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Pedro Texeira nació en Lisboa en el año 1595. Creció en su ciudad natal, aprendiendo su oficio desde pequeño; su padre, Luis Texeira Albernas, fue Cosmógrafo Mayor de Portugal. Cuatro años después nació Diego Velázquez, en Sevilla; como Pedro, igualmente el joven Diego realizó su aprendizaje en su ciudad, en el taller de Francisco Pacheco. Unos años después, ambos llegaron a Madrid y trabajaron para el rey Felipe IV, el Rey Planeta, que había nacido poco después que nuestros protagonistas, en 1605.

Eran muy jóvenes. Antes de cumplir 19 años, el 23 de abril de 1618, Diego se casó con Juana, hija de Pacheco. Un año después Pedro, con su licencia de cosmógrafo, abandonó Lisboa en dirección a Madrid. Felipe sucedió a su padre Felipe III poco antes de cumplir 16 años.

Texeira comenzó a trabajar para Juan Bautista Lavanha, Cartógrafo Mayor de la Corona. Contrajo matrimonio con Eugenia de Salazar en la iglesia de San Martín.

Velázquez viajó a Madrid en 1622. A finales del año regresó a casa, pero en diciembre quedó una vacante de retratista en la Corte de forma que el pintor regresó en agosto de 1623 para realizar un retrato del rey; fue un éxito porque el 6 de octubre fue nombrado Pintor real.

Creo que no hay constancia de que ambos artistas y servidores de la Corona se conocieran, pero parece muy probable, y me gusta pensar que así sucedió. Sus vidas y sus pasos por la Villa y Corte pudieron entrecruzarse en más de una ocasión. No es difícil imaginar su presencia en los alrededores o incluso en el interior del Alcázar.

Sus extraordinarias obras, las pinturas de Diego Velázquez y los mapas y planos de Pedro Texeira, adornaron las paredes del Real Alcázar de Madrid.

Félix Castello. Vista del Alcázar de Madrid (h. 1615-1651). Museo de Historia de Madrid.

Además, en un primer momento fueron vecinos en el barrio de San Martín.

Vista de la iglesia de San Martín. Dibujo de Juan de Villanueva grabado por Juan Minguet, 1758 (Biblioteca Nacional)

Recordemos que la primera casa madrileña en la que residió Pedro Texeira era una casa alquilada en la calle del Postigo de San Martín, nombre que es una errata del plano del propio Texeira, en realidad se trata de la calle de Jácome Trenzo, hoy Jacometrezo.

Por su parte, Velázquez se instaló con su familia en una casa de la calle Convalecientes, actual San Bernardo, perteneciente también a la parroquia de San Martín, cercana al entonces domicilio de Texeira. A la muerte de la viuda de un ujier real, recibió del rey su casa de aposento, situada en la calle de la Concepción Jerónima, en la parroquia de Santa Cruz, aunque se cree que nunca llegó a vivir en ella.

Como es sabido, ejerció distintos oficios y disfrutó de diversos puestos al servicio de Felipe IV.  Pintor de Cámara, Ujier de Cámara… En 1629 recibió licencia real para viajar a Italia. Volvió a Madrid en enero de 1631 y a finales de año se mudó a otra casa, en la calle Señores de Luzón, más cerca del Alcázar. La casa de aposento de Concepción Jerónima se la cedió a su hija y a su yerno Juan Martínez del Mazo.

También Texeira regresó a Madrid, en 1630, –había partido en 1622 para la realización del Atlas del Rey Planeta– y durante cuatro años elaboró los mapas y los textos de la Descripción que los acompañan, instalado en su nueva casa madrileña, en la calle que figura en su plano como calle del Pardo, cercana a la actual plaza de España.

Terminado el Atlas, en 1634 Pedro Texeira solicitó un puesto de Ayuda de Cámara del rey, pero Felipe IV no se lo concedió. Ese año Velázquez, tras más de un año de negativas, obtuvo un puesto de vara de Alguacil de Casa y Corte.

En enero de 1643 obtuvo el título de Ayuda de Cámara –que antes le había sido negado a Pedro Texeira–. En 1644 se le otorgó la llave de la Cámara Real. Hasta 1646, en su calidad de Ayuda del Guardarropa y de Cámara Velázquez acompañó a la Corte en sus viajes.

Por su parte, a finales de los años 40, Pedro Texeira se había convertido en una persona imprescindible en la política de defensa de la Corona española. Sus servicios como cartógrafo eran muy solicitados en la Corte. Sirva como ejemplo que, recordemos, dieciséis mapas de España, Flandes e Italia realizados por él decoraban las paredes de la Torre Dorada del Alcázar Real de Madrid. Cuando el Alcázar se incendió en 1734 lamentablemente estos mapas se perdieron.

En 1652 Velázquez fue nombrado Aposentador Mayor de palacio, con derecho a un aposento en la Casa del Tesoro, junto al Alcázar.

El famoso e importante plano de Texeira, la Topographia de la Villa de Madrid, vio la luz en 1656.

Pedro Texeira. Topographia de la Villa de Madrid. 1656.

El mismo año en que Velázquez pintó su obra maestra, La familia de Felipe IV o Las Meninas. Como sabemos, la escena transcurre dentro de una estancia del propio Alcázar. Felizmente, la pintura se salvó del incendio en 1734.

Diego Velázquez. Las Meninas. 1656.

Velázquez murió en 1660, el viernes 6 de agosto a las 3 de la tarde. No redactó testamento. El día siguiente fue enterrado en una de las bóvedas de la iglesia de San Juan, ataviado con su por fin conseguido hábito de la Orden de Santiago.

Ese año Texeira redactó su testamento; sobrevivió casi dos años al pintor. Murió el 13 de abril de 1662, en su casa de la calle del Pardo. Fue enterrado en la iglesia de San Martín.

El rey Felipe IV murió el 17 de septiembre de 1665.

Texeira y Velázquez compartieron muchos más intereses de los que podríamos suponer. A la muerte del pintor, el inventario de su envidiable biblioteca nos revela un cierto desinterés por temas como la religión, la poesía o la literatura, y sin embargo se observa su gran afición por ciencias como la arquitectura, óptica, geometría o las matemáticas.

Diego Velázquez nos legó sus pinturas, que los madrileños y visitantes tenemos el privilegio de poder admirar en las salas del Museo del Prado a él dedicadas. Artista, maestro, ayuda de cámara del rey, aposentador de Palacio, pintor real, insuperable pintor del cielo de Madrid, el más grande pintor del barroco español.

Pedro Texeira nos legó sus mapas y planos, bellas obras de arte sin duda. Ingeniero militar, cosmógrafo real, pirata, espía al servicio del rey, inolvidable y mágico cartógrafo de Madrid.

Por: Mercedes Gómez

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Bibliografía:

16 documentos de Pedro Texeira Albernaz en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Comunidad de Madrid, 2002.

25 documentos de Velázquez en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Comunidad de Madrid, 1999.

DocuMadrid. El Madrid de Velázquez. La Librería, 1999.

MARIAS, Fernando. Diego Velázquez. Hª 16  (nº 19)

PEREDA, F. y MARIAS, F. El Atlas del Rey Planeta de Pedro Texeira. Ed. Nerea, 2003.

 

 

En las salas 31 y 37 del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se ha inaugurado una pequeña exposición (por número de obras) pero extraordinaria (por su calidad), Velázquez en Italia. Entre Luigi Amidani y Juan de Córdoba.

Recordemos que Diego Velázquez (1599-1660), además de llegar a ser Pintor de Cámara de Felipe IV, desempeñó varios cargos para su rey. Entre otras muchas cosas se encargó de la decoración de las dependencias del Alcázar Real.

En su biografía son muy importantes los dos viajes que hizo a Italia adonde llegó por primera vez (1629-1631) para cumplir el deseo de Felipe IV de obtener copias de maestros célebres. Viajó por segunda vez (1649-1651) con el cometido de adquirir obras de arte antiguo que incrementaran la colección de arte del monarca en el Alcázar. El pintor contrató la compra de varias esculturas clásicas. Debido a que era muy difícil la adquisición de originales, optó por la reproducción de las más importantes mediante la técnica del vaciado en yeso o en bronce.

Se ilustra el primer viaje de Velázquez a Italia con los diez Martirios de los Apóstoles, que tras una primera atribución a Tintoretto y otras posteriores, estudios recientes los consideran obras de Luigi Amidani (Parma, 1591- d.1629), que acompañó a Velázquez en ese primer viaje. A su lado vemos la única copia que se conserva de Velázquez, de la Última Cena de Tintoretto (1629). Contemplamos también el dibujo a lápiz, Retrato del Cardenal Borja, a quien Velázquez conoció en Roma.

Y el Felipe IV (1656) del taller del pintor. Todas ellas obras conservadas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

«Felipe IV». Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (taller), (h. 1656)

Algunas de las esculturas que Velázquez trajo de Italia, entre ellas treinta y cinco vaciados en yeso, adquiridas durante su segundo viaje a mediados del siglo XVII, se perdieron en el incendio del Alcázar en la Nochebuena del año 1734. En la Real Academia de Bellas Artes se conservan siete:

Las espléndidas Flora y Hércules –que tras su paso por el patio han vuelto a su lugar en el zaguán de entrada al Museo–, y otras cinco obras que se exponen en esta singular muestra. De todas ellas se conocen detalles de los contratos que firmaron el propio Velázquez, el agente Juan de Córdoba que acompañaba al pintor, y el escultor Giuliano Finelli.

Son el Gladiador combatiente, Sileno con Baco niño (los originales se encuentran en el Museo del Louvre);

«Sileno con Baco niño» (detalle).

Ariadna dormida (original en el Museo Vaticano).

«Ariadna dormida»

La bella Ariadna estuvo en la Galería del Cierzo del Alcázar hasta el incendio de 1734. Tras la creación de la Academia de Bellas Artes por Felipe V en 1744, la escultura fue una de los primeros vaciados en ser instalados en su sede, la Real Casa de la Panadería en la Plaza Mayor, para ser utilizada en la formación de los alumnos.

También se exponen Hermes Loghios (original en el Museo Nacional Romano) y Nióbide corriendo (en el museo de los Uffici).

La estrella invitada que ilustra este segundo viaje es el retrato de Juan de Córdoba, que Velázquez pintó hacia 1650.

«Retrato de Juan de Córdoba». Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (h. 1650). Pinacoteca Capitolina.

Juan de Córdoba (h.1610-1670) fue agente de la corona española en Italia, personaje decisivo en la adquisición de los vaciados por parte de Velázquez para llevarlos a Madrid, entre otras razones gracias a su amplia red de contactos.

El cuadro procede de la Pinacoteca Capitolina en Roma, única pintura de Velázquez que se conserva en una colección pública italiana. Es la primera vez que se expone en España.

Velázquez en Italia: entre Luigi Amidani y Juan de Córdoba
Museo de la Real Academia de BBAA de San Fernando
Alcalá, 13, 2ª planta.
Horario del Museo: martes a domingo 10.00 a 15.00 horas; cerrado lunes.
Miércoles gratuito.
Hasta el 4 de septiembre

Con motivo de la exposición se ha editado un Catálogo, de gran calidad, igual que la exposición, tanto en su forma como en el contenido. Además a un precio asequible: 20 euros.

 

Por : Mercedes Gómez

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Bibliografía:

Catálogo Velázquez: esculturas para el Alcázar. Dir.: José Mª Luzón. Real Academia Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 2007.

Catálogo Velázquez en Italia: entre Luigi Amidani y Juan de Córdoba. Dir.: José Mª Luzón. Real Academia Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 2022.

 

 

En el Museo del Prado, en lugar privilegiado, a continuación de las salas dedicadas a Velázquez, la sala 16 a reúne una serie de cuadros de temática cortesana, uno de los aspectos más importantes de la Pintura española del siglo XVII : las Imágenes de la Corte.

La poderosa monarquía de los Austrias originó una inmensa Corte a su alrededor, servidores reales en todos los ámbitos, incluido el artístico, con una amplia lista de pintores que trabajaban para el rey, empezando por el gran Diego Velázquez.

Las pinturas expuestas en esta sala ilustran la vida en torno a Felipe IV y Carlos II. La familia real, las estancias del Alcázar, las ceremonias, autos de fe, la caza… y los jardines reales. Doña Margarita de Austria y el Príncipe Baltasar Carlos, de Juan Bautista Martínez del Mazo; la reina Mariana de Austria y su hijo Carlos II adolescente en el Salón de los Espejos del Alcázar, y otros personajes, de Juan Carreño de Miranda. Eugenia Martínez Vallejo, vestida y desnuda, en la línea de la colección de bufones y personajes con alguna deformidad o deficiencia física o psíquica tan del gusto del barroco, también de Carreño. La Cacería del tabladillo en Aranjuez, de Martínez del Mazo. El Auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid, de Ricci, una de las facetas más duras del siglo de oro madrileño… Y un bello paisaje, La Fuente de los Tritones en el Jardín de la Isla, de Aranjuez.

Fuente de los Tritones (Foto: Museo del Prado)

La Fuente de los Tritones. Foto: Museo del Prado.

Esta pintura, guardada en los almacenes del museo hasta hace poco tiempo, no se podía contemplar ­–sí una copia que se encuentra en uno de los salones del Teatro Real–. En septiembre de 2006 fue trasladada a los talleres de restauración, informan en el Prado; recientemente ha sido instalada en esta sala donde ahora luce esplendorosa. El cuadro, procedente de la Colección Real, óleo sobre lienzo (1657), mide 248 x 223 cm.

En algún momento fue atribuida a Velázquez, posteriormente se consideró que su autor fue su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo. Actualmente, con el nº P01213 en el catálogo del Museo del Prado figura como perteneciente al Taller de Diego Velázquez.

A finales del siglo XVIII se encontraba en el Palacio de Aranjuez, en el Cuarto de la Reina, Pieza del Cubierto. Representaba la fuente barroca que en 1657 había sido instalada en el cercano Jardín de la Isla.

Además de la fuente, en la parte inferior del cuadro el pintor representó una serie de escenas cortesanas, amables y algo románticas, otra de las caras de la vida en el Madrid del siglo XVII. Dos damas charlan sentadas en el suelo sobre unos cojines, dos religiosos conversan, un caballero galante ofrece una flor a otra dama sentada junto a un árbol…

La Fuente de los Tritones (detalle). Foto: Museo del Prado.

La Fuente de los Tritones (detalle). Museo del Prado.

Los personajes, vestidos a la moda del siglo XVII, nos cuentan cómo era la vida cortesana en aquellos parajes palaciegos.

En 1845, en tiempos de Isabel II, la Fuente de los Tritones fue trasladada desde Aranjuez a los Jardines del Campo del Moro, donde se conserva.

No se conoce exactamente su fecha de construcción, en cualquier caso anterior a 1657 pues en esa fecha estaba ya en el Jardín de la Isla y es la que figura en el pedestal.

La Fuente de los Tritones (detalle). Foto: Museo del Prado.

La Fuente de los Tritones (detalle). Museo del Prado.

El pilón cuadrangular, que se aprecia en la pintura, fue sustituido por uno circular.

Mascarones, guirnaldas, columnas toscanas, victorias, delfines, sirenas y ninfas de mármol la adornan. El nombre proviene de los tres tritones que, sujetando unos escudos, cargan unos cestos por donde mana el agua que cae al pilón de granito desde las dos grandes tazas.

El Campo del Moro es uno de los jardines más hermosos de Madrid. La entrada, desde el paseo de la Virgen del Puerto, muestra una alfombra verde que lleva hasta Palacio, con dos fuentes barrocas, magníficas, alineadas a lo largo del paseo llamado Praderas de las Vistas del Sol, la de las Conchas y la de los Tritones. La perspectiva con las dos fuentes, y el Palacio Real al fondo, es de las más espectaculares y mágicas de Madrid.

Jardines del Campo del Moro

Jardines del Campo del Moro

La de los Tritones está situada en la parte más alta, a los pies del Palacio. Debido a su proximidad al edificio lamentablemente no es posible acercarse a ella para disfrutarla. Desde la Cuesta de San Vicente también se puede contemplar a lo lejos.

 

Jardines del Campo del Moro (desde la Cuesta de San Vicente).

Jardines del Campo del Moro (desde la Cuesta de San Vicente).

La Fuente de los Tritones es la más antigua de Madrid, la única fuente monumental que se conserva casi completa, y en funcionamiento.

Hoy la bellísima fuente está sola, alejada de los visitantes y de las escenas que se producen en el bonito jardín, público desde que en 1978 el rey Juan Carlos abriera sus puertas, escenas del siglo XXI; pero ahí sigue, junto al Palacio Real, testigo del presente que se vive a sus pies, y también del pasado que se vivió en el Jardín de la Isla, reflejado para siempre en la pintura del Prado.

La Fuente de los Tritones (detalle). Foto: Museo del Prado.

La Fuente de los Tritones (detalle). Museo del Prado.

Por : Mercedes Gómez

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Fuentes:

Museo del Prado
www.monumentamadrid.es
Martínez Carbajo, A.F. y García Gutiérrez, P.F. Fuentes de Madrid. Arte e Historia. Ed. La Librería. Madrid 2009.

Pedro Pablo Rubens nació en 1577 en Siegen, Alemania.

En 1590 con apenas catorce años entró a servir como paje de la condesa Ligne-Arenberg, primer paso en su formación de cortesano. Casi a la par comenzó a pintar, en el taller de Tobias Verhaecht, iniciando la brillante carrera de uno de los personajes y artistas más admirados de todos los tiempos.

Rubens fue un pintor y un hombre singular, no solo por su arte sino por su inteligencia, cultura y habilidad en las relaciones sociales, uno de los pocos que alcanzó fama y dinero en vida. Trabajó para las monarquías europeas, viajando por todos los países del continente, para la iglesia y las clases altas; fue diplomático y coleccionista, habló varios idiomas, pintó, creó esculturas, obras arquitectónicas y decoraciones efímeras; su biblioteca era, entre las hoy conocidas, la mayor que entonces poseía un pintor… fue un artista completo, que, como explica el gran especialista en su vida y obra, Alejandro Vergara, con su pintura Rubens mostró su visión exaltada de la vida.

En 1598 ingresó como maestro en el gremio de pintores de Amberes donde estableció su taller y vivió casi toda su vida, excepto los ocho años que pasó en Italia adonde llegó con 23 años, para visitar sus ciudades y estudiar el arte de la Antigüedad y del Renacimiento, conocimientos que luego reflejaría en sus cuadros. Estaba convencido de que “para lograr la mayor perfección en la pintura es necesario comprender a los antiguos”.

A su vuelta a Amberes en 1609 comenzó a trabajar como pintor de la corte de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia en Bruselas, príncipes soberanos de los Países Bajos meridionales, título que Isabel había heredado de su padre Felipe II.

Su relación con Isabel Clara Eugenia –hija de Felipe II y de Isabel de Valois; hermana de Felipe III y tía de Felipe IV– resultaría decisiva para ambos. Él la aconsejó en lo artístico y en lo político, y ella le apoyó siempre en su carrera.

En 1621 Isabel tras enviudar ingresó en la orden tercera de San Francisco. Pidió al nuevo rey, su sobrino Felipe IV, volver a Madrid y retirarse en el monasterio que había fundado su tía Juana, el Monasterio de las Descalzas Reales. Pero el rey no aceptó, deseaba que ella continuara en Flandes. Entonces se estrechó su relación con Rubens, que como decíamos se convirtió en su consejero, y en pintor de su Corte.

En aquel momento el pintor de los archiduques era Jan Brueghel el Viejo. Juntos, ambos artistas, que parece fueron también amigos, realizaron algunas obras maestras, como los inigualables cinco cuadros dedicados a Los Sentidos, hoy en el Museo del Prado. Y el retrato de La infanta Isabel Clara Eugenia. Rubens pintó el retrato y Brueghel el paisaje.

La Infanta Isabel Clara Eugenia (h. 1615). Museo del Prado.

La Infanta Isabel Clara Eugenia (h. 1615). Museo del Prado.

En 1622 Rubens inició otra de las actividades importantes en su vida, la Diplomacia, al servicio de la Monarquía Española. Dos años después, gracias a Isabel, el rey le concedió cartas de nobleza.

Hacia 1625, tenía ya 48 años, recibió el encargo de Isabel Clara Eugenia de diseñar una serie de tapices sobre la exaltación de la Eucaristía, gran dogma del Catolicismo que defendía la Monarquía, para el Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid.

descalzas portada

El Convento de las Descalzas, en la plaza del mismo nombre, es una de las joyas madrileñas. Fundado en 1557 por Juana de Austria, hija de Carlos I e Isabel de Portugal, en el palacio que habían ocupado sus padres y donde ella misma había nacido. Los tapices encargados a Rubens por la infanta Isabel Clara Eugenia son uno de los grandes tesoros que guarda.

Rubens pasó solo unos meses en Madrid. Llegó en agosto de 1628 en misión diplomática, para informar al rey sobre las negociaciones de un tratado de paz. Instalado en el Real Alcázar conoció a Diego Velázquez entonces pintor de Cámara.

En Velázquez y Rubens. Conversación en El Escorial, el escritor Santiago Miralles recrea, imagina, las conversaciones que pudieron existir entre ambos artistas, basándose en hechos reales y los datos entresacados de una amplia bibliografía. Presenta un Velázquez tranquilo, agudo, conciliador… frente a un Rubens experimentado –era más de veinte años mayor–, orgulloso, seguro de sí mismo… ambos ingeniosos… el libro es una delicia. En una estancia del Monasterio, mientras beben vino, hablan de lo que era el oficio de pintor, lo que debería ser, de sus ambiciones, de sus colegas… Rubens es implacable con los pintores españoles, solo tiene buenas palabras para Velázquez, su acompañante en el Alcázar y en este viaje al Escorial.

Por entonces “Rubens es un hombre alto y elegante de cincuenta años, pelo castaño claro con grandes entradas que disimula peinándose hacia delante. Gasta barba y bigotes, y tiene la tez sonrosada. Expresivo y risueño, viste con suma distinción y riqueza. Habla un castellano muy correcto con ligero acento flamenco y resonancias de italiano”.

Rubens. Autorretrato, 1623 (Rubenshuis, Amberes)

Rubens. Autorretrato, 1623 (Rubenshuis, Amberes)

Los expertos coinciden en que Rubens ejerció una gran influencia sobre el joven Velázquez y su intervención debió de ser decisiva para hacer posible su primer viaje a Italia. La estancia de Pedro Pablo Rubens en la Corte del rey Felipe IV fue muy fructífera y en cualquier caso dejó un buen legado que actualmente en gran parte podemos contemplar en el Museo del Prado.

El encargo de la infanta consistía en la realización de veinte tapices. El trabajo, ejecutado en Bruselas donde se encontraban los mejores talleres, fue largo y costoso; los primeros llegaron a Madrid en 1628 y los últimos en 1633 para ser instalados en la iglesia del convento. Sus dimensiones son grandiosas, tienen cinco metros de alto, algunos son cuadrados, otros casi siete metros de anchura.

Como hemos mostrado repetidamente en este blog, en el siglo XVII fue habitual el uso del trampantojo. Rubens fue quien lo introdujo en los tapices, esta fue la primera vez en que las escenas no estaban rodeadas por cenefas sino por arquitecturas fingidas. Las escenas en cada tapiz simulan a su vez ser telas colgadas de dichas arquitecturas barrocas.

Con el fin de exaltar el sacramento de la Eucaristía el pintor se sirvió de diversos lenguajes, la metáfora, las fábulas, las alegorías… utilizó los mitos una vez más demostrando su gran cultura y conocimiento de la historia Antigua. Lo barroco y el dramatismo dominan las historias y los personajes.

El proceso fue complejo, de cada obra el artista primero realizó un boceto pequeño y simple. Luego pintó bocetos muy terminados, los llamados modelos, óleos sobre tablas de roble que muestran la escena invertida respecto a la obra final debido a las técnicas obligadas en la producción del tapiz.

La victoria de la Verdad sobre la Herejía (1625-25) óleo sobre tabla, 64,5 x 90,5 cm. Museo del Prado

La victoria de la Verdad sobre la Herejía (1625-25) óleo sobre tabla, 64,5 x 90,5 cm. Museo del Prado

Seis de los bellísimos modelos se encuentran en el Prado desde el siglo XIX. En este pequeño formato se muestra la exquisitez de la que era capaz Rubens pintando. Habían pertenecido a Gaspar de Haro y Guzmán, Marqués del Carpio y de Eliche, y en 1689 pasaron a manos del rey Carlos II. En el siglo XVIII sufrieron añadidos de madera de pino que dañaron las pinturas y desvirtuaron la idea original.

Las imágenes de los modelos fueron trasladadas a los cartones, pintados por los ayudantes de su taller ya en el tamaño definitivo. De los cartones se conservan otros seis, en museos extranjeros. Finalmente, los mejores tejedores de dos talleres de Bruselas realizaron los tapices, en seda y lana. Todos se conservan en el Monasterio de las Descalzas.

Como siempre en Semana Santa, este año varios de ellos han sido colocados en el Claustro de la Iglesia y expuestos al público durante unos días.

claustro Descalzas copia

Luego habrán vuelto a su ubicación habitual, en el Salón de Tapices, antiguo dormitorio de las monjas, donde se pueden admirar todo el año.

Descalzas

El Museo del Prado destina una atención preferente a quien sin duda es uno de los grandes pintores de la historia. Le ha dedicado a lo largo de los años diversas exposiciones. La penúltima, Rubens, a finales de 2010, comienzos de 2011, que reunió en dos salas dedicadas a las exposiciones temporales las pinturas que posee el museo con el fin de acercar el arte de este extraordinario pintor al público. En ella pudimos contemplar todas sus obras maestras, incluidos los seis modelos, óleos sobre tabla, antes de la restauración, que fue acometida ese mismo año 2011.

folletos copia

La difícil y delicada restauración que ha necesitado tres años de trabajos ha conseguido la recuperación de las pinturas originales, tal como Rubens las creó, sin añadidos. Ahora, desde el pasado 25 de marzo hasta el 29 de junio, se pueden contemplar en la pequeña pero espectacular exposición Rubens. El triunfo de la Eucaristía.

La pintura que abre la muestra es, no podía ser de otra forma, el retrato de La infanta Isabel Clara Eugenia. A continuación las espléndidas tablas, que ahora podemos contemplar, recuperado el formato original y su lujoso colorido, por primera vez cuatro de ellas junto a los tapices correspondientes, procedentes de las Descalzas.

Imagen: Museo del Prado

Imagen: Museo del Prado

Las buenas relaciones de Rubens con Felipe IV continuaron toda su vida, cumpliendo muchos encargos para el rey que se convirtió en el mayor admirador y coleccionista de su obra, gracias a lo cual hoy día disfrutamos en el Museo del Prado de una gran parte.

Pedro Pablo Rubens murió en Amberes el 30 de mayo de 1640 poco antes de cumplir los 63 años. Dejó una preciosa herencia, alrededor de mil quinientos cuadros en el mundo, siendo el Prado el museo que guarda la mayor colección, casi cien pinturas, de las que actualmente en la Colección permanente se exponen alrededor de treinta y cinco.

por Mercedes Gómez

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Bibliografía y fuentes:

Pérez Preciado, J.J. y Vergara, A. Folleto exposición: Rubens. Museo del Prado 2010-2011.
Santiago Miralles. Velázquez y Rubens. Conversación en el Escorial. Ed Turner. Madrid 2010.

Alejandro Vergara. Conferencia: Rubens. El triunfo de la Eucaristía. Museo del Prado, 9 abril 2014.

Rubens. El triunfo de la Eucaristía
Museo del Prado.
Hasta el 29 de junio 2014

Monasterio de las Descalzas Reales
Plaza de las Descalzas
Madrid

Hemos hablado aquí alguna vez del gran Diego Velázquez. De cómo además de llegar a ser Pintor de Cámara de Felipe IV, desempeñó varios cargos para su rey. Fue ujier, alguacil de casa y corte, aposentador…, y entre otras muchas cosas se encargó de la decoración de las dependencias del Alcázar Real. De su segundo viaje a Italia con el cometido de adquirir obras de arte antiguo que incrementaran la Colección del monarca. Hemos conocido algunas de las obras que compró, reproducciones de las más importantes esculturas clásicas mediante la técnica del vaciado en yeso o en bronce. Su influencia en otros artistas, como Carreño de Miranda

Sobre su pintura han escrito ampliamente los mejores especialistas, describiendo su espectacular uso de la perspectiva, la luz y el color –esos cielos velazqueños–, la pincelada suelta precursora de la modernidad, su pintura alla prima, o sea sin boceto previo…

Diego Velázquez es muy importante para el Prado, uno de sus grandes protagonistas.

Su figura esculpida por Aniceto Marinas en 1899 se encuentra en lugar de honor, frente a la entrada principal que recibe el nombre del genial pintor.

Velazquez estatua copia

Y al revés, la creación del Museo del Prado tuvo una importancia decisiva para el conocimiento y valoración de este artista que por una serie de razones no siempre fue tan admirado. Hasta la inauguración del museo en 1819 las pinturas de Velázquez solo podían ser contempladas en las estancias reales. A partir de entonces, alrededor de Las Meninas, se fueron instalando las obras maestras. De las más de noventa que posee la pinacoteca, hoy día hay casi sesenta fascinantes obras expuestas.

Hoy martes 8 de octubre se ha abierto al público la exposición Velázquez y la familia de Felipe IV, que muestra su trabajo como retratista los últimos once años de su vida y los diez años siguientes, el trabajo de sus sucesores, su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo, y Juan Carreño de Miranda.

La muestra es pequeña, treinta lienzos, pero magnífica. Comienza en el momento en que Velázquez aún no había regresado de su segundo viaje a Italia, con algunos de los cuadros realizados en la corte papal, de gran expresividad, entre los que se puede admirar la versión de El Papa Inocencio X que el pintor se trajo a Madrid a su vuelta de Roma y que regresa a España por primera vez desde su salida durante la Guerra de la Independencia (actualmente en el Wellington Museum-Apsley House de Londres). La segunda sala enlaza con la historia de la familia de Felipe IV, su segunda esposa Mariana de Austria y su hija María Teresa (de su primera esposa, Isabel de Borbón), Las dos primas, madrastra e hijastra, casi de la misma edad. A continuación la sala dedicada a La infanta Margarita y la infancia es extraordinaria; asombran las miradas del niño Felipe Próspero y su perro, la dulzura de los rostros y el detalle de los trajes son inigualables.

Las dos últimas salas están dedicadas a Rodríguez del Mazo y Carreño de Miranda, pintores de Cámara sucesores del maestro. Entre otras obras admiramos un espléndido Carlos II de Carreño procedente del Museo de Bellas Artes de Asturias.

Finalmente, a la salida un letrero nos anima a continuar la visita contemplando Las Meninas, “obra que culmina la labor de Velázquez como retratista cortesano, que forma parte fundamental de esta exposición”, en su lugar habitual, la Sala 12.

Como dice Alberto Corazón en su artículo Velázquez en El Prado, el aliento de un genio, a Velázquez solo se le puede admirar con el lienzo ante nuestros ojos.

Sin duda en Madrid tenemos el privilegio de poder disfrutar de uno de los grandes pintores de todos los tiempos. Por eso solo queda animar a todos los amantes de la pintura a visitar esta exposición, contemplar los cuadros, y disfrutar.

Velazquez cartel

Velázquez y la familia de Felipe IV, en el Museo del Prado, desde el 8 de octubre 2013 al 9 febrero 2014.

Por Mercedes Gómez

Juan Carreño de Miranda nació en 1614 en Asturias, probablemente el 25 de marzo en Avilés, hoy hace trescientos noventa y nueve años. Siendo aún casi un niño, con once años llegó a la Villa y Corte, donde viviría toda su vida y desarrollaría su arte.

Por entonces -estamos en 1625- Velázquez ya estaba instalado en Madrid con su familia, ya era pintor real y ocupaba un taller en el Alcázar. Diego Velázquez tuvo un papel de gran importancia en la historia de Carreño, para bien y para mal. Debieron tener una cierta relación y su pintura tuvo una gran influencia sobre él, como sobre tantos artistas, pero también provocó que durante mucho tiempo se mantuviera oculto bajo su sombra. Los neoclásicos «enterraron» a casi todos los pintores barrocos posteriores a Velázquez, identificando la decadencia política de los Austrias con una decadencia artística.

Carreño formó parte de una generación posterior a la de Velázquez, la de Francisco Ricci, Antonio de Pereda y Bartolomé Esteban Murillo entre otros, grupo de pintores del último barroco madrileño, que, como dice Javier Portús, reflejaron aquel Madrid cosmopolita de la segunda mitad del Siglo de Oro. Estos artistas tuvieron acceso a las grandes obras de las colecciones reales, a la escuela veneciana y flamenca, al naturalismo de Caravaggio… y crearon un nuevo lenguaje, el de la escuela barroca madrileña de la que Carreño fue uno de sus más importantes representantes.

“Juan Carreño de Miranda”, según Cean Bermúdez, que reproduce este grabado de Palomino, autorretrato del pintor, propiedad del Marqués de Salamanca (colección BNE).

En Madrid ningún monumento ni calle le recuerda (sí en su tierra natal), pero es posible conocer su pintura paseando por el interior de algunas iglesias, que guardan tantos tesoros, y nuestros museos.

Igual que otros componentes de su generación se formó con Pedro de las Cuevas. En su primera etapa, hasta 1658, realizó sobre todo obras de temática religiosa. A partir de entonces su carrera transcurrió en la Corte, en la que desempeñó varios cargos.

Velázquez, como sabemos, además de adquirir los vaciados de esculturas clásicas, durante su segundo viaje a Italia (entre noviembre 1648 y junio 1651), contactó con los mejores especialistas italianos en pintura al fresco Agostino Mitelli y Michele Angelo Colonna, que viajaron a Madrid para trabajar al servicio de Felipe IV. Estos prestigiosos artistas llegaron a Madrid ese mismo año. Ejercieron una gran influencia sobre los pintores del barroco madrileño, introduciendo las técnicas de las perspectivas fingidas para bóvedas y muros, que ellos dominaban, y que imitaban espacios arquitectónicos.

Francisco Ricci y Juan Carreño fueron los que mejor recogieron sus enseñanzas que plasmaron en los muros de algunos templos, por ejemplo en el camarín de la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, y en otros lugares reales, casi todo desaparecido.

En una de las más bellas iglesias de Madrid, San Antonio de los Alemanes, se conservan las impresionantes e inolvidables pinturas de la bóveda que ambos crearon en 1662 según bocetos de Mitelli y Colonna. La parte central que representa a San Antonio de Padua en la Gloria es obra de Carreño.

San Antonio de los Alemanes

San Antonio de los Alemanes

Entre 1663 y 1668 realizó un cuadro para la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés, hoy día desaparecido, que representaba el milagro de la fuente. En el siglo XVIII se hizo una copia en relieve, instalada en la parte superior de la Fuente de San Isidro.

Fuente de San Isidro (foto: monumentamadrid)

Fuente de San Isidro (foto: monumentamadrid)

La vida y obra de ambos pintores, Ricci y Carreño, que nacieron el mismo año, fueron paralelas, fueron amigos y juntos crearon numerosas y maravillosas obras tanto frescos como de altar.

En 1669 Carreño fue nombrado Ayuda de Furriera, un oficio de la Casa Real a cuyo cargo estaban las llaves, muebles y enseres de Palacio, su limpieza y la de las habitaciones. Dos años después, tras la muerte de Sebastián Herrera Barnuevo, Pintor de Cámara, Carreño heredó el cargo, al que también aspiraba Ricci. A partir de entonces su relación se estropeó y la amistad entre ambos artistas se rompió. Pero su pintura les mantiene unidos para siempre.

En la iglesia de Santiago, en el crucero, lado de la Epístola se encuentra el “Bautismo de Cristo” de Carreño. Este cuadro originalmente estuvo en la derribada iglesia de San Juan, en la cercana plaza de Ramales.

Santiago2

En el Altar Mayor está situada la gran obra de Francisco Ricci (1657), “Santiago en la batalla de Clavijo” (Carreño también realizó su Batalla de Clavijo, pero esta se encuentra en el Museo de Budapest).

Continuando nuestro paseo por las iglesias madrileñas en busca de las pinturas de Juan Carreño llegamos a San Ginés donde se encuentra una luminosa Sagrada Familia.

Como ya vimos, en los Jerónimos se halla una pintura propiedad del Museo del Prado, Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, de 1674, firmada como Pintor del rey.

Los últimos quince años de su vida pintó sobre todo retratos. Fue el pintor de la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV (fallecido en 1665) y de su hijo Carlos II, de quienes realizó numerosos retratos que muestran la evolución de ambos. Algunos de ellos se encuentran en el Museo del Prado.

El retrato de La reina Mariana de Austria (h. 1670), procedente del Monasterio de El Escorial.

El retrato de La reina Mariana de Austria (h. 1670) (Museo del Prado)

El escenario de este cuadro es el Salón de los Espejos del Alcázar. De este retrato hay una versión muy parecida en el Museo de Bellas Artes de San Fernando.

En el mismo Salón -se reconocen los espejos del fondo junto con la mesa sostenida por los leones de bronce que hoy se encuentran en el Palacio Real-, tres años después pintó el retrato de Carlos II cuando tenía unos 12 años.

1673 Carlos II

Carlos II (1673) (Museo del Prado)

La influencia velazqueña es notable, utilizando el recurso de la representación del espacio reconocible, la estancia real, además de la figura retratada, incluso el espejo, como hiciera el gran pintor en Las Meninas.

Además del Prado y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando también conservan obras suyas el Museo Lázaro Galdiano y Museo del Romanticismo.

Juan Carreño de Miranda murió en 1685 a la edad de 72 años, en Madrid.

Después de largo tiempo olvidado, felizmente se ha recuperado su figura y su obra de gran calidad y riqueza, la de un pintor del Barroco madrileño.

Por Mercedes Gómez

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ACTUALIZACIÓN 28.3.2013

Existe otra pintura atribuida a Juan Carreño en la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas y de los Santos Justo y Pastor, en la calle del Dos de Mayo.

Sobre un altar en el lado del Evangelio, hay un Cristo de la Luz, del XVIII. A su derecha se encuentra el Martirio de San Sebastián. A la izquierda otro cuadro del XVII, de Pereda, el Niño de las Calaveras. Ambas podrían proceder del antiguo templo de San Miguel de los Octoes.

Carreño san sebastian

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Fuentes:

Conferencia de Javier Portús, Juan Carreño de Miranda y el crepúsculo de los Austrias, Museo del Prado, 8 enero 2013.

Museo del Prado

Algunas de las esculturas que Velázquez trajo de Italia a mediados del siglo XVII para su rey Felipe IV se perdieron en el incendio del Alcázar en la Nochebuena del año 1734, otras se conservan en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando -como las espléndidas Flora y Hércules-, en el Palacio Real y en el Museo del Prado.

En el Prado, en el extremo sur de la planta 0, a continuación de la Sala 75, existe una estancia circular de grandes ventanales que se asoman a un patio con una fuente donde se encuentran varias esculturas clásicas. Es la Sala 74. Alrededor de una esplendorosa Ariadna dormida hay ocho estatuas procedentes de talleres romanos, copias de originales griegos.

Una de ellas es la figura de Dioniso, enamorado de Ariadna. De autor anónimo, fue esculpida en mármol hacia el año 150. Se trata de una de las esculturas adquiridas por Velázquez en su segundo viaje a Italia. El joven protagonista de numerosas aventuras en su vida en la tierra, aparece como un dios desnudo representado con su don, el vino, que según las palabras de Eurípides calma el pesar de los apurados mortales y los ofrece el sueño y el olvido de los males cotidianos.

En la primera planta, en la Sala 15a dedicada a la pintura mitológica de Velázquez hay otras dos piezas, vaciados en bronce. Una de ellas, El niño de la espina, aunque encargada por el pintor en Roma, hoy existen dudas sobre su procedencia, y se cree que este vaciado pudo ser realizado en Madrid a partir del original.

La otra es La Venus de la concha, sugerente y delicada figura femenina.

Esta obra, y el Hermafrodito, son dos de las más hermosas, y valiosas ya en tiempos de Felipe IV a juzgar por el precio con el que aparecen en los inventarios.

El pintor las instaló entre la Sala de los Espejos y la Galería del Cierzo del Real Alcázar. Ambas son copias de originales romanos -actualmente en El Louvre- contemplados por Velázquez en los jardines de la casa de los Borghese en Roma. Admirado, encargó su vaciado en yeso al escultor Matteo Bonucelli y posteriormente, hacia 1652, su fundición en bronce.

Las estatuas tienen algunas variaciones respecto a los originales fruto de la creatividad del artista, por ello aparecen firmadas por M.B.

El Hermafrodito es una joya de la colección. A partir del original griego del siglo II a. de C. se creó la copia romana en mármol en el siglo II d. de C.  de la cual Bonuccelli realizó el vaciado encargado por Velázquez.

Es tan bella que ha sido ubicada en un lugar privilegiado del museo, la Sala central nº 12 dedicada al más grande pintor, Diego Velázquez, cerca de Las Meninas, como en el siglo XVII cuando ambas obras se encontraban en el Alcázar solo para disfrute del rey. Colocada en el centro de la estancia, podemos rodearla y observar de cerca su gran belleza, algo turbadora, ver las líneas perfectas del hijo de Hermes y Afrodita, y conocer su leyenda.

La historia de Sálmacis y Hermafrodito, de la mitología griega, que cuenta Ovidio en su Metamorfosis. Ella, ninfa de un lago de Caria, al contemplar al joven, quedó cautivada por su gran belleza.

….a menudo coge flores. Y entonces también por azar las cogía 
cuando al muchacho vio, y visto deseó tenerlo…

Aprovechando el baño de su amado lo abrazó con pasión quedando sus cuerpos unidos y convertidos en uno. Un solo cuerpo de formas femeninas y sexo masculino.

La escultura es algo inquietante, como la historia en la que se inspira. Según los expertos del Museo del Prado su gran calidad técnica la convierte en una obra maestra que supera al original.

Se dice que Velázquez se inspiró en ella para pintar su sensual Venus del espejo.

Por Mercedes Gómez

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Fuentes:

Catálogo exposición El Real Alcázar de Madrid. Ed. Nerea, Madrid 1994.

Museo del Prado

Revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes. Las estatuas de Velázquez.

En las primeras décadas del siglo XVIII, durante el reinado de Felipe V se produjeron grandes cambios en la sociedad española y en la vida cultural. Entre otras instituciones, se crearon las Reales Academias y se fundó la Real Biblioteca Pública, origen de la actual Biblioteca Nacional, que acaba de cumplir trescientos años.

El día 29 de diciembre de 1711 el monarca aprobó el proyecto, y el 1 de marzo de 1712 nació la Real Biblioteca que se puso a disposición de todos. Su primera sede fue el Pasadizo que unía el Alcázar con el Monasterio de la Encarnación -uno de los varios pasadizos elevados que se construyeron en el siglo XVII uniendo las plantas superiores de dos edificios-.

Planos, alzados y cortes de la Real Biblioteca sita en la calle del Tesoro de Madrid (BNE)

Con la llegada de José Bonaparte al trono en 1808 y las obras de remodelación de la plaza de Oriente, el Pasadizo desapareció y la Biblioteca fue instalada en el Convento de la Trinidad Calzada en la calle de Atocha. Tras la vuelta de Fernando VII, en 1819 fue trasladada nuevamente, al Palacio del Consejo del Almirantazgo, en la plaza de la Marina Española (antes Palacio de Godoy). En 1826 su destino fue una casa que había pertenecido al Marqués de Alcañices, en la calle de Arrieta, sobre parte del solar donde luego se levantaría la Academia de Medicina.

En 1836 pasó al Estado y adoptó el nombre de Biblioteca Nacional.

Treinta años después la Reina Isabel II colocó la primera piedra del edificio que hoy alberga la Biblioteca y el Museo Arqueológico, en el Paseo de Recoletos, el Palacio de Museos, Archivo y Biblioteca Nacionales, proyectado por el arquitecto Francisco Jareño en estilo neoclásico.

La Biblioteca Nacional en 1892 (BNE)

Finalizado, con algunas modificaciones, por Antonio Ruiz de Salces en 1892, la Biblioteca fue inaugurada el 16 de marzo de 1896.

El magnífico edificio es Monumento Nacional desde el año 1983. Destaca la fachada adornada con seis esculturas y once medallones que representan a los grandes autores de la literatura española, y el bello frontón, esculpido en mármol por Agustín Querol, que simbólicamente, dicen, nos transmite la sabiduría si nos decidimos a subir por la escalinata y entrar en la Biblioteca.

En el vestíbulo, a los pies de una monumental escalera, se encuentra la estatua dedicada a Marcelino Menéndez Pelayo, director de la Biblioteca de 1898 a 1912, obra del escultor Lorenzo Coullaut Valera.

Una vez al año al menos la Biblioteca nos abre sus puertas. Da gusto recorrer sus lujosas salas rodeadas de barandillas de hierro forjado, muebles de finas maderas, contemplar las vidrieras de sus techos… todo es precioso, pero uno de los momentos más emocionantes sucede cuando llegas a conocer sus sencillos depósitos con pasillos repletos de libros esperando ser leídos y, éstos de verdad, transmitirnos la sabiduría que encierran muchas de sus páginas.

Libros… y revistas, periódicos, grabados, planos, mapas, fotografías, vídeos… los fondos de la Biblioteca Nacional son riquísimos y abarcan todos los medios de información posibles.

Además, esta institución admirable incluye el Museo de la Biblioteca Nacional, antiguo Museo del Libro, y dos salas de exposiciones temporales.

Actualmente, una espectacular exposición celebra el aniversario mostrando algunos de sus preciados tesoros. Desde los primeros manuscritos y objetos de la Biblioteca Real hasta la actualidad. Su título: La Biblioteca Nacional, trescientos años haciendo historia.

Comienza la muestra con lienzos del pintor madrileño más importante de la época, Miguel Jacinto Meléndez, que representan al rey Felipe V y la reina Isabel de Farnesio, su segunda esposa.

A continuación, obras de artistas de todos los tiempos y estilos: Velázquez, Rembrandt, Fortuny, Picasso…

De los escasos dibujos atribuidos al gran Diego Velázquez, la Biblioteca Nacional de España conserva cuatro y en esta ocasión, un poco escondidos en una esquinita, expone dos de ellos, dos pequeñas obras maestras realizadas con lápiz de carbón.

Diego Velázquez. "Cabeza de niña" (h. 1620). (BNE)

Podemos admirar códices medievales, documentos de valor incalculable, ejemplares pertenecientes a la antigua biblioteca de la Torre Alta del Alcázar de los Austrias -que gracias a su traslado a la Biblioteca Real se salvó del incendio que destruyó el palacio real en 1734-, la biblioteca del propio Felipe V, la primera edición del Quijote en los comienzos del siglo XVII…  archivos personales y documentos originales de escritores, Lope de Vega, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, etc.

Maravillosos mapas y planos, uno de ellos es el primero que se conoce de Madrid, en su edición más antigua, que muestra la Villa y Corte de finales del reinado de Felipe III y comienzos de Felipe IV.

Asistimos al nacimiento de las técnicas al servicio de la Cultura, por ejemplo la fotozincografía o transferencia de fotografía a planchas de zinc, que por fin hizo posible la reproducción mecánica.

Sorprende la belleza de los primeros aparatos que permitieron guardar y escuchar los documentos sonoros, como el fonógrafo o el gramófono. Una de las joyas de esta biblioteca, muy emotiva, es el archivo de la palabra, que guarda las voces de los protagonistas de nuestra Historia. Leer es enriquecedor, pero quizá escuchar lo es mucho más.

Por supuesto, están presentes las modernas tecnologías, la web de la Biblioteca Nacional, que ofrece una informacion inmensa, los medios sociales, twitter, flickr, una completa y bonita aplicación para los teléfonos que se puede descargar de forma gratuita…

Ideas, palabras, dibujos, fotografías, sonidos, toda la creatividad a nuestro alcance, desde hace tres siglos.

Por Mercedes Gómez

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El gran Diego Velázquez, además de llegar a ser Pintor de Cámara de Felipe IV, desempeñó varios cargos para su rey. Fue ujier, alguacil de casa y corte, aposentador…, y entre otras muchas cosas se encargó de la decoración de las dependencias del Alcázar Real. Viajó a Italia por segunda vez en su vida con el cometido de adquirir obras de arte antiguo que incrementaran la Colección del monarca.

Y así fue cómo Velázquez, entre los años 1649 y 1651 contrató la compra de numerosas esculturas clásicas. Debido a que era muy difícil la adquisición de originales, optó por la reproducción de las más importantes mediante la técnica del vaciado en yeso o en bronce.

Muchos de los vaciados que trajo Velázquez, como tantas pinturas, mapas, etc. se perdieron en el incendio del Alcázar, en la Nochebuena del año 1734. Pero algunas se conservan. Dos de ellas se pueden admirar con facilidad pues se encuentran en el vestíbulo de entrada al Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Son las estatuas de Flora y Hércules Farnese.

Se trata de dos estatuas imponentes, de enorme tamaño, situadas sobre un gran pedestal de granito, sin embargo su situación quizá las hace pasar un tanto desapercibidas. Nada más acceder al museo, en el zaguán donde se encuentran las taquillas, a la derecha se halla Hércules. El original de esta magnífica estatua se encontró en el siglo XVI, en las antiquísimas Termas de Caracalla en Roma, aunque le faltaban las piernas, que fueron halladas después.

Actualmente se considera una obra de comienzos del siglo III después de Cristo, y que su autor fue Glicó, quien copió el Hércules realizado en bronce por el griego Lisipo en el siglo IV antes de Cristo.

La escultura original del Hércules Farnese se encuentra en el Museo Nacional de Nápoles. El vaciado que contemplamos, obra del siglo XVII, fue realizado cuando aún mostraba las piernas añadidas en la primera restauración, antes de localizar las originales, con el fin de exponer la estatua en el Palacio Farnese de Roma.

A la izquierda, frente a Hércules, se encuentra Flora.

No se sabe exactamente donde fue encontrada, aunque pudo ser en el mismo lugar que Hércules, en las Termas de Caracalla; en el siglo XVI se encontraba igualmente en el Palacio Farnese. En 1800 fue trasladada al Museo de Nápoles, donde continúa. En 1819, la corona que sujeta con la mano izquierda fue sustituida por un ramo de flores.

Velázquez contrató en Roma, en 1650, el vaciado en yeso de estas dos grandes obras al formador Cesare Sebastiani por la cantidad de 180 ducados.

Recientemente, el estudio de ambas esculturas, mediante gammagrafía, permitió conocer el número exacto de piezas que se realizaron para formar la obra completa, así como la forma en que se unieron utilizando pernos de hierro y piezas de madera. Las piezas, veinticuatro en el caso de Hércules, viajaron a Madrid en cajones para ser ensambladas en el Alcázar por Girolamo Ferreri, que se trasladó a Madrid en compañía de su hijo y un obrero especializado para desempeñar esta tarea.

Ambas esculturas fueron instaladas en los extremos de la Galería del Cierzo, en el viejo Alcázar de los Austrias.

En 1744 formaron parte de las primeras esculturas que se trasladaron a la Real Academia de Bellas Artes para ser utilizadas en la enseñanza a sus alumnos, cuando la institución se encontraba aún ubicada en la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor.

En 1774 el arquitecto Diego de Villanueva las trasladó al emplazamiento actual, cuando reformó el antiguo Palacio de Goyeneche, en la calle de Alcalá, para convertirlo en sede de la Real Academia de Bellas Artes.

Villanueva diseñó los pedestales de granito donde desde entonces se hallan colocadas las monumentales estatuas.

por Mercedes Gómez

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Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Calle de Alcalá, 13.

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