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Una de las exposiciones recientemente inauguradas en el Museo del Prado es una pequeña y original muestra titulada Los trípticos cerrados. De grisalla a color.
En un bello e inesperado lugar, en la Galería norte de la planta baja del Edificio Villanueva iluminada por la luz natural que llega del Paseo del Prado, se han instalado las fotografías de varios trípticos cerrados cuyos originales abiertos se pueden contemplar en su emplazamiento habitual, en las cercanas salas dedicadas a la pintura de la Escuela Flamenca.
Son nueve óleos sobre tabla de los siglos XV y XVI, nueve trípticos de los que normalmente no se pueden ver las imágenes pintadas sobre el reverso de las puertas que los cierran.
En estas puertas los primeros pintores flamencos como Robert Campin comenzaron a utilizar las grisallas o pinturas monocromas que emplean únicamente la gama de los grises, para simular esculturas de piedra ubicadas en marcos arquitectónicos.
Luego algunos pintores introdujeron el color, entre ellos El Bosco, en La Misa de San Gregorio. Puertas exteriores de La adoración de los Magos, de 1505, donde utiliza una semi-grisalla. En esta obra el gran artista también utilizó la técnica del trampantojo, pintando un marco falso junto al verdadero con el fin de atraer más la atención sobre la escena.
Pierre Pourbus el Viejo en su Tríptico de los santos Juanes, pintado en 1549, en el exterior de las puertas nos muestra a San Pedro y San Pablo. En este caso las figuras están situadas sobre el zócalo de una estructura de madera con desperfectos que parece real. Los pies de los apóstoles se salen del cuadro… El pintor recurre al engaño visual para conseguir mejor el efecto de ilusión deseado.
Salimos del museo y paseando por las calles de Madrid comprobamos cómo este recurso tan antiguo, que alcanzó su esplendor en el siglo XVII, continúa siendo utilizado en el siglo XXI con el mismo objetivo de engañar, siempre con buena intención, la de mejorar la imagen ofrecida.
Desde hace unos años los edificios madrileños deben ser revisados cada cierto tiempo y los propietarios están obligados a reparar y reformar todo lo que sea necesario para mantener su buena salud. En algunos casos, los vecinos de las viviendas en lugar de limitarse a limpiar o pintar sus fachadas las adornan con decoraciones realmente bonitas. Uno de los medios utilizados es la pintura al trampantojo.
En la mágica calle del Espejo, una de las más antiguas de la Villa, que fue ronda interior de la muralla medieval, uno de sus edificios ha sido decorado con esmero. Aunque lamentablemente ya muestra las huellas de los que se dedican a ensuciar y pintarrajear las casas ajenas.
Sobre los fuertes sillares de piedra que lo sustentan otros más pequeños componen sus muros, pero resultan ser falsos… aunque son tan perfectos que hay que tocarlos para cerciorarse de que son pintados.
Como los que conforman la esquina del edificio, dibujados fingiendo el sólido granito.
Además, varios balcones imaginarios se abren a la calle del Lazo con sus rejas pintadas que se confunden con las de los balcones auténticos.
Por Mercedes Gómez
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Otros artículos:
Trampantojos en Madrid.
Antonio de Pereda. Bodegón. 1652.
Murillo. Autorretrato. 1670.
Coello y Donoso. Salón Real de la Casa de la Panadería. 1672-74.
El Trampantojo de Juan Muñoz. 1994.
Roberto Michel nació en 1720 en Francia, en un pueblo llamado Le Puy-en-Velay, y comenzó a estudiar en su tierra natal en talleres de escultura siendo apenas un niño, pero se trasladó a Madrid con solo 20 años de edad. Aquí vivió, desarrolló su arte y sin duda se convirtió en uno de los escultores más madrileños. Sus obras adornan nuestros museos y nuestras calles, algunas verdaderamente emblemáticas.
Por entonces reinaba en España el francés Felipe V, primer monarca de la dinastía borbónica. Nada más llegar a la capital el joven escultor recibió encargos, para algunas iglesias y para la Corona comenzando a trabajar en la decoración del Palacio Real.
Fernando VI, sucesor de Felipe V, fue quien alrededor de 1743 puso en marcha el plan para realizar las estatuas de los reyes hispanos que deberían decorar el Palacio Real, estatuas de azarosa vida que aún hoy día esconden algunos misterios, algunas desaparecidas y otras sin identificar. Roberto Michel realizó algunas, entre ellas la estatua de Teudis, rey godo, que se encuentra en Vitoria, ciudad a la que el escultor estuvo vinculado debido a su boda, poco después de llegar a Madrid, con la alavesa Rosa Ballerna.
Además creó otras obras para el Palacio Real. En el Museo del Prado, en el pasillo de la segunda planta que comunica las salas dedicadas al siglo XVIII español, se exponen dos relieves esculpidos en mármol entre los años 1753 y 1761, San Ildefonso y Santa Leocadia, y el Martirio de Santa Eulalia.
Son dos de los treinta y cuatro relieves cuyo destino era decorar los pasillos del Palacio Real. Eran escenas bélicas o religiosas que fueron consideradas demasiado recargadas por Carlos III de forma que en 1761 interrumpió el proyecto de Fernando VI, igual que ordenó bajar las estatuas de reyes que adornaban la fachada del Palacio.
Fernando VI en 1757 había nombrado a Michel Escultor de Cámara. Posteriormente, a propuesta de Francisco Sabatini con el apoyo de Antonio Rafael Mengs, arquitecto y pintor reales respectivamente, la gran calidad de su escultura llevó a Carlos III a nombrarle Escultor de su real persona en 1775, lo cual incluía la dirección de todas las obras escultóricas realizadas para los Palacios Reales.
Roberto Michel trabajó en varias ocasiones para el arquitecto Francisco Sabatini. Una de las primeras colaboraciones, según proyecto de 1761, fue la decoración de la antigua Real Casa de la Aduana, en la calle de Alcalá nº 9, hoy Ministerio de Hacienda.
Iniciamos aquí un paseo por la calle de Alcalá que se convierte en un paseo por la vida y la obra de Roberto Michel, por el siglo XVIII madrileño y por el Madrid de Carlos III.
Para la fachada de la Real Casa de la Aduana Roberto Michel esculpió el nuevo escudo real adoptado por Carlos III en 1759, además de otras esculturas, siguiendo siempre el diseño de Sabatini.
Muy cerca, en el nº 13, se encuentra la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tanto Roberto Michel como su hermano Pedro, ocho años menor, formaron parte de la Academia desde sus comienzos, y participaron en la introducción de la escultura neoclásica. Fundada en 1752, Roberto fue nombrado Teniente Director de Escultura. Pedro, Académico de Mérito seis años después.
En 1780 Carlos III convocó un concurso para la creación de un modelo de estatua ecuestre de su padre Felipe V, se cree que probablemente con el fin de instalar su estatua en bronce en alguna plaza o lugar importante de Madrid, como sucedía con sus antecesores los reyes de la dinastía austriaca, Felipe III y Felipe IV. No se llevó a cabo.
Presentaron sus bocetos Manuel Álvarez, Francisco Gutiérrez, Juan Pascual de Mena, Juan Adán y Roberto Michel. Uno de los que se conservan es el de Michel.
El Museo de la Academia conserva otra obra del escultor, el Busto de Antonio Ponce de León XI Duque de Arcos esculpido en mármol blanco en 1783.
Continuamos nuestro camino por la acera de los impares de la calle de Alcalá y llegamos a la iglesia de San José, en el nº 43. La Virgen del Carmen de la fachada es obra suya.
Como decíamos al principio, realizó bastantes trabajos para iglesias madrileñas. Entre las más notables se encuentran la Caridad romana y la Fortaleza en la Basílica de San Miguel, de mármol blanco, y los ángeles y querubines de la iglesia de San Marcos. Estos templos merecerán una visita pero de momento ahora permanecemos en uno de los lugares más bonitos de Madrid, frente a la iglesia de San José, allí donde nace la Gran Vía y desde donde ya a lo lejos podemos contemplar la bellísima fuente de Cibeles, instalada en 1782 en el Salón del Prado.
Según dibujo de Ventura Rodríguez, los Leones que tiran del carro de la diosa son obra de Michel. Los modelos previos que realizó el escultor se pueden ver en el Museo de la Moneda.
Cerca de aquí, en el Paseo del Prado se encuentran las Cuatro Fuentes para las cuales nuestro artista creó los Tritones y Nereidas que las adornan, junto a los escultores Francisco Gutiérrez y Alfonso Bergaz. Las figuras actuales son réplicas realizadas debido al mal estado en que se encontraban las originales por el efecto del tiempo y del agua. Actualmente se encuentran en el Patio del Museo de los Orígenes.
Y llegamos al final del paseo donde se encuentra otro de los monumentos más representativos de Madrid, la maravillosa Puerta de Alcalá, en la plaza de la Independencia.
Carlos III ordenó construir una nueva Puerta de Alcalá que fue finalizada en 1778. El arquitecto fue Francisco Sabatini, y la decoración escultórica fue obra de Francisco Gutiérrez (lado este, lado que mira hacia el exterior) y de Roberto Michel (oeste, lado que mira al centro de la ciudad).
Roberto Michel creó diversas figuras ensalzando los triunfos del rey. Trofeos militares de gran tamaño, sobre la cornisa, que el propio Michel denomina torsos, que se recortan contra el cielo y dan a la Puerta su aspecto tan característico; cabezas de leones sobre las tres puertas centrales, y cornucopias sobre las dos laterales.
Murió en 1786, con 66 años, solo hacía un año que había sido nombrado Director General de la Real Academia de Bellas Artes, el máximo cargo en la institución a la que había estado ligado casi toda su vida. Fue enterrado en la madrileña iglesia de Santa María de la Almudena, derribada en 1869. Sus restos se perdieron.
El cargo de Escultor de Cámara lo heredó su hermano Pedro Michel, y lo mantuvo durante el reinado de Carlos IV, completando así una larga carrera de ambos hermanos como escultores reales a lo largo de los reinados de los Borbones, desde Felipe V hasta Carlos IV.
Pedro murió en 1809. Solo un año antes había donado a la Real Academia de San Fernando el Retrato anónimo de su hermano Roberto.
Texto : Mercedes Gómez
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Bibliografía:
C. Lorente Arévalo y C.M. Tascón Gárate. Nuevas aportaciones a la biografía del escultor Roberto Michel. Anales de Hª del Arte, n.” 5. UCM Madrid 1995.
J.J. Martín González. La escultura neoclásica en la Academia de San Fernando. Siglo XVIII. Universidad Coruña 1994.
Museo del Prado. Sala 85.
Mª Luisa Tárraga. Esculturas y escultores de la Puerta de Alcalá. Dpto. Hª del Arte del CSIC. Madrid 2008.
No es la primera vez que evocamos aquí los mitos griegos, hace poco hemos conocido la historia de Dioniso y Ariadna, de Sálmacis y Hermafrodito… pero sí es la primera vez que he podido visitar Grecia y ver de cerca algunas de sus maravillas, que animan a recordar una vez más la presencia de este bello país y su cultura milenaria en Madrid.
Atenea es una de las diosas principales de la mitología griega. Hija de Zeus, rey de todos los dioses, y Metis, se le atribuyen infinidad de cualidades. Considerada diosa de la guerra, sin embargo no le gustaban las batallas, valoraba más la inteligencia que la violencia. Por eso es también diosa de la sabiduría, la razón y la guerra justa. Dicen que solo peleaba si se veía obligada a ello, y siempre ganaba.
Entre los años 450 y 440 a. de C. el escultor griego Mirón creó su figura en bronce junto con otra del sátiro Marsias. El conjunto escultórico, que fue instalado en la Acrópolis entre los Propileos o entrada monumental, y el Partenón, representaba a la diosa enfadada por la actitud de Marsias, que había tratado de recoger la flauta que ella misma había arrojado, al descubrir que al hacerla sonar deformaba su rostro.
La diosa, según su antiquísima leyenda, nunca tuvo amantes, por lo que recibió el nombre de Atenea Parthenos (Atenea virgen).
En su honor se edificaron varios templos, el más famoso fue el Partenón, en la Acrópolis de Atenas, ciudad que quizá le debe su nombre, aunque no se sabe con certeza, pudo ser al revés, que la diosa tomara el nombre de la ciudad.
Únicamente sus cimientos son de piedra caliza, el resto fue construido en mármol del Monte Pentélico, cercano a Atenas, cuyas canteras proporcionaban este mármol especial que en contacto con el aire y el sol adquiere reflejos dorados, que hoy aún podemos contemplar y deslumbran, imaginando cómo pudo ser el lugar en la antigüedad, con la ciudad a sus pies.
Desgraciadamente, a lo largo de los siglos, el Partenón ha sufrido guerras, robos, terremotos… por lo que solo se conservan sus ruinas. Sus hermosas columnas dóricas nos transportan al siglo V a. de C., tiempo de esplendor de la civilización griega, el gran siglo de Pericles, quien mandó levantar el templo en honor a Atenea cuya estatua sería colocada en su interior, en el centro de una gran nave.
La colosal imagen, de al menos diez metros de altura, fue obra de Fidias, el gran artista de la Grecia clásica.
Contaba el historiador griego Pausanias en el siglo II que la imagen estaba hecha de marfil y oro.
Existen varias copias antiguas de la monumental escultura, una de ellas en el propio Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
En nuestro Museo del Prado, planta 0, junto a la sala 74 que ya visitamos, se encuentra la sala 73, dedicada a la escultura clásica griega. En ella se conserva una preciosa réplica romana, esculpida en mármol en el siglo II d. de C., de solo 98 cm. de altura. Dicen los expertos del Prado que se trata de una de las mejores reproducciones de la diosa Atenea, en esta ocasión vestida con un sencillo manto de perfectos pliegues.
Los adornos se perdieron, también la cabeza, siendo la que ahora vemos un vaciado en yeso de una réplica del Museo Liebieghaus de Frankfurt.
Esta delicada obra procede de la Colección del rey Carlos III, del Palacio Real de Madrid.
Otras dos representaciones de la diosa Atenea, Minerva en la mitología romana, se encuentran en el Círculo de Bellas Artes, en la calle de Alcalá.
El edificio fue construido por Antonio Palacios entre los años 1921 y 1926. Por entonces José Capuz proyectó una figura de la diosa que por motivos económicos no llegó a realizarse. En los años 60 se convocó un nuevo concurso para la creación de la estatua. Una de las Minervas presentadas se encuentra en el interior, en el centro de la escalera imperial, frente a la entrada.
El boceto ganador fue el del escultor Juan Luis Vasallo. La majestuosa escultura, de casi siete metros de altura, fue instalada en la azotea en los comienzos de 1966. Desde entonces la diosa de la guerra y también de la paz vigila toda nuestra ciudad cuyos tejados contempla impasible desde su pedestal de piedra, igual que las Ateneas de Mirón y de Fidias contemplaban la ciudad de Atenas.
Son visiones distintas de la diosa, separadas por siglos. Todas merecen ser admiradas de cerca, sobre todo la pequeña y refinada estatua de mármol, tan antigua, casi escondida en la sala generalmente solitaria del Museo del Prado.
También la clásica figura que nos recibe nada más entrar en el edificio del Círculo de Bellas Artes, en el primer rellano de la monumental escalera. Y por supuesto la gran estatua de bronce, desafiante bajo el cielo de Madrid.
Por Mercedes Gómez
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Museo del Prado
Paseo del Prado, s/n.
Círculo de Bellas Artes
Calle de Alcalá, 42.
Algunas de las esculturas que Velázquez trajo de Italia a mediados del siglo XVII para su rey Felipe IV se perdieron en el incendio del Alcázar en la Nochebuena del año 1734, otras se conservan en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando -como las espléndidas Flora y Hércules-, en el Palacio Real y en el Museo del Prado.
En el Prado, en el extremo sur de la planta 0, a continuación de la Sala 75, existe una estancia circular de grandes ventanales que se asoman a un patio con una fuente donde se encuentran varias esculturas clásicas. Es la Sala 74. Alrededor de una esplendorosa Ariadna dormida hay ocho estatuas procedentes de talleres romanos, copias de originales griegos.
Una de ellas es la figura de Dioniso, enamorado de Ariadna. De autor anónimo, fue esculpida en mármol hacia el año 150. Se trata de una de las esculturas adquiridas por Velázquez en su segundo viaje a Italia. El joven protagonista de numerosas aventuras en su vida en la tierra, aparece como un dios desnudo representado con su don, el vino, que según las palabras de Eurípides calma el pesar de los apurados mortales y los ofrece el sueño y el olvido de los males cotidianos.
En la primera planta, en la Sala 15a dedicada a la pintura mitológica de Velázquez hay otras dos piezas, vaciados en bronce. Una de ellas, El niño de la espina, aunque encargada por el pintor en Roma, hoy existen dudas sobre su procedencia, y se cree que este vaciado pudo ser realizado en Madrid a partir del original.
La otra es La Venus de la concha, sugerente y delicada figura femenina.
Esta obra, y el Hermafrodito, son dos de las más hermosas, y valiosas ya en tiempos de Felipe IV a juzgar por el precio con el que aparecen en los inventarios.
El pintor las instaló entre la Sala de los Espejos y la Galería del Cierzo del Real Alcázar. Ambas son copias de originales romanos -actualmente en El Louvre- contemplados por Velázquez en los jardines de la casa de los Borghese en Roma. Admirado, encargó su vaciado en yeso al escultor Matteo Bonucelli y posteriormente, hacia 1652, su fundición en bronce.
Las estatuas tienen algunas variaciones respecto a los originales fruto de la creatividad del artista, por ello aparecen firmadas por M.B.
El Hermafrodito es una joya de la colección. A partir del original griego del siglo II a. de C. se creó la copia romana en mármol en el siglo II d. de C. de la cual Bonuccelli realizó el vaciado encargado por Velázquez.
Es tan bella que ha sido ubicada en un lugar privilegiado del museo, la Sala central nº 12 dedicada al más grande pintor, Diego Velázquez, cerca de Las Meninas, como en el siglo XVII cuando ambas obras se encontraban en el Alcázar solo para disfrute del rey. Colocada en el centro de la estancia, podemos rodearla y observar de cerca su gran belleza, algo turbadora, ver las líneas perfectas del hijo de Hermes y Afrodita, y conocer su leyenda.
La historia de Sálmacis y Hermafrodito, de la mitología griega, que cuenta Ovidio en su Metamorfosis. Ella, ninfa de un lago de Caria, al contemplar al joven, quedó cautivada por su gran belleza.
….a menudo coge flores. Y entonces también por azar las cogía
cuando al muchacho vio, y visto deseó tenerlo…
Aprovechando el baño de su amado lo abrazó con pasión quedando sus cuerpos unidos y convertidos en uno. Un solo cuerpo de formas femeninas y sexo masculino.
La escultura es algo inquietante, como la historia en la que se inspira. Según los expertos del Museo del Prado su gran calidad técnica la convierte en una obra maestra que supera al original.
Se dice que Velázquez se inspiró en ella para pintar su sensual Venus del espejo.
Por Mercedes Gómez
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Fuentes:
Catálogo exposición El Real Alcázar de Madrid. Ed. Nerea, Madrid 1994.
Revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes. Las estatuas de Velázquez.
Del Museo del Prado ya hemos hablado en varias ocasiones, hemos recorrido sus salas en busca de algunas de sus numerosas obras maestras y hemos paseado por su jardín, pero es un lugar que guarda tantos tesoros que de vez en cuando hay que volver. Os propongo que poco a poco vayamos descubriendo juntos sus pinturas y esculturas, también las menos conocidas, y a los artistas que las crearon. Además hay un “Madrid en el Prado” que merece la pena visitar. Para empezar hoy, ¿os apetece un paseo en barco por el estanque del Retiro?.
Entrando por la Puerta de Velázquez, en el Paseo del Prado, la primera sala a la derecha, la sala nº 75, está dedicada a Goya, el Neoclasicismo y los orígenes del Museo del Prado, y su contenido nos traslada a la segunda década del siglo XIX cuando el Museo Nacional de Pintura y Escultura, posteriormente llamado Museo Nacional del Prado, abrió sus puertas. Era el año 1819, aún vivía Francisco de Goya y reinaba Fernando VII con su segunda esposa María Isabel de Braganza, gran aficionada al arte y a la cultura. A ella le debemos en gran medida la creación del Museo.
A la entrada de la sala nos recibe la espléndida estatua de la reina realizada en mármol por José Álvarez Cubero, Escultor de Cámara. A continuación, la gran maqueta en madera del Edificio Villanueva. Por otra parte destacan las obras de Vicente López, primer Pintor de Cámara de Fernando VII y posteriormente de Isabel II, autor entre otros cuadros del magnífico Retrato de Goya, aquí expuesto. También está representado José de Madrazo.
Otro pintor de la época, del que hay un solo cuadro, es José Ribelles, quien nació en Valencia en 1778, fue discípulo del también valenciano Vicente López en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, hasta que con poco más 20 años se trasladó a Madrid. Fue académico de mérito en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y llegó a ser Pintor de Cámara de Fernando VII, como su maestro. Murió en Madrid en 1835, a la edad de 57 años.
El cuadro expuesto en esta sala, procedente de la Colección Real, es precioso, sus bellas tonalidades azules y verdes representan un alegre Embarque real en el estanque grande del Retiro, óleo sobre lienzo (83 cm x 112 cm), pintado por el artista en 1820 al estilo clásico, de moda por entonces en el entorno cortesano.
El cartel junto al cuadro describe la escena y la pintura: “Una bulliciosa muchedumbre contempla el paseo de las falúas Reales donde viajan el rey Fernando VII y su segunda esposa, Isabel de Braganza, en las tranquilas aguas del estanque del Retiro. Es una obra muy significativa del paisaje clasicista de época fernandina, en la línea de las composiciones de destacados vedutistas al servicio de este monarca como Fernando Brambilla”.
El Estanque Grande, uno de los pocos elementos originales que perviven del antiguo Palacio del Buen Retiro, se comenzó a construir en 1632, finalizando las obras al año siguiente. Estaba rodeado por pequeños edificios destinados a los reyes y sus acompañantes, y cuatro norias en cada esquina eran las encargadas de elevar el agua.
En 1817 Isidro González Velázquez, Arquitecto Mayor de Palacio, además de realizar obras de mejora en el estanque inició la construcción de un embarcadero en piedra, ladrillo y madera, cubierta de zinc y plomo, en tres cuerpos y decoración “chinesca”. En su interior diversas estancias acogían a la familia real para que pudieran descansar cuando acudían a los festejos en el Estanque, como el que describe la pintura de Ribelles, realizada solo tres años después.
En ella podemos contemplar con todo detalle el antiguo Embarcadero, la escalera central de entrada al pabellón central coronado por una bonita cúpula, y los pabellones laterales más bajos con sus arcos ojivales y de medio punto… todos los detalles son reflejados, y no solo del edificio sino del Estanque, el ambiente de la fiesta y los trajes de los distintos personajes.
El Embarcadero, que al parecer estaba muy deteriorado, fue derribado en los comienzos del siglo XX para la construcción del Monumento a Alfonso XII.
Por Mercedes Gómez
El pasado sábado, una vez más, volví al Museo del Prado. Disfruté de una visita guiada a través de una pequeña selección de obras maestras, entre tantas que atesora. Fue un paseo encantador, durante el cual además de contemplar bellas pinturas pude aprender cosas nuevas y bonitas, espero que os gusten también a vosotros.
Comenzó la visita frente al Jardín de las Delicias o Pintura del Madroño, de El Bosco, una de las grandes obras de todos los tiempos sin duda, pintada en los primeros años del siglo XVI, un óleo sobre tabla de la Escuela Flamenca. No es la primera vez que hablo aquí de esta pintura, pero tal vez sea un buen momento para repetir, ya que estamos en otoño y volvemos a vivir el Tiempo de madroños. De camino al museo podemos comprobar cómo a lo largo de todo el Paseo los numerosos madroñeros han comenzado a dar sus frutos.
El cuadro es un tríptico, que se expone abierto, con las escenas del Paraíso, el Pecado y el Infierno. Cerrada, la obra representa el final del tercer día de la Creación del mundo, pintada en grisalla, técnica de pintura al óleo monocroma. Las imágenes de las dos hojas que cierran el tríptico se pueden atisbar si te asomas con cuidado.
En 1593 la obra fue trasladada al Escorial por Felipe II, en cuyo inventario aparece con el nombre de Pintura del Madroño. La denominación de Jardín de las Delicias es posterior, según nos comentan. Es una pintura llena de detalles, extraña para su tiempo, y precursora del Surrealismo que tardaría siglos en llegar.
Continuando nuestro paseo por las salas dedicadas a la Escuela Flamenca, la segunda obra que contemplamos es El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir (1520-1524), de tema mitológico. Nuevamente el Bien y el Mal, el Paraíso y el Infierno, y un paisaje de hermosos colores azules y verdes.
La tercera obra elegida es El Descendimiento, de Van der Weyden, pintada antes que las anteriores, hacia 1435. Sus figuras son de una perfección asombrosa, enmarcadas en tracerías, elementos típicos del arte gótico. Destacan los colores de los trajes, sobre todo uno de ellos en lapislázuli, que en aquellos momentos del siglo XV era el pigmento más caro.
Alberto Durero, de la Escuela Alemana, pintó a Adán y a Eva (1507) sobre un difícil y brillante fondo negro. Como casi todos los pintores, Durero dibujaba antes de pintar. Ambas figuras son magistrales, mostrando la belleza de los cuerpos jóvenes «antes del pecado», la figura de Adán, mucho más dibujada que la de Eva que, más pintada, expresa más delicadeza. Recientemente restaurados, los dos cuadros lucen en todo su esplendor.
Seguimos en el siglo XVI, pero abandonamos la pintura sobre tabla para pasar al lienzo. El cuadro elegido es Dánae recibiendo la lluvia de oro (1653), de Tiziano, de la Escuela Italiana. Nos cuenta el mito de Dánae y Zeus, representado por esa lluvia de oro, de fuerte carga erótica, como algunos de los cuadros que ya hemos contemplado. Hay que tener en cuenta que se trata de pinturas creadas no para ser expuestas, como sucede hoy día, sino para el disfrute privado del rey Felipe II.
Pasamos a las salas dedicadas a El Greco, cuya pintura, tan moderna para su tiempo, fue quizá incomprendida por muchos. Contemplamos la famosa El caballero de la mano en el pecho, aunque la magnífica Guía llama nuestra atención sobre una pequeña obra maestra, la Fábula, ambas realizadas en 1580. La Fábula representa de manera perfecta la luz que ilumina el rostro del pícaro.
Y llegamos al siglo XVII, a la Escuela Española, al gran y fascinante Diego Velázquez. Como decíamos, la mayoría de los artistas primero dibujaban, Velázquez pintaba.
Nos detenemos ante La Fragua de Vulcano, obra de tema mitológico del año 1630. Y, por fin, Las Meninas o La familia de Felipe IV, realizada en 1656. Obra de gran complejidad, que entre otras cosas buscaba dar a la Pintura un valor intelectual además del manual que tenía por entonces.
Termina la visita en las salas dedicadas a Francisco de Goya. La maja desnuda, pintada en los últimos años del siglo XVIII, con su gama de verdes, el color con más matices para la vista humana al parecer, y La familia de Carlos IV, de 1800.
Esta es una de las posibles visitas, pero las posibilidades son infinitas, el Museo del Prado, siempre a nuestra disposición, nos permite contemplar grandes obras de grandes autores siempre que lo deseemos. La entrada a la Colección permanente es gratuita de martes a sábado desde las 18:00 hasta las 20:00 horas y el domingo de 17:00 a 20:00 horas.
A partir de mañana martes día 8, durante más de cuatro meses, además podremos admirar las obras de otro de los grandes museos del mundo, el Hermitage de San Petersburgo.
Ya está preparada la gran exposición El Hermitage en el Prado, con ciento setenta obras que abarcan desde el siglo V a. de C. hasta el siglo XX. Se trata de una muestra excepcional. Las grandes obras del Museo fundado por los Zares rusos llegan al Museo del Prado para mostrarse junto a nuestras obras maestras, muchas de ellas pertenecientes a las Colecciones de la Monarquía Hispánica. Una maravilla.
Por Mercedes Gómez
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Fuente e imágenes : Museo del Prado
JARDINES DEL PASEO DEL PRADO – RECOLETOS (V)
Retomamos los paseos por los jardines del Paseo de la Castellana, del Prado y Recoletos, un verdadero privilegio del que disfrutamos los madrileños y visitantes. Hoy os propongo una visita a los acogedores Jardines del Museo del Prado, otro de mis lugares preferidos de Madrid.
El edificio que hoy alberga el Museo del Prado, Antiguo Real Gabinete, Academia y Museo de Historia Natural, fue construido entre los años 1785 y 1808 según proyecto del gran arquitecto Juan de Villanueva. Las fotos de Jean Laurent nos muestran el lugar antes de la creación de los jardines cuyo origen se remonta al año 1860.
Unos años después, en 1871, entre la fachada sur y la Puerta de entrada al Real Jardín Botánico, obra del mismo arquitecto, fue creada la Plaza de Murillo. Una vez más, gracias a las pinturas y grabados, sabemos que antes allí hubo una fuente, probablemente diseñada por el propio Juan de Villanueva. Estaba formada por un sencillo cuerpo central del que partían dos pilones semicirculares sobre los que se vertía el agua.
En el plano del General Ibáñez de Ibero se aprecia perfectamente el trazado de los nuevos jardines y la plaza.
En el siglo XX fueron reordenados por el paisajista Javier de Winthuysen.
Al parecer había surgido una polémica acerca de los árboles que impedían contemplar el Edificio de Villanueva desde el Paseo del Prado. Winthuysen conservó los antiguos y majestuosos cedros, que hoy día perviven, y dejó libre la puerta central, con la escultura dedicada a Velázquez mirando al paseo, obra de Aniceto Marinas, que había sido colocada en 1899.
Los terrenos quedaron ocupados por varios jardincitos, con parterres, macizos de flores, arbustos y árboles de distintas especies.
El jardín frente al Botánico mantiene su forma elíptica, con cuatro parterres organizados alrededor de la estatua del pintor Murillo, que fue instalada el mismo año de creación de la plaza. Se trata de una réplica de la escultura original que se encuentra en Sevilla, obra de Sabino de Medina (1861), realizada y ofrecida a Madrid por el propio autor.
Una espléndida Picea smithiana de más de veinte metros de altura y varios magnolios adornan este espacio hoy tan frecuentado como en el pasado.
Los Jardines del Museo del Prado están catalogados de Interés Histórico-Artístico, además forman parte del Paseo, antiguo Salón del Prado, declarado Bien de Interés Cultural en su conjunto.
por Mercedes Gómez
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Paseo de la Castellana I.- Jardín del Museo de Ciencias Naturales.
Paseo de la Castellana II.- El Barrio de Indo.
Paseo de la Castellana III.- El Jardín del Hotel Villa Magna.
Paseo del Prado-Recoletos I.- El Jardín del Palacio de Linares.
Paseo del Prado-Recoletos II.- Paseo de Recoletos.
Paseo del Prado-Recoletos III.- Jardín del Palacio de Buenavista.
Paseo del Prado-Recoletos IV.- El Jardín del Palacio del Marqués de Salamanca.
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Bibliografía:
Teresa Sánchez-Fayos y Silvia Villacañas. “Los Jardines del Madrid Moderno”.
Ayuntamiento de Madrid. Madrid 2001.
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