron que este sería un buen emplazamiento para la Fábrica de Papeles Pintados.
Los fundadores que venían de Francia, tras una serie de vicisitudes, en enero de 1788 aquí se instalaron.
REAL FÁBRICA DE PAPELES PINTADOS
Jean Baptiste Francois Giroud de Villette ocupó una parte del edificio con su hermano Pierre y algunos artesanos franceses. Tras la muerte de Juan Bautista, en 1793 Pedro –ya españolizados los nombres de toda la familia– pasó a dirigir la Fábrica.
Se conocen muchos de los modelos porque se anunciaban en la prensa de la época y se describían con mucho detalle. Enrejados con enredaderas, nichos con estatuas, pilastras, figuras mitológicas… exquisitos diseños muy solicitados por los reyes, nobles y alta burguesía. Pedro importaba de Francia brochas, pinceles y barriles de colores, además del color blanco, de carmín líquido, azul de Prusia, amarillo color seda, naranja en polvo, verde inglés, azul imperial, azul real, bermellón…
Pedro Giroud de Villette solicitó el Honor de ser Adornista de Casa y Cámara de Carlos IV lo cual consiguió, desde 1800 a 1808. Aunque el cargo era honorario le daba la consideración de Criado del rey lo que facilitaba nuevos encargos.
A finales de 1801 Pedro de 34 años se casó con su sobrina Felicité, Feliciana, de 16. El primer hijo Santiago Carlos nació el 15 de marzo de 1803 en la Casa-Fábrica, pero murió siendo aún muy pequeño. El segundo, Segismundo, nació en 1805 en Lyon; viajó a Madrid cuando cumplió los 16 para incorporarse a la empresa familiar.
Tras la invasión francesa y la guerra, y con problemas de salud, Pedro se fue a Francia, hasta marzo de 1809. Asentado José I en el trono español, volvió. Entonces solicitó al nuevo rey que mantuviera las mismas concesiones que le habían otorgado Carlos III y Carlos IV, pero José I nunca aceptó.
Después de la guerra, el hecho de que José Bonaparte no le había apoyado y la excusa de su enfermedad le ayudaron a recuperar el cargo de Adornista de Casa y Cámara. Y gracias a Fernando VII que fue un gran aficionado al papel pintado e hizo grandes pedidos, la Fábrica casi recuperó su esplendor.
Años después informó al rey de su deseo de jubilarse y dejar a su hijo de 21 años al frente de la Fábrica, solicitando el mismo cargo honorífico para él. Segismundo nunca lo recibió.
En esta época del reinado fernandino lo cierto es que se produjo una gran evolución en las artes decorativas. Se conoce por las Memorias de las Exposiciones de la Industria Española organizadas en 1827, 1828 y 1831, los premios, piezas y creadores que participaron en ellas. Pedro Giroud de Villette, fabricante de papel pintado, obtuvo en 1827 una Medalla de oro.

Giroud de Villette. Sala de papeles pintados. Madrid, h. 1820. (Foto, en López Castán, «Exposiciones públicas…»)
Pedro se jubiló y volvió a Francia. Su hijo Segismundo siguió trabajando para el Palacio pero Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833. No mucho después debió morir Pedro. Estalló la primera guerra carlista y esta fábrica, y otras reales fábricas, tuvieron dificultades y acabaron desapareciendo. Además la desamortización de bienes de la Iglesia afectó a las Comendadoras cuyos inmuebles fueron embargados, entre ellos la casa que había ocupado la Fábrica durante casi 50 años.
Segismundo partió para Francia, abandonando todos los enseres, muebles, planchas de madera… lo cual podía hacer pensar que tenía intención de regresar, pero nunca lo hizo.
TRAS LA MARCHA DE SEGISMINDO EN 1836, ¿QUÉ OCURRIÓ?
Se sucedieron una serie de directores de la fábrica y de nuevos inquilinos del inmueble. En 1848 uno de estos inquilinos se llamaba Casimiro Mahou, que en un año se convirtió en el nuevo director de la Fábrica de Papeles Pintados. En aquellos momentos los medios ya debían estar muy anticuados, era necesario modernizarse. Mahou, nuevamente un empresario francés, se asoció con Santiago Ballesteros y ambos establecieron una nueva fábrica.
Casimiro había nacido en mayo de 1804, cuando llegó a la plaza del Limón con su hija Amalia de 4 años, tenía 43 y era viudo. En 1851 tres años después de su llegada, seguía siendo director de la fábrica, y tenía otro hijo recién nacido. Se llamaba Alfredo Mahou.
Después de casi siete décadas, 1856 fue el último en que la Fábrica de Papeles Pintados funcionó en la antigua plazuela de San Juan La Nueva, luego plazuela del Limón, que según nos cuenta Rose-De Viejo llegó a conocerse como “Plazuela del Papel Pintado”.
Ese mismo año Casimiro se casó con su segunda esposa Brígida Solana, madre de Alfredo. Después de la boda la fábrica se trasladó a unos terrenos que habían adquirido extramuros. Nació la nueva Fábrica de Las Maravillas y se produjo el cierre definitivo de la Fábrica de Pedro Giroud de Villete.
No se sabe porqué, en 1859 Ballesteros y Mahou decidieron rescindir su contrato de colaboración, quedando el primero como único propietario. Lo sorprendente es que Casimiro Mahou volvió a la plazuela del Limón y compró toda la finca. Creó una fábrica de pinturas y barnices en el mismo lugar, El Arco Iris, Gran Fábrica de Colores al Temple y al Óleo.
En la misma casa en 1870 Alfredo Mahou abrió un Estudio de Fotografía, ALMAYSO. En 2014 tuvimos ocasión de ver una pequeña y bonita exposición sobre ella, organizada por la marca de cerveza madrileña.
Casimiro murió el 19 de agosto de 1875. Su viuda y sus hijos siguieron fabricando colores y hielo artificial. El Archivo Histórico de Protocolos de Madrid guarda la escritura de constitución de la empresa Hijos de Casimiro Mahou, de 30 de octubre 1889.
Ese mismo año se derribó la antigua Fábrica de Papeles Pintados -la vieja Casa de la Encina-, y poco después comenzó la construcción del nuevo edificio de ladrillo, sede de la primera Fábrica de Cerveza Mahou.
Gracias al Ayuntamiento se incorporó a la finca parte de la plazuela, que desapareció, después de haber sido terreno público durante siglos. La entrada dejó de estar en la plaza, pasó a situarse en la calle de Amaniel, frente al Convento.
Hace tiempo recordamos aquí la historia de la antigua Fábrica de Cervezas Mahou y su edificio, hoy sede del Museo ABC. Recientemente ha sido colocada una placa en homenaje a Mahou.
Alfredo trabajó aquí hasta que murió en 1913.
PAPELES PINTADOS EN MADRID
Los papeles pintados de la Real Fábrica eran verdaderas obras de arte aunque no se conservan apenas ejemplos porque eran obras efímeras, decoraciones de las habitaciones que estaban destinadas a renovarse con cierta frecuencia o taparse.
La Real Fábrica debió tener muchos clientes a juzgar por la gran producción que se sabe tuvo, aunque exceptuando a la Corona (Aranjuez, La Granja de San Ildefonso) se conocen pocos. Los condes de Altamira y Aranda, los Regidores del Ayuntamiento de Madrid que encargaron varias piezas para el Coliseo de la Cruz y el Teatro de los Caños del Peral… Por supuesto, Manuel Godoy quiso tener ese tipo de exquisitez que disfrutaba el rey e hizo encargos para sus palacios; incluso nombra la Fábrica en sus Memorias, la real y suntuosa fábrica de papeles pintados, de don Pedro Giroud de Villette, sita al lado de las comendadoras de Santiago. En ella se formaron muchos artistas españoles de esta clase, escribió.
El primer encargo de Fernando VII fue para decorar la Sala del Billar del Palacio de la Moncloa. Al año siguiente decoró veintidós salones del Palacio Real. Ninguno de ellos ha sobrevivido. Tampoco los instalados en el palacete del Casino de la Reina en Embajadores.
Solo subsisten algunas muestras antiguas. Probablemente realizado hacia 1807, antes de la Guerra de la Independencia, es la que se conserva en la Sala Capitular de las Comendadoras de Santiago. Aunque no se puede ver por estar en el Convento, existen algunas fotografías que se pueden ver en el libro citado, y se conoció gracias a la existencia de una imagen de 1937 hecha por la Junta de Incautación que se conserva en el Instituto de Patrimonio Histórico.
Actualmente el techo al parecer está pintado, no se conserva el papel, pero sí en las paredes, obra de Giroud de Villete en los tres colores de la Orden, rojo, verde azulado y amarillo siena. Colgaduras con pliegues, encajes que imitan hojas, flores… En las mismas Comendadoras se conserva otra obra realizada en 1821 para un nicho del Coro del Convento.
En el Monasterio de San Lorenzo del Escorial también quedan algunos restos. Y son importantes los que se instalaron en la Quinta del Pardo entre 1816 y 1821; dieciséis de las dieciocho habitaciones fueron decoradas con papeles pintados, se conservan cinco de ellas con sus dibujos pompeyanos.
Finalmente destaca un ejemplo –el único que he podido ver, y origen de este largo artículo– muy sencillo pero muy importante ya que quizá se trate del único vestigio que existe en el Palacio Real de Madrid realizado en la primera época de la Fábrica. Se considera de finales del siglo XVIII.
Bajo una decoración más moderna, durante alguna restauración o reforma, apareció en el pasillo de entrada a la Sala de Mayordomía del Palacio Real de Madrid un maravilloso papel pintado, que a primera vista parece una pintura mural.
El motivo central es un florero rodeado por arabescos y en la parte superior, dos angelitos y un trofeo. Todo ello enmarcado por un fondo azul turquesa con dos molduras de madera fingidas.
Ocupa las dos paredes del pasillo enfrentadas, y el techo.
Debió ser impreso a mano utilizando planchas de madera en papeles individuales pues si nos fijamos de cerca las juntas se aprecian perfectamente.
Aparte los que al parecer se encuentran en el Convento de las Comendadoras, propietarias del edificio de la Real Fábrica de Papeles Pintados desde el siglo XVII hasta el XIX, este ejemplo del Palacio Real es quizá el único realizado por Pedro Giroud de Villete en los comienzos de su larga y fructífera estancia en Madrid que se conserva en la ciudad.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
ROSE-DE VIEJO, Isadora. La Real Fábrica de Papeles Pintados de Madrid (1786-1836). Ed. Cátedra, 2015.
LÓPEZ CASTÁN, Ángel. “Las Exposiciones públicas de los productos de la Industria española y las artes decorativas en el Madrid fernandino”. Anuario Dpto. Historia y Teoría del Arte (UAM) vol III, 1991.
Planimetría General de Madrid.
Manuel Godoy – Carlos Seco Serrano. Memorias del Príncipe de la Paz. Madrid Atlas, 1956. (BDH de la Biblioteca Nacional)
Otra de las sugerentes exposiciones recientemente inauguradas en Madrid, recomendable a todo amante y estudioso del arte, es Miró y el objeto, en CaixaForum, que nos ofrece, además de una selección de obras extraordinarias, una nueva visión del arte del genio.
Joan Miró, uno de los grandes artistas del siglo XX, ha ejercido sin duda una gran influencia en el desarrollo del arte contemporáneo. La exposición, con un montaje brillante, se centra en uno de los aspectos más desconocidos de la obra y la personalidad de Miró, su relación con los objetos y el papel que estos jugaron en la evolución de su obra.
Desde el principio, cuando tenía poco más de veinte años, pintó naturalezas muertas, bodegones en los que a menudo los protagonistas eran objetos domésticos, tal vez un preludio de su intención de acercarse a la pintura en tanto que objeto que habita el mundo real, no como ilusión.
En una carta escrita en 1922 Miró afirmó que buscaba los objetos humildes, y que para darles emoción a estas cosas había que amarlas enormemente.
La exposición nos invita a adentrarnos en este mundo de objetos. Objetos de todo tipo que él encontraba y guardaba, que fue coleccionando a lo largo de toda su vida, muchos de ellos utilizados o convertidos en esculturas.
Hacia 1927 proclamó su deseo de asesinar la pintura y poco después dicen que afirmó que la pintura estaba en decadencia desde la edad de las cavernas.
Por esa época Miró comenzó a elaborar collages en los que utilizaba materiales ajenos al arte convencional, no pictóricos, en formatos no habituales. Como el alquitrán sobre el óleo, caseína, arena… comenzó a pintar sobre conglomerado, sobre madera…
El uso de esta técnica le abrió un mundo de enormes posibilidades en su intento de llegar a esa pintura-objeto que él pretendía lograr. Del collage llegó a la escultura.
Decoraba las pinturas con signos caligráficos que recordaban los dibujos infantiles y las pinturas rupestres que había conocido en 1957 en Altamira. Joan Miró en realidad creó un lenguaje propio y único.
A finales de los años 40, principios de los 50 comenzó a utilizar materiales como el hierro, bronce, y sobre todo la cerámica, a veces mezclando todos ellos.
El artista llegó a la cerámica por ese deseo de destruir el lienzo con marcas o signos. Poco a poco fue abandonando prácticamente la pintura para dedicarse a la escultura. Él mismo escribió que su pretensión era que el objeto en sí mismo dejara de existir y se transformara en una escultura. Hacia 1960 se inclinó cada vez más por el bronce.
Y así, en contra de las ideas convencionales o tradicionales, llegó a su antipintura o segundo asesinato de la pintura. En los comienzos de los años 70 rajó, cortó, incluso quemó la superficie de los cuadros, invitando a mirar y convencer de que la pintura era algo real, no una ilusión.
A la vez se dedicó a la creación de los cuadros-objeto.
Como él mismo había dicho en sus comienzos, para comunicar había que amar los objetos que se representaba. Y él lo demostró. Consiguió trasmitir una nueva forma de expresar y también percibir el arte.
CaixaForum nos propone además una serie de actividades en torno a la muestra muy interesantes, como las visitas comentadas los fines de semana. Toda la información, horarios y precios, en su web.
Por : Mercedes Gómez
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Miró y el objeto
CaixaForum
Paseo del Prado 36
Hasta el 22 de mayo
Ayer se presentó en la Sala La Principal de Tabacalera la exposición Alberto García-Alix. Un horizonte falso, organizada por la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Una muestra prometedora, explicada por el propio artista. Un lujo. Y en el escenario perfecto, La Tabacalera, que hemos visitado ya tantas veces pero que siempre sorprende.
La obra que nos recibe en el inquietante y maravilloso Patio es Autorretrato, escondido en mi miedo, de 2009. Toda una declaración de intenciones.
Primero el comisario de la muestra, Nicolás Combarro, nos introduce en la obra que vamos a contemplar y el mundo de García Alix, el de un autor que deconstruye su realidad a través de la fotografía.
Mientras, el artista posa para los fotógrafos de algunos medios presentes, convirtiéndose así en esta ocasión él mismo en protagonista de las imágenes.
En esta exposición, nos cuenta Combarro, vamos a encontrar las fotografías más abstractas de Alberto García-Alix, incluso cercanas al simbolismo. Y a la poesía.
Son más de ochenta fotografías, una selección de su obra más reciente en diálogo con imágenes del pasado. No son solo fotografías aisladas, el autor ofrece un relato, una narración a lo largo del tiempo y el espacio. Va mostrando su realidad, o como decíamos, la deconstrucción de su realidad. De hecho, su mirada transforma la realidad, y muestra su camino a la abstracción.
Luego responde a las preguntas de los numerosos asistentes que nos arremolinamos a su alrededor escuchando sus interesantes palabras y su voz ronca.
Recuerda su primera foto a los 19 años –en una carrera de motos, cómo no– y va desvelando algunas de sus ideas; cómo se enfrenta a la fotografía… antes de disparar sabe qué es lo que quiere reflejar. Ante otra pregunta afirma muy seguro que esta no es su etapa más autobiográfica.
Alberto García-Alix nació en León en 1956, el próximo mes de marzo cumplirá 60 años, aunque su intensa vida ha estado mucho tiempo ligada a Madrid. Con apenas 20 años comenzó a fotografiar y en los inicios de los años 80 a exponer en las galerías madrileñas y londinenses. Aparte de por su obra fotográfica es conocido por formar parte de un grupo de entonces jóvenes artistas, otros fotógrafos, pero también pintores, cineastas… de la famosa Movida madrileña. El gran reconocimiento lo obtuvo en 1999 con el Premio Nacional de Fotografía. Su obra se encuentra en los grandes museos incluido el Museo Reina Sofía en Madrid.
García-Alix escribe, le gusta, pero nos dice que es lo que más le agota. Para él quizá la fotografía ha sido un apoyo en su largo camino de búsqueda, desde un reflejo natural de la realidad, la que él vivía, a una abstracción muy poética que se refleja en sus textos y sus títulos.
Un mundo de presencias alteradas atrapado en un instante de eterno silencio. Lo visible es aquí metáfora de sí mismo y de un pensamiento. Pensamiento como revelación alimentada en un monólogo que se tensa sobre un horizonte. Un horizonte falso… (Alberto García-Alix)
El catálogo es precioso, tapas de terciopelo negro protegen las fotografías y los breves textos que las acompañan, poéticos y dramáticos, de gran contenido literario.
El horizonte falso hace referencia a lo difícil que es establecer el límite entre la realidad y la ficción en su obra más reciente. Muchas de las fotografías son o parecen tan conceptuales que ciertamente al contemplarlas nos sentimos lejos de la realidad.
Sin duda una de las exposiciones estrella de la temporada, una fotografía especial, siempre analógica y en blanco y negro, obra de un artista singular.
¿Qué pensará si acaso lee algunas de las muchas cosas que se han escrito a raíz de esta presentación? a lo mejor se ríe, igual que ayer, durante largos segundos, después de que alguien preguntara porqué incluye animales en sus fotos. Porque me gustan, dijo. Siempre me han gustado. Así de sencillo.
Hasta el 10 de abril de 2016, Alberto García-Alix. Un horizonte falso, en Tabacalera, calle Embajadores 51.
Por : Mercedes Gómez
Como ya vimos, Roberto Michel fue un escultor de gran importancia para Madrid. Participó en la decoración de iglesias, edificios civiles, del Palacio Real y en algunos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.
Hoy visitamos el Museo de la Casa de la Moneda que expone algunas bonitas obras de este artista. Este museo, además de contarnos la historia del dinero, numismática y filatelia, posee una importante colección artística que incluye algunos de los valiosos modelos creados por Roberto Michel previos a la realización de sus esculturas.
Según leemos en su propia web, el motivo es que, siendo escultor de Cámara, Michel tuvo una gran vinculación con la Casa de la Moneda.
En una de las Salas correspondientes al siglo XVIII un cuadro de autor Anónimo nos muestra la imagen de un Roberto Michel maduro, muy diferente a la imagen del joven escultor, otra pintura anónima conservada en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que vimos en la anterior entrada.
En la misma Sala vemos el modelo para los Leones de la fuente de La Cibeles de cera y lacre realizado en 1780.
La fuente fue instalada dos años después en el Salón del Prado con los dos leones que tiran del carro de la diosa esculpidos en mármol.
Frente a ellos contemplamos dos deliciosos modelos para los Tritones de las fuentes del Paseo del Prado hechos al año siguiente (1781). Y un Niño con caracola, de escayola.
Las Cuatro fuentes del Prado se terminaron igualmente en 1782, con la participación de Roberto Michel en la creación de los remates escultóricos; dos de sus modelos de terracota son los que ahora admiramos.
Como sabemos, las esculturas de los Tritones, muy desgastadas por el tiempo y el agua, fueron sustituidas por réplicas. Los originales se encuentran en el Patio del Museo de San Isidro.
Otros modelos de terracota que conserva el Museo son La Piedad y la Virgen del Carmen; esta última escultura recordemos que adorna la fachada de la iglesia de San José.
El modelo de estatua ecuestre para Fernando VI, de cera. Y el de la estatua ecuestre para Felipe V; esta escultura está, como ya vimos, en el Museo de Bellas Artes de San Fernando.
En otra sala se encuentra el modelo de escayola de la figura de Carlos III, creado según indica la cartela para el vestíbulo del Palacio Real.
Aunque la escultura Carlos III como general romano que efectivamente se encuentra en el gran zaguán de entrada frente a la escalera principal del Palacio Real se considera obra de Pedro Michel, su hermano, con quien trabajó estrechamente como también sabemos.
Y ya que estamos en tan bello lugar resulta inevitable subir la espectacular escalera para visitar el Palacio. En el gran rellano que la divide en dos tramos laterales dos nuevos leones vigilan.
Uno de ellos es obra de nuestro protagonista, Roberto Michel.
En otro artículo más adelante conoceremos otros detalles sobre la participación del gran escultor en la decoración del Palacio Real de Madrid.
Por : Mercedes Gómez
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Museo Casa de la Moneda
Calle Doctor Esquerdo, 36
Palacio Real
Plaza de Oriente
Colmenar Viejo es uno de los pueblos que formó parte del territorio conocido como Real de Manzanares, junto a Soto del Real, Hoyo de Manzanares, Miraflores… que fueron objeto de pleitos entre Segovia y Madrid durante toda la Edad Media. Juan I de Castilla los adjudicó a Pedro González de Mendoza (1340-1385); Íñigo López de Mendoza (1398-1458) fue el I Conde del Real de Manzanares.
Bajo el patronazgo de los Mendoza, propietarios del Real de Manzanares, se levantó a finales del siglo XV la iglesia.
En 1504 el rey Fernando el Católico concedió a Colmenar la categoría de villa.
Basílica de la Asunción de Nuestra Señora
La Basílica de la Asunción es uno de los templos más importantes y bellos de la Comunidad de Madrid, construido sobre la antigua parroquia de Santa María, iniciado hacia 1480-90 y finalizado en la década de 1540. Su estilo es gótico tardío, con algunos elementos renacentistas.
Las obras comenzaron por los pies, al parecer para que pudiera continuar el culto en la primitiva iglesia mientras se edificaba la nueva. En esta primera etapa se construyeron los tres primeros tramos bajo la dirección de Juan Guas que diseñó también las portadas.
Cerca de 1500 comenzó la segunda etapa constructiva –Juan Guas había muerto en 1496– a cargo de Hannequin de Cuéllar, hijo de Hannequin de Bruselas. En esta época se construyó el presbiterio y la magnífica torre.
La iglesia es de fábrica de granito, excepto sus tres puertas de acceso que fueron construidas en piedra caliza. Las más ricas en ornamentación son las de las fachadas norte y oeste, según modelo de Juan Guas inspirado en el arte mudéjar, con varios arcos, alfiz y moldura alrededor de todo el conjunto.
Los escudos que las adornan son -ya del siglo XVI- los del III Duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, casado con doña María Alonso de Pimentel, hija del Conde de Benavente.
La portada sur o Puerta del Sol es más sencilla, cubierta con un pórtico de madera sobre tres columnas dórico-toscanas, añadido a finales del siglo XVII.
En el interior la imponente iglesia tiene planta basilical con tres naves, crucero y ábside ochavado.
El altar mayor fue decorado con un pequeño retablo mural gótico de tracería estucada. La pintura fue descubierta en 1981 y limpiada en 1993.
Se cree que pudo formar parte del sepulcro de Benito López, sacerdote de Collado Mediano que murió en 1500 y fue allí enterrado.
El mural representa La Misa de San Gregorio, símbolo funerario frecuentemente utilizado en la Edad Media, bajo un calvario con la calavera de Adán.
Lo cierto es que es imposible contemplar el mural, se encuentra oculto detrás del extraordinario retablo plateresco que pasó a presidir el altar mayor, considerado de la escuela toledana. Nos cuentan que está situado a la altura del extremo inferior izquierdo del retablo actual.
Hacia 1540 se inició el último periodo de construcción de la iglesia durante el cual se incorporó la sacristía y el coro con su monumental escalera, a cargo de Rodrigo Gil de Hontañón o su escuela.
El retablo fue realizado entre 1560 y 1583. Sus 12,5 m. de altura por 11,60 de anchura exponen con gran riqueza iconográfica las figuras y escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.
En su ejecución intervinieron varios artistas. En la traza, ensamblaje y parte de la decoración de su arquitectura, los escultores Juan de Tovar y Francisco de Linares. El dorado y estofado fue posiblemente obra de los pintores Rodrigo de Vivar y Jerónimo Rodríguez.
La obra escultórica se atribuye a Francisco Giralte, autor entre obras del retablo de la madrileña Capilla del Obispo.
La pintura, de gran valor, fue realizada por artistas toledanos y de la escuela madrileña. Son seis tablas que representan escenas del Nuevo Testamento. La Anunciación, situada en el cuerpo inferior a la izquierda –tras ella se encuentra la pintura de San Gregorio– se cree es obra de Diego de Urbina, discípulo de Alonso Sánchez Coello, pintor de Cámara del rey Felipe II. Dos tablas se han atribuido al propio Sánchez Coello, El Nacimiento y La Adoración de los Magos. Otras pinturas fueron obra de Hernando de Ávila.
En las dos naves laterales hay cinco retablos. Junto al altar mayor en el lado de la epístola, el retablo barroco de la Virgen del Rosario, con una imagen del siglo XVI procedente de una ermita desaparecida; en el lado del Evangelio, el de la Inmaculada Concepción. Otros son los de la Encarnación, de Santa Ana y el de San Juan Nepomuceno.
Todos los espacios están cubiertos por hermosas bóvedas de arista con terceletes.
Museo de Arte Sacro
Desde el verano de 2009 la Basílica acoge un interesante Museo de Arte Sacro.
Las piezas se distribuyen entre el coro y los cuartos de la torre.
En el coro contemplamos la caja del órgano del siglo XVII, imágenes religiosas de varias épocas, libros de coro de los siglos XVI y XVII, piezas y ornamentos litúrgicos, y otros objetos, testigos de la larga historia de Colmenar Viejo.
Desde el coro iniciamos la subida a la torre, un verdadero viaje al siglo XVI.
En el primer cuarto hay valiosas esculturas. Una de las joyas que admiramos es una Virgen con Niño realizada en alabastro hacia 1530, relacionada con el taller de Diego de Siloé.
En el segundo rellano, algunas piezas de retablos. También se exhiben pinturas del siglo XVIII. Además de las piezas del museo, algunas fotografías nos muestran cómo era la iglesia a principios del siglo XX y un detalle del mural de La Misa de San Gregorio.
La Torre-Campanario
La torre se levanta majestuosa a los pies de la iglesia, en el lado sur. Como dice Áurea de la Morena, es “una de las más importantes de Castilla por su tamaño, categoría artística y singularidad”. Coronada por el chapitel, es cuadrangular, con 8,80 m. cada lado, y una altura de 50,12 hasta la cúspide.
En el exterior, del piso superior salen unas gárgolas, con forma de dragón en las esquinas y de león en los lados.
El chapitel se adorna con pináculos en las esquinas y centro de cada lado, y las aristas están adornadas por leones, dragones y grifos. Una balaustrada completa la rica ornamentación. Aunque por la altura no se puede apreciar, las esculturas son muy detalladas. Se cree pudieron ser obra de Francisco y Simón Colonia.
Las escaleras de caracol por las que vamos subiendo están divididas en tramos que se corresponden con cada cuerpo de la torre, ubicados en diferentes esquinas con el fin de equilibrar los pesos en cada uno de dichos tramos.
Durante el ascenso sorprende la belleza de las formas de los elementos arquitectónicos, los detalles, la magnífica piedra de granito local.
Y llegamos al precioso campanario en cada uno de cuyos lados se abren dos ventanas alargadas rematadas con un arco de medio punto.
Desde aquí podemos oír las sonoras campanadas y ¡qué maravilla ver el interior del chapitel!
El chapitel o aguja octogonal, hueca, es de piedra caliza.
Es muy emocionante estar en el campanario, admirar el chapitel desde aquí, y contemplar la histórica villa de Colmenar Viejo y las montañas a lo lejos.
Por : Mercedes Gómez
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Basílica de la Asunción
Calle de Isabel la Católica, 2 – Colmenar Viejo
Museo de Arte Sacro, lunes a viernes de 11 a 13 h. Entrada: 3 euros.
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Bibliografía:
VVAA. Madrid, Villa, Tierra y Fuero. Ed. Avapiés. Madrid, 1989.
DE LA MORENA, Áurea. “La torre campanario de la iglesia parroquial de Colmenar Viejo (Madrid) en Anales de Historia del Arte, nº1, Madrid 1989.
Pintura mural de la Comunidad de Madrid. Comunidad de Madrid, 2015.
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