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Felipe Neri nació en Florencia el 21 de julio de 1515. En mayo de 1551, contaba 36 años, fue ordenado sacerdote; poco después fundó la Congregación del Oratorio, una sencilla comunidad de sacerdotes cuna de la futura Congregación canónica. Murió en Roma en 1595, el 26 de mayo, día en que se celebra su fiesta. Conocido como el Apóstol de Roma fue canonizado en 1622.
Bajo su advocación el Oratorio de Alcalá de Henares fue fundado por don Martín de Bonilla que consiguió la Licencia del Cardenal en 1694.
Un primer Oratorio provisional se encontraba en el lugar donde hoy se sitúa la Sacristía. Cuatro años después se decidió construir una nueva iglesia que no fue terminada hasta 1714. Su fachada de ladrillo conserva rasgos del barroco madrileño. El maestro de obras fue Bartolomé Oñoro, que dirigió la construcción con la colaboración de Pedro Crespo, quien se encargó de acabarla tras la muerte de Oñoro. Precisamente en la Sacristía, donde se originó, se halla una bonita maqueta de madera del conjunto actual, obra de Pablo Barrio, vecino de Alcalá.
El Oratorio guarda en su interior valiosas obras de arte; hoy vamos a centrarnos en tres de ellas, tres pinturas que representan a San Felipe Neri.
Hasta 1811 el Oratorio conservó su decoración original. Se sabe que el retablo de la iglesia era obra de Tomás de Busto y que en él se encontraba una Apoteosis de San Felipe Neri, al parecer obra de Teodoro Ardemans; no se conserva, fue destruido por los franceses en la guerra de la Independencia.
El templo fue restaurado en 1854 durante el reinado de Isabel II. El retablo perdido fue sustituido por uno fingido, atribuido a Manuel Laredo, artista muy ligado a Alcalá, donde construyó su palacio, el Palacio de Laredo, incluso llegó a ser su Alcalde; fue gran coleccionista, restaurador y pintor. Otro espectacular trampantojo, también obra suya, es el de la Ermita de San Isidro.
A pesar de que este retablo de Laredo existió hasta hace relativamente poco tiempo (comienzos de los años 70 del siglo XX), solo tenemos una imagen, una postal del año 1920. Aunque no se aprecia el detalle de las pinturas ya que se trata de una vista general, se sabe que las esculturas que adornaban el altar eran San Felipe y Santa Teresa, donativos del fundador, que hoy continúan en el mismo lugar.
San Felipe, Anónimo del siglo XVII ; y Santa Teresa, una copia, también del siglo XVII, de la obra de Gregorio Fernández que se encuentra en el Museo Nacional de Valladolid.
El actual retablo es también fingido, un gran trampantojo, al parecer sin pretenderlo similar al anterior. Este es obra de Chordi Cortés.
En la actualidad en la parte superior de la calle central hay un Calvario de Salvador Maella. Debajo, desde 2005 en que fue restaurado, en el centro se encuentra la Apoteosis de San Felipe Neri de Juan Vicente de Ribera, custodiada por las dos esculturas ya mencionadas, San Felipe a su derecha, Santa Teresa a la izquierda, en la misma posición que antaño.
El retablo simula una construcción neoclásica, con columnas, sus capiteles y frontones.
La pintura de Ribera describe una escena situada en un jardín, en una terraza de baldosas rojas y blancas, en la que a la izquierda se adivina una balaustrada y una columna a la derecha. Es un escenario barroco en el que San Felipe se representa sobre una nube sostenida por ángeles. A la izquierda otros ángeles juegan con el bonete del santo en referencia a la dignidad cardenalicia que rechazó en varias ocasiones.
Obra firmada y fechada, de 1704, como comentábamos en el artículo aquí dedicado al artista, probablemente le fue encargada por los propios Padres Filipenses, dadas las relaciones que con esta Congregación parece que mantuvo el pintor, según se desprende de las cláusulas de su testamento.
Del mismo tema es otra Apoteosis de san Felipe Neri atribuida a Teodoro Ardemans, dada a conocer por Elías Tormo en 1931 en su Guía de Alcalá de Henares.
Es una de las obras que figura en el inventario de la Colección Oratorio de San Felipe Neri fotografiada por Moreno, hoy conservada en la Fototeca del Patrimonio Histórico. En la ficha de la foto, anterior a 1938, figura catalogada como obra del siglo XVII. Hoy día su autoría no está demostrada, en el propio Oratorio está catalogado como Anónimo del siglo XVIII, mide 80 x 60 cm.
Se considera un boceto de la pintura que se encontraba en el retablo mayor, del mismo tema, destruido durante la Guerra de la Independencia como ya comentamos.
Representa al santo vestido de sacerdote contemplando a Cristo y la Virgen, sentados entre las nubes, sostenido por ángeles. Otro grupo de angelitos juegan en primer plano a la izquierda. Básicamente, es la misma representación del cuadro de Ribera.
Se encuentra en una capilla nueva, antiguo pasillo a la derecha del altar, hoy dedicada a San Felipe Neri. En este mismo lugar podemos admirar la tercera obra.
Anónimo de finales del siglo XVII, copia de la famosa pintura de Guido Reni, San Felipe Neri y la Virgen con el Niño, que está en Roma, en la iglesia de Santa María en Vallicella.
Desde el pasado mes de mayo 2015 hasta el próximo de 2016 se celebra el V Centenario del nacimiento de San Felipe Neri. Una ocasión excelente para visitar el Oratorio y la bella Alcalá de Henares.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía
Jakubczyk, Bolek P. El Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá de Henares. Madrid 2008.
Una de las salas más importantes del Real Monasterio del Escorial, por su impactante decoración al fresco y sus dimensiones, es la Sala de Batallas, que en los documentos recibe este nombre solo desde mediados del siglo XVIII. Está situada sobre la galería porticada del lado sur del patio del monasterio.
Se desconoce el uso al que estuvo destinada, que quizá fue variando con el tiempo por lo que indican los distintos nombres con los que aparece mencionada en los documentos, Galería real privada, Galería grande de la Casa Real, Galería de su Majestad, Galería del Cuarto de la Reina, Galería del Rey…
La galería, de 50 metros de largo por 6 de ancho y 8 de alto, se comenzó a pintar entre 1584-85. La obra total supuso más de seis años de trabajo.
La bóveda de cañón fue decorada con grutescos o figuras caprichosas; los muros a ambos lados, con imágenes de batallas, narración histórica destinada a exaltar al rey Felipe II y sus victorias.
A un lado, el que comunica esta galería con otra que bordea la Basílica mediante dos puertas, La batalla de la Higueruela, anterior en el tiempo pues se desarrolló en 1431 entre las tropas de Juan II y las musulmanas. Se utilizó como modelo una sarga de más de 36 metros hallada en un viejo arcón del Alcázar de Segovia al parecer contemporánea de dicha batalla. Enfrente, las otras batallas, que ya pertenecen a la época del propio Felipe II. La Jornada de San Quintín en 1557 y la de Isla Tercera (1582-83). Todo un documento descriptivo de las estrategias militares, las armas y los trajes de la época.
Pero hoy vamos a detenernos en un detalle, un elemento acaso menor dentro de las espectaculares escenas bélicas, motivo de la narración pictórica, pero que llama nuestra atención:
Cómo los artistas integraron las dos puertas mencionadas en la gran obra de arte.
Las puertas dividen el fresco que narra la batalla en tres partes. La pintura imita un gran tapiz clavado que se pliega a ambos lados del dintel para dejar libre el acceso, todo de forma fingida.
Calificados de artesanos, no artistas, pues no creaban sino que cumplían un encargo, los autores del conjunto fueron cuatro pintores procedentes de Génova. Nicolla Granello, Fabricio Castello, Lazzaro Tavarone y Orazio Cambiaso. Los cuatro ejecutaron un proyecto ajeno, a partir de los deseos del rey, pero lo hicieron con maestría.
Luca Cambiaso y su amigo Giovanni Battista Castello, el Bergamasco, llegaron al Escorial a trabajar para Felipe II, como otros artistas italianos, entre ellos sus hijos, que lo harían en esta Sala de Batallas.
El oficio se transmitía de padres a hijos. Orazio Cambiaso era hijo de Luca Cambiaso. Lazzaro Tavarone llegó a España también para trabajar con Luca, de quien fue alumno.
Giovanni Battista Castello vino a España en 1567 junto con sus hijos Niccola Granello y Fabricio Castello. Niccola (hijo de su mujer, de un matrimonio anterior) y Fabricio eran hermanastros.
Fabricio fue Pintor del Rey. Casado con la española Catalina de Mata, fue el padre del pintor Félix Castello, que conocemos gracias a sus cuadros de temática madrileña.
En este blog hemos contado la historia de los trampantojos y de vez en cuando admirado algunos de los más logrados, desde el Barroco hasta nuestros días. Éste, de finales del siglo XVI, es uno de los mejores que hemos podido contemplar.
Las puertas de granito adinteladas son verdaderas. No lo son los adornos sobre ellas, aparentemente del mismo material, que son fingidos. Cuesta distinguir la diferencia, el trampantojo es perfecto.
Por : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
Francisco Javier Campos. “Los frescos de la Sala de Batallas”, El Monasterio del Escorial y la pintura. Actas del Simposium, 2001, pp. 165-209.
Carmen García-Frías. “Sala de Batallas”, Restauración & Rehabilitación. Nº 52, mayo 2001, pp. 26-35.
Pedro Pablo Rubens nació en 1577 en Siegen, Alemania.
En 1590 con apenas catorce años entró a servir como paje de la condesa Ligne-Arenberg, primer paso en su formación de cortesano. Casi a la par comenzó a pintar, en el taller de Tobias Verhaecht, iniciando la brillante carrera de uno de los personajes y artistas más admirados de todos los tiempos.
Rubens fue un pintor y un hombre singular, no solo por su arte sino por su inteligencia, cultura y habilidad en las relaciones sociales, uno de los pocos que alcanzó fama y dinero en vida. Trabajó para las monarquías europeas, viajando por todos los países del continente, para la iglesia y las clases altas; fue diplomático y coleccionista, habló varios idiomas, pintó, creó esculturas, obras arquitectónicas y decoraciones efímeras; su biblioteca era, entre las hoy conocidas, la mayor que entonces poseía un pintor… fue un artista completo, que, como explica el gran especialista en su vida y obra, Alejandro Vergara, con su pintura Rubens mostró su visión exaltada de la vida.
En 1598 ingresó como maestro en el gremio de pintores de Amberes donde estableció su taller y vivió casi toda su vida, excepto los ocho años que pasó en Italia adonde llegó con 23 años, para visitar sus ciudades y estudiar el arte de la Antigüedad y del Renacimiento, conocimientos que luego reflejaría en sus cuadros. Estaba convencido de que “para lograr la mayor perfección en la pintura es necesario comprender a los antiguos”.
A su vuelta a Amberes en 1609 comenzó a trabajar como pintor de la corte de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia en Bruselas, príncipes soberanos de los Países Bajos meridionales, título que Isabel había heredado de su padre Felipe II.
Su relación con Isabel Clara Eugenia –hija de Felipe II y de Isabel de Valois; hermana de Felipe III y tía de Felipe IV– resultaría decisiva para ambos. Él la aconsejó en lo artístico y en lo político, y ella le apoyó siempre en su carrera.
En 1621 Isabel tras enviudar ingresó en la orden tercera de San Francisco. Pidió al nuevo rey, su sobrino Felipe IV, volver a Madrid y retirarse en el monasterio que había fundado su tía Juana, el Monasterio de las Descalzas Reales. Pero el rey no aceptó, deseaba que ella continuara en Flandes. Entonces se estrechó su relación con Rubens, que como decíamos se convirtió en su consejero, y en pintor de su Corte.
En aquel momento el pintor de los archiduques era Jan Brueghel el Viejo. Juntos, ambos artistas, que parece fueron también amigos, realizaron algunas obras maestras, como los inigualables cinco cuadros dedicados a Los Sentidos, hoy en el Museo del Prado. Y el retrato de La infanta Isabel Clara Eugenia. Rubens pintó el retrato y Brueghel el paisaje.
En 1622 Rubens inició otra de las actividades importantes en su vida, la Diplomacia, al servicio de la Monarquía Española. Dos años después, gracias a Isabel, el rey le concedió cartas de nobleza.
Hacia 1625, tenía ya 48 años, recibió el encargo de Isabel Clara Eugenia de diseñar una serie de tapices sobre la exaltación de la Eucaristía, gran dogma del Catolicismo que defendía la Monarquía, para el Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid.
El Convento de las Descalzas, en la plaza del mismo nombre, es una de las joyas madrileñas. Fundado en 1557 por Juana de Austria, hija de Carlos I e Isabel de Portugal, en el palacio que habían ocupado sus padres y donde ella misma había nacido. Los tapices encargados a Rubens por la infanta Isabel Clara Eugenia son uno de los grandes tesoros que guarda.
Rubens pasó solo unos meses en Madrid. Llegó en agosto de 1628 en misión diplomática, para informar al rey sobre las negociaciones de un tratado de paz. Instalado en el Real Alcázar conoció a Diego Velázquez entonces pintor de Cámara.
En Velázquez y Rubens. Conversación en El Escorial, el escritor Santiago Miralles recrea, imagina, las conversaciones que pudieron existir entre ambos artistas, basándose en hechos reales y los datos entresacados de una amplia bibliografía. Presenta un Velázquez tranquilo, agudo, conciliador… frente a un Rubens experimentado –era más de veinte años mayor–, orgulloso, seguro de sí mismo… ambos ingeniosos… el libro es una delicia. En una estancia del Monasterio, mientras beben vino, hablan de lo que era el oficio de pintor, lo que debería ser, de sus ambiciones, de sus colegas… Rubens es implacable con los pintores españoles, solo tiene buenas palabras para Velázquez, su acompañante en el Alcázar y en este viaje al Escorial.
Por entonces “Rubens es un hombre alto y elegante de cincuenta años, pelo castaño claro con grandes entradas que disimula peinándose hacia delante. Gasta barba y bigotes, y tiene la tez sonrosada. Expresivo y risueño, viste con suma distinción y riqueza. Habla un castellano muy correcto con ligero acento flamenco y resonancias de italiano”.
Los expertos coinciden en que Rubens ejerció una gran influencia sobre el joven Velázquez y su intervención debió de ser decisiva para hacer posible su primer viaje a Italia. La estancia de Pedro Pablo Rubens en la Corte del rey Felipe IV fue muy fructífera y en cualquier caso dejó un buen legado que actualmente en gran parte podemos contemplar en el Museo del Prado.
El encargo de la infanta consistía en la realización de veinte tapices. El trabajo, ejecutado en Bruselas donde se encontraban los mejores talleres, fue largo y costoso; los primeros llegaron a Madrid en 1628 y los últimos en 1633 para ser instalados en la iglesia del convento. Sus dimensiones son grandiosas, tienen cinco metros de alto, algunos son cuadrados, otros casi siete metros de anchura.
Como hemos mostrado repetidamente en este blog, en el siglo XVII fue habitual el uso del trampantojo. Rubens fue quien lo introdujo en los tapices, esta fue la primera vez en que las escenas no estaban rodeadas por cenefas sino por arquitecturas fingidas. Las escenas en cada tapiz simulan a su vez ser telas colgadas de dichas arquitecturas barrocas.
Con el fin de exaltar el sacramento de la Eucaristía el pintor se sirvió de diversos lenguajes, la metáfora, las fábulas, las alegorías… utilizó los mitos una vez más demostrando su gran cultura y conocimiento de la historia Antigua. Lo barroco y el dramatismo dominan las historias y los personajes.
El proceso fue complejo, de cada obra el artista primero realizó un boceto pequeño y simple. Luego pintó bocetos muy terminados, los llamados modelos, óleos sobre tablas de roble que muestran la escena invertida respecto a la obra final debido a las técnicas obligadas en la producción del tapiz.

La victoria de la Verdad sobre la Herejía (1625-25) óleo sobre tabla, 64,5 x 90,5 cm. Museo del Prado
Seis de los bellísimos modelos se encuentran en el Prado desde el siglo XIX. En este pequeño formato se muestra la exquisitez de la que era capaz Rubens pintando. Habían pertenecido a Gaspar de Haro y Guzmán, Marqués del Carpio y de Eliche, y en 1689 pasaron a manos del rey Carlos II. En el siglo XVIII sufrieron añadidos de madera de pino que dañaron las pinturas y desvirtuaron la idea original.
Las imágenes de los modelos fueron trasladadas a los cartones, pintados por los ayudantes de su taller ya en el tamaño definitivo. De los cartones se conservan otros seis, en museos extranjeros. Finalmente, los mejores tejedores de dos talleres de Bruselas realizaron los tapices, en seda y lana. Todos se conservan en el Monasterio de las Descalzas.
Como siempre en Semana Santa, este año varios de ellos han sido colocados en el Claustro de la Iglesia y expuestos al público durante unos días.
Luego habrán vuelto a su ubicación habitual, en el Salón de Tapices, antiguo dormitorio de las monjas, donde se pueden admirar todo el año.
El Museo del Prado destina una atención preferente a quien sin duda es uno de los grandes pintores de la historia. Le ha dedicado a lo largo de los años diversas exposiciones. La penúltima, Rubens, a finales de 2010, comienzos de 2011, que reunió en dos salas dedicadas a las exposiciones temporales las pinturas que posee el museo con el fin de acercar el arte de este extraordinario pintor al público. En ella pudimos contemplar todas sus obras maestras, incluidos los seis modelos, óleos sobre tabla, antes de la restauración, que fue acometida ese mismo año 2011.
La difícil y delicada restauración que ha necesitado tres años de trabajos ha conseguido la recuperación de las pinturas originales, tal como Rubens las creó, sin añadidos. Ahora, desde el pasado 25 de marzo hasta el 29 de junio, se pueden contemplar en la pequeña pero espectacular exposición Rubens. El triunfo de la Eucaristía.
La pintura que abre la muestra es, no podía ser de otra forma, el retrato de La infanta Isabel Clara Eugenia. A continuación las espléndidas tablas, que ahora podemos contemplar, recuperado el formato original y su lujoso colorido, por primera vez cuatro de ellas junto a los tapices correspondientes, procedentes de las Descalzas.
Las buenas relaciones de Rubens con Felipe IV continuaron toda su vida, cumpliendo muchos encargos para el rey que se convirtió en el mayor admirador y coleccionista de su obra, gracias a lo cual hoy día disfrutamos en el Museo del Prado de una gran parte.
Pedro Pablo Rubens murió en Amberes el 30 de mayo de 1640 poco antes de cumplir los 63 años. Dejó una preciosa herencia, alrededor de mil quinientos cuadros en el mundo, siendo el Prado el museo que guarda la mayor colección, casi cien pinturas, de las que actualmente en la Colección permanente se exponen alrededor de treinta y cinco.
por Mercedes Gómez
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Bibliografía y fuentes:
Pérez Preciado, J.J. y Vergara, A. Folleto exposición: Rubens. Museo del Prado 2010-2011.
Santiago Miralles. Velázquez y Rubens. Conversación en el Escorial. Ed Turner. Madrid 2010.
Alejandro Vergara. Conferencia: Rubens. El triunfo de la Eucaristía. Museo del Prado, 9 abril 2014.
Rubens. El triunfo de la Eucaristía
Museo del Prado.
Hasta el 29 de junio 2014
Monasterio de las Descalzas Reales
Plaza de las Descalzas
Madrid
El Museo Nacional de Pintura y Escultura, posteriormente llamado Museo Nacional del Prado, fue inaugurado en 1819 durante el reinado de Fernando VII, poco después de que muriera su segunda esposa María Isabel de Braganza, gran amante del arte, a quien recordemos se debió en gran medida la creación de la Pinacoteca.
En el extremo sur del edificio construido por Juan de Villanueva, al final del pasillo central, con vistas al Botánico, fue instalado el Gabinete de Descanso de Sus Majestades.
Incluía un Salón y un pequeño cuarto de aseo o Retrete, en el que había un mueble-tocador de madera de caoba con incrustaciones de bronce dorado. Medía 0,70 cm. de alto, 2,14 de ancho y 0,58 de fondo, en forma de sillón. Tanto el asiento como el respaldo estaban forrados de terciopelo, y a los lados dos mueblecitos guardaban todos los objetos y productos necesarios para la higiene. Un estuche de viaje contenía todos los útiles necesarios, un espejo, una palangana, cepillo de dientes con mango dorado, una cajita dorada para polvos dentífricos… También disponían de un juego de agua con todas sus piezas, bandeja dorada, botella y vasos de cristal tallado.
Tanto el Salón como el Retrete, al modo de los palacios borbónicos, fueron adornados con una serie de decoraciones pictóricas. La obra quizá iniciada en tiempos de Fernando VII, finalizó en 1835, dos años después de la muerte del rey.
En 1866 se trasladó al Prado el lienzo que Vicente López, primer Pintor de Cámara de Fernando VII, había pintado al temple para el Palacete del Casino de la Reina. Para instalarlo en el techo, en el Salón se construyó una escocia o moldura cóncava cuya sección estaba formada por dos arcos de circunferencias distintas, y más ancha en su parte inferior. Las pinturas de los muros se perdieron.
En 1967 se acometieron nuevas reformas, la escocia fue eliminada y aparecieron restos pictóricos de la decoración primitiva que consistía en un friso alto pintado en grisallas que representaba una alegoría de las artes con niños jugando con elementos relativos a la Escultura, la Pintura y la Arquitectura en los dos lados mayores y otros dibujos de guirnaldas vegetales en los dos lados menores.
El antiguo Gabinete de Descanso hoy es la Sala 39 del Museo, dedicada a los Retratos de Pintura francesa del siglo XVIII, entre ellos Felipe V y su familia, de Van Loo, Luis I de Houasse, Fernando VI y Carlos III niños, de Jean Ranc… En el techo continúa la esplendorosa Alegoría de la donación del Casino a la reina Isabel de Braganza por el Ayuntamiento de Madrid, de Vicente López.
El Prado está lleno de sorpresas. Discreto, un poco escondido, también sigue en su lugar el cuartito de aseo ahora vacío que sí conserva sus hermosas pinturas, una de las escasas decoraciones originales que se conservan en el Museo.
El antiguo retrete –2,70 x 2,45 metros-, que hoy comunica la Sala 39 con el pasillo en el extremo noreste del Edificio Villanueva, fue decorado exquisitamente. El suelo era de mármol y las paredes y el techo fueron cubiertos con pinturas al temple de estilo neoclásico, muy del gusto fernandino, a pesar de encontrarse ya en los comienzos del Romanticismo.
Gracias a Alfonso Pérez Sánchez se supo que las pinturas de ambas estancias fueron obra de Francisco Martínez, un casi desconocido pintor decorador que realizó sobre todo obras de carácter efímero. Apenas existen referencias a este artista y probablemente estas pinturas sean su única obra conservada.
Las pinturas del cuartito fueron restauradas en 1984 cuando estaban a punto de perderse debido a su mal estado.
Los muros están pintados al trampantojo simulando mármoles en tonos grises-verdosos en su parte inferior. En la superior, la pared frente al balcón que se asoma a la plaza de Murillo (hoy oculto tras una cortina blanca) muestra una extraordinaria hornacina fingida con tres estatuas de varones desnudos que sostienen un grutesco y un jarrón que refleja su sombra imaginada sobre el fondo.
La maestría del artista en esta técnica era indudable. Las molduras de las puertas también son falsas, como los jarrones y el cestito de flores.
Sobre la puerta que da a la Sala hay una inicial, la “I”, que muestra que la obra fue finalizada ya en tiempos de la regencia de Isabel II. La bóveda del techo con motivos florales, molduras fingidas y decoración en “ochos” es un bello ejemplo de pintura mural neoclásica.
También se conservan el mueble y los objetos del estuche de viaje de Fernando VII de los que hablábamos al principio, los podemos ver en el Museo del Romanticismo.
El mueble del retrete, de caoba, palma de caoba, bronce y terciopelo, construido hacia 1820 para el Gabinete de Descanso de Sus Majestades en el Museo del Prado…
… y sus útiles de aseo, un juego de aguamanil, cepillo de dientes, polvera, perfumador y dos vasos.
Por: Mercedes Gómez
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Bibliografía:
A.E. Pérez Sánchez. El autor de la decoración del retrete de Fernando VII en el Prado. Boletín del Museo del Prado, vol. VII, n.º XIX, Madrid, enero-abril de 1986, pp. 33-38.
Una de las exposiciones recientemente inauguradas en el Museo del Prado es una pequeña y original muestra titulada Los trípticos cerrados. De grisalla a color.
En un bello e inesperado lugar, en la Galería norte de la planta baja del Edificio Villanueva iluminada por la luz natural que llega del Paseo del Prado, se han instalado las fotografías de varios trípticos cerrados cuyos originales abiertos se pueden contemplar en su emplazamiento habitual, en las cercanas salas dedicadas a la pintura de la Escuela Flamenca.
Son nueve óleos sobre tabla de los siglos XV y XVI, nueve trípticos de los que normalmente no se pueden ver las imágenes pintadas sobre el reverso de las puertas que los cierran.
En estas puertas los primeros pintores flamencos como Robert Campin comenzaron a utilizar las grisallas o pinturas monocromas que emplean únicamente la gama de los grises, para simular esculturas de piedra ubicadas en marcos arquitectónicos.
Luego algunos pintores introdujeron el color, entre ellos El Bosco, en La Misa de San Gregorio. Puertas exteriores de La adoración de los Magos, de 1505, donde utiliza una semi-grisalla. En esta obra el gran artista también utilizó la técnica del trampantojo, pintando un marco falso junto al verdadero con el fin de atraer más la atención sobre la escena.
Pierre Pourbus el Viejo en su Tríptico de los santos Juanes, pintado en 1549, en el exterior de las puertas nos muestra a San Pedro y San Pablo. En este caso las figuras están situadas sobre el zócalo de una estructura de madera con desperfectos que parece real. Los pies de los apóstoles se salen del cuadro… El pintor recurre al engaño visual para conseguir mejor el efecto de ilusión deseado.
Salimos del museo y paseando por las calles de Madrid comprobamos cómo este recurso tan antiguo, que alcanzó su esplendor en el siglo XVII, continúa siendo utilizado en el siglo XXI con el mismo objetivo de engañar, siempre con buena intención, la de mejorar la imagen ofrecida.
Desde hace unos años los edificios madrileños deben ser revisados cada cierto tiempo y los propietarios están obligados a reparar y reformar todo lo que sea necesario para mantener su buena salud. En algunos casos, los vecinos de las viviendas en lugar de limitarse a limpiar o pintar sus fachadas las adornan con decoraciones realmente bonitas. Uno de los medios utilizados es la pintura al trampantojo.
En la mágica calle del Espejo, una de las más antiguas de la Villa, que fue ronda interior de la muralla medieval, uno de sus edificios ha sido decorado con esmero. Aunque lamentablemente ya muestra las huellas de los que se dedican a ensuciar y pintarrajear las casas ajenas.
Sobre los fuertes sillares de piedra que lo sustentan otros más pequeños componen sus muros, pero resultan ser falsos… aunque son tan perfectos que hay que tocarlos para cerciorarse de que son pintados.
Como los que conforman la esquina del edificio, dibujados fingiendo el sólido granito.
Además, varios balcones imaginarios se abren a la calle del Lazo con sus rejas pintadas que se confunden con las de los balcones auténticos.
Por Mercedes Gómez
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El Trampantojo de Juan Muñoz. 1994.
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