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A los pies de la Cuesta de los Ciegos, en la calle de Segovia, se encuentra la Fuente de la Cuesta de los Ciegos, que fue construida, igual que la gran escalera de granito que sube hasta las Vistillas, en los comienzos de la 2ª República, cuando la zona fue reformada, aunque la obra no pudo ser terminada hasta después de la guerra. Se trata de uno de los caños de vecindad instalados en los años 30 en Madrid, de los que se conservan muy pocos ejemplos.

El pilón es redondo, con un cuerpo central construido en granito sobre una base de piedra blanca de Colmenar. El Escudo de Madrid, situado en los lados norte y sur, también es de piedra.

Es el Escudo de la Villa de Madrid utilizado durante la República, con la corona mural en lugar de la corona real. Representa al Oso y el Madroño en un cuartel, y en otro al Dragón. Debajo, aparece la fecha, 1932, y arriba la inscripción Ayuntamiento de Madrid. La fuente actualmente no conserva los grifos, su carácter es puramente ornamental.

No muy lejos de aquí, en el barrio de Lavapiés, en una plazoleta a la altura de la calle de Cabestreros, en la calle del Mesón de Paredes, se encuentra la Fuente de Cabestreros. En tiempos era conocida como la “fuente de los machos”, debido a que, decía la leyenda, sus aguas potenciaban la virilidad de los hombres que las bebían.

En este lugar ha existido una fuente al menos desde el siglo XVII, representada en el plano de Texeira. En el siglo XIX fue sustituida por una muy sencilla, de faroles. La fuente actual  se colocó en 1934 frente a los muros del que había sido Convento de Santa Catalina de Sena, edificio de mediados del XVIII. En los años 50 del XX fue sede de un colegio. Adquirido por el Ayuntamiento en 1967, su estado era al parecer ruinoso, finalmente fue derribado, conservándose únicamente el muro que daba a Mesón de Paredes, que fue demolido en 2006.

También es de granito y sus adornos de piedra blanca de Colmenar. Está formada por dos pilones rectangulares al norte y al sur de un eje central, y rematada por una piña.

Terminamos nuestro paseo fuera de la ciudad, en la gran Casa de Campo, donde se encuentran varias fuentes instaladas después de que el Real Sitio fuera abierto al público el 1 de Mayo de 1931. La mayoría se encuentran cerca del Lago. La del Plátano Gordo, la de la Piña, la de los Neveros, la del Triángulo… todas ellas construidas entre 1932 y 1934.

Son fuentes de construcción muy sencilla, encantadoras, que perseguían únicamente cumplir su función, dar de beber a los vecinos y paseantes, y algunas de ellas siguen haciéndolo.

Texto y fotografías por : Mercedes Gómez

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En Madrid existe un lugar mágico, por donde hace siglos corría el Arroyo de las Fuentes de San Pedro, el arroyo-matriz, Matrice, según la teoría de Oliver Asín, que pudo ser el origen del nombre de Madrid. El arroyo que con el tiempo y la urbanización del terreno se convirtió en la calle de Segovia.

A orillas del arroyo, que desde Puerta Cerrada bajaba hasta el Río, luego llamado Manzanares, estuvo el Madrid más remoto, allí se produjeron los asentamientos humanos más antiguos, junto al agua.

Las primeras noticias arqueológicas sobre grupos de población organizados datan nada más y nada menos que de la Edad del Bronce, allá por los siglos XIII-XV antes de Cristo, como supimos durante uno de nuestros paseos por las Vistillas y el primer poblado madrileño. Y hay indicios -en ello se fundó Asín para su teoría- de que allí hubo asentamientos anteriores a la llegada de los musulmanes, un poblado construido en el siglo VII por los visigodos dedicados al pastoreo y a la caza.

En el siglo IX los árabes construyeron su castillo y la recia muralla, rodeando la almudena, recinto militar, y la medina, o recinto civil. Fuí sobre agua edificada, mis muros de fuego son, dice el antiguo emblema de la Villa de Madrid. Agua y pedernal, los símbolos del Viejo Madrid.

Después, en el siglo XII, los cristianos construyeron su cerca, que partía de la musulmana, en lo alto de la Cuesta de la Vega, cruzaba la gran hondonada entre las dos colinas, entre el Alcázar y las Vistillas, y se dirigía hacia la Puerta de Moros.

Era el terreno tan abrupto que cuesta trabajo imaginarlo. Si ahora el desnivel, salvado por el Viaducto, entre ambos cerros es considerable, en la Edad Media era mucho mayor, y más peligroso. Entonces no era una bonita calle, como ahora, la calle de Segovia, rodeada de césped, era el Barranco, así con mayúsculas, porque aunque no era el único en la villa, era el más profundo y difícil.

Cuando Felipe II convirtió a Madrid en capital y sede de la Corte, la muralla aún se mantenía en pie, imponente. Fue entonces, en el siglo XVI cuando comenzó a desaparecer, devorada por las construcciones que a ella se arrimaban o por la tierra.

Existe una pintura que a pesar de ser imaginada, realizada en los años 50 del siglo XX por Pierre Schild, refleja de forma asombrosa lo que pudieron ser aquellos parajes. El cuadro se encuentra en uno de los salones del Restaurante Sobrinos de Botín. Representa ese Madrid de 1561, con el Barranco en primer plano, atravesado por la muralla, sus torreones, sus arcos, callejones y sus adarves.

P. Schild

La primera reforma de la zona fue llevada a cabo poco después, hacia 1570, el rey quiso convertirla en transitable y facilitar la salida de Madrid hacia Segovia. Fue así cómo la muralla fue desapareciendo y el barranco allanado, aunque seguía siendo terrible en la Cuesta de los Ciegos, así aparece en el siglo XVII, dibujado por Texeira.

Plano de Texeira (1656)

Tras los derrumbes accidentales y los derribos provocados, la piedra fue utilizada para adoquinar la nueva calle y aprovechada en nuevas construcciones. La muralla desapareció del Barranco y de la Cuesta de los Ciegos, pero continuó subiendo por la calle Yeseros y entre las calles de Mancebos y Don Pedro, donde aún hoy día perviven restos, como sabemos.

La calle, llamada de la Puente en el siglo XVII, nació sobre el camino natural marcado por el cauce del arroyo. Otras calles surgieron aprovechando la ronda exterior de la muralla, como las Cavas, o la calle de Don Pedro, antes de la Alcantarilla, por haber servido de foso a la muralla. La Alcantarilla llegaba hasta el Arroyo de San Pedro.

Nuevas obras en la zona, a cargo de Ventura Rodríguez en el siglo XVIII, los desmontes para suavizar el terreno en el XIX, la construcción de la escalera de la Cuesta de los Ciegos y más reformas durante la 2ª República en el XX… acabaron de transformar la Calle Segovia y su entorno en el bonito lugar que es hoy día. Pero al observar el paisaje ante nuestros ojos, no podemos olvidar como fue en el pasado.

¿Resulta descabellado pensar que a pesar de todo existen restos medievales bajo la antiquísima Cuesta de los Ciegos?

Hoy Pedro y yo os invitamos a un Viaje a la Edad Media. Puede ser producto de nuestra imaginación, pero parece real, juzgad vosotros mismos.

En todo el barrio de la Morería, las galerías del alcantarillado son, como en otros barrios del centro, de ladrillo enfoscado. También los túneles que comunican algunas de las construcciones más antiguas, algunos dicen que con el mismísimo Palacio Real, como por ejemplo el pasadizo que sale de la actual Academia de Ingeniería en la calle de Don Pedro, donde recordemos existe un largo lienzo de muralla cristiana, son de ladrillo.

Sin embargo bajo la Cuesta de los Ciegos, en este lugar tan misterioso para nosotros, cerca del camino por donde transcurría la vieja muralla, bajo la ladera ahora ajardinada, escondido entre subterráneos vericuetos, existe un pasadizo increíble, emocionante, y sin uso, por el que, además de las ratas, únicamente corre un pequeño hilo de agua limpia.

Una de sus singularidades es que mide cerca de dos metros de altura por 1,20 de ancho. No se trata de una galería cualquiera.

Y otra, muy importante, es que sus muros están construidos en mampostería de pedernal, aunque algunos tramos tienen refuerzos intermedios de ladrillo.

El camino es además de apasionante, sorprendente. Los muros del pasadizo, en algún lugar, cuenta Pedro, entroncan “en perfecta armonía” con una especie de cámara o espacio circular de construcción espectacular, con un precioso arco de acceso.

Lo mismo ocurre en otro punto del pasadizo, que continúa en la dirección de la muralla.

En otra parte del trayecto se incorpora al pasadizo una estrecha galería que parece pertenecer a un viaje que en caso de necesidad proporcionaría el agua.

Hoy día todo esto puede parecer imposible, una fantasía, pero creemos que se puede tratar de un Pasadizo construido cuando aún existía la muralla, acaso procedente de uno de los edificios próximos. Un camino de entrada o salida de la Villa en un lugar en el que no debía resultar fácil, escarpado y de difícil acceso, lejos de la Puerta de Moros, y separado de la Puerta de la Vega por el tortuoso barranco.

por :  Pedro Jareño y Mercedes Gómez

Localización y fotografías : Pedro Jareño

Continuará… quizá.

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