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Esta mañana he estado en la Biblioteca Nacional visitando la exposición Miguel Hernández 1910-2010. La sombra vencida. Me ha gustado muchísimo, completa y bien explicada, emocionante, aunque me ha producido tristeza. Mediante documentos, fotografías, pinturas, música… la vida del poeta va pasando ante nuestros ojos y nos conmueve.

Miguel Hernández nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910, ayer hubiera cumplido 100 años. Pero murió con apenas 31. Aunque plena, rica y generosa, su vida fue corta y muy difícil.

Retrato de Miguel Hernández realizado por Antonio Buero Vallejo en la cárcel. 1940.

Su familia era muy modesta, una familia de pastores, y el niño Miguel acudió a una escuela para niños pobres. Pronto su padre le pidió que dejara de estudiar, tenía que trabajar, pero el continuó formándose acudiendo a las bibliotecas públicas. Muchas ganas de saber debía tener. Y de escribir. Se reunía con otros jóvenes ávidos como él, en su primera tertulia literaria en la panadería de un amigo, La Tahona. En 1930 comenzó a colaborar en la prensa local.

Miguel Hernández realizó cuatro viajes a Madrid. El primero, recién proclamada la República, en diciembre del año 1931. Pero el Madrid que encontró no era el que esperaba, “Madrid es cruel”, “no es como yo lo soñaba”, escribió a su querido amigo Ramón Sijé. Llegó a la capital con una pobre maleta, expuesta en la sala, que hoy resulta enternecedora, hacía frío, se le quedaban “las manos heladas”. Miguel Hernández tenía poco más de 20 años.

Aquí vivió hasta la primavera del año siguiente. Realizó un segundo viaje a Madrid en 1934, en que las cosas fueron mejor, encontrando trabajo, y, quizá el más importante, un tercer viaje a finales de 1934. Fue entonces cuando entró en contacto con los pintores de la Escuela de Vallecas, Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Maruja Mallo… y conoció a Pablo Neruda.

Aún realizó un cuarto viaje a Madrid, en marzo de 1935. En ese tiempo participó en uno de los grandes proyectos de la República, las Misiones Pedagógicas, que recorrían los pueblos y aldeas más pobres con el fin de acercar la cultura a lo rincones más recónditos de la España rural.

Pero llegó la guerra y el frente, Miguel se alistó en el bando republicano. Se casó con su novia Josefina Manresa y nació su primer hijo, que murió a los pocos meses, siendo esta una de las experiencias más amargas que pudo vivir en plena guerra. Luego nació su segundo hijo… Tras la guerra, la condena a muerte en un consejo de guerra, que seis meses después sería conmutada por 30 años de cárcel.

Cárcel en la que enfermaría de tuberculosis y quizá de pena. Murió el 28 de marzo de 1942. Hasta 1976 su obra no pudo ser publicada libremente en España.

A los cien años de su nacimiento, casi setenta de su muerte, parece mentira, Miguel Hernández merece nuestro homenaje y nuestro recuerdo.

por Mercedes Gómez

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Miguel Hernández 1910-2010. La sombra vencida.
Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España
Hasta el 21 de noviembre de 2010.

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El gran Diego Velázquez, además de llegar a ser Pintor de Cámara de Felipe IV, desempeñó varios cargos para su rey. Fue ujier, alguacil de casa y corte, aposentador…, y entre otras muchas cosas se encargó de la decoración de las dependencias del Alcázar Real. Viajó a Italia por segunda vez en su vida con el cometido de adquirir obras de arte antiguo que incrementaran la Colección del monarca.

Y así fue cómo Velázquez, entre los años 1649 y 1651 contrató la compra de numerosas esculturas clásicas. Debido a que era muy difícil la adquisición de originales, optó por la reproducción de las más importantes mediante la técnica del vaciado en yeso o en bronce.

Muchos de los vaciados que trajo Velázquez, como tantas pinturas, mapas, etc. se perdieron en el incendio del Alcázar, en la Nochebuena del año 1734. Pero algunas se conservan. Dos de ellas se pueden admirar con facilidad pues se encuentran en el vestíbulo de entrada al Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Son las estatuas de Flora y Hércules Farnese.

Se trata de dos estatuas imponentes, de enorme tamaño, situadas sobre un gran pedestal de granito, sin embargo su situación quizá las hace pasar un tanto desapercibidas. Nada más acceder al museo, en el zaguán donde se encuentran las taquillas, a la derecha se halla Hércules. El original de esta magnífica estatua se encontró en el siglo XVI, en las antiquísimas Termas de Caracalla en Roma, aunque le faltaban las piernas, que fueron halladas después.

Actualmente se considera una obra de comienzos del siglo III después de Cristo, y que su autor fue Glicó, quien copió el Hércules realizado en bronce por el griego Lisipo en el siglo IV antes de Cristo.

La escultura original del Hércules Farnese se encuentra en el Museo Nacional de Nápoles. El vaciado que contemplamos, obra del siglo XVII, fue realizado cuando aún mostraba las piernas añadidas en la primera restauración, antes de localizar las originales, con el fin de exponer la estatua en el Palacio Farnese de Roma.

A la izquierda, frente a Hércules, se encuentra Flora.

No se sabe exactamente donde fue encontrada, aunque pudo ser en el mismo lugar que Hércules, en las Termas de Caracalla; en el siglo XVI se encontraba igualmente en el Palacio Farnese. En 1800 fue trasladada al Museo de Nápoles, donde continúa. En 1819, la corona que sujeta con la mano izquierda fue sustituida por un ramo de flores.

Velázquez contrató en Roma, en 1650, el vaciado en yeso de estas dos grandes obras al formador Cesare Sebastiani por la cantidad de 180 ducados.

Recientemente, el estudio de ambas esculturas, mediante gammagrafía, permitió conocer el número exacto de piezas que se realizaron para formar la obra completa, así como la forma en que se unieron utilizando pernos de hierro y piezas de madera. Las piezas, veinticuatro en el caso de Hércules, viajaron a Madrid en cajones para ser ensambladas en el Alcázar por Girolamo Ferreri, que se trasladó a Madrid en compañía de su hijo y un obrero especializado para desempeñar esta tarea.

Ambas esculturas fueron instaladas en los extremos de la Galería del Cierzo, en el viejo Alcázar de los Austrias.

En 1744 formaron parte de las primeras esculturas que se trasladaron a la Real Academia de Bellas Artes para ser utilizadas en la enseñanza a sus alumnos, cuando la institución se encontraba aún ubicada en la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor.

En 1774 el arquitecto Diego de Villanueva las trasladó al emplazamiento actual, cuando reformó el antiguo Palacio de Goyeneche, en la calle de Alcalá, para convertirlo en sede de la Real Academia de Bellas Artes.

Villanueva diseñó los pedestales de granito donde desde entonces se hallan colocadas las monumentales estatuas.

por Mercedes Gómez

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Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Calle de Alcalá, 13.

Lo que hoy os quiero contar es un poco raro. En Madrid parece fácil mover, cambiar de sitio, incluso eliminar, todo tipo de mobiliario urbano, parterres, fuentes, estatuas… lo que no debe ser tan fácil es mover ni un palmo los quioscos dedicados a la venta de tabaco.

Me lo recordó María Rosa, autora del delicioso blog Viajando tranquilamente por España, al hablar aquí hace unos días de la Fiesta de inauguración de la calle de Serrano, en la que yo también estuve el pasado 25 de septiembre.

Cerca del inicio de dicha calle, en la Plaza de la Independencia, hay uno de estos quioscos, que, durante las obras en las que como sabemos hubo tantos cambios y desapariciones, debió resultar inamovible. Las losetas del nuevo pavimento se fueron colocando a su alrededor, de forma que las puertas de entrada a este elemento urbano han quedado situadas por debajo del actual nivel de la calle.

Se supone que para evitar posibles tropezones o caídas debido al nuevo e inesperado escalón que hay que salvar para acceder a la ventanilla del estanco, se colocaron unas vallas municipales protectoras, de esas que se suelen utilizar en las zonas en obras.

Pero llegaba el día de la Fiesta, todo estaba a punto. En la plaza, lugar desde el que partía la alfombra color de rosa para recorrer todo Serrano, sin ningún tipo de problema se habían eliminado todos los «obstáculos visuales», se había «limpiado la glorieta», empleando palabras de los autores de la reforma, los arquitectos Miguel Tejada y Clara Eslava.

Ahora sólo -y ciertamente- desentonaba el quiosco, había que solucionarlo. Una buena capa de pintura y unas elegantes vallas le dieron un nuevo e inmejorable aspecto.

Aunque a los pocos días vuelve a estar pintarrajeado.

Lo sorprendente es que estas «vallas» proceden de la barandilla del Paso Elevado de Juan Bravo y del Museo de Escultura, que como ya contamos es obra del escultor Eusebio Sempere.

¿No os parece raro?

Texto y fotografías por : Mercedes Gómez

A mediados del siglo XV, reinando Enrique IV, el límite norte de Madrid estaba en la plaza de Santo Domingo. Mas allá de la Puerta del mismo nombre sólo había bosques y cursos de agua que regaban los fértiles terrenos. Y así fue hasta finales del siglo XVI, cuando Felipe II estableció la capitalidad en la Villa.

Por entonces comenzaron a aparecer pequeños núcleos de edificaciones fuera de la cerca, llamados “pueblas”, pero no fue hasta el siglo XVII cuando se produjo un gran crecimiento de población, y bajo el reinado de Felipe IV se construyó una nueva Cerca y se llevó a cabo la urbanización y deforestación de toda esta zona. La Puerta de salida de la villa por el norte pasó a situarse en la actual glorieta de San Bernardo, era la Puerta de Fuencarral.

Entre ambas puertas, sobre un antiguo camino, surgió la calle de los Convalecientes de San Bernardo, alrededor de la cual se trazaron las nuevas calles, una de ellas fue la Calle de las Beatas, que recibió este nombre por el cercano Beaterio, llamado de Santa Catalina de Siena, que se encontraba junto al Convento de Santo Domingo.

Plano de Texeira (1656)

Fue en 1887 cuando pasó a denominarse calle de Antonio Grilo, dedicada al poeta cordobés miembro de la Real Academia de la Lengua.

En el inicio del año 2004, un edificio en el número 8 de esta calle, creada sobre aquellos terrenos boscosos históricos, fue el protagonista de una noticia singular. La casa estaba en ruinas y a punto de desaparecer, había sido expropiada a sus dueños para construir un ambulatorio. Pero lo más curioso de todo era que una gran parra que había nacido en su interior hacía más de sesenta años, salía del portal, recorría toda la fachada y se adentraba en los balcones de las viviendas.


(Foto: Claudio Álvarez, El País, 2004)

Poco después el edificio fue derribado, la vid desapareció, nunca se construyó el ambulatorio y el solar ha permanecido abandonado durante años.

Hace unos días leí en el periódico digital Somos Malasaña la pregunta ¿Qué hacemos en el solar público de Antonio Grilo?. Hablaban de un solar propiedad del Ayuntamiento que el pasado mes de junio se había anunciado como un nuevo espacio liberado, tras su ocupación por los integrantes del Patio Maravillas -famoso centro social, actualmente en un edificio ocupado en la calle del Pez-, con el fin de convertirlo en huerto urbano.

El reportaje no mencionaba el número de la calle, pero, no se por qué, inmediatamente lo relacioné con el recuerdo de la antigua parra en esa misma calle, una de esas historias que llaman la atención pero que el paso del tiempo lleva al olvido y a no saber cuál fue el desenlace.

12 octubre 2010

Se trata efectivamente del solar donde hace cerca de siete años aún vivía la enorme y asombrosa vid.

Tal vez estos terrenos, antes acostumbrados a ver crecer poderosos árboles, propiciaron la vida de la desaparecida parra.

No muy lejos, en el jardín de la antigua Universidad Central de San Bernardo, desgraciadamente convertido en un aparcamiento, sobrevive una antiquísima encina, como hace algún tiempo nos contaba Carlos Osorio en su blog Caminando por Madrid.

Ahora los vecinos ya han comenzado a plantar algunas semillas en este recién nacido huerto urbano.

Seguimos sin saber cuál será el desenlace de la historia, si este solar abandonado durante tanto tiempo conseguirá ser escenario de actividades positivas, como pretenden sus ocupantes, o si en el futuro por fin albergará algún servicio necesario para el barrio, pero mientras tanto seguro que el huerto dará sus frutos.

Texto y fotografías por Mercedes Gómez

En el nº 122 de la calle de Serrano se encuentra uno de los grandes museos de Madrid, el Museo Lázaro Galdiano, lleno de maravillas de todas las épocas y estilos, representados todos los grandes maestros de la Historia del Arte. El Greco, Sánchez Coello, El Bosco, Goya… Delicadas joyas, exquisitos libros, pintura gótica, escultura renacentista, pintura barroca… Obras adquiridas por José Lázaro Galdiano a lo largo de toda su vida, que colocó y cuidó con cariño, continúan entre las paredes de su Palacio, a disposición de todos, tal como él quiso y decidió antes de morir.

José Lázaro Galdiano nació en Beure, Navarra, el 30 de enero de 1862. Muy joven se trasladó a Barcelona para estudiar, ciudad en la que comenzó a trabajar, en la Compañía Transatlántica, y a aficionarse a la lectura, al arte, y al coleccionismo.

No cabe duda de que fue un personaje especial. Gran financiero, se convirtió en accionista principal en Banca –fue fundador del Banco Hispano Americano-, Transportes, etc. supo incrementar la fortuna de su adinerada familia y luego la suya propia, pero también gastó mucho dinero de forma altruista, con el único objetivo de potenciar la cultura española.

Lázaro fue el creador y director de la editorial La España Moderna, y de la revista del mismo nombre, que se publicó desde enero de 1889 hasta diciembre de 1914.

A los 25 años se instaló en Madrid, en la calle Fomento, y animado por el mundo cultural que conoció en la capital decidió fundar la revista, que le ocupaba “el día y la noche enteros”. El entonces joven José buscaba engrandecer la cultura y no lucrarse, para ello buscó la colaboración de los más renombrados intelectuales, como Galdós, Clarín, Pereda, Emilia Pardo Bazán, Unamuno…

Emilia Pardo Bazán fue su gran amiga en los primeros años de la década de los 90, y dicen que amante, pero dejando aparte este aspecto que forma más parte del mundo de los chismes, lo realmente importante y cierto es que jugó un papel decisivo, aconsejando y difundiendo la revista, y le dio su apoyo en aquellos comienzos. Suyo es el primer escrito del primer número de la revista.

En 1903 José se casó con la bella Paula Florido, argentina, también muy rica, seis años mayor que él, y que antes se había casado tres veces y enviudado otras tantas. Ella también era aficionada al coleccionismo, se conocieron y enamoraron en la tertulia de un Anticuario a la que él solía acudir, y juntos formaron la gran Colección que poco a poco iría adornando su palacio, el Palacio de Parque Florido, así llamado en homenaje a ella.

El mismo año de la boda José Lázaro encargó su construcción en un solar adquirido en la calle de Serrano esquina López de Hoyos, al arquitecto José Urioste. Por entonces, este punto era el final de la urbanización de la calle Serrano, en la que ya quedaban muy pocos solares disponibles.

1907. El edificio aún en construcción.

Tras muchos problemas y desacuerdos entre ambos, participación de otros arquitectos y ligeros cambios del proyecto inicial, la obra fue finalizada en 1908 por Francisco Borrás. Al año siguiente se dio por terminada la decoración del palacio, muy trabajosa y compleja, dirigida también por Borrás, quedando inaugurado uno de los palacetes más lujosos de la época.

El mismo Borrás construyó junto al palacio la sede de la editorial, edificio actualmente ocupado por oficinas, el auditorio, la biblioteca, la revista Goya y otras dependencias, aunque del edificio original apenas se conserva parte de la fachada que da al jardín.

1910. A la izquierda, la sede de "La España Moderna".

El palacio, aunque reformado entre 1949 y 1950 por Chueca Goitia para transformarlo en museo, se conserva totalmente.

La planta baja estaba ocupada por el servicio, y la segunda por los dormitorios de los dueños. La primera, estaba prácticamente dedicada a guardar los objetos, cuadros, etc. que iban adquiriendo en tiendas o subastas.

El palacete estaba rodeado por un jardín romántico, adornado con esculturas, flores y árboles.

En 1932 murió Doña Paula, y don José, muy afectado y entristecido, se fue apartando de la vida social, se dedicó a viajar y se trasladó a vivir a Nueva York, hasta 1945 en que volvió a Madrid, donde murió dos años después.

Don José Lázaro Galdiano durante toda su vida adquirió arte, fue casi una obsesión, llegando a reunir una de las Colecciones más importantes de Europa, que legó al Estado español, junto con su fortuna, su palacio y su jardín.

Los árboles del Jardín del Museo Lázaro Galdiano son imponentes, fueron creciendo junto al palacio a lo largo del siglo XX. Uno de los más significativos era una haya roja centenaria, plantada por orden del propio Lázaro frente al torreón donde instaló su despacho.

Febrero de 2008

Desgraciadamente, estaba enferma, y a finales de 2008 fue talada. Su pérdida fue importante para el Museo y también para Madrid. Se trataba de un árbol casi único, dicen que sólo en el Botánico se puede encontrar un ejemplar de tales características.

El Museo decidió que el árbol caído no debía ser olvidado. Allí pervive, junto a una haya joven recién plantada, la base del viejo tronco del árbol talado, y una placa conmemorativa que recuerda las fechas importantes en la historia del lugar. Los anillos de la corteza del árbol representan el paso del tiempo y la historia de estos cien años.

En el cristal de la ventana de la planta baja del torreón desde la que durante un siglo pudo contemplarse el árbol, continúan reflejándose sus ramas.

Octubre 2010

Este año 2010 una pequeña exposición instalada en la sala 6, conmemora los 100 años de existencia del palacio y su jardín, 100 años de Parque Florido: de Palacio a Museo.

Texto y fotografías por : Mercedes Gómez

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Museo Lázaro Galdiano
Calle Serrano nº 122
100 años de Parque Florido: de Palacio a Museo
Hasta el 12 de diciembre

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Fuentes:

Museo Lázaro Galdiano
R. Asún. La Editorial La España Moderna.

Este artículo está dedicado a Elena Asins.

Os invito a conocer su web, aunque por caminos artísticos distintos, en cierto modo Elena ha continuado la obra de sus antepasados. Es biznieta del gran constructor del hierro Bernardo Asins, y nieta de Gabriel, a quienes ya conocemos por algún artículo anterior.

A Elena le agradezco su ayuda y su confianza. Y a todos, espero que os guste este recuerdo de unos personajes casi desconocidos cuya magnífica obra sin embargo se encuentra por toda la ciudad.

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Detalle de la verja del Banco de España, con la firma de Bernardo Asins.

Bernardo Asins y Serralta nació en la década de los años 40 del siglo XIX, probablemente en Madrid, aunque estos datos no se conocen con certeza. Sí se sabe que estudió el arte de la carpintería del hierro en París, siendo su maestro Gustav Eiffel. En 1867 volvió a España, se estableció en Madrid y fundó la Casa Asins convirtiéndose en el constructor del hierro más importante del siglo XIX y quizá el mejor. Dicen las crónicas de la época que fue un digno sucesor de los maestros herreros artesanos del siglo XVI, que convirtió la forja industrial en artística.

Puerta de entrada al Banco de España

Igual que existió el título de Maestro Herrero y Cerrajero del Ayuntamiento de Madrid, hasta que desapareciera hacia la mitad del siglo, existió el de Cerrajero de la Casa Real, cuyo último nombramiento oficial tuvo lugar por esa misma época, durante el reinado de Isabel II.

El último Cerrajero Real fue Vicente Mallol, en cuyo taller trabajó Asins y quizá allí completó su formación a las órdenes del Maestro. El taller de la Cerrajería de Palacio estaba en el Parque de Palacio o Campo del Moro, desde que Mallol solicitara a la reina el alquiler del “obrador de dorar a fuego” que estaba situado “al final de la Rambla de Palacio”.

Tras la muerte de Vicente Mallol en 1872, su viuda Martina Alonso heredó el taller, pero debido a sus problemas de salud, cinco años después se traspasó el arrendamiento de la cerrajería a Bernardo Asins, que ya estaba al frente del taller como maestro herrero y que ya por entonces gozaba de un gran prestigio.

Desde este taller del Campo del Moro, realizó numerosos trabajos para Palacio, las Reales Caballerizas y los Sitios Reales, creando toda clase de elementos, como verjas, herrajes, etc. También llevó a cabo obras de envergadura, como la conducción de aguas a la Casa de Campo, y fabricó los pararrayos de los palacios reales.

En 1880, reinando Alfonso XII, solicitó permiso para utilizar el Escudo de Armas Reales junto a la firma de su propia fábrica en las facturas, etiquetas, etc., permiso que se le concedió, aunque nunca llegó a obtener el título de Cerrajero Real de forma oficial.

Con el tiempo también fue galardonado con la Gran Cruz de Isabel la Católica y fue nombrado Comendador de la Orden y Caballero Cubierto ante S.M. el Rey.

Su propio taller lo estableció en el emergente barrio de Chamberí, en el número 28 de la entonces calle de Chamartín –actual Fernández de la Hoz 50-.

En esos años finales del siglo XIX en el barrio se fueron instalando talleres de todo tipo, de decoración y pintura, mecánicos, de material eléctrico, de carruajes, fábricas de papel… y herrerías.

El joven Bernardo, casado con Carmen Perdiguero y Martínez, allí instaló su empresa y también la casa familiar.

Al parecer era un hombre exigente e innovador que, pionero en aquellos momentos del fin del siglo XIX, pedía a sus empleados que acudieran a las academias con el fin de perfeccionar su trabajo. La fábrica tuvo tanto éxito que en 1890 llegó a tener 100 operarios. De sus talleres salieron una gran parte de las grandes y también pequeñas obras del hierro en Madrid, muchas de las cuales continúan adornando nuestra ciudad.

Como ya comentamos en el artículo sobre la Forja industrial, la Casa Asins trabajó con los mejores arquitectos de la época. Una de sus especialidades fue la creación de bibliotecas de hierro en lugar de madera como se había hecho hasta el momento, con el fin de evitar los incendios, con tal maestría que consiguió auténticas obras de arte, modelando el hierro con tanta perfeccción, que cuesta percatarse de que no se trata de madera. Un ejemplo es la espectacular biblioteca del Senado, construida en 1882 en estilo neogótico, bajo la dirección del arquitecto Emilio Rodríguez Ayuso.

Otras de las obras más importantes de Bernardo Asins fueron las realizadas para la Biblioteca y el Museo Arqueológico Nacional, consistentes en puertas, verjas, cubiertas de patios, y el gran depósito de libros de la biblioteca.

Biblioteca Nacional en el Paseo de Recoletos

También, como ya sabemos, fue el encargado de la construcción del Palacio de Velázquez. En 1887 se adjudicaron a la Casa Asins las obras para la realización del Pabellon de hierro y cristal que habría de albergar la Exposición de Filipinas en el Parque del Retiro, el Palacio de Cristal, quizá su obra más grandiosa. Ambos edificios, obra de Ricardo Velázquez Bosco.

Palacio de Cristal

También fabricó las puertas de las cuatro fachadas del Banco de España y demás elementos de hierro, modelo del arquitecto Eduardo de Adaro.

Menos llamativa, pero de una calidad indudable, es su participación en la restauración de la iglesia de San Francisco el Grande que se dio por concluida en 1889. Suyos son los herrajes de “talla primorosísima”, que cierran las puertas de la iglesia, en las que participaron varios artistas a partir del modelo diseñado por Antonio Varela.

San Francisco el Grande

Bernardo Asins murió joven, el día 1 de febrero de 1897, con algo más de cincuenta años de edad, inesperadamente, y su hijo Gabriel que por entonces se encontraba estudiando Derecho en París tuvo que volver a España, abandonar la carrera y hacerse cargo de la empresa.

El taller causaba sensación a los visitantes, debido a las modernas instalaciones y a las bellas obras que allí se mostraban. Tenía una superficie de 24.000 pies cuadrados, más de 2.000 metros cuadrados. Se accedía cruzando la verja de un bonito jardín, y de allí se llegaba a la fábrica. Los altos techos y las doce grandes ventanas proporcionaban al lugar una luz perfecta hasta última hora del día. Además de la maquinaria había mesas donde se dibujaban las obras y de las paredes colgaban ejemplos de muchas de ellas.

Del taller se pasaba a una galería donde se encontraba diversa maquinaria, toda ella procedente de París, igual que la del taller, donde Bernardo y luego su hijo adquirían los últimos adelantos. Una puerta daba a un patio donde se hallaban las grúas que permitían manejar las grandes piezas de hierro dulce que allí se construían, y seis fraguas.

Pero lo que sin duda impresionaba más a todos era el Estudio adornado con infinidad de modelos de obras realizadas. Asombraba la vitrina llena de objetos de todo tipo delicadamente cincelados, floreros, farolas, puños de bastones, juegos de té, una escribanía… inimaginables obras de arte realizadas en hierro.

La fábrica fundada por Bernardo Asins, luego regentada por Gabriel, llegó a tener 200 operarios a principios del siglo XX.

Digno sucesor de su padre, Gabriel Asins firmó algunas de las obras más importantes de la época, y fue igualmente responsable en gran medida de la imagen del “nuevo” Madrid, de finales del siglo XIX y principios del XX. Miradores, verjas, barandillas, persianas de hierro de las cuales había obtenido la patente de su invención…

Entre 1893 y 1897 Velázquez Bosco reformó el edificio de Atocha para convertirlo en sede del Ministerio de Fomento.

Antiguo MInisterio de Fomento, en Atocha.

La puerta principal es obra de la Casa Asins, ya firmada por Gabriel.

Firma de Gabriel Asins

Muy cerca de su casa-taller, en la misma calle de Fernández de la Hoz, la iglesia de San Vicente de Paul conserva la verja de estilo gótico allí forjada, según diseño de Juan Bautista Lázaro.

Con Antonio Palacios trabajó en la construcción del Banco del Río de la Plata, hoy sede del Instituto Cervantes, la cual comenzó en 1910, y probablemente en los demás edificios que este arquitecto construyó, como el cercano Palacio de Comunicaciones. Palacios, como anteriormente Velázquez Bosco, arquitecto que ejerció una gran influencia sobre él, supo unir a la perfección las artes decorativas y la arquitectura: la cerámica de Daniel Zuloaga, la escultura de Ángel García Díaz y la cerrajería de Gabriel Asins, antes de Bernardo.

Ese mismo año se finalizó el Casino de Madrid, en la calle de Alcalá 15, con José López Sallaberry. Asins construyó la Biblioteca en estilo gótico.

Biblioteca del Casino de Madrid, Alcalá 15.

Otras obras fueron la fachada del Banco de Bilbao en la calle de Sevilla con Ricardo de Bastida Bilbao en los primeros años 20, las puertas y rejas del Círculo de la Unión Mercantil, en la Gran Vía 24. Escaleras, ventanas, persianas, etc. para el Banco Hispano Americano y para el Crédit Lyonnais. La verja de la Catedral de la Almudena, la puerta monumental del Palacio de Justicia. Y muchas más. Su trabajo mereció una Medalla en la Exposición de Bellas Artes del año 1911.

A Gabriel, igual que a su padre, le llegó la muerte demasiado pronto, también con poco más de cincuenta años y de forma repentina, y nuevamente su hijo, también Gabriel, con tan solo 19 años de edad hubo de hacerse cargo de la empresa familiar, repitiéndose la historia de forma dramática.

Desgraciadamente los tiempos estaban cambiado, como sabemos el hierro forjado dejó de estar de moda y ya no era tan valorado, llegó la guerra, y nada volvió a ser igual. La empresa dejó de ser tan reclamada y los terrenos familiares se fueron vendiendo.

La casa actual del número 50 de la calle de Fernández de la Hoz, construida poco antes de la guerra, conserva la bonita puerta de hierro forjado que construyó Gabriel, nieto de Bernardo, como testigo y a la vez recuerdo de tiempos pasados.

Texto y fotografías por : Mercedes Gómez

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Fuentes:

M.R. Cervera. «Maestros herreros y cerrajeros de la Casa Real durante el siglo XIX». Revista Reales Sitios, nº 130, 1996.
La Iberia, 23 enero 1889
Revista Ilustrada, 25 sept 1895
El Imparcial, 2 febrero 1897
La Acción, 16 julio 1916
La Ciudad Lineal, 10 junio 1931
BNE, Bernardo Asins constructor de pararrayos. 23 feb 2010.

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Uno de los jardines del Real Sitio del Buen Retiro creados para el rey Felipe IV, fue el Jardín Ochavado, que se encontraba entre el Palacio y el Estanque Grande.

El Jardín Ochavado en el plano de Texeira, 1656.

Era un Jardín formado por ocho paseos que se unían en una pequeña plaza central. Una estructura de madera adornada con enredaderas formaba ocho túneles de frondosa vegetación. Unos huecos o ventanas permitían contemplar los árboles y los espacios entre los paseos.

En la esquina noreste, al final de una de las calles, en el punto más alto, se formó una glorieta, también rodeada de madera, donde se instaló un Estanque Pequeño, el Estanque Ochavado, así llamado por su forma polilobulada. Ocho lados semicirculares que constituían el vaso del estanque en el que nadaban patos y otras aves acuáticas y alrededor del cual paseaban el rey, su familia y sus invitados.

En el centro de la fuente había un pequeño pabellón o templete chinesco al que se accedía a través de un puente o rampa, del que colgaban una serie de campanillas que sonaban con la ayuda del viento, por eso se le conoce también como Estanque de las Campanillas.

En el siglo XVII el jardín mostraba una gran pendiente natural, que en el siglo XVIII fue allanada para la formación del nuevo jardín al estilo francés, el Parterre, precioso jardín sin duda, pero muy distinto al jardín primitivo. Plano, geométrico y sin sombras. Aunque precisamente aquí perviven algunos árboles, como el famoso Ahuehuete, el más antiguo de Madrid.

Desde esta esquina noreste, donde se encuentra el Estanque de las Campanillas, se aprecia todo perfectamente. Al fondo, tras la calle de Alfonso XII, que entonces no existía, vemos uno de los escasos restos del Palacio, el Casón del Buen Retiro.

El Parterre, antiguos terrenos del Jardín Ochavado.

En el siglo XVII el paisaje desde este lugar era muy diferente, el Jardín Ochavado era un ejemplo perfecto de jardín barroco de la época de los Austrias en los que se combinaba la jardinería, el agua, la arquitectura, los juegos y la escenografía.

Creado para la diversión del rey, debía ser un lugar casi laberíntico y con recovecos, quizá el ruido de las campanillas servía para encontrar el camino de vuelta a Palacio, o para dirigirse al Estanque Grande a presenciar las naumaquias que solían representarse por entonces. O simplemente motivo de risas de los paseantes… solo podemos imaginar.

Pedro Texeira, en su plano realizado pocos años después que los propios jardines del Buen Retiro, detalla perfectamente los paseos de madera y los árboles entre ellos, así como la torrecilla en el centro del estanque de ocho lados y su puentecillo de acceso.

Estanque de las Campanillas, Texeira 1656.

También se conserva el grabado realizado por Louis Meunier nueve años después.

Louis Meunier. El estanque pequeño del Buen Retiro. 1665. (memoriademadrid.es)

Y otro grabado, obra de Berge, en el que se representa uno de los muros de madera.

Pierter van del Berge. El estanque pequeño del Retiro. 1701. (memoriademadrid.es)

A finales del siglo XIX aún existía el templete central fue sustituido por otro que podemos ver en esta fotografía.

(Fuente: Nicolas1056, de su galería de Flicker http://www.flickr.com/photos/nicolas1056/3996112404/)

En algún momento desapareció y fue instalada la rocalla que aún hoy día podemos contemplar.

Verano de 2005

El pasado mes de julio, durante un paseo dominical por el Retiro, descubrimos que el estanque estaba casi desmontado y toda la zona en obras. Aunque muy transformado, este estanque es uno de los pocos recuerdos del primitivo Real Sitio creado en el siglo XVII, de forma que merecía toda nuestra atención.

Julio 2010

Allí estaban, descolocados, los pilares que antes sujetaban la verja de hierro que rodeaba el estanque. También pudimos ver los mascarones de piedra que se conservan en cada ángulo de los ocho lóbulos. Y la puerta que antes llevaba al templete de las campanillas, que se conserva, aunque ahora no lleve a ninguna parte.

Al mes siguiente, El País publicó que el desmontaje se debía a que se estaban produciendo filtraciones de agua que debían solucionarse. Las obras debían notificarse y ser autorizadas por la Dirección General de Patrimonio Histórico, hecho que al parecer aún no se había producido.

Nuevamente Rafael Fraguas en el diario El País, el pasado martes día 28, publicó una buena noticia. Después de que la Comunidad exigiera al Ayuntamiento la realización de las obligadas catas arqueológicas debido a la categoría de Jardín Histórico que posee el Retiro, se han encontrado unos restos que podrían pertenecer al vaso de la fuente primitiva construida hacia 1630.

Según esta información, ha aparecido un muro, antes bajo tierra, de más de dos metros de altura por uno de anchura. El muro, “de esmerada fábrica, está compuesto por ladrillos cocidos de hasta dos palmos de longitud, grosor consistente y color anaranjado intenso, semejantes a los que se empleaban en las construcciones madrileñas en el arranque del Siglo de Oro”.

2 de octubre 2010

El lienzo hallado tiene una ligera curvatura que indica que podría pertenecer a uno de los ocho lóbulos de la taza ochavada.

El propio Ayuntamiento en su web de monumentamadrid dice que “sería interesante plantearse la recuperación o restitución de la imagen del conjunto original, sobre la base de la suficiente documentación conservada”.

Nos sumamos a la sugerencia de la web municipal. Y en estos momentos con más motivo, no se trata únicamente de documentación. Si se recupera parte de dicho conjunto, más que interesante, sería precioso poder disfrutar nuevamente del antiguo Estanque de las Campanillas y escuchar su mágico sonido, como hace siglos hiciera Felipe IV y su Corte en el Real Sitio, hoy convertido en el Parque de Madrid.

Texto y fotografías por : Mercedes Gómez

Desde mañana sábado día 2, hasta el próximo domingo 10 de octubre se celebra la tradicional Semana de la Arquitectura organizada por la Fundación del Colegio de Arquitectos de Madrid, el COAM.

Exposiciones, conferencias, paseos… y sobre todo las extraordinarias visitas a edificios singulares. Es verdad que a veces ha habido que aguantar pesadas colas, o ha sido imposible entrar al lugar deseado, y que desde el año pasado son menos los edificios abiertos, pero personalmente le tengo un cariño especial a esta iniciativa gracias a la cual he conocido lugares maravillosos, desde hace años, cuando aún se celebraba el Día de la Arquitectura.

Dentro del marco de este Semana de la Arquitectura se celebran las Primeras Jornadas Patrimonio en Peligro y Acción Ciudadana, organizadas por la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Aquí tenéis el Programa completo.

Estas Jornadas ofrecen diversos actos, charlas y debates que pretenden unir las miradas de los ciudadanos con la de los profesionales con el fin de proteger, valorar y dar a conocer el Patrimonio de nuestra Comunidad. Todo un reto y una buenísima noticia para todos. Las actividades tendrán lugar en la ya emblemática Tabacalera, Centro Social Autogestionado , en la Antigua Fábrica de Tabacos, calle Embajadores nº 53. Un aliciente más para participar.

No se puede faltar a esta cita.

Mercedes

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