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La Casa de Campo es el gran parque de Madrid con más de mil setecientas hectáreas sobre todo de bosque; pinos, encinas, fresnos, robles, cedros… muchos de ellos centenarios y singulares. Doscientas ochenta y cuatro no son de libre acceso (Club de Campo, Zoo, etc.)

Hoy, aunque en un largo paseo, vamos a recorrer un pequeña parte, la zona de El Zarzón, que recibe este nombre por la abundancia de zarzas o zarzamoras que crecen en las orillas del arroyo Meaques, uno de los que surcan el Real Bosque y desembocan en el Manzanares.

La Casa de Campo está dividida en cuarteles, al suroeste está el Cuartel de Rodajos, en la zona baja del parque, que incluye el Zarzón.

casa de campo sierra

La historia del Real Bosque, primer Real Sitio, es muy antigua. En las proximidades del arroyo Meaques, igual que del río Manzanares, hubo asentamientos humanos desde el Paleolítico.

ribera Meaques

Ya en la Edad Moderna, recordemos que aquí frente al Alcázar en el siglo XVI Felipe II, después de traer la Corte a la Villa, construyó su Jardín Reservado con sus Grutas renacentistas. En los terrenos que el rey había ordenado comprar, con huertas y arbolado se hallaba la finca de los Vargas, con su casa-palacio, que luego fueron ampliados con otras tierras.

En el siglo XVII, en época de Felipe IV la posesión fue en gran medida abandonada, pues casi todos los cuidados iban destinados al nuevo Palacio del Buen Retiro. Pero el siglo XVIII supuso la llegada de una época de esplendor. Tanto el primer monarca borbón Felipe V como su hijo Fernando VI aumentaron su superficie con adquisiciones de nuevos terrenos, y sobre todo Carlos III, que aunque no debió frecuentarla mucho en realidad, realizó diversas mejoras, siempre dirigidas por su arquitecto e ingeniero Francisco Sabatini, con la colaboración del arquitecto José de la Ballina.

Se reforzó su carácter de reservado real. Las edificaciones fueron escasas, solo las estrictamente necesarias, pues fue considerado un Real Bosque, no una residencia real, como sí lo fueron Aranjuez, el Pardo o el propio Palacio Real de Madrid. El carácter lúdico-recreativo que tuvo el Jardín para Felipe II se transformó en productivo (agrícola y ganadero), en línea con el pensamiento más racionalista de la Ilustración.

Como iremos viendo, se reconstruyó la tapia, se crearon puentes, rejas de los arroyos, etc. Y, entre otras cosas, se construyó un sistema de distribución del agua. En 1768 Sabatini acometió un proceso de canalización de las aguas del Real Sitio, un complejo sistema hidráulico para evitar los desbordamientos. En la Cerca instaló una serie de pasos con rejas que permitían el paso del agua pero no de las personas, y la protegían de las riadas.

Lo primero que realizó fueron las Rejas. Las riadas causaban mucho daño, incluso la Cerca estaba muy deteriorada debido a la fuerza de las aguas desbordadas. Sabatini la reconstruyó entre 1768-1779. Los materiales empleados fueron el ladrillo y el pedernal, cubierto el muro por una albardilla de piedra berroqueña.

Eran numerosos los arroyos que iban a desembocar en el río Manzanares, el Meaques era el más importante. Sobre el Meaques se construyeron varios Puentes.

En julio de 1782 Carlos III encargó a Sabatini la creación de cinco puentes con albardilla de piedra, pues los que ya existían eran todos de madera, por tanto muy frágiles. Constan en el expediente los de la Agachadiza, del Álamo Negro, del Batán y el Puente Estrecho o de la Culebra; el quinto o no lo nombran, o no se ejecutó.

Caminamos próximos a la ribera del arroyo Meaques. Primero vemos el puente de Hierro, moderno. El segundo puente con el que nos topamos es el del Álamo Negro. La calle de los Álamos Negros y el puente del Álamo Negro, próximo a uno de los árboles de esta especie, son citados ya en el siglo XVI al hablar del Real Bosque.

puente alamo negro2

Contaba con tres ojos, dos laterales con arcos rebajados y uno central con arco de medio punto. Dos tajamares curvos por un lado, y por el otro otros dos en ángulo. Su perímetro era de fábrica de ladrillo y las albardillas de piedra berroqueña. En la actualidad está cubierto por una capa de cemento y alguno de sus ojos está cegado.

puente alamo negro1

Los demás puentes eran similares a este. Todos fueron terminados en marzo de 1783.

Llegamos a la laguna o charca de El Zarzón, con su puentecito de madera, que llega hasta el puente de la Culebra. El paisaje es precioso.

meaques laguna

El puente de la Culebra, o puente estrecho, así figura en los documentos antiguos, es el de mayor valor artístico. Consta de cuatro ojos con arcos de medio punto y un pretil de piedra berroqueña con albardilla curva que le confiere su forma especial.

puente culebra1

El pavimento está formado por losas de piedra. El sinuoso puente es muy bello.

puente culebra floron

Una banda de piedra separa esta zona superior de la inferior formada por los pilares, arcos, bóvedas y tajamares de ladrillo.

puente culebra ext

El pedernal está presente en todas las construcciones.

puente culebra pedernal

Tras cruzarlo, muy cerca, se halla la fuente del Zarzón, anterior a la época de la República en que el parque se abrió al público y se construyeron varias fuentes. Aparece mencionada en documentos al menos desde 1898.

fuente del zarzon

Las fuentes, tanto ornamentales como utilitarias, fueron muy importantes en el Real Sitio desde muy antiguo. De las primeras, aunque no en su ubicación original, se conserva la Fuente del Águila.

Seguimos nuestro camino, ahora paralelo a la Cerca, que en algunos tramos conserva la construcción del siglo XVIII, espléndida, de ladrillo, granito y pedernal.

Casi oculta entre la vegetación se encuentra la reja del arroyo del Espinillo.

cerca y reja

Bajo el camino observamos el cauce del arroyo que desemboca en el del Prado del Rey.

arroyo espinillo

Igual que los puentes, las rejas en algunos casos constaban de tajamares situados frente a la corriente. La mayoría se conserva, las dos de Antequina, la de la Zorra, Meaques y la del arroyo de Prado del Rey, a su vez afluente del Meaques, con cinco arcos escarzanos.

rejas prado del rey

Desde las rejas de Prado del Rey seguimos caminando, ahora junto a la ribera de este arroyo y escondida entre los árboles y arbustos hallamos la Fuente de Rodajos, también anterior a la República.

fuente de rodajos

En la ribera del arroyo, cerca de la fuente, hay una alberca, ahora sin agua.

casa de campo alberca

En el siglo XIX se realizaron nuevas obras de canalización, muchos metros de acequias de las que subsisten numerosos vestigios.

acueducto pequeño

En 1845 a la entrada del arroyo Meaques, con el fin de aumentar el caudal se realizaron obras en la más pura tradición de los antiguos viajes de agua.

acequias

Es un placer pasear por la Casa de Campo, uno de los tesoros madrileños, privilegio de esta gran ciudad, e ir descubriendo admirados sus elementos históricos.

Por : Mercedes Gómez

Con todo mi agradecimiento a Armando Herrero que preparó el recorrido con esmero y me guió en este maravilloso paseo.

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Bibliografía:
TEJERO, Beatriz. Casa de Campo. Fund. Cajamadrid-Doce Calles, Madrid 2001.
VVAA. La Casa de Campo. Más de un millón de años de historia. Lundwerg- Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2003.
APARISI LAPORTA, Luis Miguel. La Casa de Campo. Historia documental. Lundwerg-Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2003.

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Además de los Viajes de Agua principales -Alcubilla, Abroñigal Alto, Bajo y Castellana-, que nacían al norte de la ciudad cercada y tras atravesar las Puertas de entrada llegaban hasta el centro mediante una intrincada red de galerías, existieron otros que surtían las fuentes y regaban las huertas de las afueras de la Villa. En el este, el Viaje de la Fuente del Berro. En el suroeste, en la salida de Madrid hacia Toledo, se construyeron dos Viajes, el de la Fuente de San Isidro y el de San Dámaso o Butarque.

Del Viaje de San Dámaso no tenemos datos precisos acerca de la fecha de su construcción, aunque algunas fuentes dicen que su origen se remonta al año 1407.

Nacía en el Cerro Negro, en Carabanchel Bajo, y discurría paralelo al Arroyo de San Dámaso o de Caño Roto. La mina tenía unos 2,5 kilómetros de longitud.

Al contrario que los demás Viajes de Agua de los que hemos hablado aquí, de los cuales se conservan tramos que ojalá algún día puedan ser restaurados y visitados, el Viaje de San Dámaso ha desaparecido. Aunque no completamente.

Es asombroso comprobar cómo, a pesar de que no podamos descifrarlo todo, el subsuelo refleja los cambios que se fueron produciendo en la zona a lo largo de los años.

El curso del antiguo arroyo, junto al cual fluía el Viaje, permanece enterrado, hoy día convertido en un colector del alcantarillado de Madrid, bajo la calle del Arroyo de Valdecelada.

Mediado el siglo XIX, en el lugar, al amparo del agua, abundaban los tejares y existía alguna fábrica de curtidos. A principios del XX, entre el cementerio de Santa María y la carretera de Carabanchel (hoy General Ricardos), se formaron algunas calles y surgieron construcciones.

La calle de los Comuneros de Castilla, Comandante Cirujeda (hoy de los Tejares), la desaparecida Perico el Gordo, que mereció una calle con su nombre por ser el propietario de varias casas…

… y la calle del Arroyo Seco… que no hemos podido localizar en los planos o callejeros, pero sí comprobar cómo pervive su recuerdo bajo tierra.

En algún momento, la inscripción manual dio paso a un letrero municipal.

El barrio, antes de que se levantaran las edificaciones actuales, estaba ocupado por chabolas, tal vez una de sus callejuelas recibiera ese nombre. El tramo de galería, que probablemente actuaba como alcantarillado, hoy día está condenado.

El Arroyo y el Viaje llegaban a las huertas de San Dámaso, a la salida del Puente de Toledo, donde nacía la Carretera de Toledo (hoy calle de Antonio Leyva).

El día 24 de agosto de 2006, durante las obras de construcción del subterráneo que comunica el túnel de la M‐30 con la carretera de Toledo apareció una galería de captación que posiblemente pertenezca al Viaje de San Dámaso.

La pena es que los muros de pantalla del túnel cerraron el acceso y la mina se perderá en el tiempo.

La mina de San Dámaso, que discurre por una zona arcillosa denominada arcilla de Peñuela, no está revestida en ninguno de los tramos que pudimos recorrer. Es una auténtica galería en lomo de caballo, tallada a mano.

Como se puede apreciar en las fotos realizadas en 2006, la galería seguía captando agua.

Algún día podría dar la cara por medio de filtraciones en el túnel.

Si así ocurriera, recordaremos que allí sigue escondido el Viaje de Agua de San Dámaso.

…..

Por : Pedro Jareño y Mercedes Gómez

Localización : Pedro Jareño

 

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Fuentes:
Aparisi Laporta, L.M. Toponimia Madrileña. Ayuntamiento de Madrid. 2001.
Mª Teresa Solesio de la Presa. “Los Viajes de Agua madrileños”. En: “Mayrit. Estudios de arqueología medieval madrileña.” Ed. Polifemo. Madrid 1992.
VVAA. Los Viajes de Agua. Revista Obras Públicas. Nov. 1999.

La historia del barrio de la Alameda de Osuna, en el distrito de Barajas, es milenaria. En un pequeño cerro situado entre las calles de Antonio Sancha y Joaquín Ibarra perviven las huellas de tiempos muy lejanos, cuando la Alameda aún no era un barrio de Madrid, ni siquiera se había convertido todavía en la aldea medieval en cuyas afueras se construiría un castillo a finales del siglo XIV… el Castillo que hoy vamos a visitar… tiempos en los que aquí existió un humilde poblado de cabañas construidas con ramas y barro sobre zócalos de piedra rodeadas de un foso y una cerca de madera, junto a un arroyo, hace más de tres mil quinientos años.

La visita al Castillo de la Alameda supone un verdadero viaje en el tiempo, desde la prehistoria hasta la actualidad.

La tierra era de buena calidad y abundaban los manantiales de aguas delicadas y cristalinas, quizá por ese motivo hace tanto tiempo, en el Calcolítico o Edad del Cobre, en la ladera norte del Arroyo de Rejas, afluente del río Jarama, se estableció un poblado que vivió de la agricultura y la ganadería.

La Alameda junto al Arroyo de Rejas (mapa hidrográfico de 1906)

Los fértiles terrenos volvieron a ser habitados durante la Edad del Bronce y del Hierro, y permanecieron ocupados durante la época romana, en el siglo I, como han demostrado los hallazgos arqueológicos.

A partir del siglo IX, durante el asentamiento árabe la población se concentró en las zonas fortificadas, y las zonas rurales entre Mayrit y el río Jarama se fueron quedando vacías, hasta que siglos después, tras la conquista cristiana, fueron naciendo los pueblos que conocemos, Canillas, Hortaleza, Barajas, Rejas… y en el siglo XIII, La Alameda, junto a los numerosos álamos que crecían en las riberas del arroyo.

Llegaron los tiempos en que los reyes, de la dinastía Trastamara, concedían tierras a los nobles, los señoríos, a cambio de obtener su apoyo. Así las familias más acaudaladas eran también las dueñas de las aldeas y tenían representación en el Concejo o ayuntamiento madrileño.

Los vecinos, o pecheros, representantes de una familia, eran los únicos que pagaban tributos. Quedaban exentos nobles, clérigos, militares y pobres de solemnidad.

Uno de ellos fue el Señorío de El Alameda, así aparece nombrada la villa en los Libros de Acuerdos del Concejo en el siglo XV, que había sido otorgado a la poderosísima familia de los Mendoza. Se cree que fue Diego Hurtado de Mendoza quien alrededor del año 1400 mandó edificar el Castillo, en las afueras de la aldea.

El Castillo estaba rodeado por un impresionante foso protector.

Los fuertes muros de sílex, las torres y las almenas escondían el interior propio de un palacio, con estancias distribuidas en dos plantas que daban a un patio interior. Salones decorados con zócalos de cerámica, cocina, dependencias para los guardias… incluso una capilla.

El suelo del patio era de ladrillo y había dos pozos que aseguraban el suministro de agua en caso de necesidad.

Arranque de la fachada del patio

En una esquina se levantaba la Torre del Homenaje, símbolo del Señorío, y lugar donde residía el Señor feudal.

Mediado el siglo XVI sus nuevos propietarios, los Zapata, transformaron el castillo defensivo en un palacio renacentista, acorde con los gustos de la época y los nuevos tiempos.

Sobre los restos de la viguería del forjado de lo que fue la planta superior original, en los muros antes cerrados al mundo exterior, se abrieron ventanales.

El foso se convirtió en un bello jardín con sus fuentes y estanques, paseos rodeados de árboles, y parterres. Como buen jardín del Renacimiento, tenía también un huerto, y su “fuente de burlas” con juegos de agua que sorprendían a los visitantes. Con el fin de facilitar el acceso al jardín se construyó un pasadizo que lo comunicaba con el interior del palacio, que también fue reformado.

Las dos plantas del castillo se transformaron en tres, y la entrada medieval de madera fue sustituida por un suntuoso pórtico de granito.

Restos del pórtico renacentista expuestos junto a la entrada.

Los Zapata, fieles servidores de la Corona, cedieron su castillo en varios ocasiones, allí se alojó la reina Margarita de Austria en 1599 tras su boda con Felipe III, antes de su entrada en Madrid. También fue utilizado como cárcel de Corte, siendo allí encerrados notables personajes.

El poderío de los Zapata disminuyó durante el siglo XVII, en 1697 el castillo sufrió un terrible incendio, y ya no volvió a ser ocupado. Su piedra fue utilizada para otras construcciones cercanas, como el Capricho, de los Duques de Osuna, y el Panteón de los Fernán Núñez, herederos de los Zapata, y del palacio solo quedaron las ruinas.

Panteón de los Fernán Núñez junto al Castillo

En el siglo XVIII, abandonado el Castillo, la zona se convirtió en finca agraria, de la cual se conserva parte de la Casa del Guarda, quizá construida sobre la antigua Casa del Mayordomo, residencia del gobernador de la finca del Señor, ubicada junto al puente de entrada al castillo en la época en que pasó a manos de los Zapata.

En el siglo XIX la recia fortaleza, de gruesos muros de pedernal, luego lujoso palacio, estaba reducida a unas pocas ruinas en lamentable estado.

Durante la guerra civil fue utilizado y también quedan restos, como los huecos abiertos en los muros para disparar desde el interior, y el “nido de ametralladoras” :

Poco a poco Madrid fue creciendo, en 1950 fueron anexionados varios pueblos de esta zona noreste, y la Alameda, antigua aldea medieval construida sobre restos prehistóricos, se convirtió en un barrio residencial para clases acomodadas.

Como en tantas ocasiones, desde que se habló de la restauración del castillo hasta que por fin se llevó a cabo, pasó mucho más tiempo del anunciado, pero esta es una historia con final feliz. Ha sido sin duda una obra compleja, que además de la restauración del castillo incluyó las excavaciones arqueológicas que comenzaron en 1986.

Por las semillas localizadas se supo que en los alrededores había árboles de muchas especies, olivos, nogales, cipreses… y gran variedad de plantas y flores. Bajo el castillo aparecieron restos del poblado prehistórico, sus “despensas” y cerámicas… la vida de los primeros pobladores de la Alameda bajo las ruinas del castillo que esperaban ser restauradas.

En los primeros años del siglo XXI, la fortificación de origen medieval, única en Madrid, se había convertido en un lugar ocupado por el botellón, los grafitis, y la basura.

Pasados varios años, por fin los restos conservados fueron restaurados y otros elementos importantes -los muros del foso, la planta exterior y planta de la torre del homenaje-, fueron restituidos parcialmente, en mayo de 2010 se abrieron las puertas al público de este museo que forma parte del Eje Histórico-Cultural de la Alameda de Osuna y depende del Museo de los Orígenes.

Ya no hay huertos ni álamos, hoy día el antiguo castillo fortificado está rodeado de chalets adosados, los tiempos han cambiado -en general, felizmente-, y da gusto contemplar este museo vivo, acercarse a los restos del Castillo de la Alameda y recordar su historia.

Por: Mercedes Gómez

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Castillo de la Alameda
Entre las calles de Antonio Sancha, Joaquín Ibarra y Manuel Aguilar.
Abierto los fines de semana y festivos.

Allá donde en el siglo IX los musulmanes fundaron Mayrit, en lo alto de una colina frente al río, entre los arroyos de las Fuentes de San Pedro y de Leganitos, hoy día se encuentran la Catedral de la Almudena, el Palacio Real y la Plaza de Oriente. Debajo, a muchos metros de profundidad, se esconde la historia del origen de Madrid.

Hoy Pedro y yo os invitamos a un nuevo y para nosotros emocionante viaje al pasado, al tiempo y al lugar en que los árabes construyeron su castillo y su muralla. Los mayritíes se fueron instalando en los alrededores, y allí vivieron hasta la conquista cristiana en el siglo XI.

A pesar de que lamentablemente la mayor parte de los hallazgos fueron destruidos, las obras realizadas en los años 90 para la construcción de un aparcamiento subterráneo en la Plaza de Oriente, y actualmente las del Museo de Colecciones Reales, han ido poco a poco desvelando secretos y dando a conocer cómo era Madrid en aquellos tiempos lejanos y su evolución como ciudad.

Se conoce bastante bien el recorrido de las murallas madrileñas -de las que se conservan valiosos restos-, tanto de la musulmana del siglo IX como la cristiana del siglo XII, sin embargo existen aún muchas incógnitas, sobre todo en la zona donde hoy día se levanta el Palacio Real y en una gran parte de la Plaza de Oriente, nunca excavada.

Bajo el Palacio Real pudo existir un reducto fortificado, posible residencia del Gobernador de Mayrit, sobre el cual los cristianos acaso levantaron su primer Alcázar, precedente del Alcázar de los Austrias incendiado en 1734.

Otro enigma es el camino que siguió la muralla cristiana desde la plazuela de los Caños del Peral -plaza de Isabel II-, donde discurría paralela al Arroyo del Arenal, hasta unirse al Alcázar.

Por entonces el paisaje era muy distinto al actual. Como todo el entorno, el terreno era un escarpado bosque surcado por barrancos y cursos de agua. El arroyo más importante era el del Arenal, pero no el único, la actual Plaza de Oriente de norte a sur estaba dividida por el Arroyo de la Parra. Encinas, pinos, cerezos, nogales, madroños… una vegetación muy rica, con un clima más frío y húmedo que el actual. Semillas de vid, melón, zarzamora…

La zona situada más al norte correspondía al barranco y al Arroyo del Arenal, que provenía de la plazuela de los Caños del Peral y, rodeando el cerro del alcázar, se dirigía a desembocar en el Arroyo de Leganitos –bajo la actual Cuesta de San Vicente-.

En la plaza, frente al Teatro Real, fueron hallados los restos de una Atalaya islámica del siglo XI, que se conservan y pueden visitarse en la primera planta del aparcamiento. Se trata de una torre de vigilancia que probablemente, al igual que otros elementos de fortificaciones musulmanas, fueron luego utilizados por los cristianos. Resulta difícil pensar que esa torre fue el único elemento defensivo construido en la zona. La atalaya está situada junto al barranco, y los arqueólogos no descartan que existiera alguna otra. El cimiento de la torre nos muestra el nivel del suelo medieval.

Muy cerca del Palacio también fueron localizados los restos de un sólido muro -no conservado- de la segunda mitad del siglo X que podía pertenecer a un Albacar, o recinto anejo a la fortificación de la ciudad, probable ampliación del primer recinto árabe hacia el norte, que entre otras funciones pudo tener la de servir de refugio a la población en caso de ataque.

Gracias a los hallazgos arqueológicos sabemos que durante el período islámico en aquellos abruptos terrenos además de vida militar hubo actividad agrícola, cultural y artesanal. Una atalaya, restos de una fortificación …. Y huertos, pozos de agua, basureros, hornos… Se hallaron candiles, cuencos, cazuelas y otros utensilios domésticos.

Pero el antiguo cauce del Arroyo del Arenal, bajo la plaza y los terrenos al norte del Palacio, aún esconde muchos misterios y tesoros.

En el camino que seguían el barranco y el arroyo, en su misma dirección, a casi treinta metros de profundidad, en las proximidades del Palacio Real, existe un maravilloso pasadizo que nos traslada a tiempos pasados y hace volar nuestra imaginación.

Resguardado entre dos colectores, mide unos veinte metros de largo por uno veinte de ancho. Llama la atención su altura, aproximadamente cinco metros hasta la clave del techo, mucho para un mero pasadizo. Quizá es otra fantasía, pero se nos ocurre que en caso de necesidad podría haberse recorrido a caballo.

Los muros están construidos en su mayor parte con duro y brillante pedernal, apenas algunos trozos de piedra caliza.

Otro detalle singular es la existencia de varias hileras de adobe, antiquísimo material de construcción.

La bóveda del techo también es de adobe.

Por su interior hoy día sin uso, solo fluye un pequeño hilo de agua, probablemente debido a las filtraciones del terreno. El suelo de piedra está muy desgastado por la erosión del agua y el tiempo.

Su proximidad a Palacio y su situación junto al antiguo cauce del Arenal, al oeste de la atalaya islámica, nos hace pensar que el pasadizo pudo formar parte de una antigua muralla o fortificación, conservado a lo largo de los siglos, uno de los muchos caminos subterráneos que al parecer llegaban hasta el Alcázar y más tarde al Palacio Real.

Al final del tramo se halla una reja antigua, que para nosotros simboliza el gran y desconocido mundo que se esconde en el subsuelo y que nos transporta al Madrid más remoto.

Por : Pedro Jareño y Mercedes Gómez

Localización : Pedro Jareño

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Bibliografía:

VVAA. Plaza de Oriente. Arqueología y evolución urbana. Ayuntamiento de Madrid 1998.

La Historia de Madrid se esconde en el subsuelo. A veces es difícil descifrarla, pero siempre es bella, y emocionante. Hoy Pedro y yo queremos mostraros un lugar impensable. Puede parecer un sueño, pero el lugar existe, a casi treinta y cinco metros de profundidad.

Recordemos que en el Madrid más antiguo, abrupto y surcado por numerosos cursos de agua, uno de los arroyos más importantes era el Arroyo de las Fuentes de San Pedro, el arroyo Matrice, que bajaba hacia el Río por un enorme Barranco, entre dos colinas, la de las Vistillas y la del Alcázar. El otro era el Arroyo de Leganitos, cuyas aguas corrían por el otro costado del cerro donde los musulmanes construyeron su castillo en el siglo IX.

Cuando Felipe II y su Corte llegaron a Madrid en 1561, a los pies de los Altos del Alcázar ya existía un puente que permitía cruzar el tortuoso barranco y el arroyo, junto a unas curiosas construcciones con arcos según el dibujo de Hoefnagel.

Vista de Madrid, detalle. (Hoefnagel, h. 1562)

El Rey fue adquiriendo terrenos alrededor del Alcázar, y acometiendo reformas con el fin de mejorarlos, acomodarlos a sus gustos y también que le aislaran y protegieran de miradas indiscretas. Al oeste, los terrenos que bajaban hasta el río eran antiguas huertas que Felipe II ordenó transformar en prado y bosque, convirtiéndose con el tiempo en el Parque de Palacio, hoy día conocido como Jardines del Campo del Moro, frente a la Casa de Campo.

El Arroyo nacía al norte de la Villa, en terrenos donde aún no existían casas, solo bosques, en los alrededores de la actual calle de Fuencarral, y bajaba hacia el oeste por la calle de los Reyes hasta lo que hoy es la Plaza de España, donde debido al aumento de población y de las edificaciones, en los comienzos del XVII junto a la Fuente se construyó el Puente de Leganitos.

Allí se abría el Barranco de Leganitos, por donde el arroyo transcurría junto al Camino del Río -actual Cuesta de San Vicente-, rodeado de huertas, hasta llegar al Parque de Palacio, actuando por ese lado como una frontera y protección natural del Alcázar.

Arroyo de Leganitos. Del puente de Leganitos al Puente del Parque. (Mancelli, 1623)

En ese punto era donde uno de los dos ramales del Arroyo del Arenal, procedente de la Plazuela de los Caños del Peral, se unía al de Leganitos. El Arroyo de Leganitos entraba en el Parque de Palacio, y desde allí se dirigía al Río. Es curioso comprobar que hoy día esa zona del Campo del Moro conserva el nombre de «bosquete del barranco».

Desconocemos en qué momento fue construido el Puente del Parque tal como se aprecia en el Plano de Texeira,  es posible que las sucesivas reformas y ampliaciones lo fueran transformando, como sucedía desde tiempos medievales con la mayoría de pontones, puentes y puentecillos que continuamente necesitaban ser reparados. Desde luego, en el siglo XVII, a juzgar por el dibujo del gran cartógrafo, debió ser muy importante. La zona continuaba libre de construcciones, pero pensemos que estamos en terrenos próximos al Alcázar, para uso por tanto del rey y su Corte.

Puente del Parque (Texeira, 1656)

El Puente del Parque, sobre el Arroyo de Leganitos y su afluente el Arroyo del Arenal, era una construcción complicada, con paredones, arcos, ojos… y dos brazos en cuya confluencia se encontraba el acceso a la Puerta del Parque, antecedente de la futura Puerta de San Vicente. Uno de los brazos del puente estaba situado sobre el Arroyo de Leganitos y cruzaba el Camino del Río, el otro se adentraba en el Parque sobre la unión de ambos arroyos.

En el siglo XVIII se llevó a cabo una gran obra urbanística y de ingeniería con el fin de suavizar el fuerte desnivel existente entre el Alcázar y el Río. Para ello se realizó un aporte de tierras allanando el terreno, creándose el Paseo de la Florida, la Cuesta de San Vicente y la calle Bailén. El arroyo y sus puentes desaparecieron.

En algún momento, el cauce de ambos arroyos fue entubado en galerías, convertidas en colectores, que actualmente continúan en uso.

Uno de esos colectores sigue el mismo camino que seguía el antiquísimo Arroyo de Leganitos hace siglos entre árboles y cultivos, ahora bajo los edificios, desde su nacimiento hasta el Manzanares.

La pendiente, bajo la tierra, como lo era en la superficie en el pasado, es muy acusada, y el agua baja a gran velocidad, como antes lo hiciera el Arroyo de Leganitos.

Caminando por el antiguo cauce, ahora entubado, por los mismos lugares que el agua recorriera en siglos pasados, llegamos a un espectacular tramo con ciento ochenta y cinco escalones.

Al acercarnos al punto en que se encuentran los antiguos cauces de los Arroyos de Leganitos y del Arenal, a la altura del lugar donde se encontraba el Puente del Parque, antes de que acaso desapareciera bajo la tierra, a más de treinta metros de profundidad, descubrimos una serie de arcadas construidas en ladrillo sobre pilares de piedra.

Veinticinco arcos perfectos van apareciendo ante nuestros ojos uno tras otro. Su estado de conservación es bastante bueno.

Tres metros de altura por tres de ancho, bajo una estructura muy poderosa, y antigua, muy antigua. Creemos que puede pertenecer al viejo Puente del Parque que aquí existió hasta hace alrededor de trescientos años.


Traspasados los veinticinco impresionantes arcos, llegamos al lugar en que el Arroyo del Arenal llegaba a término, el fin del primitivo cauce del otro arroyo que bordeaba el Alcázar. El mismo lugar donde los brazos del Puente dibujado por Texeira se unían.

El espacio es algo sobrecogedor. Impresiona su magnitud, imaginar la época en que los arcos pudieron ser construidos, hace mucho tiempo, sobre las aguas del torrencial Arroyo de Leganitos, y pensar que milagrosamente allí continúan, a salvo, en nuestro Museo Subterráneo Matricense. Un museo virtual, pero real.

por :  Pedro Jareño y Mercedes Gómez

Localización y fotografías : Pedro Jareño

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ACTUALIZACIÓN 3 octubre 2012

Corregido error en la fecha del Plano de Antonio Mancelli, la fecha correcta es 1623.

 

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