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Esta entrada es una actualización del artículo «Paseo en busca de la muralla árabe» publicado en 2012. Aunque han pasado diez años, no hay grandes novedades, pero me gustaría recordar la importancia del estudio de la muralla del siglo IX, origen de Madrid. Y animar a los posibles lectores a recorrer su camino, desde la plaza de Oriente hasta la Cuesta de la Vega, y evocar nuestro pasado.
El emir Mohamed I fundó Mayrit, una pequeña ciudad amurallada, hacia el año 865, en un lugar privilegiado, rodeado de defensas naturales, el arroyo de Leganitos –Cuesta de San Vicente–, el arroyo de las Fuentes de San Pedro –calle de Segovia– y el río luego llamado Manzanares. Probablemente por entonces ya vivían en la zona algunos grupos de población musulmana pero fue en la segunda mitad del siglo IX cuando los árabes se establecieron de forma organizada, primero con un objetivo meramente militar. Con el tiempo los mayritíes desarrollaron una rica vida cultural y científica, como demuestran, además de las fuentes escritas, los objetos de su vida cotidiana encontrados en las excavaciones de la plaza de Oriente, de la Cuesta de la Vega y en los arrabales islámicos, que podemos contemplar en nuestros museos.
La mayoría de investigadores están de acuerdo en que el Madrid islámico estaba formado por dos recintos, el primero, de unas cuatro hectáreas, con la forma de un cuadrilátero irregular, acogía la medina o recinto urbano.
El segundo recinto, hipotético, era otro espacio fortificado donde se encontraba la residencia del Gobernador. Probablemente se hallaba en el lugar donde hoy se levanta el Palacio Real aunque algunos autores dicen que pudo estar donde hoy se encuentra la Catedral de la Almudena.
Respecto a lo anterior, antes de comenzar nuestro recorrido recordemos que al norte de este primer recinto, en la actual plaza de Oriente se conservan escasas pero importantes huellas de la presencia árabe:
En primer lugar, parte de un muro de un albacar del siglo X. Era un recinto anejo a la fortificación de la ciudad, probable ampliación del primer recinto árabe hacia el norte, que entre otras funciones pudo tener la de servir de refugio a la población en caso de ataque. Es un resto importantísimo, por su datación y posible significado, desgraciadamente no conservado.
Y en segundo lugar, una atalaya del siglo XI.
Desde los Altos de Rebeque, punto más alto de la muralla, contemplamos la espectacular vista de lo que fue Mayrit.
Este primer recinto, antigua al-mudayna o almudena, tenía tres puertas, la de la Sagra, la de la Almudena y la de la Vega, y algún portillo.
De la Puerta de la Sagra, que se cree estaba situada entre la actual plaza de la Almudena y los Altos de Rebeque, aún no hay pruebas materiales de su existencia, que quizá permanecen escondidas bajo la calle de Bailén y esperamos que algún día salgan a la luz.
Siempre hemos imaginado que bajo el jardín de los Altos de Rebeque se encontraba la muralla, que discurría por esos terrenos, para dirigirse a la calle Mayor por la calle del Factor.
Ahora, tras la realización de una serie de catas arqueológicas a cargo del Ayuntamiento, en la base del muro de contención que existe en la mencionada calle del Factor se hallaron restos de interés de los cuales esperamos conclusiones definitivas oficiales, que «podrían corresponder, en parte o en su totalidad, a secciones de los primeros recintos fortificados de la Villa, bien de un solo momento histórico o de sucesivos».
Como ya vimos durante nuestro paseo por la calle del Factor, en 2005, en el solar del nº 3 se realizaron las correspondientes prospecciones arqueológicas. Se localizaron restos de construcciones pertenecientes al siglo XVII levantadas junto a la muralla.
Sobre todo ello se construyó un nuevo edificio de viviendas.
A continuación, en el nº 1 de la calle, esquina Mayor 86, donde se encuentra el Palacio de Abrantes, actual sede del Instituto Italiano de Cultura, en uno de los muros de la Biblioteca lucen los restos de sílex de la vieja muralla.
El muro discurre paralelo a la calle Mayor, perpendicular a la del Factor. El hecho de que en los planos de la Comunidad de Madrid que representan la muralla, en este lugar aparece dibujado uno de los cubos como elemento constatado, nos lleva a preguntarnos si los alrededor de cinco metros que podemos contemplar corresponden a dicho cubo, más la anchura de la muralla.
Continuando nuestro paseo llegamos a la calle Mayor donde se hallaba el Arco de la Almudena, luego llamado de Santa María.
Cruzamos la calle Mayor, bajo la cual acaso permanezcan escondidos vestigios de la Puerta de la Almudena.
La muralla continuaba hacia el lugar donde desde el siglo XVII se levanta el Palacio de Uceda, hoy sede de Capitanía General. Desde allí la tapia se dirigía hacia el oeste.
Rodeando el Palacio de Uceda nos acercamos al Viaducto cuyo arco situado más al norte traspasamos. Así, llegamos al aparcamiento del edificio cuya fachada principal da a la calle de Bailén nº 12, construido en 1959 sobre la muralla, tras destruir varios metros del largo lienzo descubierto pocos años antes. Resulta asombroso comprobar que allí debajo, tras la reja de la propiedad privada, pervive parte del monumento más antiguo de Madrid, incluyendo una de las torres.
Nos dirigimos hacia el Parque de Mohamed I, bajando por la Cuesta de Ramón.
Aquí, junto a la Cuesta de la Vega, frente a la Catedral de la Almudena, se halla el lienzo más largo conservado, descubierto y defendido en 1953 por Jaime Oliver Asín y Leopoldo Torres Balbás, que lograron salvar una gran parte del hallazgo. El día 2 de diciembre de ese año el diario ABC publicó la noticia de la carta enviada por ambos al periódico.
En la década de los 70, tras la demolición del Palacio de Castro Serna, perteneciente a la duquesa de Benavente, la muralla fue restaurada. Los restos de las viviendas aparecidas (de los siglos XVII a XIX) se conservaron. En la última remodelación del parque fueron tapadas.
El lienzo de muralla en la Cuesta de la Vega mide aproximadamente 120 metros de muro de pedernal en su parte inferior y piedra caliza blanca en la parte superior, jalonado por varias torres macizas cuadradas, características de la arquitectura militar islámica.
Su anchura aproximada es de 2,60 m.
En la confluencia de la calle Mayor con la Cuesta de la Vega se abría la Puerta de la Vega, la más importante. Se conserva parte de la torre derecha -vista desde el exterior-. Probablemente bajo la calle Mayor se encuentren los restos de la torre de la izquierda y de la Puerta, quizá algún día los encontremos.
Una segunda torre está casi totalmente desaparecida. El lienzo conserva en gran parte otras tres torres. Desde allí la muralla se dirigía hacia el norte, bordeando la llamada Cornisa de Madrid.
Desaparecido su rastro bajo la Catedral, durante las obras de construcción del Museo de Colecciones Reales aparecieron importantes restos arqueológicos, entre ellos la muralla correspondiente al extremo noroeste que ahora se encuentra en las salas del museo cuyas obras tuvimos oportunidad de visitar en 2012.
El edificio, obra de los arquitectos Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla, ha sido construido junto al Palacio Real para albergar el Museo de Colecciones Reales.
La visita, guiada por Emilio Tuñón fue muy emocionante e interesante.
Durante nuestra visita al futuro museo solo pudimos adivinar los hallazgos y fantasear sobre la vieja fortaleza, ya que se encontraban cubiertos por lonas y andamios. El lienzo de muralla en su parte más alta conservada mide unos 8 metros.
Los tramos hallados miden en total unos 70 metros, que podemos ver en las fotos publicadas por los arquitectos. Su construcción es similar al lienzo de la Cuesta de la Vega, de sílex y caliza, igualmente trabados con argamasa de cal. También aparecieron varios cubos de planta cuadrangular.
Los restos arqueológicos se podrán contemplar en dos salas. El motivo de la separación –representada en el plano a continuación–, como cuenta Emilio Tuñón, es la pérdida de una buena parte el siglo pasado durante la construcción de la Catedral.
Por fin, esperamos con ilusión la anunciada inauguración del museo el próximo año 2023, que por cierto ha pasado a llamarse Galería de las Colecciones Reales.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía:
VVAA. Plaza de Oriente. Arqueología y evolución urbana. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1998.
VVAA. Las murallas de Madrid. Ed. Doce Calles. Comunidad de Madrid 2003.
F.J. Marín Perellón y J. Ortega. La forma de la Villa de Madrid. Comunidad de Madrid 2006.
E. Andreu. «El Madrid Medieval». Cæsaraugusta, 78. 2007, pp.: 687-698
J.L. Garrot. «Recuerdos de Mayrit», En el tránsito de la Edad Media a la Moderna, Madrid 2008, pp. 83-103.
Christine Mazzoli-Guintard. Madrid, pequeña ciudad de Al-Andalus (siglos IX al XXI). Ed. Almudayna. Madrid 2011.
Los días anteriores al 14 de marzo pasado, día que seguro casi todos recordamos, visité varios museos en busca del Madrid islámico para un trabajo que, como tantas cosas, quedó interrumpido.
En realidad no es un tema nuevo en Arte en Madrid, hemos hablado muchas veces del origen de la Villa y el Madrid andalusí, pero no me gustaría que este resumen quedara guardado en el cajón para siempre, así que he decidido recuperarlo aquí. Os invito a repetir el recorrido que hice esos días, os propongo explorar el Mayrit de los siglos IX al XI con la ayuda de nuestros museos.
La primera visita fue al Museo Arqueológico Nacional. Aunque en el MAN no hay ninguna referencia a la medina de Mayrit, las salas dedicadas a Al Andalus y su presencia en la Península Ibérica sí nos dan una magnífica información sobre la vida social, cultural, la ciencia y las artes, y las técnicas y tipología de la cerámica andalusí del siglo X, todo ello aplicable a la actividad desarrollada en el primer recinto islámico mayrití y sus arrabales, como veremos.
Después, como es obligado para conocer nuestra historia medieval, visité el Museo municipal de San Isidro o Museo de los Orígenes, en la plaza de San Andrés; y el Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de Henares.
Y, esperemos, en un futuro, algún día… podamos visitar el Museo de Colecciones Reales. Durante su construcción se encontraron vestigios del Madrid más antiguo que completarán sin duda la información sobre nuestros orígenes.
Los museos no solo exponen cosas sino que nos explican, nos ayudan a imaginar, y así comprender: cómo vivían los primeros madrileños, dónde, cómo eran sus casas, en qué trabajaban, lo que comían, cómo cocinaban, el paisaje que les rodeaba… en definitiva, cómo eran Mayrit y los mayritíes.
Los útiles domésticos nos proporcionan mucha información. La cerámica es un indicador cronológico, social y cultural, y su análisis nos ayuda a conocer mejor una época.
Las ollas, jarros, candiles, etc. eran de una cerámica tan buena que, como sabemos, se hizo famosa. Recordemos que existe una descripción anónima de Al-Andalus en el siglo XI (luego repetida por cronistas posteriores) que dice algo así como:
«Hay en Madrid una tierra magnífica con la que se fabrican unas ollas que se emplean durante veinte años sin que se estropeen y que, además, protegen los alimentos contra cualquier alteración en los días de verano».
Esto es muy importante porque entre otras cosas, además de contarnos cómo era la vida entonces, demuestra que existía una actividad artesanal, creativa. Es cerámica realizada a torno, con decoraciones pintadas y algunas vidriadas; los musulmanes trajeron a nuestras tierras nuevas técnicas cerámicas como el vidriado, los esmaltes y la cuerda seca.
Todos estos objetos, que vemos en nuestros museos, nos permiten conocer la existencia de una vida cotidiana en la medina y saber cómo sería la vida en las viviendas que seguro aquí existieron, organizadas en muchos casos probablemente alrededor de un patio y un pozo. En el Museo de San Isidro hay una maqueta de una casa islámica que nos ayuda a comprender cómo podían ser.
Además de útiles domésticos hay otros objetos muy interesantes que revelan una vida cultural y un progreso científico; piezas de ajedrez, objetos de prestigio personal, como anillos, de tocador, para la enseñanza de la escritura, útiles quirúrgicos…
Estos materiales nos revelan que había dos grandes grupos sociales en la que podemos llamar población civil, al margen de la militar: los notables o sabios, médicos, maestros de la escritura… El astrónomo y matemático Maslama al-Maryrití, el madrileño, no fue el único científico importante nacido en el siglo X en Madrid, aunque sí el más famoso.
Y los trabajadores: comerciantes, artesanos, sobre todo los alfareros, los fabricantes de hilo, los agricultores y ganaderos…
La arqueología también nos habla de la importancia que tuvieron en el mundo árabe los sistemas de captación de agua, viajes, pozos y norias, los arcaduces (de los cuales se han hallado bastantes ejemplos en Madrid) que demuestran la existencia de norias movidas por animales, que recogían el agua de los pozos, agua que se guardaba en tinajas o cántaros, y la población la consumía en las jarras de la buena cerámica mayrití.
El agua era muy necesaria, no solo en el plano doméstico, también para la actividad agrícola y ganadera.
Unas vitrina y paneles en el Museo Arqueológico Regional muestran la gran importancia que tenía la agricultura. La cebada y el trigo eran los cereales principales, también cultivaban legumbres. En la plaza de Oriente se encontraron semillas de muchas especies, de vid, melón, zarzamora…
En el Museo de San Isidro podemos visitar un verdadero, delicioso Jardín arqueobotánico, con especies propias de los huertos del Madrid islámico. Un madroño, un manzano, olivo, etc.
La ganadería se basaba sobre todo en la explotación de ovejas y cabras, vacas, caballos… no solo para obtener alimentos sino productos secundarios como la leche o el cuero. Los mayrities también cazaban.
Además, no hay que olvidar el uso higiénico del agua; existían baños públicos, que solían estar situados cerca de la mezquita. Junto con el mercado o zoco, eran los lugares de encuentro, los tres centros de la vida social.
Una gran parte de materiales que vemos proceden de las excavaciones de la Cuesta de la Vega y la plaza de Oriente, zonas pertenecientes o próximas al primer recinto; aunque también se han producido hallazgos en otros lugares extramuros, en el exterior del primer recinto árabe, en los llamados arrabales.
El arrabal más antiguo era el situado en torno a la colina de las Vistillas. En las plazas de los Carros y de San Andrés se hallaron ollitas y cazuelas y diversos objetos utilizados en las casas y en las cocinas de los vecinos que habitaban este barrio hacia el siglo X.
La cocina era muy sencilla, basada en las legumbres y cereales que cultivaban, y la harina, leche a partir de la cual elaboraban el queso, y la carne. Todos estos alimentos se cocían (en una ollita como esta que vemos sobre el hornillo) y luego aderezaban con hierbas aromáticas.
En la Casa de San Isidro –durante la construcción del Museo–, se hallaron importantes elementos, algunos muy significativos. Uno de ellos, la famosa maqueta de una puerta de recinto fortificado, realizada a mano en terracota; se cree pudo ser un juguete, o un pebetero. Otro, una pieza de ajedrez.
Ambos objetos pertenecen al MAR; en el Museo de San Isidro, en cuyos terrenos fue hallada, se expone una réplica de la puerta.
El arrabal más próximo al primer recinto ocupaba la actual plaza de Santiago, calles de Espejo, Escalinata… En las proximidades de la plaza de Ramales se hallaron restos islámicos de los siglos IX-XI.
Entre los siglos X-XII la población musulmana también habitó zonas de la calle Mayor y del Sacramento, terrenos surcados por callejuelas que hoy conforman uno de los rincones madrileños que mejor conservan el trazado medieval. Las callejas, los solares, las construcciones… se debieron ir adaptando a la forma de los entonces seguramente tortuosos caminos de tierra, como vimos en algunas entradas anteriores; la Plazuela de San Javier, la calle del Conde, la calle del Rollo…
Bajo la llamada plaza del Rollo (árida plaza sobre el aparcamiento de la calle Sacramento) y alrededores se hallaron numerosos silos con restos que indican que pudo haber una gran ocupación en la zona:
Se hallaron cerámicas y restos de construcciones, piedras y tejas, de los siglos X y XI que, no se si se han expuesto alguna vez, pero creo que es un dato muy importante.
La población continuaba creciendo y surgió el arrabal de la Cava Baja, en las actuales calles del Almendro, Nuncio, hasta Puerta Cerrada. Durante la excavación en la calle del Nuncio 13 diferentes fases de la intervención proporcionaron información de diversas épocas, se constató que la ocupación más antigua correspondió a los siglos X-XII, es decir, la época medieval islámica, como en otros solares próximos.
Todas estas piezas que podemos ver en nuestros museos, tan interesantes y bonitas, que pertenecieron a nuestros antepasados hace más de diez siglos nos hacen pensar que hay mucha vida y mucha historia tras su apariencia modesta, y que al fin y al cabo son una pequeña parte de la historia que guardan y una mínima parte de lo hallado:

Objetos para preparación de alimentos (sg. X y XI, Calle Mancebos 3, plaza de la Morería, Cava Baja 30 y plaza de Oriente). MAR.
Para terminar mencionaremos el futuro Museo de Colecciones Reales, que comentaba al principio.
El museo se ha construido en los terrenos en los que nació Mayrit, por lo que no es de extrañar que hayan aparecido valiosos restos arqueológicos de varias épocas, incluido un largo lienzo de la primera muralla. Ojalá pronto podamos disfrutar del museo y de los hallazgos.
Visitemos nuestros museos, sin duda una de las mejores maneras de conocer nuestra historia.
Por: Mercedes Gómez
La Virgen de la Almudena es la patrona de nuestra ciudad, no se sabe con certeza desde cuándo. Tampoco se conoce exactamente desde qué momento recibe el nombre de Almudena, el primer documento en el que aparece mencionado es un testamento de 1377 a favor de obras en el templo primitivo, la iglesia de Santa María.
En agosto de 1908 el Papa Pío X la declaró, mediante decreto, Patrona de Madrid y fijó la celebración de la festividad el 9 de noviembre, día en que según la tradición, en el año de 1085, se produjo el hallazgo de la imagen.
El relato sobre su origen se mueve entre la leyenda y la historia, aunque sin duda es muy antiguo, ligado al de la propia Villa de Madrid.
La leyenda cuenta que la imagen fue traída en el siglo I desde Jerusalén por el Apóstol Santiago y su discípulo San Calocero e instalada en una pequeña capilla. Algunas crónicas añaden que fue tallada por San Nicodemus y pintada por San Lucas. Es una historia similar a la de otras imágenes, como la de la Virgen de Atocha también en Madrid; en este caso se cuenta que fue el Apóstol San Pedro quien la trajo a la Villa.

Anónimo. “Intervención y milagros de Santa María de la Almudena” (h. 1640). Catedral de la Almudena (procedente de la iglesia de Santa María).
Según la tradición, ante la inminente llegada de los musulmanes, los cristianos del siglo VIII escondieron la imagen de la Virgen junto a dos cirios encendidos en un cubo de la muralla donde permaneció hasta finales del siglo XI cuando el rey Alfonso VI llegó a Madrid. La leyenda da por supuesto que la villa ya existía, que estaba habitada en el siglo IX y que estaba rodeada por una muralla, llegando algún autor a afirmar que era de origen romano, sobre cuyo reducido casco urbano los moros invasores construyeron su recinto defensivo o almudayna.
Lo cierto es que en la actualidad hay acuerdo entre todos los especialistas en que la primera muralla madrileña fue construida en el siglo IX por los propios árabes y que el primer recinto islámico, en un principio meramente militar, fue fundado por el emir Muhammad I hacia el año 865. No hay prueba ni arqueológica ni documental de que antes existiera ningún otro recinto amurallado. En torno a este primitivo asentamiento islámico a finales del siglo IX, y a lo largo del siglo X, se creó la medina de Mayrit, con el castillo, la mezquita y su caserío, que se convertiría en la pequeña Villa de Madrid. Este recinto a partir de fin del siglo XI-siglo XII, en época cristiana, se llamó almudena o ciudadela. Se acepta la teoría de Jaime Oliver Asín, según la cual el nombre proviene del árabe almudayna, que significa ciudadela, medina, ciudad. Almudena, la ciudadela que fue el primer recinto amurallado mayrití.
Continúa la tradición contando que tras la llegada del rey Alfonso VI una procesión recorrió la muralla en busca de la Virgen; al derrumbarse una de las torres cerca de la Puerta de la Vega la imagen apareció milagrosamente con las dos velas que permanecían encendidas. Esto ocurrió el 9 de noviembre de 1085, según los cronistas y poetas del siglo XVII.

Anónimo. “Procesión de Santa María de la Almudena en 1638” (h. 1640). Catedral de la Almudena (procedente de la iglesia de Santa María).
Los orígenes legendarios de la imagen de la Almudena, igual que el origen de la propia Villa, se vieron alimentados en el siglo XVII, bajo la dinastía de los Austrias, en la búsqueda de un origen cristiano, remoto. Los cronistas se remontaban a un supuesto pasado glorioso, visigodo, romano, incluso griego de forma fantasiosa. El siglo XVII, el siglo del Barroco, estilo artístico y estilo de vida, tuvo mucha influencia en Madrid debido a su condición de sede de la Corte, de la Monarquía Católica. Una de sus características era la exaltación de lo religioso, apreciable en todas las artes, en la escultura, pintura, teatro, literatura, etc. Así, el Siglo de Oro en Madrid fue el escenario de la mayor religiosidad y su representación artística y literaria. Jerónimo de la Quintana, Vera Tassis, y escritores como Lope de Vega o Calderón de la Barca contribuyeron a ensalzar ese pasado fabuloso, tanto de la primitiva iglesia de Santa María como de la imagen de la Virgen.
La primitiva iglesia de Santa María es una de las iglesias que figura en el Fuero de Madrid de 1202, otorgado por Alfonso VIII, considerándose la más antigua. La iglesia estaba situada en la actual calle de la Almudena frente a la calle Mayor.
Después de muchos intentos y avatares, con motivo de las obras de ampliación de las calles Mayor y Bailén, se tomó la decisión del derribo que comenzó el 27 de octubre de 1868 y finalizó el 4 de mayo de 1869.
En la iglesia de Santa María se veneraba a la Virgen de la Almudena.
Nada se sabe sobre la que pudo ser la imagen primitiva; la tradición cuenta que desapareció en un incendio en el siglo XV. Dicha imagen habría sido sustituida por la imagen actual, la que hoy se venera y podemos admirar en la Catedral de Madrid en el centro de un retablo de finales del siglo XV, comienzos del XVI, con dieciocho tablas atribuidas a Juan de Borgoña.
Es una escultura de bulto redondo, tallada en madera de pino –oscurecida por el tiempo–, dorada, estofada y policromada.
La obra se ha considerado perteneciente al Renacimiento que llegó a Castilla hacia 1500-1525, con su centro en Toledo, donde trabajaron maestros tanto españoles como extranjeros. Varios autores ocupados en el Retablo mayor de la Catedral de Toledo, de estilística gótica, Petit Juan, Sebastián de Almonacid, Diego Copín de Holanda, han sido considerados probables autores de la imagen de la Almudena. Hoy se atribuye la obra a Diego Copín de Holanda, también conocido como Copín de Toledo pues en esta ciudad trabajó desde 1498 hasta 1517-18, época a la que corresponde la escultura de la Almudena.
Una talla que durante casi tres siglos se mostró vestida pero que hoy se muestra en todo su esplendor.
Por: Mercedes Gómez
NOTA:
Esta entrada es el resumen de una parte de mi trabajo «La Virgen de la Almudena. Historia, leyendas y representaciones de la imagen venerada en la Catedral de Madrid» publicado en El Mundo de las Catedrales, Colección del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, nº 62, San Lorenzo del Escorial, 2019.
Como sabemos, el largo tramo de muro conservado en la Cuesta de la Vega pertenece a la muralla que rodeaba el llamado primer recinto madrileño, la ciudad islámica, la medina de Mayrit. En total son aproximadamente 120 metros, desde la Cuesta de la Vega hasta el Viaducto, que seguramente continúan bajo el pequeño jardín en la calle Bailén junto al edificio de Capitanía General, antiguo Palacio de Uceda.
Esta primera muralla fue construida por los musulmanes en el siglo IX, hay acuerdo en que fue levantada por orden del emir Muhammad I.
Además de los documentos históricos así lo acredita la técnica constructiva empleada, con sillares de sílex o pedernal en la parte inferior y piedra caliza blanca en la superior, colocados a soga y tizón, el llamado aparejo cordobés, por ser utilizado en época emiral y califal, entre los siglos VIII y X. Y con sus torres macizas de planta cuadrada, características de la arquitectura militar islámica, con técnica similar a la de otras murallas levantadas en esa etapa histórica.
Son los vestigios más importantes de esta construcción defensiva que rodeó el primer Madrid –a falta de algún día poder contemplar, en el futuro Museo de Colecciones Reales, los lienzos hallados bajo la Catedral y la plaza de la Almudena–. A pesar de las numerosas reformas, destrozos y el propio paso del tiempo, lo que queda del recio muro sigue siendo un monumento imponente y sugestivo.
En arquitectura, construcción a soga es cuando el lado mas largo del ladrillo o sillar de piedra va colocado en la misma dirección del largo del paramento del muro. A tizón es cuando la mayor dimensión de las piedras o ladrillos se sitúan en sentido perpendicular al plano del paramento –por eso pueden parecer piezas cuadradas aunque en realidad son rectangulares, como las otras–.
Cuando ambos sistemas se mezclan se habla de a soga y tizón. Es la técnica utilizada en el caso de nuestra primera muralla.
Y es la técnica empleada en la majestuosa Mezquita de Córdoba, cuyo exterior con almenas y contrafuertes nos recuerda a una muralla.
En algunos de los muros más antiguos de la mezquita, de época emiral, se observa la mencionada fábrica de canon cordobés, la construcción a soga y tizón.
Por : Mercedes Gómez
La calle del Nuncio es una de esas calles madrileñas breves, algo sinuosas, que conservan toda la historia de la villa en su trazado, la misma forma desde hace siglos. Primero, en los siglos X y XI fue un arrabal de la medina islámica, después las casas se fueron construyendo al abrigo de la muralla cristiana, entre la Cava Baja y la calle Segovia.
Nace en Puerta Cerrada, donde se encontraba una de las puertas de la muralla del siglo XII, y llega hasta la iglesia de San Pedro, una de las más antiguas de la villa. Pudo ser por tanto una vía medieval importante, que discurriría próxima a la muralla, adaptándose a sus quiebros, intramuros.
Sus edificios y el terreno sobre el que se asientan son un reflejo de la historia de Madrid. Igual que la Cava Baja, la calle del Almendro o la propia Puerta Cerrada, que ya hemos recorrido.
En el nº 8 de la calle se levanta el edificio que alberga la Federación Española de Municipios y Provincias, antigua casa palacio del siglo XVI rehabilitada en los años 80 del pasado siglo XX.
Enfrente, en el nº 13, el Palacio de la Nunciatura Apostólica, que da nombre a la calle.
Llegando al nº 17 esquina calle del Pretil de Santisteban vemos la antigua Casa de Postas del duque de Santisteban, del siglo XVIII, hoy convertida en un edificio de viviendas.
Al final de la calle, la Iglesia de San Pedro, que conserva su espléndida torre construida en el siglo XIV.
Encontramos huellas pertenecientes a todas las épocas, desde la edad media hasta la actualidad, incluso las casas más modestas de la calle del Nuncio narran la historia de Madrid.
Cada uno de estos edificios merecería un artículo. Pero hoy vamos a detenernos en los orígenes de estos solares, en el Madrid más antiguo. El solar del actual nº 13, sede de la Nunciatura, nos cuenta la historia de estos terrenos ubicados junto a la muralla del siglo XII, un barrio construido sobre un arrabal de época islámica, como vimos.
Con motivo del “Proyecto de ejecución de ampliación del Colegio Sacerdotal y adecuación de dependencias en la calle Nuncio Nº 13”, promovido por el Ministerio de Defensa, en una zona de su patio interior, tuvo lugar una importante excavación arqueológica, entre noviembre de 2008 y febrero de 2009.
Las diferentes fases de la intervención proporcionaron información de diversas épocas, constatando que la ocupación más antigua corresponde a los siglos X-XII, como ya ocurrió en otros solares próximos. El hecho tiene gran importancia, no solo por los materiales hallados, sobre todo cerámicos, sino también por la información que aportan en cuanto a la población andalusí en esta zona de Madrid, a la vida en el Mayrit islámico.
Se trata, una vez más, de útiles domésticos (preparación, conservación y consumo de alimentos) típicos de la cerámica islámica de los siglos X al XII.
En relación al agua, también se encontraron fragmentos de arcaduz, elementos utilizados para extraer el agua con las norias.
El yacimiento fue descrito como “ocupación de tipo familiar o comunal asociada a la expansión del Madrid andalusí durante el siglo XI hacia el arrabal de Puerta Cerrada”. Los hallazgos fueron calificados como pertenecientes a épocas medieval islámica, medieval cristiana, moderna y contemporánea.
Posteriormente en este solar estuvo el Palacio de don Francisco de Vargas, el consejero de los RRCC y de Carlos V. El edificio también es conocido como antiguo Palacio de don Rodrigo Calderón, pues aquí estaban las casas que la marquesa del Valle donó a don Rodrigo, marqués de Siete Iglesias. En el siglo XVII fue ocupado por la Nunciatura.
El edificio actual, obra de Manuel Moradillo en 1735, fue restaurado y reformado en el siglo XIX.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Comunidad de Madrid. Anuario de Actuaciones Arqueológicas y Paleontológicas. Ficha de la actuación en Nuncio, 13. Madrid, 2009.
PÉREZ VICENTE, Daniel. “Excavaciones arqueológicas en el Madrid islámico”, Testimonios del Madrid medieval. Museo de San isidro, Madrid, 2004.
Como hemos visto en artículos anteriores, en los terrenos que hoy ocupa la ciudad de Madrid han existido grupos de población, más o menos estables, en la edad del bronce, incluso alguna villa romana, aunque eso no significa que existiera un núcleo urbano.
Y como sabemos es muy posible que incluso propios grupos musulmanes pudieron vivir aquí antes de que en la segunda mitad del siglo IX llegara el emir Muhammad I, se estableciera con su ejército y mandara construir la muralla, la llamada muralla árabe, en torno al primer recinto conocido como Mayrit.
Un momento importantísimo de nuestra historia ocurrió hacia el año 860, cuando el mencionado emir de Córdoba Muhammad I (que estuvo en el poder entre los años 852 y 886) fundó Mayrit, en principio como torre de vigilancia, gracias a su situación estratégica, que se convertiría en el origen de la villa de Madrid.
Hace ya seis años que hablamos aquí del Madrid islámico en el Museo de San Isidro. Desde entonces es grato comprobar que el interés por esta etapa histórica y sus restos arqueológicos ha crecido enormemente. Como ha transcurrido ya mucho tiempo y el museo muestra una renovada y más amplia exposición dedicada al Madrid de los siglos IX al XI ha llegado el momento de visitarlo nuevamente y actualizar la información.
Una hermosa vitrina guarda diversos objetos y cartelas que explican cómo pudo ser la vida cotidiana en aquel Mayrit remoto.
Entre estos emocionantes vestigios de tiempos pasados encontramos referencias a algunas de las actividades que tuvieron lugar en aquel Madrid medieval, en la medina de Mayrit que surgió junto al castillo primitivo.
De las manufacturas existentes en aquella época quizá la más importante fue la alfarería, la fabricación de útiles domésticos, ollas, cazuelas, cuencos… recipientes alabados por su capacidad para mantener los alimentos calientes o conservarlos durante mucho tiempo. Las ollas se colocaban sobre hornos o anafres, o directamente sobre el fuego.
Eran los cacharros que los mayrities utilizaban para guardar, cocinar y tomar sus alimentos, de una cerámica tan buena que se hizo famosa. Existe una descripción anónima de Al-Andalus en el siglo XI que dice:
“Hay en Madrid una tierra magnífica con la que se fabrican unas ollas que se emplean durante veinte años sin que se estropeen y que, además, protegen los alimentos contra cualquier alteración en los días de verano”.
La mayor parte de objetos proceden de las excavaciones de la Cuesta de la Vega y la plaza de Oriente, zonas pertenecientes o próximas al primer recinto; aunque también se han producido hallazgos en otros lugares extramuros, en el exterior del primer recinto árabe, en los llamados arrabales, como la plaza de los Carros. Llama la atención, entre los útiles domésticos, un mango de cuchillo hallado en la que fue Casa de Iván de Vargas.
Los candiles, realizados igualmente por los artesanos musulmanes, jugaban un papel importante en la vida cotidiana.
Unas torteras o pesas de hilar halladas en la Cuesta de la Vega dan muestra de otra actividad que se desarrollaba en la medina, expuestas junto a unas monedas, dirham, dinar, tercio de dinar y dobla, utilizadas en la época islámica.
Además de los útiles domésticos, otros objetos revelan detalles sobre la vida de nuestros antepasados. Se sabe que uno de los juegos que los árabes introdujeron en Al Andalus fue el ajedrez; uno de los hallazgos de la Cuesta de la Vega fue un peón de ajedrez.
Otro aspecto importante de la época es el agua.
El agua era abundante, gracias a los arroyos y manantiales subterráneos de los cuales se extraía mediante pozos. En algún momento los árabes debieron aplicar su técnica de construcción de los viajes de agua, como hemos visto hace pocos días al hablar de la plaza de los Carros. En cualquier caso, los numerosos arcaduces hallados, de los que se expone una pieza, demuestran la existencia de norias movidas por animales. Desde fuentes o desde los pozos el agua que se guardaba en tinajas o cántaros llegaba a la población que la consumía en las jarras de la buena cerámica mayrití.
Los pobladores de la medina se dedicaban, además de a la alfarería, a la agricultura y la ganadería.
Pequeñas huertas eran explotadas tanto dentro como fuera de los muros. Un cartel titulado Una medina ajetreada explica todo esto. La ganadería se basaba sobre todo en la explotación de ovejas y cabras, vacas, caballos… no solo para obtener alimentos sino productos secundarios como la leche o el cuero.
La agricultura era muy importante en Mayrit. La cebada y el trigo eran los cereales principales, también cultivaban legumbres, etc. Y diferentes clases de árboles. Había encinas, pinos, cerezos, nogales, madroños, manzanos, … una vegetación muy rica. Semillas de vid, melón, zarzamora…
La religión formaba parte de la vida cotidiana por lo que aparecen referencias a Alá en objetos y recipientes. Se han hallado en silos restos de huesos de animales con inscripciones religiosas y se cree que este hecho puede tener un sentido ligado a la magia, con el dios como protector de los alimentos que se guardaban en esos lugares. Se expone en el museo un ejemplo, un omóplato de vaca con inscripción árabe hallado en el solar de la Cava Baja 30, antiguo arrabal.
Gracias a los restos arqueológicos sabemos que durante el período islámico en aquellos entonces abruptos terrenos además de vida militar se desarrolló una vida cotidiana, familiar, cultural y comercial; además de útiles domésticos y de otro tipo, han aparecido restos que revelan la existencia de basureros, hornos, huertos, pozos de agua … que muestran que allí hubo actividad agrícola y artesanal.
Todo esto nos ayuda a comprender, a imaginar cómo pudo ser la vida en el Madrid de los siglos IX al XI. Además de la población militar hubo otros dos grupos sociales. Los notables o sabios, el más famoso de ellos fue el astrónomo y matemático Maslama al-mayrití, Maslama el madrileño, aunque no el único; hubo médicos, maestros de la escritura, etc. Y los trabajadores, comerciantes del zoco, artesanos, alfareros, campesinos…
Todas estas piezas en la vitrina, tan interesantes y bonitas, nos hacen pensar que al fin y al cabo son una mínima parte de lo hallado, de lo que podría aparecer si se excavaran zonas de interés arqueológico en un futuro y de cuánto nos queda por aprender.
Por Mercedes Gómez
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Museo de San Isidro. Los orígenes de Madrid.
Plaza de San Andrés, nº 2
El emir de Córdoba Muhammad I fundó Mayrit, una pequeña ciudad amurallada origen de Madrid, hacia el año 865. Probablemente por entonces ya vivían en la zona algunos grupos de población musulmana pero fue en la segunda mitad del siglo IX cuando los árabes se establecieron de forma organizada en nuestras tierras, primero con un objetivo meramente militar.
La recia muralla del primer recinto mayrití, además de algunos portillos, tenía tres puertas, la de la Sagra al norte, la de la Vega al oeste y la de la Almudena al este.
La Puerta de la Vega es la mejor conocida, gracias a los documentos y sobre todo gracias a las excavaciones arqueológicas. Se cree que estaba formada por una entrada recta, típica del modelo de época emiral y califal, como apuntó el profesor Manuel Montero Vallejo.
Desde esta Puerta de la Vega una vía principal atravesaba la medina de Mayrit hasta la puerta oriental, la puerta o Arco de la Almudena conocida también como de la Mezquita por su proximidad al templo, situado en el lugar donde luego se levantaría la iglesia cristiana que conservó el nombre antiguo, Santa María de la Almudena.
El Arco de la Almudena debía ser muy sencillo –según modelos de la arquitectura islámica de los siglos IX al XI, como decíamos–, la construcción justa para cumplir su función, permitir la entrada y la salida de la fortaleza por el camino que llevaba a Guadalajara.
En este caso sí hay constancia documental pero no arqueológica; a falta de una excavación, no hay que descartar que existan restos bajo la calle Mayor, entre el Palacio de Uceda y el comienzo de la calle del Factor.
Del Arco de la Almudena partían dos caminos que con el tiempo se convertirían en las dos vías más importantes del Madrid medieval, futuras calle del Arco de la Almudena y de la Puerta de Guadalajara, actuales calles Sacramento y Mayor.
Los especialistas coinciden en que el Arco de la Almudena debía ser similar a la Puerta de la Vega, con salida recta, según Montero Vallejo muy parecida a la de la Bisagra vieja o la de Valmardón en Toledo.
Lo confirma su única representación conocida, la del croquis de Villarreal del año 1549 que ya vimos cuando visitamos el Palacio de Abrantes en la manzana 440.
La Puerta, que pasó a denominarse de Santa María, sobrevivió varios siglos pues era fortísima de pedernal, tal como escribió López de Hoyos y recogió Jerónimo de la Quintana en 1629 en su “A la muy antigua, noble y coronada villa de Madrid…”
Aunque en los comienzos del siglo XVI ya estaba muy deteriorada. Tenemos constancia de ello porque a lo largo del mes de junio de 1515 el Concejo madrileño reunido habló en varias ocasiones de su derribo y así lo reflejó en sus actas o Libros de Acuerdos. El 1 de junio se acordó que se acabe de derribar lo del arco de la Almudena...
Quince días después las actas recogen el acuerdo de que se saque… la piedra de lo que se cayó del arco de la Almudena e lo haga llegar a la puente de Valnadú. Estamos ante un ejemplo más de las eternas reparaciones y reutilizaciones de piedra de las murallas que se llevaron a cabo en el Madrid medieval.
Casi un mes después, el sábado 14 de julio, ante una situación que parecía suponer un verdadero peligro para los vecinos, el Concejo acordó que:
… porque la torre y arco de la Almudena se empezó a caer y se cayó, de suyo, un pedazo de ella, y lo que queda está en mucho peligro y en perjuicio de los que por allí pasan, que se quejan porque no la derriban, y de los vecinos que tienen junto a ella casas, y por ver en ello y tener el dicho arco, como está, no viene provecho a la villa, antes daño, que mandaran e mandaron derribar el dicho arco y la torre que está peligrosa.
El asunto parece que se demoraba, aunque por fin el 20 de julio mandaron que para derrocar la Puerta de la Almudena se asignaran ocho peones para que la derriben nuevamente.
Pero la puerta debió ser reparada o reformada pues siguió existiendo hasta al menos 1569 en que finalmente fue demolida.
Como ya contamos, en el interior del Palacio de Abrantes admiramos un muro de piedra caliza y pedernal de unos cinco metros que discurre paralelo a la calle Mayor, perpendicular a la del Factor.
Debe corresponder al comienzo del lienzo y el cubo de la muralla árabe que Villarreal dibujó en el siglo XVI.
Una placa en la fachada de la calle Mayor 84, manzana 435, recuerda que junto a este lugar se situó hasta 1569 la Puerta o Arco de Santa María perteneciente a la muralla de la Almudena, fortaleza del Madrid musulmán.
Los restos de la Puerta, si es que existen, no deben estar muy lejos.
Por : Mercedes Gómez
Uno de los hechos que siempre se ponen de manifiesto a la hora de hablar de los orígenes de Madrid es la ausencia de restos humanos localizados en los numerosos yacimientos arqueológicos excavados a lo largo del tiempo que acompañen los hallazgos materiales. Por eso la noticia publicada en 1999 en el diario El País, hace casi diecisiete años, tiene una gran importancia. Según el periódico, que no desvelaba el lugar exacto del hallazgo, los arqueólogos de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid habían descubierto tres esqueletos de la Edad del Bronce, de hace unos 4.000 años, en las inmediaciones del Rastro, en pleno centro de Madrid.
La noticia, además, era trascendental por otro motivo: explicaba que sobre los restos prehistóricos había una capa de estratos de edificaciones que abarcaban desde el siglo IX al XIX, lo cual indicaba que posteriormente, desde la época islámica, esos terrenos habían estado habitados.
Continuaban diciendo que la prospección, entre junio y julio de ese año, fue realizada en el más absoluto sigilo. Desde luego, una de las cosas que más llama la atención en esas noticias que se sucedieron durante varios días, es que no se indicaba el lugar del hallazgo.
Hacia 1970 había sido derribada la última edificación en el misterioso solar, un palacio del siglo XIX al parecer. Debajo estaba la historia de Madrid.
El mismo diario publicó pocos días después que el Museo Arqueológico Regional proyectaba exponer los esqueletos. En cualquier caso, decían, las decisiones se tomarían una vez realizado el informe de los arqueólogos autores del hallazgo, logrado durante la cata obligatoria previa a unas obras de edificación de viviendas.
Ante la importancia de la noticia y la búsqueda infructuosa de datos nuevos para un trabajo sobre este tema en el que estoy embarcada y espero vea la luz pronto, solicité información al Museo Arqueológico Regional.
La respuesta fue que sí, dichos restos se encuentran depositados en el museo, junto con la documentación de dicha intervención. Aunque, a pesar del gran lapso de tiempo pasado, se encuentran todavía en proceso de estudio y pendientes de publicación por parte de los arqueólogos directores de dicha intervención, por lo que no es posible su consulta tal como yo solicitaba.
Lo que sí me comunicaron amablemente es que se trataba de la calle de los Mancebos nº 3.
Conocemos muy bien el solar, efectivamente allí se encuentra uno de los lienzos conservados de la muralla medieval visible en su cara intramuros –a unos minutos del Rastro en realidad–. Pertenece al primer tramo de la muralla que rodeaba el llamado segundo recinto, que iba desde la Cuesta de la Vega hasta Puerta de Moros, del cual se conservan bastantes vestigios en las manzanas de casas que crecieron a partir de los siglos XV-XVI adosadas a la tapia, configurando las actuales calles de Don Pedro y de los Mancebos.
En el libro Las murallas de Madrid, publicado por la Comunidad en 1998, anteriormente a las noticias que comentamos, aparece la foto del solar.
En la nueva edición de 2003 comprobamos que ya se había construido el nuevo edificio, dejando una franja en la zona próxima a la muralla. Fue la condición para poder construir, dejar unos tres metros libres para una posible futura excavación.
El edificio resultante es por tanto estrecho, con un pequeño jardín que lo separa del edificio que da a la calle Don Pedro. Tras una verja podemos contemplar los restos de la muralla.
La muralla visible había aparecido en una primera intervención arqueológica. En la segunda, la que comentamos de 1999, aparecieron nuevos restos de muralla y una serie de silos colmatados por un apreciable conjunto de cerámica de cronología islámica y cristiana, además de, añaden en dicho libro de forma muy discreta, sin más comentarios, una inhumación prehistórica.
La inhumación prehistórica deben ser los tres esqueletos de la edad del bronce, restos de personas que habitaron la ladera del llamado cerro de las Vistillas o de San Andrés hace unos cuatro mil años.
Recordemos que un poco más abajo, a medio camino de la subida al cerro, previamente a la construcción de otro edificio, en la calle de Angosta de los Mancebos nº 3, en 1984 ya se habían encontrado restos, aunque no humanos, de la existencia de un poblado, que ya vimos aquí.
Se hallaron cerámicas, un molino y restos de huesos de animales. Se cree que debió pertenecer a un pequeño núcleo que vivía de la ganadería menor (ovejas, cabras y cerdos) y del pequeño cultivo, en un entorno de bosque y monte bajo, parecido a los actuales Monte del Pardo o a la Casa de Campo. Las cabañas solían estar construidas con ramas revestidas de barro. En el interior, o en los alrededores, excavaban hoyos donde guardaban los cereales, base de su alimentación junto a la caza y la ganadería.
Los recipientes hallados conservados en el Museo de San Isidro en la plaza de San Andrés, muy cerca de su lugar de origen, revelan la existencia de vida en un Madrid muy remoto, en el que unos hombres y mujeres prehistóricos construían sus cabañas con los elementos que tenían a mano, ramas y barro, y fabricaban objetos de cerámica utilizando la arcilla para guardar sus alimentos y cocinarlos.
Quizá algunos de estos madrileños que vivieron hacia el año 1330 a. de C. fueron los que aparecieron enterrados en el solar un poco más arriba, en la calle de los Mancebos.
De lo que no cabe duda es de que esta colina, separada por las aguas del arroyo de San Pedro -de las que seguramente se surtían sus habitantes- de la otra colina hoy llamada de Palacio en la que siglos después se fundaría Mayrit, origen de Madrid, fue habitada desde tiempos muy antiguos.

Cerro de las Vistillas. A la derecha, inicio de la calle Angosta de los Mancebos, subida a San Andrés.
Volviendo a la calle Mancebos nº 3, debemos comentar que en el momento del hallazgo los conflictos parece que fueron los habituales en Madrid en estos casos. ¿Conservamos en su lugar o lo mostramos en un museo, lo tapamos, evitamos la construcción de la casa para salvar el hallazgo…? También como casi siempre, con mucho sigilo, se tapó y se construyó. Hace casi diecisiete años.
Ojalá se reanuden las interesantes publicaciones de Arqueología madrileña tanto municipales como de la Comunidad, y que entre ellas se encuentre la relativa a estos hallazgos tan importantes para el conocimiento de nuestra historia.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Priego, Carmen. “El yacimiento de Angosta de los Mancebos, nueva contribución al conocimiento de la Edad de Bronce madrileña”, en Estudios de Prehistoria y Arqueología madrileñas, nº 9, Instituto Arqueológico municipal, Museo de San Isidro, Madrid 1994.
VVAA. Las murallas de Madrid. Arqueología medieval urbana. Comunidad de Madrid. Madrid, 1998.
Diario El País 7, 8 y 11 agosto 1999.
VVAA. Las murallas de Madrid. Arqueología medieval urbana. Ed Doce Calles, Comunidad de Madrid. Madrid, 2003.
Hemos hablado aquí a menudo de los orígenes de Madrid, del primer Madrid islámico, de la Plaza de Oriente y de los numerosos elementos arqueológicos hallados en las distintas excavaciones, realizadas sobre todo a raíz de la construcción del aparcamiento en los años 90 del pasado siglo XX. Hemos visitado los restos de la Atalaya del siglo XI durante nuestro paseo en busca de la muralla árabe, único elemento constructivo conservado y expuesto en la primera planta bajo la plaza.
Pero hasta hace pocos días, hasta que no leí el artículo sobre Los restos arqueológicos de la plaza de Oriente en el blog Mirador Madrid, desconocía la existencia de la segunda planta, una dársena de autobuses y que en ella se colocaron varias vitrinas con textos, fotos y alguna reproducción de objetos de los hallazgos.
Este mes de julio la dársena está llena de viajeros que van, vienen o esperan, el calor es sofocante, nadie mira las vitrinas (lógicamente por otra parte), y resultan un tanto extrañas ahí situadas junto a las máquinas de café y agua.
Pero aquí se situaron tras las obras, intentando ilustrar los importantes vestigios de casi todas las etapas de nuestra historia hallados en estas profundidades. Desde el Mayrit islámico del siglo IX hasta el Madrid del XIX.
Las obras fueron muy polémicas, pues prácticamente todos los restos constructivos desaparecieron, excepto los de la atalaya medieval.
La primera vitrina nos recuerda que se encontraron pozos, basureros y restos de actividades artesanales de época islámica.
Materiales cerámicos y también orgánicos de animales y plantas que han proporcionado mucha información sobre la vida en estos terrenos, como hemos comentado en alguna ocasión, por ejemplo durante nuestro paseo por los siglos X y XI.
Se mencionan los arrabales y se muestra una foto del cimiento del “posible albacar”, recinto fortificado del siglo X.
Una curiosidad es que los objetos son reproducciones realizadas en la Escuela de Cerámica de la Moncloa.
El Madrid Medieval cristiano, de los siglos XII al XV. El Madrid de los Austrias. Se describe la Casa del Tesoro y el Convento de San Gil, y se muestran algunas fotos de los hallazgos.
El Madrid de los Borbones, Sabatini… hasta el siglo XIX.
Es un breve recorrido por la historia de Madrid a través de los hallazgos arqueológicos que ojalá hubiéramos podido contemplar de verdad.
En fin. Como leemos en uno de los paneles, “las labores arqueológicas han afectado a menos de un 20% de la totalidad del yacimiento. Permanecen, así pues, la mayoría de los restos aún ocultos, esperando que los investigadores del futuro los puedan algún día recuperar, porque conocer nuestro pasado nos ayuda a vivir nuestro presente”.
Los terrenos desde la Cuesta de la Vega hasta la plaza de Oriente esconden el Madrid más antiguo que poco a poco vamos conociendo, aunque aún quedan muchas incógnitas.
Por cierto, Patrimonio Nacional ha anunciado la apertura del Museo de Colecciones Reales -durante cuya construcción también se encontraron importantísimos hallazgos arqueológicos- para el año que viene.
Por : Mercedes Gómez
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