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Finalizada la guerra de la Independencia, tras la ocupación francesa y la destrucción de edificios por parte del ejército inglés, los Jardines del Buen Retiro se encontraban en ruinas; Fernando VII promovió su recuperación. El rey mantuvo la apertura al público de casi todo el recinto pero destinó los terrenos situados en la esquina noreste para su uso personal. Encargó a su arquitecto Isidro González Velázquez la creación de sus Jardines Reservados cuyas obras se iniciaron en 1817, ahora se cumplen los doscientos años.
Además de la creación de los jardines se construyeron varios caprichos románticos, edificios de tipo recreativo reservados al disfrute de la familia real. La mayoría desaparecidos, se conservan algunos, uno de ellos es la Montaña Artificial o Montaña Rusa, así aparece mencionada en los planos del siglo XIX, quizá por los empinados caminos que la surcan. Otros nombres populares fueron el Tintero y la Escribanía, por la forma del templete. Después, en una época de abandono, fue conocida como la Montaña de los gatos.
La montaña está levantada sobre unas bóvedas de ladrillo y mampostería, de planta circular. En su interior se encontraba la noria que surtía el agua de la ría que la rodeaba y adornaba. La entrada en la base tenía aspecto de castillo como se aprecia en un grabado fechado antes de 1841 titulado Permiso de entrada a la casa reservada del rey, del grabador Blas Ametller según dibujo del pintor Fernando Brambila, que guarda el Museo de Historia de Madrid.
En la cumbre se construyó un templete, desaparecido, que era utilizado como observatorio. Tenía tres torres, una central de planta octogonal flanqueada por otras dos más pequeñas cilíndricas unidas por una arquería.
En la actualidad se accede a la Montaña Artificial por la Puerta de O’Donnell, en la esquina de esta calle y la avenida de Menéndez Pelayo, abierta en 1968.
Una curiosidad, como ya vimos, es que la puerta de hierro procede del Palacio de Anglada, luego Palacio de Larios, que se encontraba en el Paseo de la Castellana, rescatada por el Ayuntamiento tras el derribo del edificio.
Lógicamente en origen los jardines estaban rodeados por una tapia que no permitía contemplarlos desde el exterior. La verja actual que da a la avenida Menéndez Pelayo fue instalada en 1974, una parte nueva y otra procedente de la que antiguamente separaba la Casa de Fieras del Paseo de Coches.
La montaña tiene una altura de unos 15 metros por 20 de ancho y 20 de fondo.
Del capricho que coronaba la montaña apenas queda nada. Solo un muro de piedra que rodea una construcción cilíndrica que tal vez servía de base al templete.
Reformada en 1986, su interior fue convertido en Sala de exposiciones. La entrada acastillada que se aprecia en los grabados fue convertida en una entrada con tres puertas de hierro y decorada con cerámica.
Los azulejos fueron realizados en 1989.
La sala está formada por unos corredores cubiertos por bóvedas de cañón que parten del punto central, al parecer cubierto por una bonita bóveda semiesférica de ladrillo.
La Sala de Exposiciones fue cerrada hace años debido a los problemas que causaba la humedad. Aunque la ría y el estanque seguían existiendo, al menos en 2008.
Hace unos años, no recuerdo cuántos, volvieron las obras y la zona fue cerrada. Hoy día no tienen agua. Un cartel indica que la instalación está en proceso de rehabilitación.
Esperemos que algún día se solucionen los problemas, vuelva el agua a la ría, sus cascadas y por fin se pueda abrir la Sala de Exposiciones.
Junto a la Montaña se construyó la deliciosa Casita del Pescador, que también se conserva y que espero visitemos próximamente.
Por: Mercedes Gómez
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Bibliografía:
DURÁN, Consuelo. Jardines del Buen Retiro. Ed. Doce Calles. Madrid 2002.
ARIZA, Carmen. Buen Retiro. Ed. Doce Calles. Madrid 2001.
ARIZA, Carmen. Los Jardines de Madrid en el siglo XIX, Ed. Avapiés, Madrid, 1988.
Dº El País, 28 nov. 1986
Dº ABC, 9 feb. 1974
Molière escribió su primera versión de El Tartufo, Le Tartuffe, ou l’Imposteur, en 1664. Desde el principio la obra sufrió prohibiciones y los problemas fueron numerosos; el entonces controvertido tema –la relación entre la religión y la hipocresía– le obligó a escribir distintas versiones y tardó cuatro años en poder estrenarla, hasta que obtuvo el permiso del rey. El protagonista era un hombre de gran devoción, pero solo en apariencia. Un falso devoto, hipócrita, embaucador… y ladrón.
El nombre del personaje creado en el siglo XVII, Tartufo, el protagonista de la comedia de Molière, alcanzó tanta fama que llegó a convertirse en un sustantivo que significa Hombre hipócrita y falso, así lo refleja el Diccionario de la RAE.
Desde el siglo XVII hasta hoy se ha representado en muchas ocasiones en Madrid, la obra forma parte de la memoria teatral madrileña. Una de las más recordadas es sin duda la versión de Enrique Llovet que dirigió Adolfo Marsillach estrenada en 1969 en el Teatro de la Comedia trescientos años después de su estreno en París. Cuentan las crónicas que fue un gran escándalo. El propio Marsillach con nueva adaptación de Llovet, ya en tiempos de democracia, la repuso diez años después, en 1979, interpretando él mismo en esta ocasión el papel de Tartufo.
El pasado año 2016 se presentó una nueva versión de Pedro Víllora bajo la dirección de José Gómez-Friha que ahora, hasta el próximo 1 de octubre volvemos a tener la oportunidad de disfrutar en el Teatro Infanta Isabel.
La obra, como la comedia que ideó Molière, utiliza el humor, pero adaptado a nuestros días, que divierte al público a lo largo de toda la representación, por supuesto gracias también al buen hacer de los actores.
Este Tartufo: ¿el Impostor? intenta trasladar el clásico a la actualidad y plantear situaciones que conocemos, para obligarnos a reflexionar.
Es muy interesante el uso del color en el vestuario para diferenciar los dos mundos, los tonos rojos y granate de Tartufo y el engañado Orgón, y los azules de los personajes que perciben la verdad pero no consiguen convencer.
La comedia original de Moliére, la versión estrenada en 1669 gracias al permiso de Luis XIV, terminaba con Tartufo preso tras la intervención del propio rey.
Este Tartufo moderno no tiene castigo.
Al final de la representación el falso devoto se deshace de sus ropajes, toma un micrófono y habla al público… entonces nosotros debemos sacar nuestras propias conclusiones.
Hasta el próximo 1 de octubre, en el Teatro Infanta Isabel.
Toda la información y compra de entradas: aquí.
Por : Mercedes Gómez
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